Dormía poco cuando era la hora de dormir y claro está, luego
iba durmiéndose fuera de horas; tenía un sueño flojo, era más bien un
duermevelas mediocre y escasamente reparador cuya consecuencia era un
aturdimiento crónico durante el día. Era muy de soñar despierto aun con los
ojos cerrados pues aquel tipo era de párpados caídos; sus sueños imposibles a
todas luces inviables, volvían cada noche a instalarse en su cabeza sin pedir
permiso para entrar, con ellos volaba lejos de su envase orgánico escapando por
unos instantes de su monótona y vacía vida terrenal.
Ansiaba su fase REM de sueño reparador, era suya y tenía
derecho a disfrutarla y beneficiarse de ella, acumular fragmentos de insomnio se
había convertido en una malsana costumbre en los últimos tiempos y no sabía
cómo escapar de ella. Durante un tiempo probó las pastillas, de todo tipo y
colores, pero como no andaba muy bien del tema respiratorio y éstas lo
deprimían, tuvo que dejarlas aun así cuando las tomaba, su estado tampoco era para tirar cohetes.
Fijar la vista en el techo a través de sus párpados cerrados
era el si o si de cada noche, se había convertido en un profesional del mal
dormir y conocía todas sus fases; con cada declive del día tenía la esperanza
de que esa sería la noche en la que por fin podría conciliar el ansiado sueño y
de una vez por todas sería capaz de desconectar por unas horas de su caótica realidad.
Es curioso como el tiempo nocturno te permite organizar tú vida estableciendo
prioridades, planificando estrategias, ordenando recuerdos y es curioso también
como con las primeras luces de cada mañana, todos esos planes y estrategias
saltan por los aires sin dejar huella.
El sueño del delfín o duermevelas humano, dejaba momentos
para la ensoñación en la cual uno vivía ficciones o realidades inconscientes
que escapaban al control, sin dejar la realidad uno se perdía entre las brumas de su maraña neuronal y allí,
entre chispazos y saltos sinápticos veía rostros añorados y queridos, oía voces
conocidas y esperadas, mantenía conversaciones aplazadas o imprevistas; ese
estado de semiinconsciencia permitía volar lejos por unos instantes visitando
mundos inalcanzables vetados en estados de vigilia.
Tumbado e inerte veía pasar las horas sumido en las sombras
de su noche esperando el despertar de un nuevo día, listo para poner en
práctica lo elucubrado con las hadas unas horas antes, esos planes que con claridad meridiana había
organizado durante sus horas de insomnio; algo pasa que cuando te incorporas,
toda esa planificación se va al traste como un castillo de naipes dejando el
campo de tú mente yermo como un páramo siberiano. El sueño de la marmota está
lejos de ser imitado y al contrario que ella cuando sales a la luz del día y ves tú sombra, no
regresas a la madriguera para seguir hibernando sino que debes iniciar la
jornada a duras penas sobreponiéndote a un cuerpo roto y un entorno hostil, es
la vida que te ha tocado vivir.
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