Uno vive su vida, a veces mal gestionada, haciendo planes
convencido de que nunca llegará a llevarlos a cabo; uno piensa, elucubra y
sueña con hechos de muy difícil realización dado que los sueños son solo sueños
y tan solo quedan atrapados entre las redes de nuestra materia gris. No por
irrealizables dejan de estar presentes en nuestro día a día, no por inviables
uno deja de desearlos, no por imposibles o al menos poco probables se siguen
repitiendo una y otra vez.
Sin ir más lejos esta semana oí que en uno de los muchos
sorteos con los que nos seducen cada semana había un bote de 45 millones ¿Quién
no ha soñado alguna vez con que le toca la lotería? ¿Quién no ha hecho planes
con el ficticio dinero obtenido por el premio? La respuesta más socorrida y
repetida por las gentes es “yo pagaría lo que debo” y a la pregunta ¿y con el
resto? Por desgracia a día de hoy y tal como está el país la respuesta de
muchos sería “el resto… que esperen”.
La sensación de descubrir que uno está en posesión de la
combinación ganadora de uno u otro sorteo debe ser aturdidora, de golpe uno
puede cambiar su status sin haber movido un dedo; una vez asimilado el pellizco
del 20% que se lleva el fisco hay que empezar a gestionar los emolumentos
obtenidos y ahí hay que hilar fino si no queremos ver evaporarse en unos pocos
años todo lo conseguido de la diosa fortuna pues si difícil es que toque,
prácticamente imposible es volver a repetir esas dádivas.
Hay que establecer prioridades manteniendo siempre una visión
global del premio y nuestras circunstancias, primero lo inaplazable pero sin
ser excesivamente desprendido o generoso, tan solo damos lo exigido por
nuestros compromisos legales o amistosos. Una vez solventada la parte acreedora
y siempre que haya quedado remanente en el bote, podemos empezar a gestionar
proyectos aparcados pero siempre teniendo los pies en el suelo, no se aceptan
amigos nuevos ni gente bienintencionada de reciente aparición, hay que mantener
un núcleo de gestión extremadamente reducido.
Arriesgarse con el mercado de valores tal y como está el
patio se me antoja un despropósito, los plazos fijos y otros productos
financieros a día de hoy son penosos y uno tiene la sensación cuando se los
ofrecen de que le están tomando el pelo, porcentajes irrisorios cuando por un escaso
descubierto te han estado cobrando comisiones desorbitadas a veces tan elevadas
como el propio descubierto. La desgracia de tener que guardar el dinero en los
bancos te obliga a valorar las opciones menos malas y en ocasiones es difícil
encontrarlas por tanto te ves peregrinando por diferentes entidades financieras
para recibir sus ofertas y demás parabienes.
El mercado inmobiliario es una opción interesante, hoy la
oferta es amplísima y se pueden encontrar buenas operaciones las cuales, yendo
con el dinero por delante, aún pueden ser mejoradas. Valorados y elegidos
nuestros proyectos a desarrollar los puede haber de dos tipos ambos igual de
válidos, por un lado lo que podríamos llamar lúdicos-vitales entre los cuales
incluiríamos una nueva vivienda, el cambio de vehículo o el viaje soñado; por
otro lado estarían los profesionales o de futuro entre los que estarían crear o
mejorar nuestro negocio, estudiar en el extranjero, etcétera…
Así pues uno no debe
perder la cabeza ante tal regalo de los dioses, en ese caso de la diosa
fortuna, con la cabeza fría debe planificar su estrategia pues de un buen
planteamiento dependerá que ese dinero recibido colme nuestras aspiraciones sin
riesgo a que se volatilice de un día para otro; generar un pequeño patrimonio
que de buenos dividendos puede hacer que nuestras inversiones crezcan y se
consoliden y recordar siempre el viejo refrán de “En el pagar no seas diligente que te puedes morir de repente”.
Una cabeza bien amueblada se hace fundamental a la hora de
gestionar los dineros obtenidos por el azar, la coherencia y el sentido común
deben prevalecer; recientemente conocí la historia de dos amigos agraciados con
uno de esos premios, no muy elevado pero si lo suficiente para tener una vida
desahogada. Uno de ellos compró una vivienda, mejoró su negocio y conservó un
buen pellizco como colchón de seguridad. El otro en cambio vivió la vida;
siempre rodeado de una corte de amistades de reciente aparición, flanqueado en
todo momento por esculturales pivones de pasarela y enganchado a múltiples
vicios de elevado coste, acabó en un visto y no visto con lo obtenido
terminando sus días en las vías de un tren.
Suele decirse que el dinero no da la felicidad y es curioso
que dicha aseveración suela salir normalmente de los labios de quien no lo
necesita o de quien tiene tanto que ya no sabe en que gastarlo; una aceptable
cantidad de dinero bien administrada es el mejor antídoto para las depresiones,
ayuda a mitigar las crisis de ansiedad y en muchas ocasiones evita rupturas
familiares aunque soy de la opinión de que una familia sujeta con alfileres en
torno a la plata de uno de sus miembros, tiene poco futuro y antes o después
explotará. Así pues seguiremos soñando con esas dádivas inesperadas,
improbables y salvadoras de nuestras miserias cotidianas no olvidando nunca que
el que juega por necesidad, pierde por obligación.
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