El verano tocaba a su fin y los días ya acortaban su
ciclo de luz; la primera vez que la vi, no me llamó la atención o quizás no me fijé
lo suficiente para captar su atractivo. Solía pasear a media tarde a lo largo
del paseo marítimo o juguetear con las olas por la orilla de la amplia bahía,
siempre iba sola. Me gustaba ver su silueta recortada contra el horizonte azul
de un mar infinito, sus largas piernas la desplazaban sobre la arena de manera armónica y delicada, sus andares eran
firmes y seguros delatando una personalidad bien andamiada; me gustaban
aquellas piernas.
Muchas tardes me acercaba a la playa cuando el sol
empezaba a declinar y ocupaba mi lugar de costumbre sobre la plataforma de
maderas, con la única intención de verla aparecer en la distancia, casi nunca
se demoraba mucho; con el tiempo aprendí a reconocerla mucho antes de poder
identificar sus rasgos, sus contornos en movimiento estaban grabados en mi
cabeza y su sola presencia llenaba de color aquella playa semivacía a esas alturas de la temporada; con
ella allí la brisa cesaba y un olor a mar y arenas húmedas impregnaba el
ambiente.
Su cabello rubio sobresalía resbalando por los hombros
bajo las alas de una pamela rosa bien encasquetada sobre su cabeza; estas, al
igual que las de una mariposa durante su vuelo, se agitaban siguiendo las
corrientes de los vientos impulsando su cuerpo hacia delante, viniendo hacia
donde yo me encontraba cada tarde. Bajo las amplias camisolas que solía llevar,
se adivinaba un cuerpo bien proporcionado de curvas exquisitas y piel
bronceada; cada ráfaga de viento, las escasas tardes que este soplaba, ceñían
la tela a su figura dando constancia de la imagen idealizada en mis retinas.
Mi cámara oscura había revelado cientos de veces en
blanco, negro y color, aquella figura delgada de líneas acertadas y contornos
cinematográficos que una tarde tras otra, pasaba frente a mi atenta mirada en
el ocaso de un verano junto al Mediterráneo. Allí estaba yo tarde tras tarde,
esperando verla aparecer en el horizonte con su camisa larga y la pamela de
alas generosas, dejando tras de si el rastro efímero de sus huellas sobre la
arena mojada.
Su origen y destino eran desconocidos para mi, nunca
habíamos cruzado una palabra y por tanto lo ignoraba todo sobre ella,
probablemente ni siquiera supiera de mi existencia en aquella plataforma de
maderas entrelazadas sobre la que la esperaba día tras día, pero para mi lo era
todo en aquella playa. Verla caminar junto a las olas con la mirada perdida,
era suficiente para mantener encendida la llama de mi pasión por aquella
criatura anónima que abstraída en sus pensamientos, regalaba con su paseo
diario cada uno de mis atardeceres.
Una de aquellas tardes llegué antes que de costumbre,
no tenía nada que hacer así que decidí acercarme hasta la orilla y perder la
mirada entre las olas de aquel mar que tan bien conocía; quedaba poca gente
sobre la arena y algunos pescadores empezaban a clavar sus cañas en la primera
línea de playa a escasos metros del agua, muchas veces me distraía mirándolos y
acompañándolos en su espera paciente por ver si algún incauto pececillo tragaba
su anzuelo bien cebado. Algunos de estos pescadores de bahía, llegaban bien
pertrechados y montaban alrededor de su caña o cañas, pues los había que
llevaban varias, un verdadero campamento con sus sillas, su nevera y un sinfín
de cosas de lo más variopintas. Yo observaba sus llegadas, cargados como viles
porteadores, así como todo el ceremonial que suponía instalarse en el sitio
elegido; tan solo permanecía un par de horas los días que más pero algunos de
ellos levantaban el campo bien entrada la madrugada.
Puntual como cada tarde, no tardó en aparecer en la
lejanía; la intuí mucho antes de verla, al principio tan solo era un punto inapreciable
en el horizonte pero poco a poco este fue aumentando su tamaño y cobrando forma
hasta poder identificar su silueta. La veía crecer a medida que iba
aproximándose a donde yo me encontraba y algo dentro de mí se agitó con
nerviosismo, esa sensación siempre se repetía en los momentos previos a nuestro
encuentro a pesar de que este era fugaz y obviamente desconocido para ella.
Ese día yo estaba más cerca de la orilla que de
costumbre, junto a unos cuantos mástiles de fibra cuyas líneas se perdían en la
profundidad de aquel mar azul, la brisa fue cesando a medida que ella se
aproximaba y la calma fue total cuando llegó a mi altura, nos miramos, era la
primera vez que nuestras miradas se cruzaban, y un amago de sonrisa afloro en
sus labios; por un momento sentí revolotear en mi estómago cientos de
mariposas, no pude contenerme y un <<hola>>
escapó de mi boca a modo de saludo. Ella continuó caminando en dirección al
otro extremo de la bahía y yo me quedé mirando su espalda, viendo como se
alejaba dejando tras de si un rastro de huellas húmedas.
Era la primera vez que compartimos miradas mutuas y
fue fantástico, sus profundos ojos azules se grabaron en mis retinas como improntas
en una moneda recién acuñada, en la distancia corta era aún más hermosa de lo
imaginado, el óvalo de su cara era perfecto y sus labios sonrosados daban un
toque pícaro a aquella cara de ensueño; hubiera gritado al cielo su nombre pero
lo desconocía, mis ojos buscaron su silueta a medida que el tamaño de esta se reducía por la distancia y
entonces la vi volverse y mirar hacia donde yo estaba alzando una mano a modo
de saludo, un nuevo revoloteo de mariposas agitó mis entrañas y por un momento
quise correr a su encuentro, me contuve, si todo ocurría como siempre ella
volvería a pasar junto a mi en su regreso.
¿Qué podía significar aquella última mirada
inesperada? ¿Qué la había hecho volverse y mirar hacia mí? ¿Y aquel saludo? Nunca
antes en las semanas que llevaba viéndola, habíamos tenido ese tipo de
conexión, me atrevería a decir que había intuido la existencia de química en
esa mirada. Intrigado con aquellas dudas rondándome la cabeza intenté
concentrarme de nuevo en la batería de cañas que a mis pies, se erguían
desafiantes frente a un mar que empezaba
a encresparse por momentos.
Una de las cañas empezó a agitarse con fuerza, su extremo más alejado se curvaba
con violentos tirones al tiempo que su propietario ágil como un gato, saltaba
de la silla en la que estaba recostado asiéndola con las manos preparado para
iniciar una lucha de estrategia y resistencia; pronto un corro de curiosos se
congregaron a su alrededor expectantes por lo que hubiera enganchado al final
de la línea. Yo seguía las evoluciones de aquella lucha sin cuartel pero con un
ojo puesto en el otro extremo de la bahía, aquel por el que ella había
desaparecido y por el que debía regresar.
Los minutos pasaban lentamente y su regreso se
prolongaba en el tiempo más que de costumbre, la lucha junto a las cañas
continuaba y la excitación del grupo allí congregado era manifiesta. Yo a esas
alturas ya estaba más pendiente de verla aparecer de nuevo que de los
acontecimientos que se desarrollaban a pocos metros de mí; empezaba a
inquietarme su tardanza.
Seguía pasando el tiempo y no había ni rastro de mí
anhelada silueta, me dolían los ojos de tanto escrutar el horizonte de forma
estéril y la desazón se instalo en mí alma; intentaba distraerme uniéndome al
grupo de curiosos pero instintivamente mi cabeza y todo mi ser la buscaba en la
lejanía sin encontrarla.
Se hizo de noche esperando su regreso, a mi cabeza
volvió su imagen en la distancia mirándome con el brazo levantado a modo de
saludo, de pronto una extraña sensación de angustia se instalo en mi pecho oprimiéndolo
¿no habría malinterpretado aquel gesto de supuesto saludo? ¿Y si en contra de
lo que pensaba aquella fue una señal de despedida? ¿Y si ya no regresaba más? El
verano acababa y todo podía ocurrir. No podía creer, me negaba a creerlo, que
sus primeras y únicas miradas para mi fueran a ser las últimas que iba a
recibir de ella pero el tiempo pasaba y no aparecía, nunca antes había caído la
noche antes de su regreso y eso era una mala señal, empecé a preocuparme pero
ya era tarde. El tiempo siguió pasando y la playa quedó vacía.
* * * * *
La chica de la pamela rosa y andares delicados nunca
regresó a aquella playa, su origen incierto así como su destino desconocido ya
nunca verían la luz en la cabeza de aquel chico que tarde tras tarde, siguió
acudiendo a la playa con la esperanza de volverla a ver aparecer en el horizonte
azul. Su tiempo pasó y no supo aprovecharlo, cosa que lamentaría el resto de
sus días pero así es la vida, dejamos pasar las oportunidades creyendo que aún
tendremos tiempo de coger el tren pero la mayoría de las veces, el tren no
vuelve a pasar y nos quedamos solos esperando en la estación.