sábado, 10 de septiembre de 2016

EL DEBACLE DE UNA SAGA

Al final llegó el primer gran susto, el primero de otros muchos que estaban por llegar; la sensación de rabia e impotencia te hacía hervir la bilis y con ella la boca se llenaba de sabores malsanos e inmundos. La desinformación te hacía llegar tarde a todo, las posibles tablas de salvación se las llevaban las olas por no haber llegado a tiempo y uno veía pasar ante sus ojos lo que pudo ser y no fue. La maquinaria legislativa debía ponerse en marcha, no había tiempo que perder y todos eran conscientes de ello; las posibles soluciones, escasas, conllevaban un riesgo que debían asumir ante lo evidente, la gravedad de los hechos y su falta de recursos para solucionarlos los condenaba al suicidio colectivo pero había que intentarlo, el inmovilismo acabaría llevándoselo todo por delante, era hora de reaccionar.

Los pliegos iban acumulándose sobre la mesa, leer sus páginas te hundía en la desesperación viéndote en un callejón sin salida que se iba estrechando con el paso de las jornadas; tenías que fiarte de lo que te aconsejaban los letrados de lo contrario estabas perdido y aun así, la cosa no estaba nada clara y todo podía suceder. La mala suerte nos acompañaba y por más que quisieras evitarlo, la situación que vivíamos te consumía las veinticuatro horas de cada jornada, no había un momento de respiro en el que pudieras desconectar.

El campo estaba sembrado de minas y en cada recodo estas podían estallar, había que ser prudente y contenido en el proceder pues lo que te pedía el cuerpo podía acelerar el desenlace final: la especulación de bienes estaba sobre la mesa, un escaparate de ofertas era recibido a diario aun así, estas no fructificaban y los medios para mitigar el desastre escaseaban.

Acudir a la trinchera cada día requería un mayor esfuerzo, no físico sino mental, la derrota se veía en las caras de los escasos soldados que aun aguantaban la línea de defensa cada vez más inestable; actuar  de portavoz de noticias casi nunca buenas y por lo tanto mal aceptadas, se había convertido en una costumbre en los últimos tiempos, hacerlo implicaba grandes dosis de ansiedad la cual se prolongaba más allá del propio campo de batalla.

La tensión se palpaba en cada gesto, ningún acto estaba libre de ella y eso crispaba  unos nervios ya de por si bastante afectados; en cualquier momento la bomba orgánica podía dejar de funcionar dejando ya sin energía vital aquel maltrecho cuerpo. Inmersos en una situación complicada derivada por las circunstancias que los envolvían, nadie veía una salida aceptable de aquel fuego cruzado, antes o después y para eso no faltaba mucho, empezarían a caer derrotados.

Con los brazos casi caídos deambulaban por los despachos que un día los vieron triunfar, el color gris del entorno era un reflejo de sus almas perdidas que a duras penas acababan cada jornada; los conflictos saltaban a cada momento y el ambiente se había vuelto insostenible entre una tropa desmotivada y pesimista. Sin el control ya en sus manos, otros decidían el ritmo de los acontecimientos y estos no pintaban nada bien; próximos a un final esperado la anarquía estaba instalándose en aquel reducto que a duras penas consumía sus últimas gotas de  esperanza.

Y como no hay dos sin tres, un descalabro más venía a unirse al estado de caos en el que se había convertido su día a día; los conflictos personales se incrementaban al tiempo que los escasos restos de salud escapaban a marchas forzadas, todo era oscuro en un horizonte próximo y más allá de este la incertidumbre se instalaba con fuertes raíces. Nada parecía estar a salvo y en ese magma de angustia existencial, había que levantar la cabeza y seguir avanzando, había que sacar pecho y restar importancia a los acontecimientos ante las miradas ajenas; uno estaba harto de fingir una falsa realidad.


El puño de la angustia iba cerrándose en torno a vísceras y  esperanzas, con su garra truncaba anhelos y proyectos ficticios que nunca verían la luz, sin dar un momento de respiro su presión creciente rasgaba un ánimo ya de por sí muy tocado y con la amenaza de un debacle próximo siempre en la cabeza, salir de casa requería ímprobos esfuerzos. El final estaba a la vuelta de la esquina, sus consecuencias se prolongarían mucho más allá del propio fin y nadie tenía claro cuando se llegaría al verdadero punto y final; tras este la cuenta se pondría a cero y todo volvería a empezar con nuevos ánimos, nuevas esperanzas, nuevos retos y mucha ilusión. Como suele decirse no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista así pues el tiempo marcará su ley y pondrá a cada uno en su sitio.

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