Aquel capitán era muy dado a lucir galones y medallas en los
actos de representación, amigo de los uniformes impecables se los hacía diseñar
por los mejores sastres del ámbito castrense: Bombarder, Khalasnikov y otros
doctos de la aguja militar llenaban los armarios del peculiar individuo. De
sonrisa amable y andares cansinos se movía con soltura por los despachos de las
altas esferas, allí era bien recibido pues muchos eran los años que llevaba
infiltrado entre la gente principal y eso la abría muchas puertas; conocía las
dependencias cuartelarias como el patio de su casa de hecho pasaba más tiempo
en ellas que en su propio domicilio, en casa se aburría, no podía lucir y por
tanto estaba lo justo para cumplir con la familia.
A su cargo tenía una pequeña tropa entre la cual estaba el
fruto de su semilla y algún familiar postizo, los elementos en si no tenían
gran valía, estaban allí por ser quienes eran y el último en llegar había
tenido la suerte de hacerle un churro,
media manga o mangotero a la princesa del capitán, lo que en el argot de la
calle se conoce como dar un braguetazo, y supo aprovecharlo pues en poco tiempo
ascendió hasta la oficialía de aquella gente dejando atrás a muchos mejor
preparados y con más experiencia que él. Aquel ascenso fulgurante siempre creó
un recelo entre la gente que vio como un recién llegado sin oficio ni beneficio
se colaba entre sus filas y de la noche a la mañana se colocaba en primera fila
sin méritos para hacerlo.
Durante décadas aquel capitán fue la cabeza visible y máximo
responsable del pequeño acuartelamiento, durante años las cosas fueron bien o
incluso muy bien en algunas épocas, la solvencia y los éxitos crearon una
imagen reconocida por todos; el pequeño destacamento funcionaba como una
máquina bien engrasada creándose un nombre respetado dentro de aquel ejército
de mercaderes. Todos arrimaban el hombro aunque siempre había quien se dejaba
llevar por la inercia del momento no justificando el salario que se llevaba pero
eran años dulces, años de prosperidad y alegrías, todo se consentía entre el
grupo evitando así desacuerdos incómodos entre sus miembros directivos.
Un día la guerra estalló, se venía gestando desde hacía
tiempo, las circunstancias de los tiempos que vivían unido a la inoperancia e
incluso incompetencia de algunos oficiales, abocó en una severa crisis que se
lo llevó todo por delante; aquel capitán de brillantes galones y uniformes
impecables se arrastraba como alma en pena entre la tropa, su carisma y energía
se esfumaron ante los primeros contratiempos entrando en conflicto personal con
el resto de la oficialía ante su falta de respuesta, al capitán se le cayó la
careta de los tiempos dulces viéndose que en los difíciles no daba la talla,
cosa que todo su entorno pudo apreciar.
Con todo el cuartel inmerso en un caos incendiario su segundo
fue el primero en desaparecer, el del churro,
media manga o mangotero, último en llegar y primero en ascender, recogió sus bártulos y sin apenas
hacer ruido abandonó a su suerte al resto de camaradas para iniciar su propio
proyecto aprovechando los conocimientos y contactos adquiridos en la entidad
que dejaba; con argumentos peregrinos el capitán intentó justificar su marcha
insistiendo en el desconocimiento de las intenciones que pudiera tener el
jinete de su princesa, intenciones por otra parte claras para la oficialía como
luego se demostraron haciendo valer el consabido refrán de “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” (salvo que vaya en
silla eléctrica).
El benjamín de su simiente no tardó en seguir sus pasos y
presentando oficialmente su indisposición supuestamente pasajera, no volvió a
poner los pies en el cuartel, su ausencia por otra parte no creó ningún
menoscabo en el organigrama salvo de imagen, al ser uno de los primeros en irse
quien debía haber aguantado hasta el final por cargo, salario y ascendencia;
nunca más se supo de él de no ser por sus pretensiones de ser resarcido por
unos servicios que otros hacían sin reclamar, no tuvo ni el valor de pasar a recoger
sus pertenencias personales quedando demostrada la escasa valía y personalidad
del precario individuo; todo ello lo veía el capitán, notaba el desprecio hacia
él entre la soldadesca pero no podía reconocer su mal hacer pues al fin y al
cabo era de su propia sangre.
Ante tanta tensión el capitán enfrentado con el resto de
oficiales, salió de la escena sin perder la sonrisa amable pero esta vez
impresa sobre un rictus de derrota, todo lo que era se había perdido, su aurea
se había apagado sin haber hecho nada por intentar mantenerla activa, para sus
adentros sabía que sin su entorno no habría podido ser lo que era, llegar a
donde había llegado, tener lo que había tenido, vivir como había vivido y ahora
todo ese entorno y las gentes que lo ocupaban lo miraban sin reconocerlo pues
ya no era el capitán que un día los lideró, se había convertido en una piltrafa
mediocre que los abandonaba sin haber puesto nada de su parte en los momentos
más difíciles de su historia centenaria.
La princesa no se quedó atrás, aguantó un poco más intentando
servir de puente entre la nave que se hundía y el nuevo proyecto iniciado por
su hombre, con el resto de sus más próximos ya fuera del cuartel no tardó en
dar la espantada siguiendo su estela una vez vio que ya no podía obtener
beneficio alguno. El capitán y su semilla desaparecieron en pleno combate, como
lo hacen los incapaces y los traidores, abandonaron todo aquello que les había
dado todo lo que tenían sin preocuparse del destino que pudieran tener las
gentes que hasta hacía poco alardeaban de comandar, salieron por la puerta de
atrás aprovechando las sombras de una dudosa legalidad amparándose en sus
supuestos derechos, con su modo de proceder toda aquella familia había quedado
marcada aun sin querer reconocerlo o incluso sin ser
conscientes de ello dada la simplicidad de sus espíritus.
La vida es una noria que da vueltas sin parar y antes o
después cada uno ocupa su lugar en la rueda, nadie escapa de su inercia pues la
justicia no escrita acaba pasando su factura tal y como reza en el libro
sagrado cuando dice “ateneos a mi
justicia divina aquellos que intentaron salirse del camino…”, los malos
augurios acabarán alcanzándolos y de una forma u otra pagarán su mal hacer y su
traición.
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