sábado, 6 de febrero de 2016

EL SUEÑO DE LA MARMOTA

Dormía poco cuando era la hora de dormir y claro está, luego iba durmiéndose fuera de horas; tenía un sueño flojo, era más bien un duermevelas mediocre y escasamente reparador cuya consecuencia era un aturdimiento crónico durante el día. Era muy de soñar despierto aun con los ojos cerrados pues aquel tipo era de párpados caídos; sus sueños imposibles a todas luces inviables, volvían cada noche a instalarse en su cabeza sin pedir permiso para entrar, con ellos volaba lejos de su envase orgánico escapando por unos instantes de su monótona y vacía vida terrenal.

Ansiaba su fase REM de sueño reparador, era suya y tenía derecho a disfrutarla y beneficiarse de ella, acumular fragmentos de insomnio se había convertido en una malsana costumbre en los últimos tiempos y no sabía cómo escapar de ella. Durante un tiempo probó las pastillas, de todo tipo y colores, pero como no andaba muy bien del tema respiratorio y éstas lo deprimían, tuvo que dejarlas aun así cuando las tomaba, su estado  tampoco era para tirar cohetes.


Fijar la vista en el techo a través de sus párpados cerrados era el si o si de cada noche, se había convertido en un profesional del mal dormir y conocía todas sus fases; con cada declive del día tenía la esperanza de que esa sería la noche en la que por fin podría conciliar el ansiado sueño y de una vez por todas sería capaz de desconectar por unas horas de su caótica realidad. Es curioso como el tiempo nocturno te permite organizar tú vida estableciendo prioridades, planificando estrategias, ordenando recuerdos y es curioso también como con las primeras luces de cada mañana, todos esos planes y estrategias saltan por los aires sin dejar huella.

El sueño del delfín o duermevelas humano, dejaba momentos para la ensoñación en la cual uno vivía ficciones o realidades inconscientes que escapaban al control, sin dejar la realidad uno se perdía entre  las brumas de su maraña neuronal y allí, entre chispazos y saltos sinápticos veía  rostros añorados y queridos, oía voces conocidas y esperadas, mantenía  conversaciones aplazadas o imprevistas; ese estado de semiinconsciencia permitía volar lejos por unos instantes visitando mundos inalcanzables vetados en estados de vigilia.



Tumbado e inerte veía pasar las horas sumido en las sombras de su noche esperando el despertar de un nuevo día, listo para poner en práctica lo elucubrado con las hadas unas horas antes,  esos planes que con claridad meridiana había organizado durante sus horas de insomnio; algo pasa que cuando te incorporas, toda esa planificación se va al traste como un castillo de naipes dejando el campo de tú mente yermo como un páramo siberiano. El sueño de la marmota está lejos de ser imitado y al contrario que ella cuando  sales a la luz del día y ves tú sombra, no regresas a la madriguera para seguir hibernando sino que debes iniciar la jornada a duras penas sobreponiéndote a un cuerpo roto y un entorno hostil, es la vida que te ha tocado vivir.

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