Los PP se
movían junto a la franja costera en su habitual paseo diario, Pepe hacía de
liebre a los mandos de su handbike,
artilugio adaptado a su silla de ruedas muy de moda en los últimos tiempos
dentro del colectivo, Pancho y el resto seguían su paso en un afán por mantener
la forma y quemar el exceso de calorías impuestas por el verano, pues ya se
sabe que las heladerías y pizzerías acaban pasando su factura. Tenían el
recorrido marcado en sus mentes así como el tiempo empleado en recorrerlo; cada
día se repetía y cada día se proponían cambiar el trayecto pero allí seguían,
fieles al paseo marítimo, a sus palmeras, a sus terrazas y a la infinidad de
tenderetes esparcidos por doquier.
El ritmo de
la marcha solía ser bueno, a veces algo excesivo para los andares de Pancho
cuya velocidad a todos nos sorprendía pero él le echaba arrojo y nunca perdía
el paso; Pepe controlaba el velocímetro para no salir lanzado y dejar al grupo
atrás, todos le seguían como un pelotón de infantería. La jungla humana que
muchas veces tenían que sortear les suponía un hándicap que a veces ponía en
peligro la integridad de sus cuerpos o de quienes les rodeaban, aun así ellos
se abrían paso con habilidad entre el muro de cuerpos que los asediaban y
dificultaban su avance.
Los top
manta eran otro inconveniente, campaban a sus anchas con total impunidad
creando cuellos de botella en donde la gente se atascaba creando un tapón de
carne húmeda y pegajosa aromatizada por una miscelánea de perfumes variados;
los PP avanzaban y tras su estela como los vagones del tren turístico, los
seguían Teresa, Rosa, Carlos y el perrito Milú que tras ser abandonado por Tintín
se había unido al grupo. Aquello cada tarde se convertía en una expedición en
toda regla y los expedicionarios, curtidos en mil batallas playeras, siempre
alcanzaban su objetivo con éxito.
Tal esfuerzo
tenía su recompensa y dejarse caer por el local de Lorenzo al caer la tarde era
el premio; el lugar tenía sus inconvenientes, la terraza limitada por un
pintoresco vallado de entrada única era el primero, allí dentro los clientes
parecían aves de corral en sus ponederos, apiñados alrededor de mesitas circulares
esperaban sus comandas; a medida que te acercabas al local no solo debía
preocuparte que hubiera mesa libre, también que esta estuviera cerca de la
entrada y como no, que la entrada no estuviera bloqueada por algún vehículo. Ir
a Lorenzo era todo un acto de fidelidad y aventura pero una vez allí, si podías
entrar y encontrar mesa libre, sus delicatesen compensaban toda la incertidumbre
pasada.
Los batidos
con bola de otra especie eran los preferidos por Pancho, jugar a hundir la bola
con la pajita era su distracción entre sorbo y sorbo; Pepe prefería el
granizado de yogurt aunque a veces se aventuraba con otros sabores, el
granizado de chocolate había sido un descubrimiento de última hora y por él se
inclinaba Carlos el cual encontraba el batido flojo y muy diluido. Cada uno
tenía su sabor y su formato, Lorenzo ya los conocía y tan solo quedaba por
decidir el tamaño de los mismos a la hora de hacer el pedido.
Un verano en
la playa sin baños de mar era como bailar sin música y Pancho los practicaba, era
asiduo al baño tempranero; sin el exceso de quienes bajan a clavar la sombrilla
al despuntar el sol, él se dejaba caer por
la arena pasadas las nueve. La playa a esas horas aún conserva su
placidez, el agua lame suavemente la orilla sin apenas levantar espuma y los
tumultos humanos aún están por llegar. Los baños de mar a esas horas de la
mañana eran el momento mágico de la jornada para Pancho aunque algunas veces le
tocaba lidiar con las viscosas medusas a las que repelía eficazmente a base de
bastonazos, luego en la orilla se recuperaba de la batalla marina y listo para
volver a empezar.
Pepe era más
de secano y conversación prolongada, su lugar estaba en el puesto de baño
adaptado; cada día al llegar se apuntaba al turno de baño, a veces mañana y tarde,
pero todos sabían que a lo sumo tan solo se quitaría la camiseta para que le
diera el aire en su hercúleo torso. Allí le daba a la húmeda manteniendo
animadas charlas con propios y extraños, hacía propaganda de la asociación si
se terciaba captando algún socio nuevo mientras agotaba el contenido de su
inseparable lata de Coca Cola Light.
Y así iba
transcurriendo el verano entre baños de mar, largas caminatas por el paseo marítimo, sentadas en el local de
Lorenzo y alguna que otra cena en el Mare Nostrum, el Eliana Albiach o el
Rincón del Faro; con la premisa de padecer lo mínimo, Pepe, Pancho y el resto
del grupo sin olvidar al perrito Milú que había sido abandonado por Tintín,
agotaban sus días de asueto en el litoral Mediterráneo.
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