Aquel condominio era una pequeña ciudad feudal bien
estructurada, situada un barrio marginal
de la gran metrópoli lidiaba a diario con un buen número de conflictos
urbanos; sus vecinos eran de condición variada dentro de una clase media venida
a menos por los avatares de la larga crisis que azotaba al país en los últimos
años, las carencias entre la gente se dejaban notar crispando una convivencia
hasta hace poco cordial y amigable.
El edificio de tres alturas tenía un amplio y soleado patio
de luces interior en torno al cual se desarrollaba la vida vecinal, allí se
hacían tertulias en las que unos y otros intercambiaban chismes y noticias,
allí tenían lugar las reuniones de la comunidad, también allí los niños jugaban
a juegos de pillar y al escondite utilizando la fuente central y sus soportales
como obstáculos tras lo que ocultarse.
Dos escaleras enfrentadas en ambos extremos del patio, daban
acceso a las galerías corridas que circundaban el perímetro interior del
edificio al cual se habrían treinta viviendas, diez por planta, mayormente
ocupadas por foráneos venidos de otras provincias. En la puerta 2 G vivía la
familia Andrade compuesta por un matrimonio y tres hijos, dos varones y una
niña; Casilda, que así se llamaba, era la mayor y acababa de cumplir catorce
años motivo por el que hicieron una gran fiesta en el patio con merienda y
Karaoke, todos los niños de la corrala acudieron.
Casilda era muy de disfrazar, con un cuerpo muy desarrollado
para su edad no pasaba desapercibida para el género opuesto, llamaba la
atención y ella empezaba a darse cuenta, gustaba de gustar; sus hormonas
estaban despertando al amor y al deseo por lo que aquellas gentes de la
corrala, conocidas desde siempre, se le quedaban muy limitadas; Casilda quería
ampliar sus horizontes sociales.
Asidua a las redes sociales tenía perfil en prácticamente
todas las plataformas virtuales, su portátil y el recientemente adquirido
iPhone 6 con motivo de su cumpleaños, echaban fuego bajo las yemas de sus dedos
durante gran parte de sus jornadas cosa que tenía a su padre harto de tanta
tecnología, su madre era el contrapunto que compensaba las continuas
discusiones entre padre e hija al salir en defensa de esta última.
Como decía, Casilda era muy de disfrazar y en sus armarios se
acumulaban vestidos peliculeros reconocibles en muchas historias literarias; su
capa roja con capucha era un clásico entre su vestuario porque el rojo era su
color y aquella prenda era usada con frecuencia por lo que los vecinos cuando
la veían llevándola la tildaban de Caperucita.
Casilda quería mucho a su abuela a la que visitaba cada
semana, esta vivía al otro extremo de la ciudad motivo por el que debía cruzar
varios barrios de los denominados no
recomendables para ir a verla, era un peaje que tenía que
pagar y que tenía asumido. Sus padres le tenían dicho que nunca fuera
sola pero Casilda, rebelde como era, hacía poco caso de las advertencias e iba
a su bola al igual que en todas sus cosas.
Una tarde enfundada en su capa roja salió de la corrala con
la intención de llevar a cabo su visita semanal, con la mochila colgando de un
hombro y su nuevo iPad en el bolsillo emprendió el camino adentrándose en los suburbios que
tenía prohibidos pisar; ella era así, su valentía basada en la inconsciencia de
una adolescente la hacía no ver los peligros que la rodeaban pero estos
acechaban en cada esquina, en cada parque…
De camino a casa de su abuela entró en un Vidal y compró un
par de paquetes de Filipinos, sabía cómo le gustaban a su abuela aquellas
rosquillas bañadas en chocolate negro y pensaba darle una sorpresa. Siguió
adentrándose en un maremágnum de callejuelas las cuales poco a poco iban
quedando desiertas a medida que la tarde
declinaba; al llegar a un cruce que formaba una pequeña plazuela, un grupo de
jóvenes la increpó al verla aparecer, uno de ellos se le acercó mostrándole
gestos obscenos que a ella la hicieron ponerse en guardia.
No se lo pensó, conforme se puso a su altura el zagal
malcarado lanzó su pie hacia sus partes bajas reventándole literalmente sus
bolsas espermáticas (llámense huevos o cojones); el joven pillado por sorpresa
cayó de bruces echando sus manos a las partes nobles retorciéndose de dolor y
maldiciéndola, instante que Casilda aprovechó para salir corriendo y perderse
por una calle lateral dejando a sus espaldas al grupo de jóvenes que
sorprendido, no había tenido tiempo de reaccionar.
Una vez se sintió a salvo retomó su cadencia de paso
dispuesta a acabar el tramo final de su trayecto; llegó con las farolas de las
calles ya encendidas, llamó al timbre y al poco se oyó el zumbido eléctrico que
desbloqueaba la puerta del zaguán donde vivía su abuela, ésta la estaba
esperando desde hacía rato. Casilda subió corriendo los escalones ansiosa por
ver a su abuela y darle un gran abrazo, cuando llegó al segundo piso la
encontró en la puerta con su clásico batín azul regalo de unas navidades; ambas
se abrazaron y la abuela besucona como era, hizo vibrar sus blandos labios
sobre las mejillas de Casilda al tiempo que la arrasaba hacia el interior de la
vivienda.
Esa noche se quedaría allí a dormir. Era una noche especial
pues tenía lugar la gran final de GH Vip y las dos eran forofas de ese
programa; durante los tres últimos meses habían seguido las intrigas y las
cuitas de aquel grupo de crápulas y famosillos sin mérito conocido encerrados
en la famosa casa de Guadalix. Había llegado la fecha señalada en la que
tendría lugar el desenlace largamente esperado por el público y estaban
dispuestas a verlo juntas; la abuela era más de la princesa del pueblo
convertida en plañidera mal pagada dados sus continuos berrinches a lo largo de
la edición que ese día finalizaba, por su parte Casilda apoyaba a
Aguasantas que vaya nombrecito tenía la
muchacha, la veía más acorde a su forma de ser y mucho menos vulgar y grosera que
la Esteban; así pues la disputa estaba servida, en pocas horas se sabría el
resultado.
Cuando el mariposón de turno dio como vencedora del concurso
a Belén con un 67% de los votos
emitidos, Casilda saltó del sillón gritando ¡tongo, tongo…! Su abuela se reía y aplaudía al tiempo que desde
la pantalla una Esteban eufórica rebuznaba improperios para celebrar su
triunfo, alternaba lloros ensayados con soberbias risotadas al estilo que nos
tenía acostumbrados…….los malos augurios anunciaban largas semanas de verla por
los platós del corazón pavoneándose de su premio convencida de haberlo merecido
pero ya se sabe, ganó un concurso de baile sin saber bailar, escribió un libro
sin saber escribir, lucía el título de princesa y no pasaba de vulgar rana y
ahora la hacían ganar el Gran Hermano Vip.
La velada acabó y ambas, abuela y nieta, se retiraron a sus
habitaciones felices por estar juntas una vez más; la noche avanzaba y
estrellas fugaces surcaban el cielo buscando destinos lejanos en los que verter
sus esporas cósmicas dando lugar a la creación de nuevos universos. Casilda
desde su cama soñaría con una vida lejos de su corrala en la que haría y
desharía a su antojo sin tener que dar explicaciones a nadie, sería dueña de sus
actos y a través de ellos sería reconocida.
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