Infames acontecimientos se ciernen en el devenir cercano de
mi obsoleta existencia, el ojo turbio duda de si es su vista o son las brumas
que le rodean quienes no le dejan ver; mecido por el viento de poniente espero
un mediodía sofocante y pesado, es lo que tienen estos días de agosto, sientes
que el aire no entra en tus pulmones y la piel te quema. La brisa caliente
entra por mi ventana alborotando estores y cortinas, sigo enfrascado frente al
portátil intentando escribir algo coherente y a la vista del resultado no lo
estoy consiguiendo pero sigo insistiendo, en algún momento surgirá la chorrada
del día.
No puedo evitar que la vista se me escape buscando la piscina
del edificio vecino, grande, con una isla en un extremo de la que brota una
gruesa palmera, su agua cristalina sobre un fondo azul turquesa en el que
destaca un gran sol de rayos sugerentes, invita a sumergirse y abstraerse de la
realidad que subyace en la superficie pero yo, sigo en mi torre de marfil
elucubrando sobre los acontecimientos. El verano transcurre entre playa, paseo
y cervezas variadas tomadas en lugares diversos, estas, acompañadas de unos
cacahuetes fritos, son un deleite para matar el rato mientras mantenemos una
conversación desenfadada con los amigos.
Hoy toca cena junto al puerto de pescadores, el día se
promete pesado pues pronostican 38 grados de temperatura; a la caída del sol
nos dejaremos caer por el JB y allí en una terraza junto a la calle, degustaremos
tapas variadas del lugar: puntilla, huevas, anchoas con tomate de la tierra,
pescaditos fritos, calamares…todo un placer para el paladar regado con buenos
fluidos, frescos y aromáticos. Tendremos un recuerdo para la amiga Su que en su
Villajoyosa querida, disfruta pintando telas sobre temas marineros que luego
muestra en su web e intenta vender; también vendrán a nuestro recuerdo los
desayunos tomados en este mismo lugar hace muchos años, aquí cargábamos
nuestros estómagos antes de embarcarnos dispuestos a pasar una jornada de
pesca, el motovelero siempre quedará en el recuerdo y los momentos pasados en
él perdurarán durante el resto de nuestras vidas.
Horas más tarde regresaremos desandando el camino hecho, el
pueblo permanecerá tranquilo, sus calles vacías bajo el manto de la noche
esperarán un nuevo amanecer, a medida que este núcleo urbano vaya quedando
atrás y vayamos aproximándonos a la playa, encontraremos mayor actividad aunque
esta, en función de la hora que se haya hecho, también empezará a declinar.
Bares y restaurantes cerrarán sus puertas tras recoger el mobiliario de sus
terrazas, los vendedores ambulantes retirarán sus productos clandestinos
extendidos sobre mantas a lo largo de todo el paseo marítimo, las luces irán
apagándose y la línea costera quedará
oculta por las sombras.
Mientras unos se van retirando al concluir una nueva jornada,
esta empezará para otros que a bordo de sus barcos pesqueros surcarán el río
Júcar en busca de su desembocadura, una vez en mar abierto se dirigirán a sus
caladeros habituales con la esperanza de tener un buen día y volver a puerto
con las bodegas llenas. Todo es un ciclo y todo se repite, por días, por meses,
por estaciones; la temporada alta de unos es la baja para otros, las ventas se
disparan en una hostelería que permanece muerta muchos meses al año, los
complejos de segundas residencias son un hervidero de gentes yendo o viniendo a
la playa en las escasas semanas que permanecen habitados, luego de un día para
otro con la llegada de septiembre, quedarán desiertos durante muchos meses
convirtiéndose en ciudad fantasma, lo que ahora es bullicio y aglomeración.
Los momentos de asueto y entretenimiento pasan rápido y de
nuevo volvemos a estar con la mente perdida muy lejos de aquí, las negras nubes
vuelven a aparecer sobre el horizonte cercano y el precipicio vuelve a estar
junto a nosotros; la cabeza busca una vez más en el azar de la fortuna, la
válvula de escape a sus miserias terrenales aun siendo consciente de que allí
nunca encontrará el consuelo que necesita su alma. Pasan los días, las semanas
y los meses, el estío termina y tras él un nuevo otoño nos dará la bienvenida
con sus días grises y ventosos, con sus lluvias y sus cortas jornadas,
volveremos a ser peones sobre un tablero de ajedrez jugando una partida que no
hemos elegido.
Y mientras el momento llega, yo sigo viendo la piscina de
aguas cristalinas con su palmera agitada por el viento, la arena blanca de la
playa salpicada de tropezones humanos multicolores como los tostones flotando
en un tazón de gazpacho andaluz; veo un mar tranquilo cuyos labios apenas
levantan espuma al besar la arena, veo un paseo marítimo escasamente transitado
soportando estoicamente la severidad de los inclementes rayos solares en este
día de poniente y con la respiración entrecortada, busco un manantial con el
que hidratarme a pocos pasos de donde me encuentro, me acerco a él, abro una
botella y bebo.
A lo lejos un pequeño catamarán, cabecea
arriba y abajo mar adentro buscando un viento que llene sus velas y lo impulse
sobre las olas, en cubierta una pareja
feliz lucha con las drizas buscando el ángulo adecuado de su botavara, su mente
está lejos de tierra como lo están sus cuerpos en esa mañana de agosto, sus problemas
terrenales pueden seguir esperando en la costa unas horas más. Los sigo con la
mirada y regreso a un pasado lejano truncado en un segundo, el cielo vuelve a
oscurecerse sobre mi cabeza y nuevas nubes negras impiden brillar al sol, la
realidad vuelve a hacerse presente en un verano que ya acaba y pronto habrá que
enfrentarse de nuevo al monstruo que nos espera en la ciudad, pero esta vez lo
haremos en malas condiciones pues estamos alicaídos y derrotados ¿síndrome
postvacacional quizás?
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