viernes, 3 de abril de 2015

LA CORRALA DE CAPERUCITA

Aquel condominio era una pequeña ciudad feudal bien estructurada, situada un barrio marginal  de la gran metrópoli lidiaba a diario con un buen número de conflictos urbanos; sus vecinos eran de condición variada dentro de una clase media venida a menos por los avatares de la larga crisis que azotaba al país en los últimos años, las carencias entre la gente se dejaban notar crispando una convivencia hasta hace poco cordial y amigable.

El edificio de tres alturas tenía un amplio y soleado patio de luces interior en torno al cual se desarrollaba la vida vecinal, allí se hacían tertulias en las que unos y otros intercambiaban chismes y noticias, allí tenían lugar las reuniones de la comunidad, también allí los niños jugaban a juegos de pillar y al escondite utilizando la fuente central y sus soportales como obstáculos tras lo que ocultarse.

Dos escaleras enfrentadas en ambos extremos del patio, daban acceso a las galerías corridas que circundaban el perímetro interior del edificio al cual se habrían treinta viviendas, diez por planta, mayormente ocupadas por foráneos venidos de otras provincias. En la puerta 2 G vivía la familia Andrade compuesta por un matrimonio y tres hijos, dos varones y una niña; Casilda, que así se llamaba, era la mayor y acababa de cumplir catorce años motivo por el que hicieron una gran fiesta en el patio con merienda y Karaoke, todos los niños de la corrala acudieron.


Casilda era muy de disfrazar, con un cuerpo muy desarrollado para su edad no pasaba desapercibida para el género opuesto, llamaba la atención y ella empezaba a darse cuenta, gustaba de gustar; sus hormonas estaban despertando al amor y al deseo por lo que aquellas gentes de la corrala, conocidas desde siempre, se le quedaban muy limitadas; Casilda quería ampliar sus horizontes sociales.

Asidua a las redes sociales tenía perfil en prácticamente todas las plataformas virtuales, su portátil y el recientemente adquirido iPhone 6 con motivo de su cumpleaños, echaban fuego bajo las yemas de sus dedos durante gran parte de sus jornadas cosa que tenía a su padre harto de tanta tecnología, su madre era el contrapunto que compensaba las continuas discusiones entre padre e hija al salir en defensa de esta última.

Como decía, Casilda era muy de disfrazar y en sus armarios se acumulaban vestidos peliculeros reconocibles en muchas historias literarias; su capa roja con capucha era un clásico entre su vestuario porque el rojo era su color y aquella prenda era usada con frecuencia por lo que los vecinos cuando la veían llevándola la tildaban de Caperucita.
Casilda quería mucho a su abuela a la que visitaba cada semana, esta vivía al otro extremo de la ciudad motivo por el que debía cruzar varios barrios de los denominados no recomendables para ir a verla, era un peaje que tenía  que  pagar y que tenía asumido. Sus padres le tenían dicho que nunca fuera sola pero Casilda, rebelde como era, hacía poco caso de las advertencias e iba a su bola al igual que en todas sus cosas.

Una tarde enfundada en su capa roja salió de la corrala con la intención de llevar a cabo su visita semanal, con la mochila colgando de un hombro y su nuevo iPad en el bolsillo emprendió el  camino adentrándose en los suburbios que tenía prohibidos pisar; ella era así, su valentía basada en la inconsciencia de una adolescente la hacía no ver los peligros que la rodeaban pero estos acechaban en cada esquina, en cada parque…


De camino a casa de su abuela entró en un Vidal y compró un par de paquetes de Filipinos, sabía cómo le gustaban a su abuela aquellas rosquillas bañadas en chocolate negro y pensaba darle una sorpresa. Siguió adentrándose en un maremágnum de callejuelas las cuales poco a poco iban quedando desiertas a  medida que la tarde declinaba; al llegar a un cruce que formaba una pequeña plazuela, un grupo de jóvenes la increpó al verla aparecer, uno de ellos se le acercó mostrándole gestos obscenos que a ella la hicieron ponerse en guardia.

No se lo pensó, conforme se puso a su altura el zagal malcarado lanzó su pie hacia sus partes bajas reventándole literalmente sus bolsas espermáticas (llámense huevos o cojones); el joven pillado por sorpresa cayó de bruces echando sus manos a las partes nobles retorciéndose de dolor y maldiciéndola, instante que Casilda aprovechó para salir corriendo y perderse por una calle lateral dejando a sus espaldas al grupo de jóvenes que sorprendido, no había tenido tiempo de reaccionar.

Una vez se sintió a salvo retomó su cadencia de paso dispuesta a acabar el tramo final de su trayecto; llegó con las farolas de las calles ya encendidas, llamó al timbre y al poco se oyó el zumbido eléctrico que desbloqueaba la puerta del zaguán donde vivía su abuela, ésta la estaba esperando desde hacía rato. Casilda subió corriendo los escalones ansiosa por ver a su abuela y darle un gran abrazo, cuando llegó al segundo piso la encontró en la puerta con su clásico batín azul regalo de unas navidades; ambas se abrazaron y la abuela besucona como era, hizo vibrar sus blandos labios sobre las mejillas de Casilda al tiempo que la arrasaba hacia el interior de la vivienda.

Esa noche se quedaría allí a dormir. Era una noche especial pues tenía lugar la gran final de GH Vip y las dos eran forofas de ese programa; durante los tres últimos meses habían seguido las intrigas y las cuitas de aquel grupo de crápulas y famosillos sin mérito conocido encerrados en la famosa casa de Guadalix. Había llegado la fecha señalada en la que tendría lugar el desenlace largamente esperado por el público y estaban dispuestas a verlo juntas; la abuela era más de la princesa del pueblo convertida en plañidera mal pagada dados sus continuos berrinches a lo largo de la edición que ese día finalizaba, por su parte Casilda apoyaba a Aguasantas  que vaya nombrecito tenía la muchacha, la veía más acorde a su forma de ser y mucho menos vulgar y grosera que la Esteban; así pues la disputa estaba servida, en pocas horas se sabría el resultado.

Cuando el mariposón de turno dio como vencedora del concurso a Belén con un 67%  de los votos emitidos, Casilda saltó del sillón gritando ¡tongo, tongo…! Su  abuela se reía y aplaudía al tiempo que desde la pantalla una Esteban eufórica rebuznaba improperios para celebrar su triunfo, alternaba lloros ensayados con soberbias risotadas al estilo que nos tenía acostumbrados…….los malos augurios anunciaban largas semanas de verla por los platós del corazón pavoneándose de su premio convencida de haberlo merecido pero ya se sabe, ganó un concurso de baile sin saber bailar, escribió un libro sin saber escribir, lucía el título de princesa y no pasaba de vulgar rana y ahora la hacían ganar el Gran Hermano Vip.


La velada acabó y ambas, abuela y nieta, se retiraron a sus habitaciones felices por estar juntas una vez más; la noche avanzaba y estrellas fugaces surcaban el cielo buscando destinos lejanos en los que verter sus esporas cósmicas dando lugar a la creación de nuevos universos. Casilda desde su cama soñaría con una vida lejos de su corrala en la que haría y desharía a su antojo sin tener que dar explicaciones a nadie, sería dueña de sus actos y a través de ellos sería reconocida.

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