Al final llegó el primer gran susto, el primero de otros
muchos que estaban por llegar; la sensación de rabia e impotencia te hacía
hervir la bilis y con ella la boca se llenaba de sabores malsanos e inmundos.
La desinformación te hacía llegar tarde a todo, las posibles tablas de
salvación se las llevaban las olas por no haber llegado a tiempo y uno veía
pasar ante sus ojos lo que pudo ser y no fue. La maquinaria legislativa debía
ponerse en marcha, no había tiempo que perder y todos eran conscientes de ello;
las posibles soluciones, escasas, conllevaban un riesgo que debían asumir ante
lo evidente, la gravedad de los hechos y su falta de recursos para
solucionarlos los condenaba al suicidio colectivo pero había que intentarlo, el
inmovilismo acabaría llevándoselo todo por delante, era hora de reaccionar.
Los pliegos iban acumulándose sobre la mesa, leer sus páginas
te hundía en la desesperación viéndote en un callejón sin salida que se iba
estrechando con el paso de las jornadas; tenías que fiarte de lo que te
aconsejaban los letrados de lo contrario estabas perdido y aun así, la cosa no
estaba nada clara y todo podía suceder. La mala suerte nos acompañaba y por más
que quisieras evitarlo, la situación que vivíamos te consumía las veinticuatro
horas de cada jornada, no había un momento de respiro en el que pudieras
desconectar.
El campo estaba sembrado de minas y en cada recodo estas
podían estallar, había que ser prudente y contenido en el proceder pues lo que
te pedía el cuerpo podía acelerar el desenlace final: la especulación de bienes
estaba sobre la mesa, un escaparate de ofertas era recibido a diario aun así,
estas no fructificaban y los medios para mitigar el desastre escaseaban.
Acudir a la trinchera cada día requería un mayor esfuerzo, no
físico sino mental, la derrota se veía en las caras de los escasos soldados que
aun aguantaban la línea de defensa cada vez más inestable; actuar de portavoz de noticias casi nunca buenas y
por lo tanto mal aceptadas, se había convertido en una costumbre en los últimos
tiempos, hacerlo implicaba grandes dosis de ansiedad la cual se prolongaba más
allá del propio campo de batalla.
La tensión se palpaba en cada gesto, ningún acto estaba libre
de ella y eso crispaba unos nervios ya
de por si bastante afectados; en cualquier momento la bomba orgánica podía
dejar de funcionar dejando ya sin energía vital aquel maltrecho cuerpo.
Inmersos en una situación complicada derivada por las circunstancias que los
envolvían, nadie veía una salida aceptable de aquel fuego cruzado, antes o
después y para eso no faltaba mucho, empezarían a caer derrotados.
Con los brazos casi caídos deambulaban por los despachos que
un día los vieron triunfar, el color gris del entorno era un reflejo de sus almas
perdidas que a duras penas acababan cada jornada; los conflictos saltaban a
cada momento y el ambiente se había vuelto insostenible entre una tropa
desmotivada y pesimista. Sin el control ya en sus manos, otros decidían el
ritmo de los acontecimientos y estos no pintaban nada bien; próximos a un final
esperado la anarquía estaba instalándose en aquel reducto que a duras penas
consumía sus últimas gotas de esperanza.
Y como no hay dos sin tres, un descalabro más venía a unirse
al estado de caos en el que se había convertido su día a día; los conflictos
personales se incrementaban al tiempo que los escasos restos de salud escapaban
a marchas forzadas, todo era oscuro en un horizonte próximo y más allá de este
la incertidumbre se instalaba con fuertes raíces. Nada parecía estar a salvo y
en ese magma de angustia existencial, había que levantar la cabeza y seguir
avanzando, había que sacar pecho y restar importancia a los acontecimientos
ante las miradas ajenas; uno estaba harto de fingir una falsa realidad.
El puño de la angustia iba cerrándose en torno a vísceras
y esperanzas, con su garra truncaba
anhelos y proyectos ficticios que nunca verían la luz, sin dar un momento de
respiro su presión creciente rasgaba un ánimo ya de por sí muy tocado y con la
amenaza de un debacle próximo siempre en la cabeza, salir de casa requería
ímprobos esfuerzos. El final estaba a la vuelta de la esquina, sus
consecuencias se prolongarían mucho más allá del propio fin y nadie tenía claro
cuando se llegaría al verdadero punto y final; tras este la cuenta se pondría a
cero y todo volvería a empezar con nuevos ánimos, nuevas esperanzas, nuevos
retos y mucha ilusión. Como suele decirse no
hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista así pues el tiempo
marcará su ley y pondrá a cada uno en su sitio.
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