Y uno pregunta ¿es usted feliz? A lo que el otro le responde
¿usted me ha visto cara de idiota? A menudo la felicidad pasa junto a nosotros
pero lo hace de puntillas, sin armar ruido, sin querer llamar la atención y es
por ello que casi siempre pasa desapercibida; los momentos buenos pasan
mientras tenemos puestos nuestros sentidos en otras cosas y solo llegamos a
apreciarlos con el paso del tiempo. Son instantes fugaces, efímeros, en blanco
y negro o en color, en la playa o la montaña, en el campo o la ciudad, en un
parque, en una calle, en un banco del jardín, la felicidad te azota cuando no
la esperas y no la puedes atrapar.
El latigazo de felicidad es sutil, suave como el terciopelo,
rápido como el rayo y tras él queda una sensación de incredulidad, uno no es
consciente de haberlo experimentado pero se siente bien aun no sabiendo la
causa, pues a veces son pequeñas cosas
las que dan origen al latigazo feliz. Si pusiéramos en una balanza los grados
de felicidad e infelicidad del mundo,
está claro que ganarían por goleada los segundos, estos suelen ser mucho
más abundantes y prolongados en contraste con los momentos puntuales de
felicidad.
Nacimientos, bodas, aniversarios y un montón más de
acontecimientos sociales son a priori momentos felices pero no siempre es así;
muchas veces la responsabilidad adquirida y los compromisos impuestos por el
acto protocolario, anulan en gran medida las dosis de felicidad que por lógica
debieran envolvernos. Uno va por la vida sin plantearse la cuantía de su
felicidad, en ocasiones pensar en ello puede ser frustrante y desesperanzador;
con mucha frecuencia uno nunca tiene lo que cree merecer, en unas ocasiones
faltan habilidades, en otras oportunidades, en algunas reconocimiento… todo
ello puede llevar a un estado de infelicidad crónica que en estos casos es
claramente manifiesta.
Volviendo a la efimeridad del latigazo feliz, cuando uno
llega a darse cuenta este ya ha pasado y su huella ya solo es un recuerdo
lejano, esto hace que tan solo podamos saborear un recuerdo en vez del momento
que lo ha creado; agazapados dentro de nuestra cabeza guardamos en la memoria
momentos ilustres en los que fuimos felices, pequeños fotogramas nos permiten
ver caras y lugares que fueron protagonistas de esos instantes mágicos, cortos
guiones que querríamos hacer eternos pero que duraron escasos segundos en
nuestra existencia.
Nadie puede prepararse para la felicidad pues prepararse es
esperarla y esta nunca se sabe cuándo llegará en el caso de que apareciera,
como las sorpresas es imprevista y por
ello cala hondo en las vidas de quienes tienen la suerte de recibirla; la
felicidad puede llegar a ser un estado de abobamiento manifestado por un latir
más intenso de los corazones, un brillo más cristalino de unos ojos que pueden
llegar a humedecerse así como unas manifestaciones corporales más desinhibidas
como risas bobaliconas, caída de baba entre gritos con sordina e intensas ganas
de abrazar al prójimo.
La desdicha es más abundante que la felicidad ¿Quién ha dicho
que tengamos que ser felices? ¿Quién determina cómo y cuando llega la
felicidad? Todo es una incerteza pero está claro que sufrir sufriremos, eso
está garantizado, tan solo podemos elucubrar sobre cuanta felicidad estamos
dispuestos a recibir, del mismo modo habrá que valorar los méritos hechos para
recibirla que en ocasiones son más bien escasos.
Uno puede ser feliz viendo el vaivén de las olas, sentado en
una toalla sobre la arena o leyendo un libro en una terraza pero ¿se es
consciente de esa felicidad? normalmente no y por tanto pasa desapercibida. Uno
puede ser feliz viendo una cara bonita, teniendo una conversación con los
amigos o paseando con un ser querido pero ¿llegas a darte cuenta de lo especial
de ese momento? normalmente no y por tanto no sabemos retenerlo.
Quizás esté en esa falta de consciencia el secreto que nos
lleva a ser felices con el recuerdo de esa felicidad efímera, fugaz e
imperceptible, quizás en no darnos
cuenta de ella en el momento que se produce esté la esencia de la misma
felicidad.
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