sábado, 16 de febrero de 2013

Anselmo y las revueltas populares



Anselmo siempre había tenido un espíritu revolucionario, de joven era muy de meterse en conflictos de reivindicar, le gustaba la gresca; militó en un partido tan de extremas que casi se salía del campo, vamos que rozaba los bordes de la civilización. Aquellas gentes eran tan de extremas, tan de extremas, que tenían que ir atados unos a otros para no caer a los abismos, eran chicos duros aunque en muchos dentro de sus cabezas, tan solo había una hoja en blanco esperando que alguien escribiera lo que tenían que hacer, estos solían ser casi siempre la vanguardia de las revueltas, la fuerza de choque, ya se sabe…puro músculo, carne roja, poca materia gris.

Eran tiempos inciertos de cambios políticos donde nadie sabía como iban a desarrollarse los acontecimientos, mientras unos perdían cotas de poder a marchas forzadas, otros ansiaban recuperarlo tras mucho tiempo en la sombra, ocultos entre bambalinas, siempre al acecho esperando su oportunidad; la vida transcurría sin excesivos sobresaltos para la gente de a pié, solo los que siempre habían estado en la brecha de un lado y otro de la trinchera política, andaban inquietos por lo que pudiera pasar y en ese caldo de cultivo tan bien condimentado, con fundamento que dirían algunos, surgían de vez en cuando las conocidas como revueltas populares.

Anselmo nunca se sintió oprimido por el sistema que le tocó vivir, gustaba de trasnochar como otros muchos jóvenes de su época y nunca tuvo ningún percance derivado de la inseguridad ciudadana, aquello sí que era seguridad, si te paraba algún agente del orden a altas horas de la noche y te pedía le mostraras tú identificación, pues le mostrabas el documento de identidad y en paz, tras darse las buenas noches cada uno seguía su camino sin más historias; esto a algunos sensibles de corazón les parecía un fragante atentado a la libre circulación de las personas y claro está, con tal nivel de sensibilidad para las cosas más normales, se sentían perseguidos y acosados por el ente maléfico que los coaccionaba y oprimía.... según decían.

Era hombre de armas y gustaba de la cosa militar, hoy día mal visto entre la juventud del Hello Kitty y el dichoso monopatín, la cual identificaba estas tendencias con espíritus neofascistas; criado en ambientes cazadores tuvo desde pequeño destreza con las armas largas con las cuales estaba muy familiarizado, más tarde se inició de la mano de un familiar cercano, en el uso de las armas cortas con las que pronto se hizo un experto tirador, participando en numerosas competiciones por todo el país. No tenía aún la edad legal para usarlas y ya era mejor que muchos adultos asiduos a los campos de tiro, Anselmo tenía cualidades innatas para el uso de estos artilugios, notar su peso y tacto metálico sobre la mano, eran para él uno de sus placeres ocultos.

Llegó a tener una espléndida colección de armas blancas; picas y espadas, sables y exóticas gumias traídas del lejano oriente, machetes y navajas de lo más variado llenaron en su día muchas de las paredes de su casa. Junto a tanto acero desnudo y bien pulido, blindados armeros de inexpugnables puertas, contenían la otra parte de su colección privada, las armas de fuego; allí dentro se acumulaban bien ordenadas, engrasadas y a punto para su uso  pistolas de tiro deportivo, de duelo, automáticas, revólveres, subfusiles y rifles de asalto, carabinas, escopetas de caza y alguna pieza exclusiva de naturaleza prohibida. Pasaba largas horas entretenido en su mantenimiento y puesta a punto, las conocía a la perfección hasta su último tornillo, muelle o resorte, llegando a montarlas y desmontarlas con los ojos cerrados.

Aficionado a la historia bélica como era, sabía sobre guerras y estrategia militar, había leído mucho sobre las batallas a lo largo de la historia, las conocía casi todas, de diferentes épocas y de todos los escenarios posibles aunque las que menos le atraían eran las navales, él era más de contiendas terrestres con renombre como la batalla de Platea, Waterloo o Gettysburg con una mención especial entre sus favoritas, para algunas de las desarrolladas durante las dos grandes guerras: Verdún, Gallipoli, Okinawa, Birmania, Las Ardenas, Normandía o Estalingrado. Tenía cientos de libros sobre el tema, en diferentes idiomas y formatos pues Anselmo era hombre de lenguas y sabía expresarse en varios idiomas; su biblioteca histórica era digna de envidia y a ella recurrían en ocasiones para su consulta, gentes de la universidad.

Anselmo era ilustrado como se sabe, había dedicado muchos años a su formación contando con los mejores profesores y asistiendo a colegios de alto postín, por algo tenía en sus venas sangre noble, bastarda si, pero noble y su anciano padre, el conde de Navajuelas aunque en la sombra, siempre se había preocupado por su educación, corriendo con todos sus gastos académicos y algún que otro dispendio lúdico-aventurero. Con todo ello el agraciado joven estaba bien preparado cuando  con veintiún años empezó a moverse en el mundo de las finanzas y otras artes laborales de alto copete por qué Anselmo no era hombre de tuercas y grasa, el más bien vivía envuelto en tecnología punta y avanzados prototipos, por algo era de mente despierta y ágil intuición.

Tuvo su época de rebeldía juvenil, de inquietudes sociales, de búsqueda interior, en ella formó parte de grupos un tanto radicales en los que podía liberar adrenalina sin control ni freno; tuvo sus momentos de avasallar, cruzar espadas en épicas escaramuzas ajeno al riesgo que corría, hizo guardias en azoteas oculto por las sombras de la noche mientras las planas mayores, a quien se suponía debía pleitesía y respeto, intentaban organizar el país en reuniones secretas; Anselmo en aquellos tiempos tenía espíritu de servicio y se entregaba a ello en cuerpo y alma.

Nunca llegó a aprenderse la letra de ninguna canción o himno, por lo que en los actos donde estos se entonaban, tan solo se limitaba a mover los labios tarareando la cantinela de turno; en aquellos tiempos era desprendido y de poco retener en cosas melifluas y ya se sabe que las partituras supuestamente patrióticas al igual que las canciones de iglesia, eran meros instrumentos de exaltación grupal donde los entonantes, exhibían un falso estado hipnótico mal adquirido por el entorno en el que vivían.

Dicho ha sido pues que Anselmo en aquellos años de transición y dudas de identidad, era hombre de grescas y de tumultos, no eludía el enfrentamiento físico y carnal en el que se manejaba con destreza dada su formación paramilitar; él y sus camaradas actuaban en las líneas periféricas de las manifestaciones y revueltas populares, debilitando cualquier foco de captación de masas de forma contundente y eficaz, por donde pasaba Anselmo y sus tigres tan solo quedaba un rastro de sangre y dolor, devolviendo la normalidad a las calles cuyos vecinos lo agradecían.

Fue un periodo corto pero intenso, nada duraba mucho en aquella época en la vida de Anselmo; el país se tranquilizó y la tormenta política encontró la calma iniciándose un nuevo periodo en la historia del reino. Su esfera se vio renovada y otras inquietudes pasaron al primer plano en la vida de Anselmo, las revueltas populares y su actuación en las mismas, pasaron a incrementar su anecdotario el cual con el paso de los años, adquirió un destacado bagaje.

Anselmo se abrió a nuevos y desconocidos horizontes, su etapa belicosa quedaría en su memoria con claros y oscuros pues era consciente de haber errado en ocasiones, extralimitándose en el fragor de la batalla repartiendo leña con saña. Ahora causas más nobles ocupaban su día a día, la literatura y otras artes del saber eran su oxígeno diario, cuidar de sus relaciones sociales sería otro de sus placeres mundanos, con una prosa sabiamente elegida y entonación cautivadora, se convertiría poco a poco en el núcleo de las reuniones, en imán de voluntades, guía de convecinos perdidos y desorientados.

Anselmo era de una casta especial, aguerrido y leñero, romántico y galante, desprendido y muy de ayudar; hombre de principios nobles e ideas claras, de ambiciones comedidas y gustos de envidiar, perverso si se terciaba pero justo en sus decisiones; Anselmo en si era hombre de honor.

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