sábado, 30 de abril de 2016

HUEVOS RASGADOS

Aquella mañana dio comienzo el principio de su fin; lo vestían como cada día o al menos lo intentaban, entre giros, tirones y más giros. Las ropas se resistían a cubrir su piel y en su empeño por cubrirla, los calores y congestión hacían acto de presencia, era la lucha de cada mañana en la cual él salía de la cama ya derrotado. Con frecuencia había que higienizar alguna zona eliminando de ella restos dérmicos o elementos sintéticos derivados de los múltiples apósitos que con frecuencia solía utilizar en defensa de su malograda e infame piel.

Esa mañana tras el higiénico frote, la fina piel de su escroto se abrió como fruta madura vertiéndose un manantial sanguinolento que no había forma de frenar, toda el área genital mostraba signos de alarma tras la eclosión de aquel fluido orgánico tan escandaloso como abundante. Todo quedó de un rojo intenso en décimas de segundos y por un momento pensó que la vida se le iba por los huevos, aquellos huevos rasgados que en su día fueron reservorio de su vigor y su hombría.


Aquel hombre era un compendio de mala suerte y como la miel a las abejas, su cuerpo atraía todo tipo de trastornos orgánicos los cuales poco a poco iban mermando su salud; era de poco resistir o quizás estaba ya cansado de sufrir contratiempos y ya no les hacía frente, su vida en los últimos años había sido una cascada de ellos y sus umbrales de aguante estaban bajo mínimos. Ese día su hemorragia testicular venía a añadirse a la batería de males que acuciaban su precaria anatomía y él estaba harto de tantos sinsabores.

Echaba la vista atrás y no encontraba un momento bueno en las últimas décadas, las sombras eclipsaban las escasas luces de su existencia convirtiendo su recorrido vital en un mar de tinieblas y eso había dejado impronta en su ánimo y carácter. Con las turmas abiertas aquella mañana había completado el ciclo de desgracias de un verano que acababa con más pena que gloria, era el bagaje que se llevaba a la ciudad: culo pelado, huevos abiertos, cara encendida y la fatiga instalada en su pecho ¿Qué más podía pasarle? ¿Aires fétidos? ¿Flemas pútridas?... y como no hay dos sin tres, jugaba a la lotería pero nunca le tocaba.


Sufrir lesión en tan delicado lugar se le antojaba signo de mal augurio, era por así decirlo, el colofón de la mala suerte, el epílogo del deterioro humano, el sin sentido del mal de males; acobardado, hundido en la miseria emocional, veía como lo poco que hasta ahora había permanecido indemne se pudría ante sus ojos sin poder evitarlo, sin poder protegerlo, sin poder conservarlo. La imagen de la necrosis se instaló en su cabeza, unos huevos azulados que poco a poco ennegrecían hasta desprenderse de su zona noble se convirtieron en foto fija en sus retinas, un escalofrío de pánico y desesperación anidó en su espíritu.

Resignado a tan estimada pérdida, sucumbió a los avernos de una vida abocada a la catástrofe existencial, la última rendija de luz empezaba a cerrarse y con ella toda chispa de energía se extinguía sin poder hacer nada para evitarlo; nació marcado por el destino el cual había jugado con sus días y sus noches, un juego macabro del que nunca tuvo escapatoria y que poco a poco había ido consumiendo su saldo vital en una partida perdida de antemano. Solo le quedaba esperar el final y presentarse ante su hacedor en una última entrevista pero hacerlo con los huevos rasgados se le antojaba un tanto humillante, indecoroso y falto de estilo.



Decidió dejarse llevar sin oponer resistencia, dejarse envolver por las brumas del ocaso de una vida mal gestionada y enfrentarse a lo desconocido sin esperar nada pues nada había hecho para esperar algo que de haberlo a buen seguro no sería bueno; cerró los ojos y dejó escapar el escaso torrente vital que aún le quedaba al tiempo que su luz fue mermando hasta desaparecer. Todo se llenó de oscuridad y en ella todo dejó de existir.

sábado, 23 de abril de 2016

LA VIDA EN LA ISLA

Con las primeras luces de la mañana abrió los ojos tras una noche plácida, una más en los lejanos Mares de Sur; tumbado sobre la cama y con la vista fija en el gran ventilador del techo de su bungalow, hacía un repaso a su vida en la isla. Hacía seis meses que lo había dejado todo en la vieja Europa trasladándose a un pequeño paraíso perdido en medio del océano Pacífico y no le iba mal, estaba satisfecho por la decisión tomada a pesar de lo mucho que dejó atrás. Había llegado a la zona dispuesto a comenzar de cero, lo consideraba su renacimiento particular, y hasta la fecha las cosas le rodaban bastante bien; tenía un techo donde vivir, había encontrado un trabajo en una de las pensiones de la isla y disponía del suficiente tiempo libre para disfrutar de aquel edén, no echaba nada de menos salvo a la familia y a un par de amistades.

Aquel microcosmos en el que vivía era autosuficiente no obstante también recibía suministros de las islas vecinas y por tanto antes o después encontrabas de casi todo, a pesar de ello en caso de necesidad siempre podías plantarte en la isla grande de Tahití en una escasa hora de avión. Mauiti era su isla, una de las pocas salvadas del turismo masivo gracias a la oposición de sus pobladores cuyas autoridades se preocuparon de preservar la esencia de la isla, la masiva explotación hotelera allí no existía y eso había permitido conservar el litoral de su geografía inalterado. A Maupiti se la consideraba la hermana pequeña de Bora Bora de la que apenas la separaban cuarenta kilómetros y estaba formada por una isla central de origen volcánico que emergía sobre una laguna de aguas turquesas poco profundas, rodeada por un anillo constituido por cinco motus o islotes y una barrera de coral entre ellos.


Su imagen era un fiel reflejo del paraíso soñado por muchos y él tenía la suerte de haber podido llegar e instalarse allí; un único punto permitía el acceso a la laguna y por ende a la isla central, éste llamado paso de Onoiau era un estrecho canal que zigzagueaba entre los motus Pitiahe y Tiapaa, el cual en los días de temporal se volvía infranqueable impidiendo la entrada a la isla o evitando poder abandonarla, esta situación incómoda en la práctica le daba no obstante un toque aventurero al islote. La vida en Maupiti era tranquila, él se encargaba del mantenimiento en la pensión Espace situada en la parte suroeste de la isla central, hacía un poco de todo y a cambio de un módico salario, disponía también de una estancia donde vivir en las proximidades del complejo residencial; las  pensiones eran el tipo de establecimientos  de hostelería que regían en la isla, Maupiti no tenía hoteles como tal y estos pequeños complejos repartidos por la isla y los motus, daban servicio a los turistas que se acercaban a sus playas.


La media docena de bungalows con que contaba la pensión, estaban distribuidos a lo largo de una franja costera de unos cuatrocientos metros, mimetizados entre el palmeral conservaban la intimidad que el visitante venía buscando en un entorno típicamente polinesio. Solo el rumor del mar y la brisa entre las palmas rompían el silencio en aquel rincón del paraíso donde nada alteraba la tranquilidad de sus pobladores; el núcleo urbano principal de Maupiti era Vaiea en la costa oriental de la isla central, ésta junto con Petei y Farauro, dos núcleos contiguos más pequeños, formaban una gran aldea en la cual se concentraban la mayoría de los mil doscientos habitantes de la isla. Allí se podían encontrar los servicios propios de una comunidad pero sin alardes excesivos pues su número, acorde al tamaño del islote, era reducido y así por ejemplo tan solo había un restaurante, escasez que era compensada por las cocinas de las distintas pensiones muchas de las cuales estaban abiertas al público no residente en ellas.


Vaiea era una población pintoresca como todo en Maupiti, sus edificaciones de no más de dos alturas se alineaban a lo largo de una avenida siguiendo los contornos de la costa; era por así decirlo la capital de la isla y en ella junto a su centro administrativo se concentraban la mayor parte de los negocios, allí estaba la lonja de pescado y el pequeño puerto al que dos veces por semana arribaba el Maupiti Express, un rápido transbordador que hacía la ruta entre Bora Bora y Maupiti en un par de horas. Por la parte del mar Vaiea se abría a un paseo marítimo que se extendía desde el muelle hasta la única escuela existente en la isla, viniendo a morir en playas de arenas blancas antes de llegar a la laguna; en los atardeceres maupitianos aquel lugar era una zona de encuentro y esparcimiento para los pobladores de la aldea los cuales veían caer  al sol antes de retirarse a sus moradas.


Él se había adaptado muy bien en el poco tiempo que llevaba en la isla, se desenvolvía en la pensión como si siempre hubiera estado en el ramo de la hostelería, igual atendía el bar de la playa que ayudaba en las cocinas, recibía a los huéspedes y los guiaba por la isla que hacía de animador en los eventos que organizaban en el complejo, manejaba las lanchas motoras que se encargaba de las chapuzas de mantenimiento, era un hombre para todo y eso gustaba en Espace. Sus jornadas laborales no tenían horarios, vivir en los propios dominios de la pensión las hacía extenderse más allá de los límites acordados pero no le importaba, estaba a gusto con lo que hacía y cada día era un nuevo reto.

A unos centenares de metros siguiendo la costa en dirección norte desde la pensión, llegabas a playa Tereia considerada una de las más bonitas de la Polinesia; formando como un espolón en el contorno de la isla esta franja de arena rosada y blanca se adentraba en la laguna hasta perderse en sus aguas turquesas, en el pasado las autoridades se opusieron a la construcción del típico complejo hotelero con piscinas en la playa, bungalows overwater, etc… con lo que el entorno había permanecido inalterado y salvaje hasta nuestros días conservando toda su belleza natural. En ese punto la laguna era poco profunda y con la marea baja se podía cruzar al motu Auira, el más grande de Maupiti, por el “Paso de los Tiburones bebés”, todo el trayecto de poco más de media hora se hacía con el agua a la altura de la cintura, uno de los atractivos del paseo incluido en las actividades propuestas por la pensión, era el poder ir viendo los puntos negros de las aletas dorsales de los pequeños tiburones de arrecife a no mucha distancia.


En Espace también organizaban tours en bicicleta alrededor de la isla para sus huéspedes, él hacía de guía ocasional llevando al grupo por los puntos más interesantes de la isla y explicando un anecdotario aprendido en los pocos meses que allí llevaba; prácticamente el recorrido transcurría por la única carretera de Maupiti, esta era más bien un camino de unos once kilómetros casi todos bastante llanos salvo un pequeño puerto situado entre playa Tereia y la costa sur, por el cual en poco más de una hora podías rodear toda la isla en un entorno de película, la laguna y sus motus a un lado limitando a la isla del vasto océano y las cumbres escarpadas del monte Teurafaatiu con 380 metros de altura al otro. A lo largo del recorrido se cruzaban multitud de plantaciones de sandías, principal cultivo de la isla en el que trabajaba la mayoría de la población de Maupiti siendo proveedor del resto de las islas de la Sociedad, grandes cargamentos de estos frutos salían por vía aérea y marítima en épocas de cosecha.

La pensión Espace contaba con una embarcación de doce metros de eslora y amplia bañera con la que recogía a sus huéspedes en el aeropuerto situado en el arrecife del motu Tuanai, también trasladaba a los mismos en sus visitas a los otros motus destacando la excursión a las plantaciones exclusivas de Tiare Hina, una variedad de gardenia única en el mundo que solo se criaba allí, en el motu Pitihanei; los paseos por la laguna así como las excursiones de snorkeling al borde del arrecife para sumergirse en sus fantásticos fondos marinos, donde no era raro tropezarse con elegantes mantas grises o las majestuosas rayas manta, eran otra de sus actividades en la cual los amantes del buceo grababan en sus retinas imágenes inolvidables.


La historia de Maupiti también tenía lugar en la relación de actividades culturales que ofrecía Espace, visitar el Marae Vaiahu era una de ellas; este era un lugar de culto en donde los jefes tribales de Bora Bora se juntaban con los jefes locales en las ceremonias de nominación, los restos de este templo eran venerados por los nativos en cuyo altar sus ancestros bendecían a las flotillas pesqueras antes de que estas se hicieran a la mar. Un pequeño museo en Vaiea también era de vistita obligada, en él podían conocerse las costumbres y los ritos maupitianos a través de una exposición de enseres y fotografías de la isla y sus gentes; en una tienda anexa al museo el visitante podía adquirir pequeños tótems tallados en madera o ídolos labrados en piedra así como una gran variedad de productos artesanales típicos de Polinesia entre los que destacaban los elegantes sombreros de palma trenzada o los famosos pareos.


La vida en la isla era apacible, allí encontró el sosiego que durante años estuvo buscando lejos del caos urbano de las grandes ciudades, ajeno a las continuas llamadas telefónicas y libre del lastre tecnológico al que la vida moderna te esclaviza aun sin quererlo, allí se había reencontrado con la esencia del ser humano entre gentes sencillas que vivían sus vidas de forma natural sin las prisas impuestas por la metrópoli; vivía haciendo felices a las gentes que semana tras semana arribaban por mar o por aire dispuestos a pasar unos días inolvidables, ayudarles a conseguirlo era su cometido junto con el resto del personal de la pensión.

sábado, 16 de abril de 2016

OTRA NOCHE MÁS

Una mañana de sábado cualquiera tras otra noche de insomnio, me hallaba clavado delante del teclado de mi ordenador, en la pantalla parpadeaban los gráficos del ecualizador de un programa multimedia siguiendo el compás del canto gregoriano que lastimosamente escapaba de los altavoces, mientras tanto mi cuerpo seguía rendido, roto y agotado. Con la cabeza cacha, los ojos cerrados y los brazos cruzados delante del cuerpo intentaba robar unos instantes al mundo de las sombras; las noches se hacían eternas y en ellas se podían vivir mil vidas, recordar mil instantes, padecer mil desgracias…

No obstante y a pesar del quebranto orgánico que me atenazaba, mis manos buscaban las blancas hileras de teclas alineadas en formación frente a mí, en un intento por plasmar  mis fugaces destellos neuronales para así convertirlos en palabras coherentes con un cierto sentido. Probablemente el resultado final sería un texto inacabado más que añadir a mi carpeta de relatos perdida entre los miles de archivos virtuales que llenaban el disco duro de mi ordenador.

La mañana parecía clara, el sol aun no entraba por la ventana pero el ruido del tráfico ya se hacía notar, eché un vistazo a la calle y nada especial, la imagen cotidiana de un día tras otro; un par de motos aparcadas frente a la tienda del barrio,  supermercado y tienda multiusos al que acudíamos los vecinos de la zona a llenar nuestras despensas, un ciclista circulando a demasiada velocidad por el carril bici, una mujer de mediana edad entrada en carnes hablando por teléfono en la cabina y poco más.

Seguía inclinado y con los ojos cerrados incorporándome tan solo de forma cansina y breve para ir escribiendo las palabras que estás leyendo mientras el coro de monjes que me acompañaba vocalizaba sus últimas plegarias creando un ambiente místico que me trasladaba a claustros solitarios y silenciosos de monasterios perdidos en la campiña. Y ahí estaba yo visualizando un sinfín de películas tras mis párpados caídos, imaginando lugares a los que escapar en donde todo fuera desconocido y nuevo, en donde cada detalle te sorprendiera con la inocencia de un niño.


Las punzadas de dolor me devolvían a la realidad, originadas en las múltiples contracturas de cuello y espalda, eran uno más de mis tormentos diarios con los que había aprendido a convivir no obstante, estos días algunas de ellas estaban en su punto álgido siendo un detonante más para mis noches de insomnio. Las malas posturas a lo largo de los años, los desequilibrios musculares y la falta de un ejercicio regular y adecuado eran algunos de los factores que habían llevado a deteriorar un envase en cuyo interior tan solo la actividad cerebral y un maltrecho latido cardíaco daban fe de mi existencia.

Aun así seguía sin cambiar de postura, escrutando mi mundo interior viajaba entre mis neuronas saltando de una historia a otra queriendo encontrar un punto de partida al que agarrarme para poder iniciar una nueva aventura literaria la cual, con mi precario verbo, no llegaría muy lejos, no obstante había que intentarlo. Palabras inconexas al principio, más coherentes y centradas después, irían llenando líneas y párrafos hasta cubrir el blanco lienzo virtual de mi pantalla de plasma.

 
Pierdo la noción del tiempo pues la situación se repite con frecuencia, los momentos vividos hace unas semanas volverán a ser vividos en las próximas, mismo lugar, misma postura, misma música y mismas elucubraciones pero con menos tiempo por delante pues este vuela y en su vuelo, se lleva parte de la esencia y la energía que nos mantiene aferrados a la vida. Una noche más nos abre la puerta a una nueva jornada, nuevas imágenes, nuevas ideas, nuevos relatos, todo ello llevado a cabo en un mismo lugar desde el cual en una postura viciada por los años, encadeno mis palabras en un intento por poner orden en mi cabeza sin conseguirlo.

Una vez leídas las páginas de una trama cualquiera uno quisiera cambiar las palabras, añadir unas nuevas, modificar una escena u organizar de nuevo todo el contenido pero las fuerzas han escapado y la intención también pues la mente ya está en otras cosas y nuevos proyectos rondan en la maraña gris del intelecto; cada día sale el sol y con él todo vuelve a empezar, se reinicia nuestro disco duro y todo se pone en funcionamiento, también la cabeza. En esos momentos matutinos, con los ojos cerrados y el cuerpo caído frente al ordenador, uno estruja sus neuronas en un amago por despertarlas y ponerlas en orden de revista, todo un ejército adormecido tras una noche de insomnio que al despertar nace derrotado, cansado, sin intención.


Y así pasan los días buscando una nueva idea que de luz al cuerpo de unas líneas en las cuales vocablos inconexos se entrelacen y vayan formando frases con vida propia que más tarde den sentido o no lo den, a la imagen abstracta que uno crea dentro de su cabeza y que como una madeja de hilo va deshilachándose a medida que tiramos de un extremo para ir plasmándolo sobre un papel real o virtual. Las noches de insomnio son una fuente de inspiración, en ellas hay tiempo para mucho aunque este es efímero y todo en él está sujeto con alfileres que con las primeras luces de un nuevo amanecer se sueltan perdiendo todo su contenido.


Nuevas ideas aun no gestadas surgirán y de ellas brotará un relato no planificado, efímero, descabellado e impropio, uno más con que llenar unas horas de las mañanas de sábado, relatos que algún día, próximo o lejano, subirán a la rampa de lanzamiento y se verterán de manera dubitativa en cualquier blog, quedando a la vista de una masa anodina cansada de recibir mensajes virtuales. El relato en cuestión dormirá a partir de ese momento el sueño virtual al que está condenado a pertenecer, allí junto a otros relatos permanecerán expuestos a las miradas anónimas de un público perdido en su propio aburrimiento social.

sábado, 9 de abril de 2016

LA CANSINEZ DEL CANSINO

Los hay que tienen la sangre de horchata, clara y poco fértil, y aun así  funcionan por la vida e incluso llegan a tener suerte en esta; son melones abiertos que con la primera rodaja ya averiguas su poca espenta y escasa valía, de normal flojos de espíritu. Apocados y sin iniciativa viven la vida de otros imitando sus quehaceres, sus posturas y estilos sin una personalidad propia, son espejos mediocres que intentan reflejar lo que ven en otros; se los define como copiamonas pues de copiar hacen su estilo de vida.

El copiamonas profesional no suele dar un palo al agua, espera a que otros lo den para intentar obtener algún beneficio, alguna vez les sale bien la jugada y recogen lo que no merecen, lo que no han ganado, el fruto del esfuerzo ajeno. Hay que estar en el sitio adecuado en el momento oportuno y el copiamonas profesional sabe hacerlo, de hecho pasa su vida agazapado esperando el momento de actuar; algunos tienen suerte y consiguen tener una vida regalada a costa de los otros los cuales consciente o inconscientemente les facilitan las cosas.

Hay copiamonas cansinos, su ritmo vital va a escasas revoluciones llegando con su lentitud en el proceder a exasperar a quienes les rodean, para ellos todo precisa de un tiempo prolongado de ejecución y al que los ve, le hacen hervir la sangre; son lentos hasta en el pensar por lo que tener una conversación con ellos adormece al más despierto de los mortales, reaccionan lento y cuando lo hacen suelen llegar tarde pero parece no importarles lo más mínimo demostrando una cansinez extrema.

Los sangre floja, como también se los conoce, no suelen rendir, no están capacitados para ello al llevar la impronta cansina grabada en su ADN, están entre nosotros porqué ha de haber de todo en esta jungla por la que deambulamos pero aportar lo que se dice aportar, aportan poco o nada pero muchas veces caen en gracia o son hijos de. Al cansino copiamonas de sangre floja se le reconoce con facilidad, suele tener un rostro amable de sonrisa fácil con la que cae bien en un primer momento, ahí te atrapa y te lleva al huerto.


Algunos copiamonas tienen un buen don de gentes y con él suelen introducirse en círculos abonados a la mentira y la confusión pues estos individuos consiguen confundir en un primer momento, otros en cambio son apocados y asustadizos, introvertidos e hipocondriacos, son la otra cara de la moneda del cansino genuino, ese que todos tenemos en mente, el cansino de postal. Esta bipolaridad de cansinos hace que un mismo estado adopte perfiles opuestos de aptitud aunque siempre conservarán un ritmo relentizado en todas sus actuaciones, signo inequívoco de un genoma cansino.

En cierta ocasión conocí a un cansino de pura cepa, era un cansino con pedegree, con denominación de origen; sus movimientos atortugados dejaban a las claras la poca chispa de aquel organismo, su escasa actividad cerebral era de dudosa productividad y lejos de querer aparentar lo que no era, se reafirmaba en su ineptitud para casi todo. Era un cansino modelo, de poco sentido común y afirmaciones peregrinas; con frecuencia se implicaba en las conversaciones para tan solo balbucear estupideces y tontunas que a nadie interesaban, lo consideraba su aportación particular al grupo.

Era natural de Dolores, población de nombre álgido y poco señorial, allí habían transcurrido sus poco más de cuatro décadas sin un oficio definido pues nada en él podía concretarse, había sido un poco de todo pero de nada mucho tiempo, era como un ave de corral que había pasado su vida picoteando aquí y allá sin detenerse en nada específico pues se le ignoraba valía alguna; su tiempo fue ocupado en actividades de poco exigir como paseador de perros, ciclo-repartidor, cruza-calles, pegador de cartelería urbana, técnico en buzoneo y así un largo etcétera de oficios de escasa relevancia.

Los cansinos como Onofre, que así se llamaba el espécimen, se eternizan en las relaciones interpersonales llegando a aturdir a la compañía; son como un chicle pegado en el zapato, pegajosos y difíciles de despegar aunque en algún momento nos hayan hecho pasar un buen rato. El cansino profesional busca la compañía aun notando el rechazo, es como el invitado al que nadie quiere invitar pero que se presenta en todas las fiestas y siempre con ropa inapropiada; si fuera apéndice sería el grano en el culo que nos impide coger una postura cómoda al sentarnos.


Cansinos hay y los habrá siempre, saber identificarlos para así eludirlos es una virtud que no está al alcance de cualquiera por lo cual es fácil caer en su círculo de acción al no verlos venir; los copiamonas son de hacer sigiloso y de ahí su éxito al saber infiltrarse sin hacer ruido para llegado el momento, desplegar toda su batería de sinsentidos pero eso sí, a su ritmo pausado y tranquilo. Atención pues a la presencia de los cansinos, su aparición puede echarnos a perder la jornada y por no saber eludirlos también podemos quedar apartados de nuestro círculo social.

sábado, 2 de abril de 2016

LA ILUSIÓN ES UN GLOBO QUE HIZO ¡¡¡PUFFF!!!

Uno piensa, elucubra, sueña… con situaciones imposibles o quizás posibles pero para otro pues a uno nunca le llega ese momento idílico visionado en mil películas; la cabeza procesando es la máquina más perfecta del mundo, millones de pequeños eslabones funcionando al unísono formando una cadena neuronal de dimensiones espectaculares, una autopista de información que en el mejor de los casos podemos modelar, ampliar, estructurar con el día a día de nuestras vidas.

Uno en su cabeza con frecuencia organiza y anhela imposibles pero como es a coste cero puede permitírselo; los imposibles soñados pueden ser de lo más variado y de esta forma el abanico de anhelos puede tocar todos los palos. La noche seguía siendo un espacio mágico, en ella las posibilidades de volar con la imaginación se incrementaban a medida que pasaban las horas y uno, con la mirada fija en un techo inmóvil, verá pasar una y mil imágenes.


Cierras los ojos y el reloj avanza con la parsimonia de una vieja cruzando una calle, en ese lapsus de tiempo que sientes eterno, saltas a lugares lejanos en tiempo y distancia, en esos breves minutos de eternidad subjetiva, vives historias y tramas anheladas que unas veces disfrutas y otras te martirizan. La ilusión es un globo que puedes ir hinchando a tú antojo pues al igual que los sueños es gratis, no requiere de preparación ni atrezo, cualquiera es capaz de evadirse más allá de su envase orgánico y una vez asciendes a ese cosmos ingrávido guiado por tú red neuronal,  estás listo para emprender el viaje con destino incierto.

Al borde de un nuevo fin de semana, la maquinaria mental volvía a ponerse en marcha, los bombos empezarían a girar nuevamente escupiendo sus fatídicas bolas numeradas; la mente una vez más gestionaría esas supuestas dádivas ajustándose cada día más a proyectos ficticios de necesidad apremiante. La incertidumbre duraría lo que dura un parpadeo y de nuevo volveríamos a la realidad, a la rutina diaria con sus presiones y sus demandas, con sus rostros largos y sus necesidades insatisfechas.

Mientras eso ocurría uno se iría a la cama con la ilusión en la cabeza de un nuevo viaje nocturno, varias horas por delante de expectativas imposibles aun por experimentar; ese periodo de silencio y oscuridad era como un libro en blanco esperando ser escrito, sus páginas aceptarían mil y una historias, mil y una reflexión, en ellas podrían plasmarse amores anhelados una y cien veces, viajes a lugares lejanos de dudosa realización,  aventuras imprevistas que solo los sueños pueden visionar, también pesadillas de las que no lograremos escapar. La noche, ese mundo oculto en el que todo puede ocurrir estaría a punto de iniciarse una vez más y solo cuando esta se fundiera con el día en un nuevo amanecer, volveríamos a ocupar nuestro precario espacio terrenal.



La ilusión es un globo y en un momento dado, sin previo aviso, hará ¡¡¡pufff!!! Solo entonces y de sopetón volveremos a la realidad, de golpe sabremos donde estamos y todo aquello que la mente utiliza para enmascarar la lucha diaria, se disipará dejándonos desnudos ante las adversidades de nuestro entorno. Ese chasquido brusco por el que saldremos de nuestro estado hipnótico será rápido, cruel y muy frustrante pues con él todo nuestro manto de protección se rasgará y la cuenta de esperanzas volverá a ponerse a cero, todo deberá reiniciarse una vez más.