sábado, 21 de noviembre de 2015

VIVIR AL OTRO LADO... DEL MUNDO

Aquella película marcó su vida, ver a Marlon Brando lidiando con una tripulación amotinada en un entorno idílico quedó grabado en sus pupilas mientras su imaginación lo trasladaba a los lejanos Mares del Sur y sus paradisíacas islas. Más tarde vendrían otros títulos como Su majestad de los mares del sur, donde un curtido Burt Lancaster intentaba hacerse con el negocio de la copra esquilmando los palmerales de las islas y enfrentándose a las tribus de aquellas tierras. El denominador común de todas ellas eran las tierras polinesias de ultramar situadas en el otro extremo del mundo, muy lejanas en la distancia pero muy próximas en su cabeza.

Aquellas  diminutas islas perdidas en mitad del océano Pacífico, sus barreras de arrecifes protegiendo las lagunas de aguas turquesas y cristalinas, sus escarpadas colinas tapizadas de una naturaleza verde y salvaje pugnando por perderse entre las nubes, los curiosos atolones de arenas blancas en cuyo interior albergaban una porción de cielo robado a los dioses… todo aquel misterioso y lejano mundo de esencias exóticas y vivos colores, lo tenían atrapado desde sus primeros años no habiendo un solo día en el que su imaginación no lo trasladara a aquel paraíso perdido.


En más de una ocasión elucubró con romper las amarras que lo tenían anclado al viejo mundo e iniciar la aventura del Pacífico pero no era tarea fácil cortar los lazos que lo unían a su entorno, así que mientras el día de la partida llegaba, si es que tenía que  llegar, se conformaba con soñar aquel viaje anhelado que tantas veces había emprendido en su cabeza. Conocía muchas de sus islas como si hubiera vivido en ellas a pesar  de no haber puesto nunca un pie en las mismas, la extensa literatura acumulada a lo largo de los años le había permitido familiarizarse con su geografía, sus costumbres y sus  gentes, solo le faltaba poder vivirlo en primera persona.

Una mañana el día amaneció muy nublado, el cielo gris plomizo amenazaba con descargar la madre de las tormentas; los medios de comunicación llevaban tiempo anunciando un cambio brusco en la climatología que prometía con durar más de lo acostumbrado para aquella época del año. Por aquellos días había ingresado un dinero por la venta de unos bienes que en principio no tenía previsto vender, así pues se encontraba en posesión de un capital con el que no contaba disponer hasta hacía pocas fechas. El mal tiempo le asqueaba y en cierto modo tenía animadversión por el clima frío, lo suyo era llevar camisetas todo el día y dormir desnudo con las ventanas abiertas cosa que tan solo podía hacer en los meses de verano; ansiaba un verano de doce meses.


Despertó decidido a darle un giro drástico a su vida, ahora tenía todo lo necesario para hacerlo y los contratiempos que pudieran aparecer los afrontaría llegado el momento, no había porque anticiparse a los posibles problemas; desde hacía meses tenía programado el itinerario que haría llegado el día de partir y ese día había llegado, pondría en orden unos cuantos asuntos, se despediría de unas pocas personas y sin apenas hacer ruido desaparecería iniciando su aventura transoceánica.

Liberarse del lastre acumulado a lo largo de su vida le daría alas para emprender una nueva lejos de todo lo conocido, iniciaba una nueva etapa, quizás la última, lleno de ilusión e incertidumbre pero seguro de no arrepentirse por el paso que estaba a punto de dar. La familia no entendería aquella decisión a pesar de llevar años oyéndosela decir, quizás esta sería la más perjudicada por  la separación pero él debía andar su camino y algún día volverían a encontrarse a este o al otro lado del océano.

La mañana de la partida había algo de nervios, unos pocos allegados estuvieron allí para despedirse sin saber cuándo volverían a encontrarse; el itinerario estaba decidido y en algo más de veinticuatro horas escalas incluidas, llegaría a su destino. Un avión de Iberia lo llevaría hasta París, allí cogería otro de Air France para trasladarse hasta Los Ángeles y por último otro vuelo aún por decidir le haría llegar a Polinesia Francesa; esta antigua colonia de ultramar gala, estaba formada por cinco archipiélagos perdidos en mitad del océano Pacífico de los cuales las Islas de la Sociedad era el más conocido e importante.



Papeete la capital de aquel pequeño paraíso ubicada en la isla grande de Tahití, era la puerta de entrada y salida entre Polinesia y el resto del mundo, allí aterrizaría en unas horas dispuesto a iniciar su segunda vida, dispuesto a vivir un sueño largamente aplazado. Su escaso equipaje le haría partir de cero en una tierra nueva, buscar el rincón soñado para instalarse dentro de tanta belleza como allí había, quizás resultara una decisión difícil de tomar pero estaba dispuesto a perder el sueño buscándola pues al fin y al cabo tenía para ello el resto de su existencia.

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