FUENTE DE
MISERIAS
Echaba de menos sus manos, ahí estaban las dos si pero…,
las veía al final de sus brazos aunque le servían de tan poco…, inmóviles,
insensibles, recordándole siempre todo lo que no podía hacer, aquellas manos
que en su día trabajaron la tierra, abrazaron cuerpos desnudos, empuñaron un arma
y lo llevaron por el mundo, hoy permanecían inertes sobre sus piernas. No eran
las manos de entonces, su aspecto había cambiado y estas ahora eran órganos
muertos en cuyos extremos crecían cinco pares de uñas; estaban algo más
hinchadas debido a la inmovilidad y según los días adquirían una coloración más
oscura, era un falso bronceado pues de todos era sabido que Artio no tomaba el
sol.
Desde hacía unos años su cuerpo se había convertido en
una fuente de miserias de la cual
brotaban a diario nuevas limitaciones, nuevos achaques, nuevas amenazas para su
precaria vida; muchas mañanas salía de la cama, o más bien lo sacaban, contando
ya las horas que le faltaban para volver a ella, su trasero hacía meses que no
soportaba el peso de su cuerpo y eso que
este era escaso, por lo cual siempre estaba a punto de ulcerarse seriamente sufriendo
continuas escoriaciones y raspaduras; sus vaivenes vegetativos eran un tormento
y ante mínimos percances se desencadenaba una cascada de alteraciones orgánicas
que le hacían desear acabar con todo,
Artio estaba cansado de vivir.
Era muy de lápices y bolígrafos en las manos, siempre
le gustó dibujar, sin un estilo definido solía inclinarse por la caricatura, se
le daba bien hacer caretos y cuerpos desproporcionados, ahora aquellas manos
muertas añoraban sus lápices de colores, sus cuadernos de hojas blancas
esperando nuevos personajes o el puñado de servilletas de fino papel sobre el
que dibujaba en cualquier lugar. Tuvo un tiempo tras el accidente, en el que
intentó pintar con la boca pero aquello no era lo mismo y los resultados no le
gustaban, era un tipo muy purista y siempre decía que las cosas había que
hacerlas como había que hacerlas y no de otro modo, así que dejó de dibujar.
Artio siempre había sido hombre de campo pero nunca
quiso reconocerlo pues con su llegada a
la ciudad, alardeaba de urbanita entre sus conocidos; nacido y criado en un
ambiente rural llevaba la tierra en la sangre; aunque el servicio militar
obligado supuso un antes y un después en su vida y le hizo salir a ver mundo,
nunca olvidó sus raíces ni la multitud de pequeñas cosas aprendidas durante su
juventud en su valle natal, era un nostálgico y los recuerdos formaban parte de
su esencia, sin ellos perdía chispa y ahora, en sus circunstancias, eran su
tabla de salvación a la cual asirse en los momentos desesperados; toda su vida
aquella mañana de junio estaba siendo un momento desesperado y tan solo cerrando
lo ojos e intentando perderse en el pasado, conseguía aguantar hora tras hora
aquella angustiosa espera.
Una vez más el sopor le hizo cerrar los ojos y volver
a caer en un limbo de brumas que lo alejaban de la realidad, él se dejaba
llevar sin oponer resistencia, cayendo en el abismo de su memoria y regresando
a etapas de su vida en las que fue feliz. Solo así volvía a tener una vida
digna de ser vivida, era un revivir su propia vida sin mover un solo músculo,
tan solo haciendo trabajar a sus neuronas que en esos momentos ya veían
peligrar los fluidos en los que se movían.
Tuvo una amiga muy habladora, su boca se llenaba de
palabras que necesitaba escupir sin parar, no era especialmente guapa pero si
atractiva, muy atractiva, y para su edad conservaba un espléndido cuerpo que
sabía lucir; era raro salir con ella y no molestarse por las continuas miradas
que los machos en celo le lanzaban sin ningún reparo pero como digo, era solo amiga
no novia y además se notaba la satisfacción de su ego al ser admirada. Tenía
una bonita melena rubia que no dejaba de tocar y esa manía suya en ocasiones,
lo ponía nervioso; solían salir a cenar y ella siempre acababa hablando de su
trabajo y lo bien considerada que creía estaba, acabó acostumbrándose a sus
autoelogios pues ella era así, siempre protagonista en su entorno, siempre
victima de miradas lascivas. Pasaron muy buenos ratos juntos, sin roces
amatorios, pues tan solo eran amigos aunque muchos nunca lo creyeron.
Tuvo también otra amiga, Artio era muy de tener amigas,
esta era menuda y vivaracha, trabajaba de médico en un hospital importante y
siempre estaba haciendo cursos para mejorar su formación, era una chica lista y
a él le caía bien; se veían poco pues siempre estaba ocupada y además no vivían
en la misma ciudad. Le gustaba acompañarla a renovar su fondo de armario, era
divertido verla ponerse y quitarse camisas, chaquetas o vestidos variados
mientras fruncía el ceño al mirarse frente al espejo, dudaba y a él lo ponía
nervioso aun así, disfrutaba viéndola negociar con las dependientas. Siempre
acababan llevándose unas cuantas prendas que metidas en bolsas, ella colgaba de
su silla; tenía la altura ideal para ir a su lado pues no se obligaba a
levantar mucho la cabeza para mirarla a los ojos, estos se encendían con un
brillo especial cuando ella le contaba
cosas y a él le gustaba mirarla.
Sus amigas lo habían sido todo para él y ahora las
echaba de menos, siempre se había sentido más a gusto entre mujeres de hecho
contaba con pocos amigos del género masculino; en muchas ocasiones se sentía
como su confesor pues ellas le contaban sus cuitas y preocupaciones, sus
problemas y desamores, sus anhelos y frustraciones, él las escuchaba y les daba
sosiego, las aconsejaba aun siendo inexperto en muchas materias de la vida, y
ellas se lo agradecían con el calor de sus compañías, las miradas de sus ojos
tiernos, las conversaciones y las risas cómplices.
Aquello pintaba mal, muy mal y él lo sabía, intentaba
alejar de su mente la situación tan absurda en la que se encontraba así como
los peligros inminentes que se cernían sobre su malogrado cuerpo; miró a lo
alto de la palmera buscando algo que atrajera su atención y así le ayudara a
pasar el tiempo, allí estaban suspendidos sobre su cabeza, grandes racimos de
dátiles maduros, muchos de ellos picoteados por parientes cercanos a la paloma
que horas antes, había tenido a bien cagarle la cara desde las alturas; irse al
otro barrio en aquellas circunstancias era triste pero hacerlo con la cara
llena de mierda de paloma era humillante
¿tan poco hombre era que no alcanzaba a esquivar una cagada de paloma?
Tristemente así era, su inmovilidad era absoluta y muestra de ello estaba
siendo aquella aciaga mañana de junio en la que se estaba friendo impotente junto
a la palmera.
Si tuviera que repasar su vida en ese momento, diría
que esta acabó sobre una hormigonera hacía ya varios años, es verdad que había
tenido buenos ratos desde su silla de ruedas pero recordaremos que Artio era un
purista y la vida no estaba hecha para rodarla sino para andarla; adaptarse a
las situaciones adversas era una condición del ser humano pero él no lo había
conseguido y allí estaba, culminando los últimos años de una precaria vida que
se le escapaba a marchas aceleradas. ¿Quién le iba a decir tan solo veinticuatro
horas antes que sus últimos momentos de vida iba a pasarlos sobre la arena
caliente de una bahía, bajo un sol abrasador con la triste compañía de una
famélica palmera? Él, que nunca había sido amigo del sol y las altas
temperaturas, caería a los infiernos bajo la acción de unos despiadados rayos
que el astro rey lanzaba sobre la inmundicia en la que se había convertido.
Maldita mañana de playa, maldita palmera y maldita
vida la suya.
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