La semilla del mal iba creciendo en su interior sin dar
manifestaciones claras, en los últimos tiempos no se encontraba bien sin saber
a que atribuirlo y eso lo tenía preocupado; él hablaba del síndrome de
ocupación pues tenía la impresión de que algo estaba creciendo en su interior
por lo que se presentaba un conflicto de espacios ente “eso” y sus tripas. Su
abdomen estaba dilatado y en ocasiones vibraba tensando sus músculos de manera
asimétrica, con cada espasmo se deformaba aquella pancha redonda ganada con los
años, con cada contracción muscular su respiración frenaba en seco yéndosele la
vida.
Tumbado veía moverse aquella pancha que parecía estar a punto
de estallar, los bultos e irregularidades debido a las anárquicas contracciones
daban un aspecto grotesco a la redondez de antaño; en ocasiones llegaba a
ponerse dura como una piedra, sus rectos del abdomen se tensaban como cuerdas
de una guitarra orgánica echada a perder, por su parte los oblicuos tiraban
desde sus inserciones de manera descoordinada desdibujando el perímetro de
aquella malograda barriga. El mal de pancha cuya etiología no alcanzaba a
vislumbrar se estaba cebando con él y no auguraba un buen pronóstico, estaba muy
preocupado.
Estaba claro que algo no iba bien, tenía la impresión de que
algo o alguien anidaba en su interior nutriéndose de sus fluidos, creciendo a
costa de su maltrecho organismo y sin poder hacer nada para defenderse. En el
silencio de la noche oía un murmullo de origen oscuro saliendo de sus entrañas,
un continuo chupeteo con el que iba succionando sus humores secando cada rincón
de su interior; era como un batido de chocolate con alguien al otro extremo de
la pajita tirando de él.
Aquella sensación le acompañaba las veinticuatro horas del
día minando su ánimo y llenándolo de incertidumbre, aquella malsana simbiosis
le había cambiado el carácter teniendo los nervios a flor de piel prácticamente
durante todas sus jornadas por lo que ante mínimos contratiempos, saltaba como
una fiera enjaulada. El run run le seguía a todas partes habiéndose convertido
en el centro de su vida pues todo giraba en torno a él, nada podía hacer
olvidarlo pues él se encargaba de recordar su presencia con frecuentes y
violentos espasmos.
Las noches eran su campo de batalla abonado al insomnio y el
sufrimiento, en ellas no había un
momento de sosiego y ya no recordaba su último sueño reparador; sacudido por
andanadas de convulsiones como si estuviera conectado a una línea de alta
tensión, pasaba las horas esperando un nuevo amanecer. Por las mañanas vestirse
suponía entrar en batalla con las fuerzas del mal que, desde su interior,
ofrecían una resistencia sobrenatural difícil de vencer.
Así era su día a día desde hacía meses, la lentitud y
burocracia sanitaria le hacían no encontrar el momento para hacerse pruebas que
dieran luz a su lamentable estado, sabía que cuando lo hiciera daría comienzo
el principio del fin y mientras ese momento llegaba él intentaba sobrevivir día
a día sin plantearse un más allá pues nunca sabía cuando le llegaría esa última
convulsión con la cual todo acabaría.
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