Dicen que lo lleva implícito el propio progreso, que es la
forma actual de relacionarse y aún llegan más lejos al afirmar que si no estás
en la red no existes; el aislamiento virtual se está convirtiendo en una norma
y conocer gente por el método tradicional se está perdiendo a marchas forzadas
sin que nadie haga nada por remediarlo. Hipnotizados frente a la pantalla de
cualquiera de los múltiples dispositivos existentes en el mercado, nos aislamos
de todo lo que nos rodea perdiendo la noción del tiempo, es como si el aparato
ejerciera un efecto de succión sobre nuestra persona anulando nuestra voluntad,
convirtiéndonos en esclavos de un ingenio que ha hecho sangrar nuestros
bolsillos.
Como autómatas deambulamos por las calles con la mirada y el
resto de nuestros sentidos secuestrados por tan diabólicos inventos, ajenos a
nuestro entorno circulamos ensimismados manipulando unos chismes que pueden
poner en peligro nuestra propia vida y no es el chisme en cuestión el culpable de
ello sino el mal uso que hacemos de él, el que nos anula como personas. La red
de redes nos tiene atrapados y entre su maraña de opciones somos cautivos de
eso que llaman redes sociales, falsas relaciones interpersonales que una vez
establecidas nos fagocitan exigiéndonos cada vez más.
Nos quitamos tiempo de sueño, de ocio, de trabajo… para poder
interactuar a veces con el otro lado del mundo, con gentes que no vemos ni
veremos nunca a los que colocamos la etiqueta de “amigos virtuales” mientras
por otro lado muchas veces tenemos desatendidas a las verdaderas amistades, esas
a las que deberíamos cuidar y atender. Creamos nuestro perfil con el fin de que
gentes desconocidas sepan de nosotros, en ocasiones volcamos nuestra vida en
páginas anónimas con el único objetivo de que unas manos ajenas cliken el botón
de me gusta e incrementen nuestro contador sin importar su origen o
procedencia.
Una vez inmersos en eso que llaman Facebook, nos permitimos
cualquier licencia dado que ese mundo virtual se convierte en una barra libre
donde cualquiera puede llegar a ser quien quiera sin control ni límites; surgen
las fotos tontas, las tarjetas con frases chorras, las reflexiones sin
propósito y por encima de todo, la desinhibición gratuita en donde todo vale
por muy esperpéntico que pueda llegar a parecer. Emoticones, puños cerrados con
pulgar hacia arriba, gifs que no todos pueden visualizar… toda una batería de
pequeñas y originales llamadas de atención están disponibles para hacer más
atractivas nuestras sesiones virtuales, para crear un entorno mucho más
amigable que justifique de alguna manera nuestra presencia frente a la
pantalla.
Se reciben solicitudes de amistad de desconocidos, se leen
comentarios sobre aquello que nos atrevemos a publicar, hay quien incluso
desnuda su alma y su cuerpo ante un público anónimo aderezando el pantallazo
con fotografías sugerentes o fuera de contexto; llegados a ese punto vale todo,
el más atrevido o inconsciente triunfa…. y así nos va. No obstante, eso que
llaman Facebook también tiene su parte positiva al convertirse en un escaparate
que, bien gestionado, puede llegar a tener un gran alcance superando a la
publicidad convencional, saltando fronteras geográficas y culturales, dando a
conocer curiosidades allende de los mares.
Es lo que tienen las redes sociales que ya han superado al
correo em@il y nos tienen atrapados en cortos mensajes, escuetos y llenos de
abreviaturas rozando la analfabetización, pues al leerlos uno puede espantarse
ante tan grotesca y ofensiva sintaxis. Eso que llaman Facebook y por extensión
sus primos Twitter, Tuenti, Istagram, etc…., nos tienen cautivos esperando el
próximo mensaje, la próxima solicitud, el próximo comentario y mientras nuestra
vida está centrada en los diabólicos dispositivos, desatendemos a la propia
vida que corre sin freno consumiendo nuestro saldo existencial.
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