sábado, 26 de marzo de 2016

DOS HOCES Y VICEVERSA

Un tórrido día de julio del año del señor de 1814, andábame yo con la mente llena de ideas notables por los jardines del Real cuando a mi alrededor, cientos de chicuelos piojosos y malnutridos asediaban mi calesa de maderas nobles y repujados principales; mis corceles inquietos se abrían paso entre lo peor de la plebe con pasos cortos y nerviosos, el griterío era ensordecedor y aquellas caras sucias de ojos saltones estaban por todas partes.

Yo seguía ensimismado en mis elucubraciones mientras mi cochero lidiaba con la masa humana que nos rodeaba, ajeno al entorno organizaba en mi cabeza las próximas fechorías. Segismundo Dos Hoces y Viceversa, o sea yo, tenía una doble vida que nadie parecía percibir, su personalidad se desdoblaba con total naturalidad y nada hacía pensar que las acciones de ambas correspondían a una misma persona. Podía ser cruel y despiadado, receloso y déspota, disfrutando del tormento y la desgracia ajena o por el contrario comportarse como el más piadoso de los mortales, fiel devoto de San Isaías el ajusticiado, amigo de ayudar al prójimo y siempre con las puertas de su casa abiertas a quien lo necesitara.


Esa mañana no estaba claro cuál de las dos personalidades vestía Segismundo, estaba muy callado desde primeras horas de la mañana, algo rondaba por su cabeza y no estaba muy claro si era bueno o malo. El carruaje seguía avanzando por las estrechas callejuelas con precaución pero sin freno, si alguien se cruzaba en su camino quedaría atrás arrollado y maltrecho; era lo que tenía la alcurnia, no respetaba a las clases más humildes y desfavorecidas.

Era su intención ejecutar el desahucio a un par de vecinos que no estaban al corriente con sus rentas pero se recreaba en los plazos acrecentando la angustia e incertidumbre de sus deudores; calculaba cual sería la mejor hora para presentarse en sus propiedades con la autoridad y llevar a cabo el desalojo, en cual infligiría más dolor y desconcierto… era su vena malvada. Como si se cerrara una puerta, cambiaba el hilo  de sus pensamientos aflorando su parte más benévola y solidaria, su mente volaba a causas más mundanas e intrascendentes, se preocupaba por la marcha de las cosechas ajenas, se interesaba por el funcionamiento de los distintos gremios, prestaba ayuda desinteresada cuando menos se esperaba y a quien menos lo esperaba. Así era Segismundo, bipolar de pura cepa.

Esa mañana se había levantado con el morro torcido, las cosas no le salían como hubiera querido y se encaminaba a su fábrica de hielo a tomar medidas drásticas en  algunos asuntos; no estaba contento con el sistema de distribución, algunos carreteros se recreaban y tardaban demasiado en hacer sus entregas, todos ellos dejarían de trabajar para él en las próximas horas y además estaba decidido a recortarles los salarios a quienes continuaran. No tenía competencia alguna y era dueño de casi todas las tierras y comercios del burgo en que vivía así pues no tenía por qué preocuparse, hacía y deshacía a su antojo. La ciudad dependía de Segismundo.

Cuando llegaron a la fábrica encontraron el almacén donde se guardaban los bloques de hielo, con las puertas abiertas y nadie a la vista, todo estaba desierto y la montaña de hielo se derretía con el calor del estío; se acercaron a la fábrica en cuya entrada se amontonaban sin orden una docena de carromatos y más de lo mismo, ni un alma viviente hasta donde alcanzaba la vista. Segismundo empezó a inquietarse al pensar en el montón de dinero que le iba a costar aquella situación y cayó en la cuenta de que a lo largo del camino, tampoco había visto a nadie trabajando sus tierras.


Estaba solo con su cochero viendo aquel desierto de humanidad, ni rastro de sus peones, ni de sus carreteros, ni de sus braceros… todos se habían esfumado como por arte de magia y él no daba crédito a aquel hecho; tras un par de horas revisando los alrededores en busca de vida decidió regresar a la ciudad. Sin prestar atención subió a su carruaje y esperó a que este se pusiera en marcha cosa que no ocurrió, Segismundo empezó a darle voces a su cochero pero aquello no arrancaba por lo que tuvo que bajar para enfrentarse a él cara a cara; ni rastro del cochero, aquello era el colmo de lo increíble.

A duras penas se subió al pescante y consiguió que los caballos le obedecieran pero al final logró llegar a la ciudad; los chicuelos de cara sucia y ojos saltones no salieron a recibirle, a diferencia del griterío con el que abandonó la ciudad, las calles permanecían en silencio, puertas abiertas, enseres abandonados allá donde miraras y por encima de todo un silencio inquietante. De pronto Segismundo Dos Hoces y Viceversa se sintió infinitamente solo y eso lo asustó, era como si de repente todo el mundo hubiera huido del lugar dejando atrás sus cosas, sus casas y sus vidas.

Segismundo no lo sabía pero había muerto camino de su fábrica de  hielo tras un infarto masivo y ahora su alma deambulaba por un mundo de tinieblas donde recogía lo que sembró en  vida, no tenía amigos ni familia que lloraran su pérdida, sus vecinos nunca lo quisieron por el trato  que solía dispensarles ya que puestas en una balanza las dos facetas de su personalidad, siempre  prevaleció la déspota, la cruel, la avara y despiadada.

Ahora estaría condenado a deambular solo por las tierras que dominó y le pertenecieron, sus riquezas quedaban a la vista pero ahora eran inaccesibles a su alma condenada al olvido y vería impotente, cómo eran ultrajadas y dilapidadas por el pueblo al que él subyugó. Su codicia sería vengada por las gentes a las que exprimió en vida y el malogrado espíritu de Segismundo se retorcería en su tumba por toda la eternidad.


MORALEJA: Ser buenos aquí que luego allí, quien sabe si nos lo harán pagar.

sábado, 19 de marzo de 2016

NOCHES Y LUCES

Reflexiones nocturnas plasmadas al romper el sol: Desvaríos nocturnos sin un objetivo definido.

El calor se ensaña con nuestras livianas almas y perturba nuestro descanso nocturno ya de por si débil y asustadizo; las noches pasan lentas y silenciosas mientras el reloj va poco a poco desgranando sus dígitos proyectados en el techo sobre mi cabeza. Tantos minutos encerrados en el puñado de horas que se suponen reparadoras de nuestro precario organismo dan para muchas historias, para muchos repasos, para muchas vidas concentradas en pequeños fragmentos de tiempo estéril y huidizo. Horas de ingenio y lucidez furtiva, de complicidad creadora, cuyos resultados escapan por momentos de nuestra cabeza como el agua entre los dedos.

Ojalá pudiera atesorar todos esos pequeños momentos creativos, ojalá pudiera atrapar todos mis desvaríos nocturnos, ojalá pudiera retener esos fragmentos de lucidez acorporal y crear con ellos historias y escenarios mágicos en los que personajes libres de carga emocional, sin ataduras ni prejuicios, escenificaran las vidas que nos habrían gustado vivir, amaran los amores que nos hubiera gustado amar, hicieran las cosas que nos hubiera gustado hacer. Con la salida del sol y una vez de vuelta a la realidad de cada día, nos damos cuenta de la magnitud de la brecha emocional con la que debemos convivir, el abismo que separa la luz de las tinieblas no deja de ampliarse y con ella la distancia que alguna vez unió ambas orillas, se hace insuperable.

La misma espuma que llega a tus pies arrastrada por las olas en cualquier playa de nuestro entorno, moja otros pies a miles de kilómetros en playas de aguas cristalinas; por el camino entre una y otra orilla los cambios multiculturales nos hacen muy diferentes a unos y otros, olvidándonos que tanto allí como aquí late un mismo corazón, filtran unos mismos riñones, depura las impurezas un mismo hígado y unos pulmones idénticos nos permiten seguir respirando cada mañana. Dicen que la realidad siempre supera a la ficción, viendo la realidad que nos rodea me quedo con la ficción inconsciente e irresponsable, nocturna e íntima, quizás sea la cárcel de mis anhelos ¿pero sabes? Es mi cárcel y puedo modificarla a mi antojo sin ayuda ni permiso de nadie; a veces añoro el estado de trance al que son capaces de llegar ciertos santones en su meditación, son capaces de elevarse a otra dimensión en su soledad libremente elegida, capaces de modificar sus ritmos orgánicos y prolongar así su mística existencia que pasean por mundos regidos por otros órdenes naturales.

Mirar el horizonte y dejar volar la imaginación puede llegar a convertirse en un ejercicio interesante de tele-transporte mental, allá en lo lejos quizás mirando hacia su horizonte, curiosamente donde nos encontramos tu o yo, puede que esté nuestra alma gemela, nuestro doble, espejo, llámalo como quieras; no necesariamente debe parecérsenos físicamente, tan solo comparte unos valores, unas inquietudes, unos sueños… ¿Quién no te dice que él o ella viven a través tuyo o tu vives a través de ellos? Piénsalo por un momento, dos vidas idénticas vividas en la distancia ajenas la una a la otra y separadas por miles de kilómetros o quizás, tan solo por unos centenares de metros; pensarlo invita a la reflexión pero a estas horas del día ya estoy cansado y mi mente deambula perdida entre el humo de los incendios que nos rodean esquivando la lluvia de ceniza que amenaza con tragárselo todo.

Medito y en mi meditación encuentro el sosiego que la vida me niega, allí, a años luz de donde mi cuerpo se encuentra, encuentro la paz que mi espíritu precisa, revivo historias de un pasado lejano, recreo caras y miradas olvidadas, silencios y palabras pronunciadas y con ellas vuelvo a momentos mágicos de incierta realidad; ocurrieron o tal vez no pero mi cabeza las revive con total nitidez y en ellas me recreo, me refugio y me aíslo de todo lo que me rodea y me asfixia, en ellas encuentro la libertad perdida y todo mi ser flota en una ficticia realidad de la que no quiero salir. Por momentos las oscuridad lo invade todo extendiendo su velo sobre nuestras cabezas, llegamos a pensar que la luz del sol no volverá a brillar y nuestro mundo quedará inmerso en las tinieblas hasta el final de los días pero siempre, cuando menos lo esperamos, en algún lugar surge una chispa de esperanza, y esta ilumina un incipiente camino oculto por el que quizás podamos volver a resurgir; hay que aprender a identificar esas señales pues ellas nos devolverán a la senda de luz y en ella volveremos a ver brillar el sol.

Cada jornada es un mundo de incertidumbre y antes de que esta comience la duda de cómo esta se desarrollará puede llegar a angustiarnos, la cabeza no es acompañada por el cuerpo y este se revela y se ensaña con nuestro espíritu ante estímulos nimios y aparentemente insignificantes; la marcha normal de los humanos que indiferentes me rodean, es ajena a mi mundo y circunstancias por ello nada de lo mío es extrapolable a ellos que viven su propia realidad muy diferente a la mía. Todo es un cosmos en continuo movimiento y en él todos estamos inmersos en pequeños avatares, cada uno es único y principal para el que lo vive el cual será protagonista de un fragmento minúsculo de ese cosmos del que todos formamos parte; unos y otros formamos parte de cadenas infinitas que al igual que el genoma humano, damos forma a ese ADN universal que no encuentra límites en un espacio sideral en continua transformación.

Y vuelvo a mis reflexiones nocturnas, y en ellas me centro en asuntos más terrenales y cercanos, más factibles y personales, vuelvo a ver sus caras, sus miradas, los lugares donde acontecieron los hechos tantas veces recordados, intento escapar al lugar donde siempre quise estar y vuelo hasta allí con la facilidad de un sueño el cual modelo a mi antojo, quito y pongo lo que quiero, actúo sin normas preestablecidas y no he de responder ante nadie pues soy dueño y señor de mi ficción en la cual voy creando mi historia. Podrán apresar mi cuerpo, limitar mis movimientos, coartar mis libertades pero nunca podrán poner límites a mi mente, con ella podré volar sin reparar en fronteras, sin atender a razones, sin seguir los cánones de lo estipulado como correcto; en mi mundo interior siempre seré libre y gracias a ello podré seguir viviendo la vida que me tocó vivir.

sábado, 12 de marzo de 2016

LA SOLEDAD DEL SOLO

Y uno mira para sus adentros y solo encuentra miserias; así empezaba las mañanas el doncel Pelayo quien siempre tenía una tecla u otra, manioso con sus ruidos orgánicos siempre encontraba la sospecha de un mal en cualquier gesto, era melindroso hasta límites enfermizos y su hipocondría acababa por contagiarse a propios y extraños. Era selectivo con las cosas del gaznate y no comía cualquier cosa, todo debía pasar un riguroso análisis antes de llegar a su mesa y ese era uno de los motivos por los que tenía acobardado al servicio, harto de sus extravagancias en todos sus quehaceres.

En el fondo Pelayo se sentía solo y aquella batería de  manías tan solo eran un reclamo para llamar la atención de quien lo rodeara; sin familia conocida y ya entrado en años, el doncel disfrutaba de una posición acomodada que podía ser la envidia de muchos pero a  la que él no sabía sacarle partido, era huidizo socialmente hablando y de poco compartir aunque no tacaño, tan solo evitaba intimar. Pelayo de joven había sido bien parecido y de hecho las mujeres le hacían ojitos a su paso no obstante él ya miraba entonces para otros intereses por lo que no se le conoció novia alguna, tampoco novio.

La lectura, el control de sus propiedades y los sudokus eran sus ocupaciones junto claro está, atender sus continuas indisposiciones buscando el origen del mal de turno. Era asiduo de las visitas al doctor, lo conocían en todas las especialidades pues aquel cuerpo era una macedonia de achaques ficticios o reales; con él habían utilizado todo tipo de placebos con resultados variados, apenas mejoraba de una dolencia una incipiente molestia surgía en otro sitio por lo cual Pelayo y su entorno estaban hastiados con aquel organismo de salud tan supuestamente precaria.

El doncel tenía la voz gruesa dando la impresión de vivir un continuo enojo, categórico en sus peticiones era de poco esperar y la tardanza lo exasperaba torciéndole el rostro en un gesto arisco; con los años su cabeza y manos habían adquirido unas dimensiones desproporcionadas, una frente ancha de cejas pobladas coronaban un apéndice nasal amplio y alargado, la mandíbula cuadrada albergaba una boca de labios gruesos tras los cuales dos hileras de dientes separados y amarillentos acechaban cualquier bocado susceptible de ser echado al coleto. Aquel rostro hermoso de juventud se había transformado con los años convirtiéndose en una grotesca máscara que a nadie dejaba indiferente, Pelayo eludía los espejos y de hecho no los había en su casa.

Se sentía solo, vivía su soledad de forma privada y veía su fin a la vuelta de la esquina, hacía balance de su vida y la despreciaba no encontrando en ella un momento que salvar; los jodidos males lastraban sus jornadas y robaban su tiempo a manos llenas pero sin ellos aún se encontraría más solo, más abandonado, pues en el fondo sentía que ellos le hacían estar alerta y relacionarse con otros semejantes  aunque tan solo fuera en ambientes hospitalarios.


El doncel Pelayo disfrutaba de unas buenas rentas aunque quizás disfrutar, lo que se entiende por disfrutar, no era lo que hacía, dejémoslo en que ingresaba buenas rentas; el dinero iba acumulándosele en la cuenta pero de ahí solo salía lo imprescindible para cubrir sus gastos diarios pues hacía mucho que no se daba un capricho. Pelayo era de los de mirar para adentro sin apreciar lo que le rodeaba, elucubrar miserias venideras sin disfrutar del momento, imaginar catástrofes inminentes sin gozar de lo que tenía al alcance de la mano… así era la vida del doncel, un hombre venido a menos que teniéndolo todo no supo sacarle provecho a nada.

sábado, 5 de marzo de 2016

NUESTRA HISTORIA Y... LA DE OTROS



Uno repasa su historia y tiene una rápida visión de su vida, de un vistazo sabe si esta ha sido buena, mala o regular, para algunos cabría encasillarla en la categoría de aceptable, para la mayoría sería mejorable, para muy pocos sería plena y para todos irrepetible pues una vida no puede volverse a vivir y por tanto es irrepetible aunque si imitable.

Nuestra historia la marcan los hechos que en ella acontecen y en los que nos vemos implicados de una u otra forma, aquellos acontecimientos que de alguna manera nos influyen y nos afectan, las personas con las que nos relacionamos en mayor o menor medida, el entorno en el que vivimos y los lugares que visitamos, las profesiones que desempeñamos, los libros que leemos, la música que oímos, las películas que visionamos o el teatro al que asistimos.

Nuestra historia es una cadena formada por cientos, miles de eslabones que constituyen la infinidad de detalles en los que nos vemos inmersos desde el mismo momento en el que vemos la luz; nadie sabe a ciencia cierta si las trayectorias vitales están predeterminadas pero es un hecho contrastado que algunos acontecimientos truncan vidas llevándolas por unos derroteros inesperados.

Si algo caracteriza al ser humano a diferencia de otras especies es su capacidad para adaptarse a las adversidades, nadie como él es capaz de superar situaciones límite en las que otros sucumbirían; su inteligencia e ingenio le ha permitido diseñar las herramientas necesarias para combatir y superar cualquier contratiempo o al menos un gran número de ellos y al hacerlo, estos logros pasan a marcar sus existencias llenando las páginas de su historia.

Nacimientos, bodas, funerales, primeros amores, primer trabajo, hechos que de alguna forma quedan grabados en nuestra memoria como referentes de nuestra existencia sin los cuales, nuestro paso por la vida no  dejaría huella; con cada logro, con cada fracaso, con cada ilusión, con cada desengaño, con cada reto, con cada abandono… se va construyendo el edificio que albergará nuestro currículum y él será, llegado el momento, quien dé testimonio de nuestro paso por la Tierra cuando ya no estemos en ella.