Como cada año el Pistacho nos traía caras nuevas, entre ellas
predominaban las chicas del este de Europa, quizás en ello tenía mucho que ver
Irena, la mujer de Javi el dueño, de origen lituano ella debía ser quien
llevara a cabo los casting para seleccionar al personal. La verdad es que
formaban un buen equipo, solían estar los de siempre más un plus que eran la
novedad de cada temporada; este año Lenka formaba parte de este segundo grupo.
Lenka era de la República Checa, no me preguntéis como estas
chicas acaban recalando en este pequeño pueblo costero pues año tras año
también me hago esa pregunta; su turno empezaba a media tarde y se prolongaba
hasta bien entrada la madrugada, en el Pistacho se echaban horas para aburrir
pero había que aprovechar pues la temporada de verano cada año era más corta.
Tenía a su cargo el ala norte de la terraza y en plena faena, allí no había un
momento de respiro pero ella se desenvolvía bien.
Si algo caracterizaba a esta mujer era su simpatía y su
eterna sonrisa, era amable y atenta a rabiar, todos los que iban a su sector
estaban encantados con ella pues desprendía una familiaridad que era de
agradecer. Cuando todos estaban servidos, ella se situaba en un punto
estratégico del local barriendo las mesas con la mirada pendiente de cualquier
solicitud, Lenka era eficaz y se le notaba, sabía estar donde se la necesitaba
en el momento oportuno.
Mi amiga María que siempre recalaba por las mesas a su cargo,
era una incondicional de Lenka y hablaba maravillas de ella en cuanto a sus dotes
de sociabilidad y atención, su marido Fernando era de la misma opinión y
siempre la dejaban en buen lugar. Nosotros no tuvimos muchas ocasiones de
recibir sus atenciones pues casi siempre nos poníamos en el corner o en el ala sur, atendidos ambos
por otros compañeros, pero siempre era un placer verla transitar entre las
mesas.
Lenka tenía un look atractivo, siempre con los cabellos
anudados en una coleta y sus ojos correctamente maquillados, eran unos bonitos
ojos; la conocimos con el pelo rojizo a juego con el pequeño delantal que lucía
todo el personal, sus andares le conferían un movimiento a la coleta que hacía
adivinar una bonita cabellera prisionera de una opresora cinta, se la
identificaba al instante. Una tarde nos sorprendió, su color de pelo había
cambiado abandonando el rojo fuego con el que nos tenía acostumbrados, a partir
de ahora la veríamos de morena, un moreno azabache que le quedaba genial; al
llamarle la atención sobre su cambio me confesó que desde los doce años
cambiaba su look cada seis meses, me hizo gracia esa manía y eché de menos no
haber visto algún otro de sus formatos.
Con el declive del verano aquellas chicas venidas del este
fueron desapareciendo del Pistacho al igual que lo hicieron los clientes, el
pueblo costero fue quedando vacío mientras la bahía impasible fue adentrándose
en un nuevo otoño. La próxima temporada estaba por venir y con ella llegarían
rostros nuevos de fuera de nuestras fronteras pues esa era la tónica de la
emblemática heladería, nosotros mientras tanto nos perderíamos entre los
vericuetos de la ciudad en actividades anodinas y anhelos imposibles, la playa
quedaría lejos durante muchos meses a la espera de nuestro regreso.
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