sábado, 15 de julio de 2017

ATERRIZAJE PLAYERO

Tras meses esperándolo por fin llegó, como cada año el traslado sume en un caos al núcleo familiar cuyos porteadores ya no están para estos trotes, los años pasan su factura. El trayecto es corto, la carretera buena pero son tantos los bultos y enseres a meter y sacar del coche, a bajar y subir a las respectivas viviendas…; luego llega la organización y estiba en armarios, cajones y despensa para que todo quede en orden de revista ante cualquier imprevisto.

El aterrizaje playero anual siempre es conflictivo y como se dijo, cada año se coge con menos energías pues las fuerzas ya no acompañan aun así la carga es la misma o más que en tiempos pasados. La casa limpia con anterioridad espera ser ocupada por una reducida tropa que llega ya derrotada por el esfuerzo y que tardará varias jornadas en recuperarse; es lo que tiene el verano y las segundas residencias, abandonadas durante gran parte de año reciben una infusión de vida de escasos dos meses de duración, luego vuelven a apagarse.


La bahía a los pies de su torre de marfil los recibirá un año más, sus arenas doradas volverán a ser mancilladas cada día por miles de pisadas anónimas que ansiosas de mar, se enfrentarán a crestas de espuma blanca al tiempo que sus pieles húmedas y rojizas, se abrasarán bajo los inclementes rayos del sol; las primeras noches el sol pasará su factura en muchos cuerpos quemados que no tolerarán el más mínimo roce.

El largo paseo marítimo como un cordón sanitario, separará lo natural de lo artificial, las arenas del cemento, la piel desnuda de las coloridas camisetas y vestidos; al atardecer se llenará de viandantes que como zombies urbanos y con la mirada fija o la oreja pegada a su celular, deambularán arriba y abajo cubiertos con ropas de vestir. Las terrazas serán las reinas de ese largo cinturón embaldosado, en ellas el griterío predominará sobre las conversaciones pausadas y los helados, cervezas, pizzas, taperio variado… llenarán las mesas.


Como cada año habrá verbenas vecinales, feria de la cerveza y un gran festival musical de esos que ahora están tan de moda y que congregará a más de cien mil descerebrados ávidos de música y alcohol durante cinco intensos días, un gran empujón para la economía del lugar. Por su parte el pequeño parque de atracciones junto al paseo marítimo así como el parque acuático tras la montaña, también recibirán su cuota de humanidad necesitadas de su dosis lúdica.

Mientras tanto el pueblo, a espaldas de la bahía, seguirá un ritmo menos frenético; sus habitantes continuarán con sus quehaceres ajenos muchos de ellos a la marabunta que se mueve a escasos kilómetros de sus casas. El parque del Mercado verá llegar a la caída del sol a las gentes que sacan a los críos de paseo, o a los que se acercan a tomar una cerveza sin agobios, o a los que simplemente van a tomar el aire antes de retirarse a sus casas tras una jornada de trabajo.


En la montaña el castillo musulmán del siglo X y junto a él, el santuario de la virgen de Nuestra Sra. de la Encarnación, patrona de la ciudad, con su particular vía crucis que con una considerable pendiente y transcurriendo en un pintoresco zigzag, desciende hasta la parte trasera del pueblo perdiéndose entre estrechas callejuelas hasta la parte llana del núcleo urbano, vigilarán al consistorio. También su puerto pescador en la desembocadura del río Júcar es un punto de atención, a su lonja se acercan cada tarde propios y extraños a comprar pescado o tan solo curiosear; muy cerca de allí y en el mismo río el puerto deportivo con su club náutico, lugar de encuentro para muchos aficionados al mar.



Con la casa ya organizada, prepararán sus cartas de presentación dispuestos a enfrentarse con la vorágine que se extiende quince pisos más abajo, saludarán a rostros conocidos no vistos desde el anterior verano, harán recuento de las bajas acaecidas en el último año entre los vecinos poniéndose al día de los chismes más recientes e iniciarán su particular temporada estival dispuestos a exprimirla al máximo, podría ser la última.

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