sábado, 15 de octubre de 2016

CALLE MOJADA, CAJÓN VACÍO

Cuánta razón tenía el viejo refrán, estaba comprobado que en cuanto caían unas gotas el local se quedaba vacío, la gente reacia a salir lo hacía lo meramente indispensable dejando muchos compromisos para otros  momentos más benévolos y así el negocio se resentía. Tras una semana de fiestas también afectadas por el mal tiempo, llegaban las verdaderas lluvias, nada de chirimiri, lluvia de verdad, la de calar ropas y terrenos, la de inundar bajos y túneles, la de sacar ríos de sus cauces…

El personal que solía acudir  al establecimiento era de desplazamiento difícil o al menos precario, restringido podría decirse; eran de andar o rodar comprometido, estando muy influido este por el estado de las infraestructuras, en estas circunstancias la lluvia y el mal tiempo en general eran un hándicap añadido a su debilitada existencia, motivo por el cual se cuidaban muy mucho de riesgos innecesarios.

En días de naturaleza  turbia como el que había amanecido, no quedaba otra que mirarse a las caras esperando la irrupción del despistado de turno, el valiente o inconsciente que había decidido hacer frente a los elementos, al que no le preocupaban las  inclemencias climatológicas y que cuando llegaba te soltaba con una sonrisa el sainete de a mal tiempo buena cara; él era mi héroe, un Lancelot rodante o de andar precario que se abría camino a través de un entorno hostil luchando por su comanda.


La tienda solía estar vacía en días como ese, el miedo a resbalar por parte de los potenciales clientes, era otro de los peligros a evitar; los suelos mojados, los charcos, el viento y las nubes descargando el contenido de sus vientres algodonosos eran mucho enemigo contra el que luchar, mejor mantenerse a resguardo en la retaguardia de nuestro hogar y dejar pasar la batalla climatológica. El resultado era un cajón vacío y seco que ya de por si era difícil llenar, los tiempos no acompañaban y todo eran dificultades, cada día una sorpresa a la que enfrentarse, un nuevo reto que superar.


Y la lluvia seguía cayendo, buen inicio del otoño, frío y chubascos después de un verano atípico con temperaturas inusualmente irregulares; anunciaban una estación cálida, demasiado cálida para lo acostumbrado pero a la vista de cómo estaba el día nadie podía imaginárselo. Tan solo quedaba esperar a que escampara pero la jornada ya estaba echada a perder pues cuando la calle se mojaba, la economía se resentía y con esta todos los engranajes del sistema productivo de aquel peculiar establecimiento y las gentes que lo hacían avanzar, eran las malas jugadas de los hados que en su capricho diario marcaban la vida y la muerte de unos peones predestinados al sufrimiento.

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