sábado, 31 de enero de 2015

LA PLAZA

Un nuevo día daba comienzo, poco a poco la emblemática plaza despertaba a una nueva jornada, sus naranjos salpicaban de color cada rincón del lugar dando una nota de frescor al recinto enlosado. En las últimas dos décadas muchas eran las calles y plazas que habían adquirido la denominación de peatonales y con ella habían incrementado la afluencia ciudadana; hacía unos años que el lugar se había convertido en su refugio, allí meditaba junto a la fuente adosada a una de las paredes de la vieja universidad o se instalaba bajo la sombra de los verdes cítricos esperando lo inesperable, deseando lo imposible, soñando lo inimaginable.



En un pasado lejano por allí circuló con su ciclomotor ajeno a un mañana tormentoso y cruel; allí junto a la fuente que ahora lo miraba en silencio, un adolescente y sus amigos disfrutaron de tardes desenfadadas sin un destino definido. Los rumores del pasado fueron apeándose con el paso de los años y de aquel grupo de jóvenes no quedó nada, todos siguieron caminos diferentes y sus lazos se aflojaron hasta desaparecer.

Dos restaurantes habían instalado sus terrazas en la plaza dándole un calor especial al recinto, sentarse en una de sus mesas, dejarse acariciar por los rayos del sol o protegerse de este bajo una de sus grandes sombrillas te hacía pasar un rato agradable; la oferta hostelera de la carismática plaza venía a completarse con la cafetería de La Nau, situada en los bajos de la vieja universidad, ubicada en un patio interior la luz entraba por unas claraboyas situadas en lo alto creando un juego de claroscuros muy estimulante.



Aquella plaza se había convertido en su válvula de escape en los últimos tiempos y a ella acudían cada vez que querían verse, allí tuvieron su primer encuentro muchos años después de su primera vida, era su burbuja, su isla privada y en ella el mundo exterior dejaba de existir por unas horas cuando estaban juntos. Allí se respiraba paz y el tráfico  rodado quedaba a años luz aun estando a escasos metros de distancia, entrar en aquella plaza te desconectaba del caos urbano en el que estaba inmersa, la luz era distinta y el aire que respirabas notabas que llenaba tus pulmones.

Aquel talismán de luz y sosiego le permitía cargar las pilas de su alma, cada cierto tiempo necesitaba escapar hasta allí y reencontrarse con su fuente, sus naranjos, su torre de la iglesia, aquella en la que los viernes por la mañana se cantaba música sacra en una ambiente solemne y gris; el reloj de la torre tocaba las horas y los cuartos, su sonido lo devolvía a la realidad y avisaba del momento de partir, nunca veía la hora de salir y dejar atrás su recinto mágico y por ello las despedidas siempre se prolongaban.

Allí entre construcciones centenarias y otras más recientes intentaba darle un sentido a su existencia, organizaba sus jornadas que no su vida, echaba a volar su imaginación sin los límites terrenales a los que estaba atado y así, sin apenas darse cuenta entraba en contacto con la esencia de la plaza, con su espíritu dormido e impasible ajeno a las vidas de los que por ella circulaban.



La plaza seguiría allí cuando ya nadie estuviera aquí al igual que llevaba haciendo los últimos siglos, su alma impertérrita como un eslabón más de la ciudad quedaría para la posteridad y serían otros muchos, los que en un futuro próximo o lejano, continuarían yendo hasta ella para dejarse acariciar por los rayos del sol junto a los verdes naranjos, la fuente seguiría entonando su murmullo refrescante y claro, su campanario mantendría su ritmo horario dando las horas y los cuartos, y la paz y el sosiego se atrincherarían en aquel terreno enlosado inmerso en la ciudad pero él ya no estaría allí para verlo, su tiempo habrá pasado y otros ocuparán su lugar en la vieja plaza.

sábado, 24 de enero de 2015

EL NIÑO Y EL CACHORRO

Días de amanecer turbio en los que el vientre maltrecho amenaza con verter su contenido fecaloide, putrefacto y maloliente; mañanas grises de actividad incierta e indeseada con final nefasto; jornadas aciagas de haceres torcidos y resultados penosos. 

El retortijón malévolo se clava en tus adentros y amenaza la integridad de un cuerpo adoctrinado en el sufrimiento y el abandono; el mal con un zarpazo traicionero, rasga epiplones y agudiza la precariedad de unas vísceras huidizas y temerosas, carnes pútridas que rezuman jugos apestosos y viscosos, cuya enjundia repele a los ojos vírgenes de sufrimiento.

El niño de carnes tiernas, víctima propiciatoria de la lascivia mundana, vive su inocencia ajeno a la inmundicia que le rodea; en sus juegos infantiles no hay espacio para la maldad que arraiga en almas maduras, ojos claros reflejan la pureza de su espíritu pero en un tiempo no muy lejano el vicio y la corrupción rondarán su fortaleza y tan solo una férrea voluntad asentada en unos firmes principios, salvarán a ese niño tierno e inocente de caer en las profundidades del averno.

Y junto a la carretera corretea indeciso un cachorro desorientado, horas antes la puerta de un vehículo se cerró tras él dejándolo solo en un entorno hostil y desconocido; mira a un lado y a otro buscando a sus amos pero estos no regresarán pues van camino de una ciudad costera donde pasarán sus vacaciones, aquella bola peluda que fue recibida con mimos y voluntades, hoy se ha convertido en una molestia de la que hay que deshacerse. Asustado y hambriento mira desde la cuneta a un tráfico rodado que indiferente a su existencia, pasa fugaz a escasos metros de él.


La pelota fue rodando entre los juncos y tras ella, un chicuelo de rubios cabellos con la cara sucia y una camiseta raída apareció nervioso; sus tripas no andaban bien aquella mañana y caminaba con cautela entre la espesura del monte bajo, media sus pasos y evitaba posturas forzadas a riesgo de provocar una fuga indeseada. Hasta él llegaba el rumor del tráfico dada la proximidad de la carretera, este aumentaba a medida que avanzaba entre la maleza en busca de su pelota; un gemido lastimero llegó hasta sus oídos sin una procedencia determinada, curioso avanzó buscando su origen. Unos metros más allá y con la calzada ya a la vista, dos ojos saltones sobre una bola de pelo negro llamaron su atención, agazapado y tembloroso el pequeño cachorro seguía esperando a sus amos.

Se acercó despacio pronunciando palabras suaves para tranquilizar al pequeño can, poco a poco llegó a su altura y se agachó para acariciarlo, craso error pues a medida que se inclinaba sobre el diminuto chucho, sus esfínteres perdieron la compostura abriendo las puertas de sus partes más íntimas, a través de las cuales tras una pedorreta quejumbrosa, un torrente de materia fecal semiviscosa y maloliente, brotó como un surtidor impregnando sus cortos pantalones y resbalando por sus enclenques piernecillas. Ante aquel sonoro retortijón que acompañó a la espontánea cagada, el cachorro se sobresaltó e inició la huida entre los juncos en dirección a la carretera.

Los vehículos circulaban a gran velocidad, turismos, furgonetas, camiones pesados pasaban fugaces como un suspiro; el asustado cachorro llegó al borde del asfalto y se detuvo ante el cambio de terreno, olisqueó aquella superficie oscura y caliente lleno de curiosidad, tras él oyó al chiquillo que ante su incontrolada deposición, lloraba de impotencia. La barrera de juncos se agitó ante la llegada del crío que a trompicones, apartaba aquella selva lineal y fibrosa que le cerraba el paso, al poco nuevamente sus miradas se cruzaron.

La bola de pelo con ojos saltones y cuerpo tembloroso, se sobresaltó ante la llegada de aquel ser fétido y lloroso. Lleno de espanto salió corriendo entre los matojos invadiendo el negro asfalto quedando inmóvil en tierra de nadie, tras él salió corriendo el chicuelo en un intento por atraparlo y en la inercia de la carrera también saltó al asfalto, más pendiente del cachorro que del verdadero peligro que allí acechaba. Allí quedaron los dos a merced de un tráfico despiadado que a velocidad de vértigo, pasaba junto a sus cuerpos; el camión tráiler surgió en un cambio de rasante, poco a poco su tamaño fue aumentando a medida que se les venía encima, el frenazo hizo saltar chispas dejando un reguero de goma negra adherido a la calzada.


Todo ocurrió en un instante, la cabeza del camión apenas notó el golpe al pasar sobre los diminutos seres; cuando al fin consiguió detenerse atrás quedó una masa informe de carne, huesos, pelo y mierda. Los ojos saltones perdieron su brillo y apagaron su mirada, por su parte del chicuelo de rubios cabellos y tez enmarañada, apenas si quedó algo reconocible; allí, sobre el asfalto, quedaron los restos de dos vidas que apenas iniciaban su andadura, allí acabaron muchas esperanzas, allí murieron unos sueños que ya nunca podrían alcanzarse pero la vida siguió rodando por aquella carretera.

sábado, 17 de enero de 2015

MUERTO EL PERRO, MUERTA LA RABIA

Ya lo venía diciendo el famoso refrán “Muerto el perro, muerta la rabia”, es una solución rápida y eficaz de erradicar los males pues hay ocasiones en las que no vale la pena plantearse la posible recuperación; cuando el mal invade la mente y esta toma el mando del proceder en un cuerpo esclavo, poco podemos hacer ya con lisonjas y paños calientes por muy buenas que sean nuestras intenciones.

Cuando el mal se enraíza en la mente y hace perder la coherencia y el sentido común, cuando este toma el mando y anula la voluntad siendo la de otros la que domina, cuando hace perder las prioridades anteponiendo unas creencias manipuladas a la razón, la familia, el trabajo… ya hemos llegado tarde y cualquier intento de recuperación está condenado al fracaso.

Los portadores de este mal, endémico en los últimos tiempos, que muchas veces permanece dormido a la espera del estímulo u orden que lo saque de su letargo, viven entre nosotros pasando desapercibidos; hacen una vida normal, se mueven en nuestros ambientes, viven en nuestros barrios, los saludamos en la escalera y un día sin nada aparente que lo motive, cambian y se radicalizan, abandonan sus costumbres y adquieren un modo de vida muy diferente al del país en el que viven, retornan a sus ancestros con la idea grabada a fuego de encontrar el paraíso a través de la sangre, la suya y la de otros.


Tras una semana de luto, llantos, reuniones al más alto nivel y un sinfín de condenas desde todos los puntos del planeta, las aguas vuelven a su cauce hasta que un nuevo revés vuelva a agitar la vida de millones de ciudadanos que, ajenos a los conflictos que se desarrollan allende de sus tranquilos barrios, se rasguen nuevamente las vestiduras ante la barbarie de unos pocos.

Es curioso que una vez cazadas las presas, casi todas tengan antecedentes o sean viejas conocidas de las fuerzas de seguridad, da igual el país en el que esto ocurra pues en todos se da esta circunstancia; unas están recién salidas de la cárcel, otras lo estuvieron en tiempos no muy lejanos, de algunas se sabe hicieron turismo yihadista en campos de entrenamiento perdidos en países tercermundistas y de otras se conocen sus trayectorias radicales. Ante esta realidad contrastada habría que reflexionar a la hora de pensar en la permisimidad de nuestro sistema judicial pues está claro, a la vista de los resultados, que cuanto más civilizados y democráticos somos, más fácil lo tienen estos individuos para burlarse de las leyes y evitar el matarile.

A un perro rabioso por mucho que lo encierres y lo mantengas aislado, que no es el caso, no le curas la enfermedad; tan solo lo alimentas, le das descanso para que coja fuerzas y tiempo para meditar estrategias nuevas  que nunca acaban bien pues en cuanto salen ahí tenemos los resultados. Sin darnos cuenta unos pocos que en realidad son muchos miles, están haciendo resurgir  las Cruzadas por la fe verdadera enfrentando religiones que de seguir los preceptos que promulgan deberían convivir en paz.


Estos muyahidines de fe envenenada por sus enfermizos y radicales imanes, dispuestos a morir por la causa de Alá, que no se sabe muy bien cual esta, andan entre nosotros con sus kalashnikovs  y sus chalecos bomba hasta que un buen día se levantan con el morro torcido y deciden usarlos; intentan que su paso al paraíso sea lo más rimbombante  posible, a poder ser con cámaras y taquígrafos presentes para darle más boato a la funesta escena;  balbuceando frases coránicas que nadie entiende y en un estado de enajenación estéril  creen convertirse en mártires de la yihad, nada más lejos de la realidad. Ni su Alá se digna mirar sus despojos humanos.


Los hermanos Kouachi (Said y Chérif) y Amedy Coulibaly han sido tres más de estos descerebrados lobos solitarios que en su locura religiosa, se han llevado por delante a un puñado de franceses; ahora ha sido París, hace diez años fue en Madrid y más tarde en Londres, hemos cambiado nuestro terrorismo casero por otro venido de Oriente, más fanático, más sangriento pero igual de inútil.


Si ellos quieren ser la cimitarra, seamos nosotros la espada que los destripe pero hagámoslo ya en sus nidos, sin esperar a que actúen, arranquemos de cuajo la  semilla del terror antes de que germine, no les demos opciones no son nuestros iguales y por tanto no merecen nuestros derechos, de hecho no merecen ninguno y al dárselos estamos cavando nuestra propia tumba. Si al final hemos de arrepentirnos de algo, hagámoslo de lo no hecho y no al contrario, acabemos con esta lacra y si para ello han de desaparecer de forma “socialmente incorrecta” no lo dudemos y apliquemos otro conocido refrán “Quien da primero, da dos veces”.

sábado, 10 de enero de 2015

EL CÁNCER DE LA HUMANIDAD

Siempre han intentado manipularnos, de hecho durante siglos lo consiguieron y aun hoy en día en muchas partes del mundo siguen siendo ley; desde que el mundo es mundo el miedo a lo desconocido ha sido una lacra que unos pocos han sabido manejar sacándole un buen provecho. La incultura de los pueblos ha sido un caldo de cultivo inmejorable en donde esos pocos han sabido mover los hilos de manera sutil hasta conseguir erigirse en guías del rebaño. A nadie escapa que la masa siempre ha necesitado ser conducida, guiada, dirigida y cuando esto no ha sido así ha reinado la anarquía, peligrosa y desorganizada; a nadie escapa que la masa siempre ha necesitado tener algo en que creer, a lo que aferrarse en sus momentos de desesperación, a quien encomendarse en los momentos difíciles y a quien dar gracias por los éxitos y buenaventuras.


Los astros y los elementos han sido adorados desde tiempos inmemoriales, más tarde estos entes adorados cobraron forma y aparecieron los dioses, los hay a cientos, con las formas y poderes más diversos, nadie escapaba al poder de los mismos por voluntad u obligación. La aparición del santón, chamán, brujo, hechicero, gran sacerdote, guía espiritual o el nombre que fuere según culturas o momento histórico, dio pie a la creación de una figura supuestamente en contacto con los dioses cuyas voluntades se transmitían a través de sus voces, sus cánticos, sus bailes y ceremonias; con ellos la primera célula maligna empezó a arraigar sobre el planeta y con los siglos esta fue reproduciéndose.

En nombre de esos dioses la historia está llena de tropelías, las doctrinas que supuestamente promulgaban estos poseedores de la verdad, dieron lugar a las religiones y estas fueron y siguen siendo el azote de las civilizaciones; siempre dirigidas por unos pocos autoproclamados la luz del pueblo, marcan sus normas y se aferran a un inmovilismo ancestral. En nombre de las religiones se han abanderado guerras absurdas, se han sacrificado a hombres y mujeres avanzados para su tiempo, se han sesgado ideas y conocimiento científico, se ha lastrado el progreso de muchos pueblos cuyos miembros han sucumbido bajo el tormento en aras de la purificación de sus almas.

Los Mesías de turno han campado a sus anchas difundiendo la palabra divina, sus discípulos han ido interpretando sus legados adaptándolos a circunstancias variables según los tiempos, a su vez los seguidores de estos han hecho dogma de fe las supuestas palabras mesiánicas sin ni siquiera plantearse su coherencia y veracidad. La fe mueve montañas y las masas enardecidas bajo la influencia de esa fe, son capaces de cambiar la historia a sangre y fuego como se ha demostrado a lo largo de los siglos; las guerras santas, la yihad islámica, las cruzadas… donde los participantes en la contienda esperan obtener una recompensa espiritual por el mero hecho de ir o morir en combate, se han demostrado un reclamo suficientemente atractivo para formar batallones de mártires en uno y otro bando, por una y otra fe, en una u otra trinchera.


Hoy el mundo está dividido y se demuestra que cuanto más atrasado e ignorante es un pueblo más arraigadas tiene sus creencias religiosas, ciencia y fe llevan caminos separados pues la primera aplica la constatación de hechos y esto hace perder a la segunda poder, un poder que durante siglos se ha basado en seguir sin discusión alguna los cantos de sirena que en su día alguien asumió como divinos e impuso bajo la amenaza del fuego eterno a quien se desviara del camino. A lo largo de la historia nadie se ha salvado o condenado por seguir o no hacerlo una fe u otra, por ser bueno o malo, por aplicar unos preceptos o saltárselos…; nada impuesto es bueno y las religiones lo han sido durante siglos convirtiéndose en el cáncer de la humanidad a la cual ha subyugado con amenazas y castigos divinos cuando no aplicando tormentos y martirios.

Los pueblos libres de hoy en día tienen la capacidad de elegir si practicar o no esta o aquella fe según sus creencias, culturas o razas pero aún hay mucho mundo en el planeta que vive bajo el yugo de imanes radicales, sacerdocios peculiares, telepredicadores y un sinfín de personajes tocados por una supuesta mano celestial que marcan las normas de unas doctrinas muy alejadas de sus ideas originarias, donde estas han sido modeladas a la conveniencia de cada jefe espiritual y de cuyo incumplimiento muchas veces depende la propia vida.



Es hora pues de abrir los ojos ante tanta hipocresía, hora de liberar la mente de amenazas divinas en caso de apartarnos del camino, hora de aplicar el sentido común en la interpretación de los textos supuestamente sagrados, hora de restar importancia y protagonismo a los jefes espirituales, hora en fin de ser libres de ataduras impuestas por un clero  ancestral y caduco que ha sabido manejar con habilidad durante siglos a un rebaño temeroso de la ira divina. Rompamos las cadenas o mantengámoslas pero hagámoslo con libertad, sin miedos ni coacciones, sin imposiciones ni normas drásticas, sin temor por la propia vida; fomentemos pues en un nuevo siglo la libertad de credo o la ausencia de este pero hagámoslo con coherencia, sin dejarnos influir ni amedrentar, asumiéndolo en su justa medida, sin elevarlo a los cielos pues en estos tan solo hay nubes y los astros marcan nuestra buena o mala existencia.

sábado, 3 de enero de 2015

BESOS APÁTICOS

Así eran sus besos, desprendidos, formales, sin interés. El contacto breve de sus labios en mis mejillas era toda una demostración de intenciones, estériles y anodinas estas, no mostraban ningún atisbo de sentimiento y sin embargo ella era la misma persona de siempre. Quizás no fueran sus besos sino las impresiones que él tenía sobre los mismos las que habían cambiado, aquellos besos habían perdido el fuego del pasado y un manto de olvido parecía haberse instalado en su persona.

Su vida había sido complicada con una esfera social limitada, la alegría de juventud hacía mucho que había desaparecido y un rictus de amargura siempre sobrevoló a su figura; la veía casi a diario permaneciendo en la ignorancia mutua la mayoría de las veces, rara vez cruzaban alguna palabra y cuando estas llegaban eran pura cortesía. Vivían mundos diferentes, realidades diferentes, recuerdos diferentes; sus círculos nunca se cruzaron por lo que consumían sus vidas caminando por senderos separados.

Cada jornada era idéntica a la anterior y a las venideras, nada cabía esperar por tanto que las diferenciara; daba igual el día, mes o año pues nada cambiaba y como autómatas, se relacionaban sin verse, sin mirarse siquiera. Solo en dos momentos al año, Navidad y vacaciones, podía romperse su férrea indiferencia, en ellos sus pieles volvían a rozarse con gestos de compromiso, instalando nuevamente sus respectivos firewall tras el fugaz contacto.

Ni en los momentos más críticos de sus vidas hubo acercamiento entre ambos, su lejana historia en común flotaba en un limbo como si nunca hubiera existido y quizás nunca lo hizo, ya lo dudaba; las imágenes de entonces fueron borradas por el paso del tiempo y tan solo chispazos de nostalgia surgían de vez en cuando entre sus marchitas neuronas. El paso del tiempo había cebado el olvido de una historia que nunca fructificó, la distancia social entre ambos había roto unos lazos cuyos nudos nunca llegaron a afianzarse, la cautela del qué dirán acabó con sus ilusiones sin apenas darse cuenta pues un férreo muro se levanto entre ellos de un día para otro sin tiempo para reaccionar.

Sus besos apáticos le hirieron durante años, con el tiempo un sutil manto de indiferencia lo envolvió llegando a ignorarla, ya no la veía aun teniéndola delante y su mente voló a otras costas, a otras tierras donde amores mercenarios le devolvieron el brillo perdido en la mirada, donde el abrazo buscado era correspondido, donde los besos furtivos volvían a cobrar significado.


La negrura de la crisis se instaló en aquel barrio por donde se movían, por donde se veían aun sin apenas relacionarse y todo el castillo de sus vidas, al igual que las de otros, empezó a desmoronarse. Los caminos de la incertidumbre por los que transitaban sus existencias se tambaleaban sin encontrar un punto seguro al que asirse; los pocos restos de su breve historia lejana desaparecieron como azucarillos disueltos en el café y ni tan siquiera los posos de este dejaron testimonio de aquellos días de amor fugaz.