La crisis llegó para quedarse, ya eran varios los años de
recortes, limitaciones y penurias; los ricos como pasa siempre eran más ricos y
los pobres más pobres, la clase media se había pulverizado soportando sobre sus
hombros el peso del mal hacer ajeno.
La gente no podía acceder a una vivienda y
quien la tenía, corría el riesgo de ser desahuciado si se retrasaba en el pago,
mientras tanto la banca seguía acumulando beneficios a pesar de haber sido
rescatada con dinero público tras años de nefastas especulaciones. Personajes
insignes que durante décadas habían sido modelo para muchos, se destapaban como
grandes evasores de impuestos con enormes fortunas en paraísos fiscales ganadas
a base de saltarse todas las leyes y ahí seguían, con grandes mansiones y
rodeados de un cortejo de aduladores sin escrúpulos.
En este país de pandereta la lentitud de la justicia según
para quien, llegaba a exasperar; todo se eternizaba y mientras tanto muchos se
quedaban por el camino esperando que se hiciera justicia con sus asuntos. Los
expedientes se amontonaban en los juzgados mientras los casos prescribían con
el paso del tiempo, el sistema judicial era tan perfecto y civilizado que
muchos presuntos culpables se iban de rositas haciendo clara burla a la
sociedad en la que delinquían. Y mientras unos vivían a cuerpo de rey de lo
ajeno aprovechándose de amnistías fiscales y otros subterfugios, otros, la
mayoría, se las veían canutas para llegar a fin de mes, para atender sus pagos,
para encontrar un trabajo ya no digno sino tan solo un trabajo, de lo que
fuera.
Y mientras todo esto sigue ocurriendo un selecto grupo de individuos,
varios miles en todo el país, pagan sus errores con la falta de libertad en
instituciones penitenciarias eso sí, con todas sus necesidades cubiertas a
cargo del estado; allí gozan de tres comidas diarias, habitaciones con vistas,
biblioteca, gimnasio, instalaciones deportivas, talleres por si sienten la
necesidad de llevar a cabo eso que llaman trabajo, tienen atención médica
gratuita, derecho al estudio, bis a bis con la parienta para apagar la lívido…
y todo pagado con los impuestos de esa gente que no llega a fin de mes, que ha
de pelear por una cartilla sanitaria, que no le llega para pagarse la matrícula
de sus estudios, que con una comida diaria tiene que apañarse y agradecer lo
que comen al banco de alimentos, que no pueden
pagar el alquiler o la hipoteca de su casa… pero ya se sabe, somos un
país civilizado y moderno, tan moderno que dejamos que muchos niños pasen
hambre, tan avanzado que retiramos las ayudas a la dependencia, tan modélico
que permitimos el desahucio de personas mayores dejándolas en la calle y
mientras tanto tenemos a la escoria de la sociedad en instalaciones públicas,
bien alimentada, con su sanidad cubierta y múltiples opciones para llenar su
tiempo libre.
Habrá quien piense que bastante tienen con estar privados de
libertad, craso error, la gran equivocación con esta gente es olvidar los
motivos por los que están donde están, la gran equivocación con esta gente es
permitir que se les apliquen beneficios penitenciarios, la gran equivocación
con esta gente es que nunca cumplan íntegras las condenas que se les imponen.
La cárcel no rehabilita ni mucho menos ayuda en la inserción social del preso
una vez libre, por otra parte que necesidad tiene la sociedad de asimilar a
estos marginados, a mi modo de ver ninguna por tanto ¿para qué invertir
recursos en ello?
Las instituciones penitenciarias deberían reinventarse para
afrontar los retos del nuevo siglo en el que nos hallamos inmersos, la
estructura carcelaria está obsoleta y en general demasiado cómoda para los
internos; el tránsito de personal y su sociabilidad favorecen el tráfico ilegal
y las corruptelas tan implantadas en todos los centros penitenciarios. Por
tanto un nuevo modelo de cárceles está siendo necesario, en las que el contacto
interpersonal esté restringido, en el que las visitas sean una excepción, en el
que los motines sean impracticables y las fugas imposibles, nuevas cárceles sin
privilegios, desconectadas del mundo exterior, en las que el que ingrese se
convierta tan solo en un código de barras, cárceles automatizadas, mecanizadas,
carentes de sentimiento.
Una estructura capsular basada en el modelo esponja sería
digna de estudiar; imaginemos una esponja, visualicemos los cientos del
celdillas que configuran su estructura, ahora traslademos esa estructura a un
complejo penitenciario; cada celda estaría aislada del resto sin conexión
física entre ellas, la comunicación entre los inquilinos estaría anulada al no
existir espacios comunes en los que interactuar, la alimentación, higiene y
necesidades sanitarias se prestarían en la propia celda sin por ello tener
necesidad de acudir a ninguna instalación concreta y por tanto se evitaría el
tránsito por pasillos y otras dependencias. El contacto entre presos y
funcionarios se llevaría a cabo vía telemática, manteniendo el contacto
personal tan solo para casos especiales o de extrema necesidad; el centro por
tanto aseguraría el completo aislamiento entre los internos no dando lugar a
complots, camarillas o las tan habituales mafias carcelarias; el interno en su
celda no recibe nada del exterior y nunca podrá comunicarse con el mismo, la
celda se sella el día de su ingreso y tan solo se rompe su precinto al cumplir
la condena o por motivos especiales.
Dado que este modelo de cárcel carece del régimen de visitas
y otros privilegios, su ubicación idónea sería cualquier enclave aislado y de
difícil acceso; podría pensarse en un complejo subterráneo ya que la influencia
climatológica será irrelevante o submarino, aprovechando plataformas
petrolíferas en desuso. Un condenado a cárcel no puede pasar el tiempo jugando
al basket, tomando el sol en el patio o tonificando sus músculos en el
gimnasio, mientras personas honradas son víctimas de los desmanes de gentes que
se saltan la ley a la torera creyéndose impunes a las normas de la sociedad en
la que viven.
Un nuevo modelo de cárcel se hace necesaria, un modelo en el
que el interno sufra realmente las consecuencias de los actos que lo han
llevado allí, en donde la pérdida de libertad sea el menor de sus males, el
aislamiento lo tendrá a salvo de malas influencias y tan solo su fortaleza será
el arma que podrá esgrimir para superar la prueba que la sociedad le ha
impuesto, si no lo consigue a nadie importará.
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