Enrollado como un armadillo dentro de su caparazón, con los
músculos en tensión y los ojos cerrados se encontraba aquella mañana a mediados
de septiembre, sus luchas internas y contra los elementos lo tenían agotado, su
resistencia andaba muy mermada y a punto estaba de darse por vencido y tirar la
toalla. El calor de las mañanas agostinas empezaba a quedar atrás entrando en
el periodo de frescos inciertos que tan mal llevaba; roto por un organismo en
constante involución, cada jornada le suponía ímprobos esfuerzos de ánimo e
ímpetus físicos que ya no tenía.
La alegría y bullicio de hacía pocas semanas atrás, había dado paso a un
declive manifiesto provocado por el ocaso del verano y eso se palpaba en una
arena vacía, un paseo marítimo casi desierto, terrazas y cafeterías huérfanas
de clientes y cientos de apartamentos con sus ventanas cerradas iniciando el
largo sueño del olvido. El ciclo volvía a repetirse una vez más pero cada año a
él lo pillaba con menos fuerzas, con menos capacidad de reacción y esta vez a
duras penas creía que conseguirá superarlo a la vista de lo que tenía por
delante y estaba por llegar.
El sol seguía bañando el horizonte cada mañana, sus rayos
jugaban con las aguas de un mar infinito creando reflejos de plata y miel; como
si de un lago se tratara las escasas olas apenas imperceptibles, lamían las
arenas doradas de una bahía tranquila y en silencio, la injuria de miles de
huellas anónimas de hacía pocas semanas, había dado paso a un manto uniforme e
inmaculado de arena inacabable sobre la que tan solo algunas gaviotas y otras
aves marinas osaban posarse.
Las sombrillas, tumbonas, pasarelas y demás mobiliario
estival habían desaparecido dejando paso
a una nada natural y luminosa, en el agua las motos acuáticas habían
ahogado sus monótonos rugidos mecánicos, dando paso a un silencio ensordecedor
donde hasta hacía poco el guirigay de miles de gargantas invadía el entorno
costero. A mediodía el viento de levante se hacía dueño de toda la bahía
agitando toldos y palmeras en una danza molesta e incómoda, las temperaturas
empezaban a declinar recordando el próximo fin del verano y con él la necesidad
de empezar a sacar la ropa de entretiempo.
Con el cuerpo húmedo y pegajoso por los caprichos orgánicos
de su malogrado cuerpo, transformaba en palabras los chispazos neuronales
gestados en los intersticios de su materia gris; la trama de la historia era
una más que añadir a su carpeta virtual que como otras muchas, surgía del
desasosiego y la añoranza, de la rabia contenida y la desesperación, de la
incertidumbre y la angustia. Nada había salido como esperaban, todo se había
truncado en un momento de sus vidas delicado y próximo a su fin pero nada podía
hacerse salvo esperar acontecimientos que no llegaban y cuando estos lo hacían
tan solo añadían más leña al fuego.
El verano ya solo era un recuerdo, las fotografías hechas
durante él su único testimonio; todo estaba a punto de echar el cierre y con el
cartel de CERRADO POR VACACIONES los sufridos hosteleros empezaban su ansiado
periodo de descanso, mientras la masa que hasta hacía pocas fechas inundaba el
pequeño pueblo costero, retornaba a sus lugares de origen para hacer frente a
un largo periodo gris y estresante. Pensar en el próximo periodo estival se
convertía en una utopía dadas las circunstancias por las que pasaba, todo podía
cambiar de un día para otro como lo venía haciendo en los últimos años, cada
vez más hundidos en un pozo del que no veían la forma de salir salvo que la
dama negra los visitara y con su presencia iniciaran el último viaje libres ya
de ataduras y compromisos.
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