Las naves se quemaron una a una ante la impotencia de una
gente que no daba crédito a lo que veían sus ojos, la que fue hasta hace poco
una gran armada se fue desintegrando a marchas forzadas en cuestión de meses;
ni los más viejos del lugar podían creer que todo el potencial de aquella
unidad de combate se hubiera esfumado de la forma en que lo había hecho en los
últimos tiempos, pronto ya nada quedaría de ella ni siquiera sus cenizas.
Pocos fueron los que aguantaron hasta el final, la mayor
parte de la marinería fue quedándose por el camino ante una situación
insostenible y caótica que duraba ya demasiado tiempo; la ansiedad, la
depresión, el engaño y también porque no decirlo, la cobardía y la falta de
vergüenza, hicieron mella en las gentes que hasta hace poco eran una piña
alrededor del puente de mando.
La situación era muy difícil, terminal, y estaba mal
gestionada desde mucho tiempo atrás, a eso se añadieron circunstancias que
escapaban al control de cualquier equipo de gobierno; la tempestad arremetió
con una fuerza inusitada lejos de cualquier puerto seguro y en esta tesitura
las naves empezaron a hacer agua. Las bombas de achique las mantuvieron a flote
durante un tiempo pero llegó un momento en que el caudal entrante era mucho,
superando con creces al que salía, de forma que al final las naves empezaron a
zozobrar una tras otra.
El gran capitán, cabeza visible de aquella armada que en
tantas ocasiones gustó de lucir sus galones en salones y despachos, no supo
estar a la altura y lejos de dar ejemplo
ante la marinería y el resto de oficiales, desapareció de la escena; antes que
él sus más allegados ya habían saltado por la borda buscando un vía de escape
segura y ajena al resto que quedó atrás luchando contra el oleaje.
Tras una vida mal gestionada no supo hacer frente a sus
responsabilidades optando por la opción más fácil, dejar el campo de batalla y
ponerse a salvo lejos de miradas, disputas y enfrentamientos. Se refugió en su
isla urbana rodeado de un pequeño grupo de aláteres que durante décadas lo
habían adulado y enaltecido haciéndole creer ser quien no era; la isla del gran
capitán no era más que un espacio en el
que lavar su conciencia y esconder sus vergüenzas, esas que nunca reconocería
en público ante el cual él querría seguir siendo quien fue.
Como un gran elefante blanco seguiría acudiendo a los centros
de poder sin ser consciente de que su tiempo ya había pasado y que su mancha le
acompañaría el resto de sus días; aun sin él saberlo su presencia ponía en marcha
una cascada de murmuraciones y cuchicheos entre los que al verlo pasar le
sonreían y estrechaban su mano, como suele decirse el cornudo es el último en enterarse de sus cuernos (ni siquiera nota
el peso).
Su progenie desnatada parecía vivir el mundo del colorín,
ajenos a cualquier acto de responsabilidad y sin implicarse en nada, eran de
los primeros que abandonaron los barcos alegando lo inalegable, o sin tan
siquiera hacerlo; tan solo desaparecieron un día en medio de la tormenta
amparados en la confusión del momento, no se volvió a saber de ellos, ni
siquiera recogieron sus pertenencias lo que dejaba a las claras el poco valor
que les daban.
Y mientras los últimos restos de la que fue insigne armada
luchaban por no irse a pique o al menos retrasar el debacle que se cernía sobre
ellos, el gran capitán se dedicaba a la conspiración poniendo trabas a
cualquier idea o actuación que les permitiera seguir en la brecha. Los malos
tiempos habían arrancado la careta al que fue director de orquesta de aquella filarmónica,
el que cambiaba de instrumentos con una periodicidad galáctica sin dar tiempo a
que estos llegaran a coger polvo; nada había salido como él pensaba ¿o quizás
sí?
Las últimas líneas de su historia aun no estaban escritas y
el camino incierto que se abría ante ellos no dejaba mucho margen al optimismo,
enrocado en la sinrazón el gran capitán daba la impresión de querer morir
matando defendiendo una postura, su postura, a todas luces errónea e
inconsistente, el tiempo daría y quitaría razones pero mientras tanto la gran
armada se deshacía a la vista de todos y estos todos se frotaban las manos a la
espera de su ración del pastel.