jueves, 16 de octubre de 2014

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

El celular emitió dos pitidos y su pantalla se iluminó mostrando un nuevo mensaje en la bandeja de entrada, él dormía y a duras penas tanteó con su mano sobre la mesita de noche buscando la fuente del sonido. Era un whatsap de ella confirmándole que podían pasar el día juntos; él había esperado esa llamada durante toda la semana y ahora tras leer el escueto mensaje, no daba crédito a su suerte. Aquellas cuatro palabras “llegaré a las once” le habían alegrado la mañana.

Aun faltaban dos horas para su encuentro así que siguió tendido boca arriba con el celular entre las manos, ya no podía dormir, la imagen de su amiga llenaba todo el campo visual dentro de su cabeza; aún con los ojos cerrados la veía tan cerca que podía tocarla con tan solo estirar los brazos, aquel encuentro era largamente esperado y en tan solo dos horas la tendría allí, a su lado.

Al inicio del verano no podía imaginar en pasar un día juntos, se resignaba a sus largas ausencias limitándose a su recuerdo. Normalmente nunca tenía noticias suyas de ahí la sorpresa de su mensaje. Es verdad que antes del verano le había dicho que le llamaría pero también lo había dicho otras veces y nunca ocurrió. Debía prepararse para un gran día en el que todo tendría que ser perfecto.

Ella apareció radiante un poco pasadas las once, enfundada en sus jeans y con una camiseta blanca parecía flotar sobre el suelo cuando se dirigió hacia él; su rubio cabello estaba anudado en una larga coleta que se balanceaba con un rítmico movimiento acariciando su espalda, de su hombro colgaba un bolso de mimbre en el que asomaba una toalla de color verde esmeralda haciendo juego con sus ojos, era una diosa en movimiento y venía dispuesta a pasar el día con él. Al verse se sonrieron, enlazándose en un abrazo de complicidad que incluía beso de bienvenida y miradas de escrutinio.

Aquella mañana fueron a una pequeña cala de fondos pedregosos y aguas transparentes como el cristal, estaba a las afueras del pueblo y era poco concurrida por su difícil acceso; él sabía que le iba a gustar y estaba loco por verla en biquini y ver sus evoluciones bajo el agua, le constaba que era buena nadadora. Cuando llegaron al diminuto enclave este estaba desierto cosa que agradecieron, el agua apenas levantaba espuma en la orilla y todo allí respiraba naturaleza; extendieron las toallas y ella sacó de su cesto un tubo de crema protectora, en un visto y no visto se había quitado la ropa y se untaba la crema por todo su cuerpo, “quien fuera crema” pensó él. No perdía detalle de aquel cuerpo tan próximo y tan bien proporcionado, sus pliegues, sus contornos y las zonas que ocultaban el pequeño biquini encendían sus pasiones, ella lo pilló mirándola y sonrió pícaramente, le lanzó el tubo de crema invitándolo a protegerse.

Sin pensárselo mucho se metieron en el agua salpicándose el uno al otro entre risas y gritos, cuando la profundidad del agua alcanzaba ya cierto nivel desaparecieron bajo su superficie y ambos se adentraron por los nítidos fondos marinos de aquella cala desierta. Jugaron a pillarse, a ver quien tocaba el fondo antes de los dos, se detenían en misteriosas oquedades que exploraban con curiosidad, se cogían y se soltaban con gestos que iban más allá de la simple amistad hasta que se unieron en un abrazo submarino en el que sus pieles de adaptaron la una a la otra.


Sus labios estaban a punto de fundirse en un solo beso cuando un ruido brusco, violento, acompañado de un aroma fétido y nauseabundo le hizo abrir los ojos, estaba tumbado en la cama de una habitación en sombras que pronto reconoció como suya; aquel inoportuno pedo matutino lo había sacado de su ensoñación de la forma más incómoda, la imagen de su amiga en la playa a punto de ser besada se esfumó en un abrir y cerrar de ojos, y él quedo mirando al techo con una sensación agridulce en la cabeza. Pronto aquel sueño vivido con tanta intensidad se volvió borroso y tan solo la imagen de su rostro quedó anclada en sus neuronas, la playa, el mar y su cuerpo semidesnudo, desaparecieron de un plumazo y él siguió mirando un techo en penumbra que ya empezaba a clarear. Tras retozar un buen rato recreándose en el recuerdo de su amiga, al final se hizo el ánimo y se incorporó para ir al baño, no más de tres pasos, una vez allí y después  de una larga meada, se sacudió convenientemente aquel trozo de carne babeante y se volvió a la cama para seguir durmiendo y quizás,  volver a atrapar el sueño de aquella noche de verano.

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