Dicen que
dicen de la amistad…
En ocasiones
uno tiene la suerte de cruzarse en la vida con personas que al primer golpe de
vista no lo dejan indiferente, son esa visión fugaz que de manera inconsciente
sabes que marcarán tú vida ocupando un papel relevante en la misma; esto que en
un primer momento no acabas de elucubrar, lo vas descubriendo poco a poco con
el transcurrir de los años y solo con el paso del tiempo, llegas a darte cuenta
de cuan importante han sido para ti. Estas personas aun sin saberlo, despiden
una luz especial que te atrapa desde el primer momento en el que te iluminan,
quedando enganchado bajo su influjo; puede que en un momento dado desaparezcan
de tú vida pero su esencia queda enraizada con firmes anclas en lo más profundo
del alma y si un día vuelven a aparecer, es como si nunca se hubieran ido.
Con estas
personas no existen plazos de tiempo, pues aunque sus ausencias pesan como una
losa y se hacen eternas por cortas que estas sean, su compañía cuando llega y
por breve que llegue a ser, compensa con creces el largo periodo de asueto al que nos han sometido pues su sola
presencia alimenta y enriquece los instantes compartidos. Contar con la amistad
de una de estas personas es un privilegio difícil de explicar el cual se hace
consciente tras interactuar en múltiples momentos físicos y mentales a lo largo
de los años; nadie es mejor o peor pero estas personas llegan a ser únicas para
algunos, haciendo de su vida un camino más pleno y fructífero.
Es curioso y
placentero descubrir después de muchos años de ausencia, que aquella persona
que tan buen recuerdo dejó y que tan importante fue en su momento, reaparece y
te ayuda a descubrir una evolución paralela a la tuya en la que muchos
pensamientos y aficiones han seguido una línea de vida común por caminos
diferentes, la importancia que entonces tuvo ese ser especial se reafirma ahora
con fuerza aun viviendo en mundos distintos, no compartiendo círculos sociales
ni participando de una misma vida profesional pero con un nexo común muy
fuerte, quizás amparado por las hadas del destino que siempre quisieron
mantenerlo.
Algunas
historias nacen donde menos te lo esperas, no las buscas ni provocas, tan solo
surgen y vienen a ti, con el tiempo se alimentan de encuentros, llamadas y
anhelos compartidos, una película vista en común o un libro comentado en un
momento dado van añadiendo ladrillos al muro de esa amistad incipiente que va
cobrando vigor a medida que esta crece y se fortalece; si todo esto tiene lugar en un momento de la vida en la que
empezamos a descubrir el mundo, los lazos establecidos adquieren una dimensión
a priori eterna, en esos años adolescente creemos que todo es para siempre,
duradero, eterno… pero no, la vida nos conduce por caminos inciertos, muchas
veces inesperados, no planificados y aquellos lazos férreos que tuvimos en un
tiempo se sueltan perdiendo su fortaleza, los cabos quedan libres y el viento
de la vida los agita conduciéndolos en direcciones muchas veces opuestas.
Esas amistades
de juventud, primeros amores en ocasiones, se diluyen con el devenir de los
años, lo que fue único y principal en un tiempo, pasa a ocupar un espacio en la
parcela de los recuerdos, apagándose su luz con el transcurrir de la vida,
muchos de estos recuerdos y las personas que los protagonizaron desaparecerán
sin dejar el menor rastro, otros en cambio permanecerán en estado latente hasta
que una chispa les vuelva a dar vida. El rodar de los acontecimientos en la
vida de cada individuo hace que estos sigan sendas diferentes, perdiéndose con
mucha frecuencia los núcleos en común creados en tiempos incipientes, es por
ello que lo que llega a persistir queda para toda la vida no obstante, algunas
de esas luces latentes vuelven a encenderse tras un big bang inesperado, bien
sea este una llamada ocasional, una búsqueda intencionada o un encuentro
fortuito.
En nuestra
cabeza andan desdibujados los rostros y las voces de entonces pero pequeños
detalles que creíamos olvidados, afloran con fuerza y total nitidez tras ese
primer reencuentro, ese primer contacto tras años de olvido nos abre las
puertas de un pasado oculto entre las brumas del recuerdo y aquellos personajes de juventud, adquieren el
protagonismo que en su día tuvieron trayéndonos con su presencia, momentos de
nuestra historia que creíamos perdidos.
Es entonces cuando recuperamos parte de nuestro yo olvidado, de nuestra
esencia, esa que nos ha llevado a lo que hoy somos y entonces no pensábamos
llegar a ser; las risas, las confidencias, las miradas o los besos furtivos siempre
acompañaron a unos años de aventuras, de descubrimientos, de conflictos
existenciales, en los cuales fue forjándose nuestro carácter, modelándose
nuestra personalidad, configurándose nuestros cuerpos y nuestras almas.
Las primeras
amistades como los primeros amores, dejan o deberían dejar una impronta
imperecedera, un recuerdo imborrable, por desgracia muchas veces no es así y
estos se diluyen en el tiempo como azucarillos en el fondo de una infusión; con
su olvido y sin darnos cuenta, estamos perdiendo una parte de nuestras vidas,
quizás nuestra mejor etapa aunque no
seamos conscientes de ello. Solo al recuperar a alguno de los personajes de
antaño, casi siempre de modo fortuito, recuperamos parte de esa vida
nutriéndola con los recuerdos latentes que anidan en nuestras cabezas, muchas
veces ese regalo nos devuelve sensaciones olvidadas, ilusiones perdidas, nos
ayuda a recuperar momentos muertos y que creíamos enterrados, los cuales
vuelven a ver la luz muchos años después rejuveneciendo nuestros espíritus.
Si la persona
recuperada, en su día adquirió la categoría de “especial” y por tanto tuvo un
papel destacado en nuestra andadura, el regocijo vital que nos reporta su
aparición se ve aumentado de forma exponencial potenciándose su recuerdo y
valorando al alza cada momento pasado con ella; descubrir la evolución de las
vidas mutuas es todo un viaje apasionante en el que cada gesto, cada mirada,
cada palabra o movimiento nos rememora matices de una vida pasada que poco a
poco vuelve a nosotros con energía, trayendo a nuestra conciencia todo un
anecdotario de experiencias tenidas en común que permanecían dormidas en
nuestras cabezas. Ese viaje por la vida ajena del ser añorado, refuerza unos
lazos que no debieran haberse roto y que quizás no lo hicieron, tan solo se
aflojaron perdiendo fuerza hasta que los acontecimientos vividos por separado,
acabaron haciendo que bajásemos la guardia dejando que nuestros caminos se
separasen.
Hoy nuestros
caminos vuelven a cruzarse y hay que aprovechar bien dicho encuentro, haciendo
de él el pistoletazo de salida para una nueva etapa en común, deteniéndonos en
el recuerdo mutuo y afianzando los lazos que una vez existieron para coger
impulso y asegurar un camino futuro que a pesar de transcurrir por carriles
separados, nos permita seguir viéndonos de cerca por el retrovisor,
compartiendo estaciones de servicio en las que reafirmar el hilo de nuestras vidas, recreándonos en las
palabras y compañía, en las miradas y las sonrisas, las confidencias y las
dudas, engrandeciendo con todas ellas nuestro ciclo vital en común.
La vida adulta
lleva implícita la adquisición de obligaciones, compromisos, responsabilidades
y deberes, el trabajo, la familia y los problemas diarios ocupan nuestro tiempo
ahogándonos muchas veces en una vida encorsetada que no nos deja margen de
maniobra, anulando sueños, limitando espacios, restringiendo libertades… es por
ello que el reencuentro con rostros del pasado puede llegar a ser una válvula
de escape y por tanto, crear un espacio en nuestra abultada agenda puede
suponer un gratificante bálsamo que nos reporte sensaciones olvidadas,
emociones dormidas y sentimientos aparcados en la cuneta de nuestra existencia.
Esas personas especiales que en el pasado aceleraron el latido de nuestros
corazones, pueden influir de nuevo en nuestras vidas sirviendo de acicate a
nuestro caminar, es por ello que una vez recuperadas debemos poner todo de
nuestra parte para que no vuelvan a desaparecer; solo caminando junto a ellas
nuestro camino será más satisfactorio.
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