Tenía el culo como un pan de pueblo, áspero y muy trabajado,
su piel siempre encendida y roja lo asemejaba a un fresón gigante, sensible y
delicado precisaba de continuos cuidados; llevaba años plantándole cara y no
conseguía dominarlo, incluso en una ocasión le obligó a guardar cama durante
nueve largos meses, todo un embarazo pero sin llegar a romper aguas en su
momento.
Aquellas nalgas formaban un todo y como todo se le revelaban,
llenas de marcas eran un fiel testigo de una vida azarosa y sacrificada,
siempre había sido esclavo de aquella región corpórea que tantos sinsabores le
había dado a lo largo de su precaria vida; después de treinta y cinco años ahí
estaban de nuevo recordándole quien marcaba el ritmo de su vida.
Él intentaba olvidarlas pero como suyas que eran, siempre
iban consigo allá dónde fuera y difícilmente podía hacer algo sin contar con
ellas; eran su estigma personal pues nada grato había obtenido de ellas a lo
largo de su existencia, siempre marcada por el capricho dérmico de tan peculiar
apéndice.
Que una zona tan innoble lo tuviera hipotecado de por vida
era algo a lo que no se resignaba, saltarse las normas implicaba un riesgo de
nefastas consecuencias y él lo sabía, ya había pasado por ello y ahora sería
mucho peor de tener que volver a repetir tan caótica experiencia. Continuamente
se hacía fotos de la zona en conflicto, muchas veces abría con temor la
pantalla de su cámara digital por lo que allí pudiera ver, comparaba las
imágenes de unos días con otros valorando evoluciones, descubriendo nuevas
lesiones, elucubrando pronósticos y tratamientos.
Como cada verano la cosa empeoraba, el calor excesivo y la
humedad de un ambiente costero maceraban lo inmacerable, echando a perder los
progresos de todo un año; uno veía impotente como perdía en pocos días todo lo
ganado a lo largo de meses y el estrés generado venía a añadirse al ya
instalado en su cabeza por otros motivos. Su mente recordaba las mil imágenes
vistas en libros y revistas a lo largo de su vida y las hacía suyas en un
futuro próximo, todo giraba en torno a aquellas nalgas guerreras.
Ellas le acompañarían el resto de sus días y quizás ellas
fueran también algún día el origen de su final pero mientras ese día llegaba
tendría que seguir toreando con aquel lastre dérmico instalado en sus
posaderas; el tiempo pasaba y su resistencia disminuía, sabía que antes o
después caería una vez más en el hoyo y puede que ese día ya no fuera capaz de
salir de él pero así es la vida, todo tiene un principio y un fin, de una manera
u otra todos acudimos al final a la misma sala de fiestas y allí entre humos y
gritos apagados, despegamos hacia un lugar incierto pero seguro que muy diferente
a lo que nos han contado en los mentideros; hasta allí llevaría él sus nalgas
guerreras y con ellas despegaría rumbo a la eternidad..
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