Las cosas le iban bien, tenía una vida acomodada y podía
permitirse algún capricho de tanto en tanto; sus ingresos estaban por encima de
la media y no era derrochón, siempre guardaba con la idea de hacerse un
apartadito para el día de mañana, no creía en los planes de pensiones pues los
consideraba un camelo de la administración, estos el día que eran rescatados
después de toda una vida ahorrando, se veían mermados de forma considerable por
el fisco patrio y por tanto parte del esfuerzo se esfumaba en un visto y no
visto.
No tenía deudas personales, sus propiedades estaban pagadas y
bien pagadas por tanto su faceta económica estaba tranquila y asegurada no
esperando cambio alguno en la misma. El verano lo pasaba junto al mar en un
pequeño pueblo costero, llevaba haciéndolo muchos años y aquel rincón del
Mediterráneo le daba vida, era su bálsamo espiritual. Con la llegada del otoño
se trasladaba a la ciudad y en ella deambulaba sin un destino concreto bajo un
ambiente gris y anodino.
Tenía sus burbujas de sol, estas iban más allá de los
caprichos del astro rey pues en ellas saltaba a otra dimensión; cuando entraba
en una de estas burbujas todo quedaba atrás y por un espacio de tiempo variable
su alma y su mente desconectaban del entorno que le rodeaba a diario. Estas
cápsulas de sosiego temporal tenían sus momentos y en ellos nada podía
afectarle pues quedaba distante a su vida terrenal.
Su vida plácida se estaba viendo convulsionada en los últimos
tiempos y ya no sabía cómo encajar los golpes que le iban llegando; su
capacidad de respuesta era muy limitada ante los acontecimientos que se estaban
desarrollando en torno a él. Siempre
odió el teléfono, comunicarse con esos aparatos nunca fue de su agrado y
su uso estaba restringido a la pura necesidad en momentos muy concretos,
últimamente no dejaba de sonar y eso lo tenía crispado.
Todo se había ido de las manos y se carecía de tapones para
tapar tanto agujero, el suelo se tambaleaba y su pequeño reino se veía
amenazado con irse a pique sin nada que pudiera evitarlo; cada jornada era una
etapa de montaña en la cual las fuerzas se perdían en un infructuoso pedaleo,
la meta cada vez estaba más lejos como si jugara con él al gato y al ratón.
Un año nefasto quedaba atrás y con él las conjuras gestadas
en los últimos tiempos se acrecentaban, el motín estaba a punto de estallar
entre una tripulación mal avenida que ya no guardaba las formas, los
desencuentros eran manifiestos y nadie los ignoraba. Aquel pequeño ejército se
había dividido en dos centurias que de sobrevivir a los acontecimientos,
acabarían enfrentándose en un futuro no muy lejano, el campo de batalla sería
el mismo pero las posiciones muy distintas y el resultado del choque incierto.
Y mientras todo ocurría las miserias más íntimas eran
aireadas sin ningún pudor siendo expuestas a la vista de cualquiera, las
interpretaciones podían ser de lo más variado a la vista de unos datos no
exentos de errores; era lo que les estaba tocando vivir con los últimos
coletazos del año. Las miserias y la mala gestión de sus vidas se estaban
cebando con unos cuerpos que deambulaban ya sin rumbo, siendo agitados por el
capricho de los acontecimientos.
Pronto los tiburones se lanzarían a por ellos buscando su
sangre, lucharían por sus despojos aun a sabiendas de que con ellos no
saciarían su apetito pues estos siempre querrían más de lo que en su día les
dieron. Sin defensas ni salvavidas a los que poder asirse, el grupo vería
desaparecer ante sus ojos todo lo conseguido en una vida; sin fuerzas ya para
recuperarse del golpe, este acabaría con sus existencias.
Aquel hombre de vida regalada que creía tener controlados
todos sus asuntos, estaba a punto de perderlo todo por un cúmulo de sinsentidos
mal gestionados; la incompentencia demostrada de unos y consentida por otros le
había llevado al caos en un momento de su vida crítico y delicado por otras
circunstancias inherentes a su existencia. Ya no habría posibilidades de
remontar, ya nada volvería a ser igual y un futuro incierto se abriría ante él.
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