Eran las cuatro, aquel hombre tenía toda la tarde por
delante y no sabía que hacer, se puso delante del ordenador y esperó alguna
ocurrencia con la que llenar su tiempo; entró en internet para ver el saldo de
sus cuentas, los dineros mermaban como las finas arenas escapando en un reloj
de arena, comprobó unas cifras e hizo unos cálculos antes de salir de la
aplicación e ir a otra cosa. Un poco más tarde tecleaba su contraseña del
facebook y esperaba ver aparecer la página de inicio, cuando esta hizo acto de
presencia leyó los últimos comentarios hechos a una foto colgada por la mañana,
también escribió alguna réplica intrascendente con la que colaborar en la red
social tan de moda en estos tiempos.
A las cinco ya estaba harto pero aun le quedaban por
llenar tres largas horas de un tiempo robado al ocio, su hermana entró en el
despacho cargada con los cachivaches de costumbre, tenía que ajustar una
rodillera ergonómica de última generación que colocaría a la mañana siguiente,
él continuó frente al ordenador aporreando su teclado. Decidió iniciar un nuevo
relato al que no puso nombre por el momento, en el escribía sobre un tipo que
no sabía en que emplear las horas de una tarde, largos momentos de un aburrido
tiempo sin una dedicación concreta; el tipo en cuestión sentado frente a su
ordenador tonteaba buscando cosas en internet, indagando en su facebook,
mirando su correo electrónico, al final decidió crear un documento en blanco y
ponerse a escribir.
Ya rozaban las seis cuando el tipo del relato iniciaba
su prosa describiendo el aburrimiento de un individuo que debía pasar una tarde
tras su mesa en un despacho anónimo, no sabía que hacer pues no tenía
obligaciones que cumplir, las cuatro horas que tenía por delante se le hacían
insufribles y el tiempo pasaba despacio. Miraba la pantalla de su ordenador
esperando ver aparecer una idea, un objetivo, una misión que cumplir; el tiempo
empezó a correr cuando se sumergió en la red de redes, consultó sus saldos,
curioseó su facebook, indagó en su buzón de correo y al final acabó repasando
su carpeta de imágenes, fotos vistas una y otra vez, fotos de instantes
especiales, de lugares nostálgicos, de rostros queridos. Pasado un rato cerró
aquel apartado y escribió en el blanco de su pantalla: “Eran las cuatro, tenía
toda la tarde por delante y no sabía que hacer…”
Su hermana acabó de ajustar los cierres de la
rodillera y tras guardarla en una bolsa salió del despacho para continuar con
su faena, él quedó solo frente a su ordenador sin saber como continuar aquel
curioso relato; los minutos pasaban pero para él el tiempo no corría y no sabía
como continuar, aun no eran las seis y media. El hombre del tercer relato al
igual que su antecesor en el segundo, se hallaba bloqueado por el aburrimiento
extremo en el que se había convertido su vida, todos ellos eran clones de un
modelo vital vacío de esencia y por tanto condenado al fracaso. Harto de
aquella situación apagó su ordenador y acto seguido todos aquellos hombres
detuvieron sus relatos desapareciendo en la oscuridad de su pantalla.
El día anterior al igual que lo sería el siguiente
había tenido la misma tónica, la monotonía se cebaba con una vida
intrascendente y anodina que instalada en una mente prisionera de un cuerpo
anárquico, ocupaba un espacio vital prestado por el tiempo; sus raíces lo
lastraban a un entorno limitado, el mismo en el que había crecido, el único que
conocía desde que sus ojos vieron la luz. Observar las mismas caras un día tras
otro lo asqueaba y las cuatro paredes grises entre las que convivía le
asfixiaban de manera angustiosa.
A través de su teclado intentaba evadirse siempre que
podía pero algunas tardes como aquella, su mente se bloqueaba ante tantos
minutos por digerir, aquellos interminables periodos de aburrimiento no encontraban
consuelo en historias ficticias ni en viajes cósmicos, así pues en esos días no
quedaba otra que mantenerse firme frente a su pantalla de plasma perdiéndose
entre un mundo de enlaces a la búsqueda de un resquicio por el que sorprenderse
una vez más, quizás la última.
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