miércoles, 5 de agosto de 2015

ALICAÍDO Y DERROTADO

Infames acontecimientos se ciernen en el devenir cercano de mi obsoleta existencia, el ojo turbio duda de si es su vista o son las brumas que le rodean quienes no le dejan ver; mecido por el viento de poniente espero un mediodía sofocante y pesado, es lo que tienen estos días de agosto, sientes que el aire no entra en tus pulmones y la piel te quema. La brisa caliente entra por mi ventana alborotando estores y cortinas, sigo enfrascado frente al portátil intentando escribir algo coherente y a la vista del resultado no lo estoy consiguiendo pero sigo insistiendo, en algún momento surgirá la chorrada del día.

No puedo evitar que la vista se me escape buscando la piscina del edificio vecino, grande, con una isla en un extremo de la que brota una gruesa palmera, su agua cristalina sobre un fondo azul turquesa en el que destaca un gran sol de rayos sugerentes, invita a sumergirse y abstraerse de la realidad que subyace en la superficie pero yo, sigo en mi torre de marfil elucubrando sobre los acontecimientos. El verano transcurre entre playa, paseo y cervezas variadas tomadas en lugares diversos, estas, acompañadas de unos cacahuetes fritos, son un deleite para matar el rato mientras mantenemos una conversación desenfadada con los amigos.

Hoy toca cena junto al puerto de pescadores, el día se promete pesado pues pronostican 38 grados de temperatura; a la caída del sol nos dejaremos caer por el JB y allí en una terraza junto a la calle, degustaremos tapas variadas del lugar: puntilla, huevas, anchoas con tomate de la tierra, pescaditos fritos, calamares…todo un placer para el paladar regado con buenos fluidos, frescos y aromáticos. Tendremos un recuerdo para la amiga Su que en su Villajoyosa querida, disfruta pintando telas sobre temas marineros que luego muestra en su web e intenta vender; también vendrán a nuestro recuerdo los desayunos tomados en este mismo lugar hace muchos años, aquí cargábamos nuestros estómagos antes de embarcarnos dispuestos a pasar una jornada de pesca, el motovelero siempre quedará en el recuerdo y los momentos pasados en él perdurarán durante el resto de nuestras vidas.

Horas más tarde regresaremos desandando el camino hecho, el pueblo permanecerá tranquilo, sus calles vacías bajo el manto de la noche esperarán un nuevo amanecer, a medida que este núcleo urbano vaya quedando atrás y vayamos aproximándonos a la playa, encontraremos mayor actividad aunque esta, en función de la hora que se haya hecho, también empezará a declinar. Bares y restaurantes cerrarán sus puertas tras recoger el mobiliario de sus terrazas, los vendedores ambulantes retirarán sus productos clandestinos extendidos sobre mantas a lo largo de todo el paseo marítimo, las luces irán apagándose y la línea costera quedará  oculta por las sombras.

Mientras unos se van retirando al concluir una nueva jornada, esta empezará para otros que a bordo de sus barcos pesqueros surcarán el río Júcar en busca de su desembocadura, una vez en mar abierto se dirigirán a sus caladeros habituales con la esperanza de tener un buen día y volver a puerto con las bodegas llenas. Todo es un ciclo y todo se repite, por días, por meses, por estaciones; la temporada alta de unos es la baja para otros, las ventas se disparan en una hostelería que permanece muerta muchos meses al año, los complejos de segundas residencias son un hervidero de gentes yendo o viniendo a la playa en las escasas semanas que permanecen habitados, luego de un día para otro con la llegada de septiembre, quedarán desiertos durante muchos meses convirtiéndose en ciudad fantasma, lo que ahora es bullicio y aglomeración.

Los momentos de asueto y entretenimiento pasan rápido y de nuevo volvemos a estar con la mente perdida muy lejos de aquí, las negras nubes vuelven a aparecer sobre el horizonte cercano y el precipicio vuelve a estar junto a nosotros; la cabeza busca una vez más en el azar de la fortuna, la válvula de escape a sus miserias terrenales aun siendo consciente de que allí nunca encontrará el consuelo que necesita su alma. Pasan los días, las semanas y los meses, el estío termina y tras él un nuevo otoño nos dará la bienvenida con sus días grises y ventosos, con sus lluvias y sus cortas jornadas, volveremos a ser peones sobre un tablero de ajedrez jugando una partida que no hemos elegido.

Y mientras el momento llega, yo sigo viendo la piscina de aguas cristalinas con su palmera agitada por el viento, la arena blanca de la playa salpicada de tropezones humanos multicolores como los tostones flotando en un tazón de gazpacho andaluz; veo un mar tranquilo cuyos labios apenas levantan espuma al besar la arena, veo un paseo marítimo escasamente transitado soportando estoicamente la severidad de los inclementes rayos solares en este día de poniente y con la respiración entrecortada, busco un manantial con el que hidratarme a pocos pasos de donde me encuentro, me acerco a él, abro una botella y bebo.


A lo lejos un pequeño catamarán, cabecea arriba y abajo mar adentro buscando un viento que llene sus velas y lo impulse sobre las olas, en  cubierta una pareja feliz lucha con las drizas buscando el ángulo adecuado de su botavara, su mente está lejos de tierra como lo están sus cuerpos en esa mañana de agosto, sus problemas terrenales pueden seguir esperando en la costa unas horas más. Los sigo con la mirada y regreso a un pasado lejano truncado en un segundo, el cielo vuelve a oscurecerse sobre mi cabeza y nuevas nubes negras impiden brillar al sol, la realidad vuelve a hacerse presente en un verano que ya acaba y pronto habrá que enfrentarse de nuevo al monstruo que nos espera en la ciudad, pero esta vez lo haremos en malas condiciones pues estamos alicaídos y derrotados ¿síndrome postvacacional quizás?

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