miércoles, 26 de agosto de 2015

DÍA DE LLUVIA

El 16 de agosto amaneció muy nublado, había estado lloviendo durante toda la noche y el termómetro había restado varios grados a los días previos; la bahía había cambiado su característico color azul por un gris plomizo en consonancia con un cielo encapotado y triste, era un típico día de verano en el litoral levantino en donde las tormentas hacen su aparición. La playa estaba desierta, apenas unos caminantes junto a la orilla por eso de estar cerca del mar, en el paseo marítimo sin embargo había más animación; a falta de sol, toallas y sombrillas, la gente salía a desentumecer sus músculos tras una noche de truenos y relámpagos.

Se notaba la bajada de temperatura con tan solo ver a la gente tras los cristales, los biquinis y camisetas habían dado paso a las sudaderas y chaquetas de punto, muy pocos se atrevían a adentrarse entre las olas pues su color no invitaba al baño; la franja de arena junto a la orilla que cualquier otro día parecía una jungla de mástiles de colores, esa mañana más se asemejaba a un páramo estéril y olvidado. Aquel paréntesis climatológico en mitad del verano venía bien a muchos hartos de las altas temperaturas, asqueados de no poder conciliar el sueño nocturno, aburridos de tanto sol.


Era la otra cara del periodo estival en las costas la cual obligaba a un cambio de actividades; la gente se retraía más en sus casas y la que salía paseaba bajo la lluvia o atiborraba las terrazas protegiéndose de la misma,  cosa que los hosteleros agradecían con entusiasmo. Los top manta rápidos en reaccionar, exponían sobre sus efímeros tapetes una batería de paraguas de tamaños y colores muy variados, la gente cambiaba por unas horas los parasoles por los paraguas.

Aquel 16 de agosto amaneció nublado en la bahía y él recordó otro 16 de agosto en un pasado lejano vivido en la misma bahía, frente al mismo mar, al abrigo de la misma montaña  y bajo la mirada del mismo castillo. Entones lucía el sol y la temperatura era bochornosa, un típico día de playa con la arena cubierta de carne humana tendida sobre toallas multicolores y junto a ellas, formando un muro infranqueable paralelo al litoral, cientos de sombrillas a cual más chillona y llamativa. La imagen no había cambiado con el paso de los años y salvo por las nubes de aquella mañana, la arena seguía siendo ultrajada por miles de huellas anónimas día tras día.

A la caída de la tarde se vería subido a su automóvil en dirección a un pueblo de interior decidido a acabar el día, a pesar de los años transcurridos las imágenes eran nítidas en su recuerdo, las caras y lugares podían ser de hoy mismo y no de otra vida; el bullicio de personal inundaba el pueblo costero donde él pasaba el verano, hoy igual que entonces se notaba en sus rostros las ansias de descanso y diversión, era el puente de agosto y todos lo celebraban en las calles, junto al mar, en terrazas o en la arena pero él tenía su mente lejos, muy lejos, en el tiempo y en la distancia.


Aquel día habían comido todos juntos en el ático donde vivían, la terraza era enorme y bajo una gran pérgola almorzaban a diario tras los baños de mar; las siestas repartidos por hamacas y habitaciones eran todo un ceremonial tras las comidas, la sangre concentrada en sus estómagos tras la ingesta adormecía sus mentes y estas buscaban su retiro entre las sombras de aquel nido de águilas. Era el verano, su último verano.

El largo puente descontaba sus horas, este año el clima no acompañaba pero el personal seguía disfrutándolo; aquella bahía ventosa hacía honor a su fama agitando los vientos de levante, arena, sombrillas, toldos y toallas se veían agredidos por sus ráfagas incesantes creando un entorno molesto y reiterante. Nada que ver con el bochorno de aquel año en donde a medida que se adentraba por carreteras secundarias, la temperatura se incrementaba con el paso de los kilómetros calentando el motor y su cabeza.

El 17 de agosto de aquel año fue el primer día del resto de su vida, hoy lo recordaba con la mirada perdida en el horizonte de su existencia, aquel día quedaba ya tan lejos y sin embargo cerraba los ojos y aun podía oír los murmullos a su alrededor, aquel cuerpo dormido en la cama de un hospital anónimo se negaba a regresar a una vida malograda por el destino. Su alma emprendía un largo viaje, una vida paralela a partir de entonces en la que no se reconocería, el túnel de luz lo absorbería en un estado de ingravidez eterna el cual le llevaría a otros mundos y dimensiones, lejos de la precaria existencia terrenal por la que se vería obligado a deambular a partir de entonces.

Hoy, muchos años después, la playa atraía su mirada y en ella veía la felicidad y el desenfado de aquellos tiempos, veía el ir y venir de las gentes despreocupadas y tranquilas, veía las olas rompiendo en la orilla que un día acariciaron su piel y estas traían a su memoria los baños a la luz de la luna, los abrazos furtivos entre sus pieles húmedas, los paseos bajo las estrellas cogidos de la mano…


Era una historia dentro de otra historia, una vida dentro de otra vida, y cabalgando sobre las nubes de la eternidad, una existencia dentro de otra existencia pero todas ellas vividas de formas muy diferentes. Unas plácidas y sin sobresaltos, otras en cambio traumáticas y llenas de limitaciones. El libro de la vida aún no había escrito su última página pero su epílogo estaba cada vez más cerca y en su cajón de recuerdos, estos  estaban ya listos y en orden para rendir cuentas.

miércoles, 19 de agosto de 2015

PERSIGUIENDO AL MORENO

Cada verano las técnicas de caza cambiaban, no sé si también lo hacían las ordenanzas, no obstante la película se repetía año tras año; con la llegada del estío las playas empezaban a llenarse, las avalanchas humanas de carnes blancas buscando el sol y el mar eran continuas. Día tras día la arena de la bahía perdía su uniformidad mancillada por miles de huellas anónimas de efímera existencia; las atalayas de madera repartidas a lo largo de las playas lucían a bronceados socorristas engalanados con sus bañadores y boyas rojas, desde sus miradores oteaban a través de sus gafas de marca la arena y más allá de esta, las aguas llenas de tropezones humanos disfrutando de una mañana de baño.

Como cada atardecer Mamadou se dirigía hacia el paseo marítimo cargado con su petate lleno de relojes y otros abalorios de marca, made in Taiwan, él como otros subsaharianos habían hecho del top manta su forma de vida a esta parte del estrecho; los veranos en las playas del Mediterráneo eran su temporada alta y tenían que aprovecharla para luego hacer menos precaria su existencia durante el resto del año. La venta ambulante ilegal tenía sus riesgos y ellos los conocían, sin papeles y sin permisos aquella casta nómada venida de tierras calientes se habían convertido en diana de las fuerzas del orden.


Mamadou como muchos de los suyos, habían llegado a las costas españolas en precarias pateras de muy dudosa procedencia pero antes de poner los pies en el Mare Nostrum, habían recorrido medio continente en penosas condiciones desde sus países de origen. Aquel nefasto viaje ya solo era un mal recuerdo en la mente de nuestro moreno, tras varios años tentando a la suerte por los pueblos costeros del Mediterráneo ya conocía los sinsabores de la aventura europea y esta no era como la había imaginado desde su tierra natal.

Este verano les tenía reservada una sorpresa, nadie la esperaba pero iba a convertirse en el azote de los top manta; los nuevos presupuestos habían permitido la adquisición de un par de quads destinados a la policía local y otros dos para la guardia civil destinada en aquel pueblo costero. Era habitual en años anteriores que la playa fuera la vía de escape para los morenos que, cargados con sus bolsas llenadas a toda prisa, huían en tropel intentando escapar de una denuncia segura y la confiscación de su preciado género. Las batidas a lo largo del paseo marítimo se repetían día tras día y huir hacia la playa se había convertido en un mal menor, a sabiendas de que los maderos evitaban mancharse las botas de arena pero este año la cosa iba a ser diferente.


Los caballos mecánicos hacían volar a sus jinetes saltando del enlosado a la fina arena sin el más mínimo esfuerzo, estos nuevos caballeros del siglo XXI con sus yelmos blancos de fibra de carbono y botas de media caña surcaban la franja costera a la velocidad del rayo haciendo cundir el pánico entre los ilegales que, pillados por sorpresa por la rapidez y sin tiempo de ponerse a salvo, huían despavoridos sin orden ni control dejándose por el camino gran parte de su selecto bagaje.

La persecución de morenos era implacable, el acoso a su actividad ilegal no les daba un respiro a pesar del apoyo de la ciudadanía que al ver las razias a las que se les sometía, abucheaban inexplicablemente a las fuerzas del orden que actuaban como verdugos en el cumplimiento de la ley. Los sin papeles sabían obtener la simpatía de la gente pero a poco que analizaras la situación, no había duda de que estaban cometiendo varios delitos: eran ilegales, no pagaban impuestos por su actividad y además vendían género falsificado; que en el fondo fueran víctimas de las mafias en nada justificaba su actividad y presencia irregular.

Mamadou corría y corría sin mirar atrás, sus pies descalzos pisaban la arena húmeda de la orilla dejando tras de sí un rastro efímero de huellas presas del pánico; a sus espaldas oía el zumbido de los motores cada vez más cerca pero no se daba por vencido y seguía avanzando, llegar hasta el espigón podía ser su salvación. Los gritos de sus compañeros hacían más caótica la carrera, solo al final sabría quien lo había conseguido, no podía desfallecer, no tan cerca de su meta.



Una vez puesto a salvo en lo alto del espigón, respirando con dificultad por el esfuerzo realizado, pudo ver a algunos de sus compatriotas cercados por las fuerzas del orden, abatidos y cabizbajos se resignaban a su suerte en un país extranjero al que tanto les había costado llegar; su sueño europeo acababa en una playa no muy lejana a aquella a la que arribaron por primera vez. Mamadou lo había logrado una vez más, su vida pendía de un hilo y él lo sabía, cualquier atardecer podría ser el último pero mientras ese día llegaba seguiría extendiendo su manta en cualquier paseo marítimo para poder seguir malviviendo en un país extranjero que no lo quería.

miércoles, 12 de agosto de 2015

PUENTE DE AGOSTO

El largo fin de semana ya está aquí, miles de vehículos se apelotonan en  las salidas de las grandes ciudades dispuestos a aprovecharlo; en pocas horas las carreteras serán un caos con destino a la playa o la montaña. Tan solo serán tres días pero para muchos esos escasos días de asueto serán un oasis en el desierto, un paréntesis en sus angustiadas vidas, una carga extra en sus baterías existenciales, para otros estos días fueron en un pasado ya lejano un fin para casi todo lo conocido y un comienzo para todo lo que tendría que venir.


Un año más la fatídica fecha estaba a punto de llegar, un año más todo el contenido del baúl de los recuerdos se removía y la película volvía a proyectarse, un año más las imágenes que durante décadas habían mantenido un color sepia adquirían el color de la realidad y se volvían a revivir. Mientras tanto cientos de miles de personas iniciaban la segunda quincena de agosto debutando con un largo fin de semana lleno de ilusión, por fin llegaban las ansiadas vacaciones, meses esperándolas y ahora ya estaban tocando a la puerta.

Con la banda sonora de Nothing Hill flotando en el ambiente, de su mente brotaban los recuerdos de aquellos días vividos hacía ya varias décadas, a diario se movía por los mismos escenarios de donde partió aquella aciaga tarde de 1980, hoy se volvían a revivir aquellas imágenes borrosas por el paso del tiempo. Aquella playa había cambiado mucho, la bahía era la misma sin embargo en ella todo era diferente; más de tres  décadas de cambios durante los cuales había habido casamientos, nacimientos y muertes, atentados que habían cambiado el mundo, personajes de primera línea habían desaparecido o sido derrocados, el mundo árabe andaba convulso mientras Oriente Medio seguía sin levantar cabeza; las tres décadas habían tenido sus guerras y con el paso del tiempo todo seguía casi igual o peor, África seguía padeciendo sus hambrunas y en los últimos tiempos sufría el azote del fundamentalismo islámico, los ricos eras más ricos y los pobres más pobres, en cuanto a la clase media muchos países la tenían tocada de muerte con la crisis y los recortes.


Pero allí seguía el inminente puente de agosto, impasible al paso del tiempo y sus acontecimientos, listo para recibir a cientos de miles de almas y a algunos espíritus que se quedarán en las carreteras una vez más; setenta y dos horas de fiesta nacional serán el principio y el fin para muchos, unos volverán resignados de sus vacaciones, otros eufóricos las iniciarán pero todos irán sin apreciarlo, reduciendo su saldo vital.

Desde su jaula de cristal sobre la bahía él verá el presente, recordará el pasado y elucubrará sobre el futuro; verá a las gentes asaltar la playa con el mástil de su parasol en la mano emulando el desembarco de Normandía, todos a la conquista de un pedazo de arena que no les pertenece pero por el que están dispuestos a luchar como si en ello les fuera la vida. Al caer la tarde el enlosado del paseo marítimo se irá oscureciendo progresivamente como si una invasión de marabunta estuviera teniendo lugar, la gente con  ropa de paseo y bien perfumada saldrá a estirar las piernas hasta la hora de la cena, desde su torre de marfil él los verá ir de aquí para allá sin tumbo fijo.



El ansiado puente de agosto fue su final y ahora echando la vista atrás a medida que la noche avanza, aun puede ver a la luna observando su desgracia desde las alturas, impasible ante su cuerpo retorcido al final de una escarpada vaguada invadida por la oscuridad y el silencio. La fiesta continua en la costa como lo hacía aquella noche, las terrazas repletas de recién llegados muestran la alegría de las noches de agosto en el litoral mediterráneo, música y helados, baños de mar bajo las estrellas y todo un amanecer por descubrir; tierra adentro muchos años atrás en una vaguada angosta y olvidada, él vería otro amanecer y su cuerpo comenzaría una nueva vida.

miércoles, 5 de agosto de 2015

ALICAÍDO Y DERROTADO

Infames acontecimientos se ciernen en el devenir cercano de mi obsoleta existencia, el ojo turbio duda de si es su vista o son las brumas que le rodean quienes no le dejan ver; mecido por el viento de poniente espero un mediodía sofocante y pesado, es lo que tienen estos días de agosto, sientes que el aire no entra en tus pulmones y la piel te quema. La brisa caliente entra por mi ventana alborotando estores y cortinas, sigo enfrascado frente al portátil intentando escribir algo coherente y a la vista del resultado no lo estoy consiguiendo pero sigo insistiendo, en algún momento surgirá la chorrada del día.

No puedo evitar que la vista se me escape buscando la piscina del edificio vecino, grande, con una isla en un extremo de la que brota una gruesa palmera, su agua cristalina sobre un fondo azul turquesa en el que destaca un gran sol de rayos sugerentes, invita a sumergirse y abstraerse de la realidad que subyace en la superficie pero yo, sigo en mi torre de marfil elucubrando sobre los acontecimientos. El verano transcurre entre playa, paseo y cervezas variadas tomadas en lugares diversos, estas, acompañadas de unos cacahuetes fritos, son un deleite para matar el rato mientras mantenemos una conversación desenfadada con los amigos.

Hoy toca cena junto al puerto de pescadores, el día se promete pesado pues pronostican 38 grados de temperatura; a la caída del sol nos dejaremos caer por el JB y allí en una terraza junto a la calle, degustaremos tapas variadas del lugar: puntilla, huevas, anchoas con tomate de la tierra, pescaditos fritos, calamares…todo un placer para el paladar regado con buenos fluidos, frescos y aromáticos. Tendremos un recuerdo para la amiga Su que en su Villajoyosa querida, disfruta pintando telas sobre temas marineros que luego muestra en su web e intenta vender; también vendrán a nuestro recuerdo los desayunos tomados en este mismo lugar hace muchos años, aquí cargábamos nuestros estómagos antes de embarcarnos dispuestos a pasar una jornada de pesca, el motovelero siempre quedará en el recuerdo y los momentos pasados en él perdurarán durante el resto de nuestras vidas.

Horas más tarde regresaremos desandando el camino hecho, el pueblo permanecerá tranquilo, sus calles vacías bajo el manto de la noche esperarán un nuevo amanecer, a medida que este núcleo urbano vaya quedando atrás y vayamos aproximándonos a la playa, encontraremos mayor actividad aunque esta, en función de la hora que se haya hecho, también empezará a declinar. Bares y restaurantes cerrarán sus puertas tras recoger el mobiliario de sus terrazas, los vendedores ambulantes retirarán sus productos clandestinos extendidos sobre mantas a lo largo de todo el paseo marítimo, las luces irán apagándose y la línea costera quedará  oculta por las sombras.

Mientras unos se van retirando al concluir una nueva jornada, esta empezará para otros que a bordo de sus barcos pesqueros surcarán el río Júcar en busca de su desembocadura, una vez en mar abierto se dirigirán a sus caladeros habituales con la esperanza de tener un buen día y volver a puerto con las bodegas llenas. Todo es un ciclo y todo se repite, por días, por meses, por estaciones; la temporada alta de unos es la baja para otros, las ventas se disparan en una hostelería que permanece muerta muchos meses al año, los complejos de segundas residencias son un hervidero de gentes yendo o viniendo a la playa en las escasas semanas que permanecen habitados, luego de un día para otro con la llegada de septiembre, quedarán desiertos durante muchos meses convirtiéndose en ciudad fantasma, lo que ahora es bullicio y aglomeración.

Los momentos de asueto y entretenimiento pasan rápido y de nuevo volvemos a estar con la mente perdida muy lejos de aquí, las negras nubes vuelven a aparecer sobre el horizonte cercano y el precipicio vuelve a estar junto a nosotros; la cabeza busca una vez más en el azar de la fortuna, la válvula de escape a sus miserias terrenales aun siendo consciente de que allí nunca encontrará el consuelo que necesita su alma. Pasan los días, las semanas y los meses, el estío termina y tras él un nuevo otoño nos dará la bienvenida con sus días grises y ventosos, con sus lluvias y sus cortas jornadas, volveremos a ser peones sobre un tablero de ajedrez jugando una partida que no hemos elegido.

Y mientras el momento llega, yo sigo viendo la piscina de aguas cristalinas con su palmera agitada por el viento, la arena blanca de la playa salpicada de tropezones humanos multicolores como los tostones flotando en un tazón de gazpacho andaluz; veo un mar tranquilo cuyos labios apenas levantan espuma al besar la arena, veo un paseo marítimo escasamente transitado soportando estoicamente la severidad de los inclementes rayos solares en este día de poniente y con la respiración entrecortada, busco un manantial con el que hidratarme a pocos pasos de donde me encuentro, me acerco a él, abro una botella y bebo.


A lo lejos un pequeño catamarán, cabecea arriba y abajo mar adentro buscando un viento que llene sus velas y lo impulse sobre las olas, en  cubierta una pareja feliz lucha con las drizas buscando el ángulo adecuado de su botavara, su mente está lejos de tierra como lo están sus cuerpos en esa mañana de agosto, sus problemas terrenales pueden seguir esperando en la costa unas horas más. Los sigo con la mirada y regreso a un pasado lejano truncado en un segundo, el cielo vuelve a oscurecerse sobre mi cabeza y nuevas nubes negras impiden brillar al sol, la realidad vuelve a hacerse presente en un verano que ya acaba y pronto habrá que enfrentarse de nuevo al monstruo que nos espera en la ciudad, pero esta vez lo haremos en malas condiciones pues estamos alicaídos y derrotados ¿síndrome postvacacional quizás?