No era hombre de suerte, ya de pequeño tenía tendencia a
caerse ante cualquier imprevisto, su rodillas eran un mar de moratones con
todos los colores del arco iris en función de su momento de evolución; flexible
como un junco e igual de frágil en todas sus cosas, era blanco de contratiempos y despropósitos
de lo más variado. Le llamaban Caída Libre y su nombre hacía honor a su
trayectoria vital en continuo descenso.
Acostumbrado a los problemas y la mala suerte, había sabido
crear una coraza en torno a él que a la vez lo protegía y aislaba de su
entorno; en su obsesión por autoprotegerse había aprendido a negarse los
sentimientos más básicos por miedo a que a través de estos, algo o alguien lo hiriera. Caída Libre era frío y
distante o al menos intentaba serlo ante la gente, era desconfiado rozando en
ocasiones la mala educación en sus tratos por lo cual no era de compañía
apreciada, cosa que en el fondo él agradecía pues le permitía evadirse sin
tener que dar explicaciones.
La mente de Caída Libre últimamente flotaba en una nebulosa
de sensaciones hasta ahora desconocidas
para él, cada mañana despertaba con la piel cubierta por una fina capa de sudor
muestra inequívoca de un sueño inquieto y perturbado; su estómago vibraba sometido
al aleteo de cientos de mariposas creándole un cosquilleo difícil de explicar.
Caída Libre había conocido a una chica morena de ojos castaños y eso era nuevo
para él.
Su imagen era la última que veía al cerrar los ojos por las
noches, su sonrisa lo primero al abrirlos por las mañanas, aquella chica había
perturbado la plácida aunque monótona vida de Caída Libre pero a él parecía no
importarle, estaba enamorado. Se llamaba Margarita, nombre de primavera, y aun
no siendo muy agraciada tenía un punto atractivo que a él lo volvía loco.
Margarita ya había tenido varios novios para su corta edad
por lo que se desenvolvía bien en los lances amorosos, conocía el
protocolo y sabía marcar los tiempos,
era un zorrón con cara de ángel y Caída Libre era su nueva víctima. Él la
idolatraba, para él aquello era todo nuevo y le gustaba sentirse querido o al
menos pensar que lo era; siempre tenía un detalle para ella, le gustaba
sorprenderla.
A los pocos meses había acabado con sus ahorros intentando
llevar un ritmo de vida que no podía permitirse pero todo era poco para su
adorada Margarita, Caída Libre estaba en las últimas y ya no conciliaba el
sueño, sus amaneceres ya no eran idílicos ni la sonrisa de su amada la primera imagen del día; su vida se había
complicado y no sabía que rumbo tomar.
Discutían a menudo y en más de una ocasión ella lo dejó
plantado, no respondía a sus llamadas y los feos cada vez eran más frecuentes;
Caída Libre estaba amargado, lo había dado todo por ella y cada vez Margarita
estaba más distante. Para ella el limón ya estaba exprimido y era hora de
buscar más fruta en otros campos, el protocolo marcaba la hora de la despedida
para dejar paso al shock y más tarde al duelo de su última víctima.
La aceptación tendría que llegar antes o después aunque para
Caída Libre no iba a ser fácil, su coraza de aislamiento se había agrietado el
día que la conoció y ahora el rencor y un sentimiento de burla iba creciendo
dentro de él al tiempo que en su rostro se instalaba un rictus de odio. Él
despechado no vivía, no dormía, no comía, ya no era él… El día del adiós quedó
perplejo, no daba crédito a las palabras que salían de la boca de Margarita y
ella se marchó dándole la espalda.
Caída Libre no salía de su habitación, tumbado en la cama
lloraba su suerte prometiéndose a partir de aquel día odiar a las mujeres, su
primera y última experiencia con el sexo opuesto le marcaría para el resto de
sus días y sin saberlo, un monstruo empezó a crecer dentro de él. Semanas más
tarde ojeando libros y revistas en una librería de viejo, un artículo sobre
Jack el destripador quedó a la vista
sobre una mesa y algo en él llamó su atención.
Caída Libre profundizó en el tema llegando a empatizar con el
tenebroso personaje, no importaban los motivos por los que en su día hiciera lo
que hizo, lo importante fue que se atrevió a hacerlo sin importarle las
consecuencias, creando el pánico en las calles de Londres del siglo XIX. Caída
Libre era un romántico y vio en el personaje un acto de poesía con cada uno de
sus crímenes, para Caída Jack llegó a convertirse en su héroe.
Unos meses más tarde los medios de comunicación se hacían eco
de una serie de muertes en extrañas circunstancias y sin un móvil claro; las
víctimas guardaban un mismo patrón, chicas jóvenes, morenas y con ojos
castaños.
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