miércoles, 19 de agosto de 2015

PERSIGUIENDO AL MORENO

Cada verano las técnicas de caza cambiaban, no sé si también lo hacían las ordenanzas, no obstante la película se repetía año tras año; con la llegada del estío las playas empezaban a llenarse, las avalanchas humanas de carnes blancas buscando el sol y el mar eran continuas. Día tras día la arena de la bahía perdía su uniformidad mancillada por miles de huellas anónimas de efímera existencia; las atalayas de madera repartidas a lo largo de las playas lucían a bronceados socorristas engalanados con sus bañadores y boyas rojas, desde sus miradores oteaban a través de sus gafas de marca la arena y más allá de esta, las aguas llenas de tropezones humanos disfrutando de una mañana de baño.

Como cada atardecer Mamadou se dirigía hacia el paseo marítimo cargado con su petate lleno de relojes y otros abalorios de marca, made in Taiwan, él como otros subsaharianos habían hecho del top manta su forma de vida a esta parte del estrecho; los veranos en las playas del Mediterráneo eran su temporada alta y tenían que aprovecharla para luego hacer menos precaria su existencia durante el resto del año. La venta ambulante ilegal tenía sus riesgos y ellos los conocían, sin papeles y sin permisos aquella casta nómada venida de tierras calientes se habían convertido en diana de las fuerzas del orden.


Mamadou como muchos de los suyos, habían llegado a las costas españolas en precarias pateras de muy dudosa procedencia pero antes de poner los pies en el Mare Nostrum, habían recorrido medio continente en penosas condiciones desde sus países de origen. Aquel nefasto viaje ya solo era un mal recuerdo en la mente de nuestro moreno, tras varios años tentando a la suerte por los pueblos costeros del Mediterráneo ya conocía los sinsabores de la aventura europea y esta no era como la había imaginado desde su tierra natal.

Este verano les tenía reservada una sorpresa, nadie la esperaba pero iba a convertirse en el azote de los top manta; los nuevos presupuestos habían permitido la adquisición de un par de quads destinados a la policía local y otros dos para la guardia civil destinada en aquel pueblo costero. Era habitual en años anteriores que la playa fuera la vía de escape para los morenos que, cargados con sus bolsas llenadas a toda prisa, huían en tropel intentando escapar de una denuncia segura y la confiscación de su preciado género. Las batidas a lo largo del paseo marítimo se repetían día tras día y huir hacia la playa se había convertido en un mal menor, a sabiendas de que los maderos evitaban mancharse las botas de arena pero este año la cosa iba a ser diferente.


Los caballos mecánicos hacían volar a sus jinetes saltando del enlosado a la fina arena sin el más mínimo esfuerzo, estos nuevos caballeros del siglo XXI con sus yelmos blancos de fibra de carbono y botas de media caña surcaban la franja costera a la velocidad del rayo haciendo cundir el pánico entre los ilegales que, pillados por sorpresa por la rapidez y sin tiempo de ponerse a salvo, huían despavoridos sin orden ni control dejándose por el camino gran parte de su selecto bagaje.

La persecución de morenos era implacable, el acoso a su actividad ilegal no les daba un respiro a pesar del apoyo de la ciudadanía que al ver las razias a las que se les sometía, abucheaban inexplicablemente a las fuerzas del orden que actuaban como verdugos en el cumplimiento de la ley. Los sin papeles sabían obtener la simpatía de la gente pero a poco que analizaras la situación, no había duda de que estaban cometiendo varios delitos: eran ilegales, no pagaban impuestos por su actividad y además vendían género falsificado; que en el fondo fueran víctimas de las mafias en nada justificaba su actividad y presencia irregular.

Mamadou corría y corría sin mirar atrás, sus pies descalzos pisaban la arena húmeda de la orilla dejando tras de sí un rastro efímero de huellas presas del pánico; a sus espaldas oía el zumbido de los motores cada vez más cerca pero no se daba por vencido y seguía avanzando, llegar hasta el espigón podía ser su salvación. Los gritos de sus compañeros hacían más caótica la carrera, solo al final sabría quien lo había conseguido, no podía desfallecer, no tan cerca de su meta.



Una vez puesto a salvo en lo alto del espigón, respirando con dificultad por el esfuerzo realizado, pudo ver a algunos de sus compatriotas cercados por las fuerzas del orden, abatidos y cabizbajos se resignaban a su suerte en un país extranjero al que tanto les había costado llegar; su sueño europeo acababa en una playa no muy lejana a aquella a la que arribaron por primera vez. Mamadou lo había logrado una vez más, su vida pendía de un hilo y él lo sabía, cualquier atardecer podría ser el último pero mientras ese día llegaba seguiría extendiendo su manta en cualquier paseo marítimo para poder seguir malviviendo en un país extranjero que no lo quería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario