domingo, 3 de febrero de 2013

A la sombra de una palmera (10ª y última entrega)


LIBRE COMO EL VIENTO

Conducía sin rumbo por una carretera casi desierta, no tenía horarios que cumplir y nadie lo esperaba  por tanto todo el tiempo era suyo; llevaba dinero en el bolsillo, suficiente para perderse una larga temporada sin tener que recurrir a los ahorros o buscar trabajo. Su vieja furgoneta iba ganando velocidad a medida que se alejaba de la ciudad, no tenía un destino claro y por tanto dejaba a la improvisación, el lugar donde pasar la noche; se sentía libre como el viento, por primera vez era dueño de su vida y necesitaba escapar para vivirla, quería encontrar un lugar donde nadie lo conociera y por un tiempo, intentar empezar de nuevo.

La sensación de saber de donde venía y el convencimiento de poder volver allí cuando quisiera, le daba fuerzas para perderse por la inmensidad del país y llegado el caso, hasta cruzar sus fronteras. Todo era nuevo a su alrededor y la incertidumbre de lo que iba a ir descubriendo, creaba una sensación placentera en su ánimo; se acercó a la costa antes de emprender el camino que lo llevaría al interior de la península, quería ver el mar una vez más, sentir la brisa en su rostro y pasear sobre una arena desierta en esa época del año. Entró en un camino sin salida, cuando llegó al final una diminuta rotonda daba paso a las dunas, tras estas, se abría un mar azul salpicado de crestas blancas; detuvo la furgoneta en un ensanche destinado al estacionamiento de vehículos, junto a él los restos desarbolados de un imaginario chiringuito hacían frente a un fuerte viento de levante, no había nadie en los alrededores y el lugar desierto a todas luces, no hacía imaginar lo concurrido que llegaba a estar durante los meses de verano.

Unos minutos más tarde la playa quedó atrás mientras la vieja furgoneta roja, se adentraba por carreteras secundarias en busca de las llanuras manchegas, siempre quiso ver con sus propios ojos los famosos molinos de viento y ahora tenía tiempo para hacerlo; el recuerdo de un antiguo amor vivido en aquellas tierras le hacía regresar a sus parajes varios años después y llegaba como un hombre nuevo, sin ataduras ni obligaciones, sin prisas ni tiempos límite, sin fecha para volver al punto de donde partió.

Una cabezada brusca lo sacó de su ensoñación, seguía ahí, junto a la triste palmera, triste pues triste era su situación, la alegría con la que se encontraron unas horas antes había sido marchitada por un despiadado sol que desde las alturas, barría con sus rayos toda aquella franja de arena; él, más muerto que vivo intentaba aguantar un poco más a la espera de que por fin, apareciera alguno de sus amigos aunque a esas alturas de la jornada, le daba igual quien fuera, para el caso le servía cualquiera que pudiera sacarlo de allí.

Miró a su alrededor o más bien hacía la limitada parcela de arena que el escaso movimiento de su cuello le permitía visualizar, todo seguía igual, gentes tiradas sobre sus toallas a un centenar de metros frente a él, pasarelas desiertas a esas horas tras el mediodía, muchos menos parasoles frente a la orilla y ni rastro de su gente pero por encima de todo, sed, mucha sed, su boca era una pura costra reseca y acartonada incapaz de articular palabra, las mejillas y la frente ya mostraban los efectos de tantas horas al sol pues a pesar de estar junto al espigado junco del desierto, este hacía horas que había proyectado su sombra en otra dirección.

Él que había corrido mundo, trabajado en el campo y la construcción, él que había amado a mujeres de todas las razas, él que llegó a ser la esperanza de su pueblo en la lejana Armenia, ahora se encontraba derrotado, abandonado en la trinchera de la vida en un país desarrollado para cuya sociedad no existía; había sucumbido lejos de casa, lejos de los suyos, de su valle, de su tierra y allí junto a la palmera, sabía que no vería un nuevo amanecer, la suerte estaba echada y a él no le habían tocado buenas cartas.

Su silla quedaría anclada en aquel lugar, como lápida que recordara a los que por la zona pasaran de su trágico final, su historia sería contada en los manifiestos de la ciudad y aquel rincón con su palmera, pasarían a formar parte de los atractivos turísticos de aquel trozo de costa bañada por el Mediterráneo. ¿Dónde irían a parar sus restos? —sé preguntó contrariado— no es que le importara mucho lo que hicieran con ellos además, tal y como él lo veía, poco iba a quedar de ellos pues a la marcha que se estaban desarrollando los acontecimientos, no tardarían en aparecer los buitres sobrevolando la palmera que tan estéril compañía le había reportado, listos para limpiar sus huesos de una carne amojamada y seca.

A pesar de ello, no quería abandonar este mundo sin saber que podía haberles ocurrido a sus amigos, estaba claro que aquello no había sido un olvido y algo serio tenía que haber pasado pero ¿Qué podía haberles sucedido? No alcanzaba a imaginar el motivo de su desaparición y veía con angustia que las fuerzas le abandonaban y ya no llegaría a saberlo; le hubiera gustado ver a sus dos amigas por última vez, haberse llevado a la otra vida la imagen fugaz de sus preciosos cuerpos, de sus esbeltas cinturas, de sus sugerentes senos, le hubiera gustado ver sus sonrisas una vez más, oír sus delicadas voces, el brillo de sus ojos, sentir la suavidad de sus labios en las mejillas y notar el calor de sus abrazos pero sabía que no podría ser, el ya no aguantaría para volver a encontrarse con ellas, ni su cuerpo ni su mente tendrían la oportunidad de despedirse, quisiera haberles dicho  tantas cosas, y ahora ya era tarde, su tiempo acababa y nadie más que él se daba cuenta de ello.

Artio cerró los ojos por última vez una calurosa tarde de junio, solo y abandonado junto a una esbelta palmera, su cuerpo dejo partir a un alma atormentada que tras girar en torno a él, ascendió perdiéndose en las alturas de un infinito cielo azul. Allí quedaron sus restos sobre la estructura metálica que lo había soportado durante los últimos años, allí quedó la huella de una vida truncada por el destino; pasado un tiempo se olvidarían de él y tan solo su macabra historia junto a la palmera, se añadiría al anecdotario de aquella ciudad costera como un hito más que mostrar a los futuros turistas.

Descanse en paz.

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