sábado, 27 de febrero de 2016

NALGAS GUERRERAS

Tenía el culo como un pan de pueblo, áspero y muy trabajado, su piel siempre encendida y roja lo asemejaba a un fresón gigante, sensible y delicado precisaba de continuos cuidados; llevaba años plantándole cara y no conseguía dominarlo, incluso en una ocasión le obligó a guardar cama durante nueve largos meses, todo un embarazo pero sin llegar a romper aguas en su momento.

Aquellas nalgas formaban un todo y como todo se le revelaban, llenas de marcas eran un fiel testigo de una vida azarosa y sacrificada, siempre había sido esclavo de aquella región corpórea que tantos sinsabores le había dado a lo largo de su precaria vida; después de treinta y cinco años ahí estaban de nuevo recordándole quien marcaba el ritmo de su vida.


Él intentaba olvidarlas pero como suyas que eran, siempre iban consigo allá dónde fuera y difícilmente podía hacer algo sin contar con ellas; eran su estigma personal pues nada grato había obtenido de ellas a lo largo de su existencia, siempre marcada por el capricho dérmico de tan peculiar apéndice.

Que una zona tan innoble lo tuviera hipotecado de por vida era algo a lo que no se resignaba, saltarse las normas implicaba un riesgo de nefastas consecuencias y él lo sabía, ya había pasado por ello y ahora sería mucho peor de tener que volver a repetir tan caótica experiencia. Continuamente se hacía fotos de la zona en conflicto, muchas veces abría con temor la pantalla de su cámara digital por lo que allí pudiera ver, comparaba las imágenes de unos días con otros valorando evoluciones, descubriendo nuevas lesiones, elucubrando pronósticos y tratamientos.

Como cada verano la cosa empeoraba, el calor excesivo y la humedad de un ambiente costero maceraban lo inmacerable, echando a perder los progresos de todo un año; uno veía impotente como perdía en pocos días todo lo ganado a lo largo de meses y el estrés generado venía a añadirse al ya instalado en su cabeza por otros motivos. Su mente recordaba las mil imágenes vistas en libros y revistas a lo largo de su vida y las hacía suyas en un futuro próximo, todo giraba en torno a aquellas nalgas guerreras.



Ellas le acompañarían el resto de sus días y quizás ellas fueran también algún día el origen de su final pero mientras ese día llegaba tendría que seguir toreando con aquel lastre dérmico instalado en sus posaderas; el tiempo pasaba y su resistencia disminuía, sabía que antes o después caería una vez más en el hoyo y puede que ese día ya no fuera capaz de salir de él pero así es la vida, todo tiene un principio y un fin, de una manera u otra todos acudimos al final a la misma sala de fiestas y allí entre humos y gritos apagados, despegamos hacia un lugar incierto pero seguro que muy diferente a lo que nos han contado en los mentideros; hasta allí llevaría él sus nalgas guerreras y con ellas despegaría rumbo a la eternidad..

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