Anselmo siempre había tenido un espíritu
revolucionario, de joven era muy de meterse en conflictos de reivindicar, le
gustaba la gresca; militó en un partido tan de extremas que casi se salía del
campo, vamos que rozaba los bordes de la civilización. Aquellas gentes eran tan
de extremas, tan de extremas, que tenían que ir atados unos a otros para no
caer a los abismos, eran chicos duros aunque en muchos dentro de sus cabezas,
tan solo había una hoja en blanco esperando que alguien escribiera lo que
tenían que hacer, estos solían ser casi siempre la vanguardia de las revueltas,
la fuerza de choque, ya se sabe…puro músculo, carne roja, poca materia gris.
Eran tiempos inciertos de cambios políticos donde
nadie sabía como iban a desarrollarse los acontecimientos, mientras unos perdían
cotas de poder a marchas forzadas, otros ansiaban recuperarlo tras mucho tiempo
en la sombra, ocultos entre bambalinas, siempre al acecho esperando su
oportunidad; la vida transcurría sin excesivos sobresaltos para la gente de a
pié, solo los que siempre habían estado en la brecha de un lado y otro de la
trinchera política, andaban inquietos por lo que pudiera pasar y en ese caldo
de cultivo tan bien condimentado, con fundamento que dirían algunos, surgían de
vez en cuando las conocidas como revueltas populares.
Anselmo nunca se sintió oprimido por el sistema que le
tocó vivir, gustaba de trasnochar como otros muchos jóvenes de su época y nunca
tuvo ningún percance derivado de la inseguridad ciudadana, aquello sí que era
seguridad, si te paraba algún agente del orden a altas horas de la noche y te
pedía le mostraras tú identificación, pues le mostrabas el documento de
identidad y en paz, tras darse las buenas noches cada uno seguía su camino sin
más historias; esto a algunos sensibles de corazón les parecía un fragante atentado
a la libre circulación de las personas y claro está, con tal nivel de sensibilidad
para las cosas más normales, se sentían perseguidos y acosados por el ente
maléfico que los coaccionaba y oprimía.... según decían.
Era hombre de armas y gustaba de la cosa militar, hoy
día mal visto entre la juventud del Hello Kitty y el dichoso monopatín, la cual
identificaba estas tendencias con espíritus neofascistas; criado en ambientes
cazadores tuvo desde pequeño destreza con las armas largas con las cuales
estaba muy familiarizado, más tarde se inició de la mano de un familiar
cercano, en el uso de las armas cortas con las que pronto se hizo un experto
tirador, participando en numerosas competiciones por todo el país. No tenía aún
la edad legal para usarlas y ya era mejor que muchos adultos asiduos a los
campos de tiro, Anselmo tenía cualidades innatas para el uso de estos artilugios,
notar su peso y tacto metálico sobre la mano, eran para él uno de sus placeres
ocultos.
Llegó a tener una espléndida colección de armas
blancas; picas y espadas, sables y exóticas gumias traídas del lejano oriente,
machetes y navajas de lo más variado llenaron en su día muchas de las paredes
de su casa. Junto a tanto acero desnudo y bien pulido, blindados armeros de
inexpugnables puertas, contenían la otra parte de su colección privada, las
armas de fuego; allí dentro se acumulaban bien ordenadas, engrasadas y a punto
para su uso pistolas de tiro deportivo, de
duelo, automáticas, revólveres, subfusiles y rifles de asalto, carabinas, escopetas
de caza y alguna pieza exclusiva de naturaleza prohibida. Pasaba largas horas
entretenido en su mantenimiento y puesta a punto, las conocía a la perfección
hasta su último tornillo, muelle o resorte, llegando a montarlas y desmontarlas
con los ojos cerrados.
Aficionado a la historia bélica como era, sabía sobre
guerras y estrategia militar, había leído mucho sobre las batallas a lo largo
de la historia, las conocía casi todas, de diferentes épocas y de todos los
escenarios posibles aunque las que menos le atraían eran las navales, él era
más de contiendas terrestres con renombre como la batalla de Platea, Waterloo o
Gettysburg con una mención especial entre sus favoritas, para algunas de las
desarrolladas durante las dos grandes guerras: Verdún, Gallipoli, Okinawa, Birmania,
Las Ardenas, Normandía o Estalingrado. Tenía cientos de libros sobre el tema,
en diferentes idiomas y formatos pues Anselmo era hombre de lenguas y sabía
expresarse en varios idiomas; su biblioteca histórica era digna de envidia y a
ella recurrían en ocasiones para su consulta, gentes de la universidad.
Anselmo era ilustrado como se sabe, había dedicado
muchos años a su formación contando con los mejores profesores y asistiendo a
colegios de alto postín, por algo tenía en sus venas sangre noble, bastarda si,
pero noble y su anciano padre, el conde de Navajuelas aunque en la sombra,
siempre se había preocupado por su educación, corriendo con todos sus gastos
académicos y algún que otro dispendio lúdico-aventurero. Con todo ello el
agraciado joven estaba bien preparado cuando
con veintiún años empezó a moverse en el mundo de las finanzas y otras
artes laborales de alto copete por qué Anselmo no era hombre de tuercas y
grasa, el más bien vivía envuelto en tecnología punta y avanzados prototipos,
por algo era de mente despierta y ágil intuición.
Tuvo su época de rebeldía juvenil, de inquietudes
sociales, de búsqueda interior, en ella formó parte de grupos un tanto radicales
en los que podía liberar adrenalina sin control ni freno; tuvo sus momentos de
avasallar, cruzar espadas en épicas escaramuzas ajeno al riesgo que corría,
hizo guardias en azoteas oculto por las sombras de la noche mientras las planas
mayores, a quien se suponía debía pleitesía y respeto, intentaban organizar el
país en reuniones secretas; Anselmo en aquellos tiempos tenía espíritu de servicio
y se entregaba a ello en cuerpo y alma.
Nunca llegó a aprenderse la letra de ninguna canción o
himno, por lo que en los actos donde estos se entonaban, tan solo se limitaba a
mover los labios tarareando la cantinela de turno; en aquellos tiempos era
desprendido y de poco retener en cosas melifluas y ya se sabe que las
partituras supuestamente patrióticas al igual que las canciones de iglesia,
eran meros instrumentos de exaltación grupal donde los entonantes, exhibían un falso
estado hipnótico mal adquirido por el entorno en el que vivían.
Dicho ha sido pues que Anselmo en aquellos años de
transición y dudas de identidad, era hombre de grescas y de tumultos, no eludía
el enfrentamiento físico y carnal en el que se manejaba con destreza dada su
formación paramilitar; él y sus camaradas actuaban en las líneas periféricas de
las manifestaciones y revueltas populares, debilitando cualquier foco de
captación de masas de forma contundente y eficaz, por donde pasaba Anselmo y
sus tigres tan solo quedaba un rastro de sangre y dolor, devolviendo la
normalidad a las calles cuyos vecinos lo agradecían.
Fue un periodo corto pero intenso, nada duraba mucho
en aquella época en la vida de Anselmo; el país se tranquilizó y la tormenta
política encontró la calma iniciándose un nuevo periodo en la historia del
reino. Su esfera se vio renovada y otras inquietudes pasaron al primer plano en
la vida de Anselmo, las revueltas populares y su actuación en las mismas,
pasaron a incrementar su anecdotario el cual con el paso de los años, adquirió
un destacado bagaje.
Anselmo se abrió a nuevos y desconocidos horizontes,
su etapa belicosa quedaría en su memoria con claros y oscuros pues era
consciente de haber errado en ocasiones, extralimitándose en el fragor de la
batalla repartiendo leña con saña. Ahora causas más nobles ocupaban su día a
día, la literatura y otras artes del saber eran su oxígeno diario, cuidar de
sus relaciones sociales sería otro de sus placeres mundanos, con una prosa
sabiamente elegida y entonación cautivadora, se convertiría poco a poco en el
núcleo de las reuniones, en imán de voluntades, guía de convecinos perdidos y
desorientados.
Anselmo era de una casta especial, aguerrido y leñero,
romántico y galante, desprendido y muy de ayudar; hombre de principios nobles e
ideas claras, de ambiciones comedidas y gustos de envidiar, perverso si se
terciaba pero justo en sus decisiones; Anselmo en si era hombre de honor.
Anselmo era y es un tipo genial.
ResponderEliminarEfectivamente, era, es seguirá siendo un tipo genial. Cuantos recuerdos!
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