sábado, 14 de noviembre de 2015

DESAPARECIDOS EN COMBATE

Aquel capitán era muy dado a lucir galones y medallas en los actos de representación, amigo de los uniformes impecables se los hacía diseñar por los mejores sastres del ámbito castrense: Bombarder, Khalasnikov y otros doctos de la aguja militar llenaban los armarios del peculiar individuo. De sonrisa amable y andares cansinos se movía con soltura por los despachos de las altas esferas, allí era bien recibido pues muchos eran los años que llevaba infiltrado entre la gente principal y eso la abría muchas puertas; conocía las dependencias cuartelarias como el patio de su casa de hecho pasaba más tiempo en ellas que en su propio domicilio, en casa se aburría, no podía lucir y por tanto estaba lo justo para cumplir con la familia.

A su cargo tenía una pequeña tropa entre la cual estaba el fruto de su semilla y algún familiar postizo, los elementos en si no tenían gran valía, estaban allí por ser quienes eran y el último en llegar había tenido la suerte de hacerle un churro, media manga o mangotero a la princesa del capitán, lo que en el argot de la calle se conoce como dar un braguetazo, y supo aprovecharlo pues en poco tiempo ascendió hasta la oficialía de aquella gente dejando atrás a muchos mejor preparados y con más experiencia que él. Aquel ascenso fulgurante siempre creó un recelo entre la gente que vio como un recién llegado sin oficio ni beneficio se colaba entre sus filas y de la noche a la mañana se colocaba en primera fila sin méritos para hacerlo.


Durante décadas aquel capitán fue la cabeza visible y máximo responsable del pequeño acuartelamiento, durante años las cosas fueron bien o incluso muy bien en algunas épocas, la solvencia y los éxitos crearon una imagen reconocida por todos; el pequeño destacamento funcionaba como una máquina bien engrasada creándose un nombre respetado dentro de aquel ejército de mercaderes. Todos arrimaban el hombro aunque siempre había quien se dejaba llevar por la inercia del momento no justificando el salario que se llevaba pero eran años dulces, años de prosperidad y alegrías, todo se consentía entre el grupo evitando así desacuerdos incómodos entre sus miembros directivos.

Un día la guerra estalló, se venía gestando desde hacía tiempo, las circunstancias de los tiempos que vivían unido a la inoperancia e incluso incompetencia de algunos oficiales, abocó en una severa crisis que se lo llevó todo por delante; aquel capitán de brillantes galones y uniformes impecables se arrastraba como alma en pena entre la tropa, su carisma y energía se esfumaron ante los primeros contratiempos entrando en conflicto personal con el resto de la oficialía ante su falta de respuesta, al capitán se le cayó la careta de los tiempos dulces viéndose que en los difíciles no daba la talla, cosa que todo su entorno pudo apreciar.

Con todo el cuartel inmerso en un caos incendiario su segundo fue el primero en desaparecer, el del churro, media manga o mangotero, último en llegar y primero en  ascender, recogió sus bártulos y sin apenas hacer ruido abandonó a su suerte al resto de camaradas para iniciar su propio proyecto aprovechando los conocimientos y contactos adquiridos en la entidad que dejaba; con argumentos peregrinos el capitán intentó justificar su marcha insistiendo en el desconocimiento de las intenciones que pudiera tener el jinete de su princesa, intenciones por otra parte claras para la oficialía como luego se demostraron haciendo valer el consabido refrán de “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” (salvo que vaya en silla eléctrica).

El benjamín de su simiente no tardó en seguir sus pasos y presentando oficialmente su indisposición supuestamente pasajera, no volvió a poner los pies en el cuartel, su ausencia por otra parte no creó ningún menoscabo en el organigrama salvo de imagen, al ser uno de los primeros en irse quien debía haber aguantado hasta el final por cargo, salario y ascendencia; nunca más se supo de él de no ser por sus pretensiones de ser resarcido por unos servicios que otros hacían sin reclamar, no tuvo ni el valor de pasar a recoger sus pertenencias personales quedando demostrada la escasa valía y personalidad del precario individuo; todo ello lo veía el capitán, notaba el desprecio hacia él entre la soldadesca pero no podía reconocer su mal hacer pues al fin y al cabo era de su propia sangre.

Ante tanta tensión el capitán enfrentado con el resto de oficiales, salió de la escena sin perder la sonrisa amable pero esta vez impresa sobre un rictus de derrota, todo lo que era se había perdido, su aurea se había apagado sin haber hecho nada por intentar mantenerla activa, para sus adentros sabía que sin su entorno no habría podido ser lo que era, llegar a donde había llegado, tener lo que había tenido, vivir como había vivido y ahora todo ese entorno y las gentes que lo ocupaban lo miraban sin reconocerlo pues ya no era el capitán que un día los lideró, se había convertido en una piltrafa mediocre que los abandonaba sin haber puesto nada de su parte en los momentos más difíciles de su historia centenaria.

La princesa no se quedó atrás, aguantó un poco más intentando servir de puente entre la nave que se hundía y el nuevo proyecto iniciado por su hombre, con el resto de sus más próximos ya fuera del cuartel no tardó en dar la espantada siguiendo su estela una vez vio que ya no podía obtener beneficio alguno. El capitán y su semilla desaparecieron en pleno combate, como lo hacen los incapaces y los traidores, abandonaron todo aquello que les había dado todo lo que tenían sin preocuparse del destino que pudieran tener las gentes que hasta hacía poco alardeaban de comandar, salieron por la puerta de atrás aprovechando las sombras de una dudosa legalidad amparándose en sus supuestos derechos, con su modo de proceder toda aquella familia había quedado marcada aun sin querer reconocerlo o incluso sin ser conscientes de ello dada la simplicidad de sus espíritus.


La vida es una noria que da vueltas sin parar y antes o después cada uno ocupa su lugar en la rueda, nadie escapa de su inercia pues la justicia no escrita acaba pasando su factura tal y como reza en el libro sagrado cuando dice “ateneos a mi justicia divina aquellos que intentaron salirse del camino…”, los malos augurios acabarán alcanzándolos y de una forma u otra pagarán su mal hacer y su traición.

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