sábado, 9 de enero de 2016

ESO QUE LLAMAN FACEBOOK

Dicen que lo lleva implícito el propio progreso, que es la forma actual de relacionarse y aún llegan más lejos al afirmar que si no estás en la red no existes; el aislamiento virtual se está convirtiendo en una norma y conocer gente por el método tradicional se está perdiendo a marchas forzadas sin que nadie haga nada por remediarlo. Hipnotizados frente a la pantalla de cualquiera de los múltiples dispositivos existentes en el mercado, nos aislamos de todo lo que nos rodea perdiendo la noción del tiempo, es como si el aparato ejerciera un efecto de succión sobre nuestra persona anulando nuestra voluntad, convirtiéndonos en esclavos de un ingenio que ha hecho sangrar nuestros bolsillos.
Como autómatas deambulamos por las calles con la mirada y el resto de nuestros sentidos secuestrados por tan diabólicos inventos, ajenos a nuestro entorno circulamos ensimismados manipulando unos chismes que pueden poner en peligro nuestra propia vida y no es el chisme en cuestión el culpable de ello sino el mal uso que hacemos de él, el que nos anula como personas. La red de redes nos tiene atrapados y entre su maraña de opciones somos cautivos de eso que llaman redes sociales, falsas relaciones interpersonales que una vez establecidas nos fagocitan exigiéndonos cada vez más.

Nos quitamos tiempo de sueño, de ocio, de trabajo… para poder interactuar a veces con el otro lado del mundo, con gentes que no vemos ni veremos nunca a los que colocamos la etiqueta de “amigos virtuales” mientras por otro lado muchas veces tenemos desatendidas a las verdaderas amistades, esas a las que deberíamos cuidar y atender. Creamos nuestro perfil con el fin de que gentes desconocidas sepan de nosotros, en ocasiones volcamos nuestra vida en páginas anónimas con el único objetivo de que unas manos ajenas cliken el botón de me gusta e incrementen nuestro contador sin importar su origen o procedencia.


Una vez inmersos en eso que llaman Facebook, nos permitimos cualquier licencia dado que ese mundo virtual se convierte en una barra libre donde cualquiera puede llegar a ser quien quiera sin control ni límites; surgen las fotos tontas, las tarjetas con frases chorras, las reflexiones sin propósito y por encima de todo, la desinhibición gratuita en donde todo vale por muy esperpéntico que pueda llegar a parecer. Emoticones, puños cerrados con pulgar hacia arriba, gifs que no todos pueden visualizar… toda una batería de pequeñas y originales llamadas de atención están disponibles para hacer más atractivas nuestras sesiones virtuales, para crear un entorno mucho más amigable que justifique de alguna manera nuestra presencia frente a la pantalla.

Se reciben solicitudes de amistad de desconocidos, se leen comentarios sobre aquello que nos atrevemos a publicar, hay quien incluso desnuda su alma y su cuerpo ante un público anónimo aderezando el pantallazo con fotografías sugerentes o fuera de contexto; llegados a ese punto vale todo, el más atrevido o inconsciente triunfa…. y así nos va. No obstante, eso que llaman Facebook también tiene su parte positiva al convertirse en un escaparate que, bien gestionado, puede llegar a tener un gran alcance superando a la publicidad convencional, saltando fronteras geográficas y culturales, dando a conocer curiosidades allende de los mares.



Es lo que tienen las redes sociales que ya han superado al correo em@il y nos tienen atrapados en cortos mensajes, escuetos y llenos de abreviaturas rozando la analfabetización, pues al leerlos uno puede espantarse ante tan grotesca y ofensiva sintaxis. Eso que llaman Facebook y por extensión sus primos Twitter, Tuenti, Istagram, etc…., nos tienen cautivos esperando el próximo mensaje, la próxima solicitud, el próximo comentario y mientras nuestra vida está centrada en los diabólicos dispositivos, desatendemos a la propia vida que corre sin freno consumiendo nuestro saldo existencial.

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