miércoles, 17 de agosto de 2016

UN ALIEN EN EL VIENTRE

La semilla del mal iba creciendo en su interior sin dar manifestaciones claras, en los últimos tiempos no se encontraba bien sin saber a que atribuirlo y eso lo tenía preocupado; él hablaba del síndrome de ocupación pues tenía la impresión de que algo estaba creciendo en su interior por lo que se presentaba un conflicto de espacios ente “eso” y sus tripas. Su abdomen estaba dilatado y en ocasiones vibraba tensando sus músculos de manera asimétrica, con cada espasmo se deformaba aquella pancha redonda ganada con los años, con cada contracción muscular su respiración frenaba en seco yéndosele la vida.

Tumbado veía moverse aquella pancha que parecía estar a punto de estallar, los bultos e irregularidades debido a las anárquicas contracciones daban un aspecto grotesco a la redondez de antaño; en ocasiones llegaba a ponerse dura como una piedra, sus rectos del abdomen se tensaban como cuerdas de una guitarra orgánica echada a perder, por su parte los oblicuos tiraban desde sus inserciones de manera descoordinada desdibujando el perímetro de aquella malograda barriga. El mal de pancha cuya etiología no alcanzaba a vislumbrar se estaba cebando con él y no auguraba un buen pronóstico, estaba muy preocupado.

Estaba claro que algo no iba bien, tenía la impresión de que algo o alguien anidaba en su interior nutriéndose de sus fluidos, creciendo a costa de su maltrecho organismo y sin poder hacer nada para defenderse. En el silencio de la noche oía un murmullo de origen oscuro saliendo de sus entrañas, un continuo chupeteo con el que iba succionando sus humores secando cada rincón de su interior; era como un batido de chocolate con alguien al otro extremo de la pajita tirando de él.


Aquella sensación le acompañaba las veinticuatro horas del día minando su ánimo y llenándolo de incertidumbre, aquella malsana simbiosis le había cambiado el carácter teniendo los nervios a flor de piel prácticamente durante todas sus jornadas por lo que ante mínimos contratiempos, saltaba como una fiera enjaulada. El run run le seguía a todas partes habiéndose convertido en el centro de su vida pues todo giraba en torno a él, nada podía hacer olvidarlo pues él se encargaba de recordar su presencia con frecuentes y violentos espasmos.

Las noches eran su campo de batalla abonado al insomnio y el sufrimiento, en ellas no había  un momento de sosiego y ya no recordaba su último sueño reparador; sacudido por andanadas de convulsiones como si estuviera conectado a una línea de alta tensión, pasaba las horas esperando un nuevo amanecer. Por las mañanas vestirse suponía entrar en batalla con las fuerzas del mal que, desde su interior, ofrecían una resistencia sobrenatural difícil de vencer.


Así era su día a día desde hacía meses, la lentitud y burocracia sanitaria le hacían no encontrar el momento para hacerse pruebas que dieran luz a su lamentable estado, sabía que cuando lo hiciera daría comienzo el principio del fin y mientras ese momento llegaba él intentaba sobrevivir día a día sin plantearse un más allá pues nunca sabía cuando le llegaría esa última convulsión con la cual todo acabaría.

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