Con lo que
cuesta en llegar y que rápido se va; todo el año esperando a que lleguen esos
meses de asueto y cuando por fin llegan, se nos van entre las manos como el
agua del grifo. Estamos a principios de agosto y solemos decir “ya empieza a acortar el día”, el
problema está en que cuando muchos empezamos las vacaciones el verano ya está
tocado de muerte y camina con pasos firmes hacia su ocaso.
El verano es
un paréntesis en nuestra atormentada vida laboral, si bien es cierto que este
paréntesis ha ido poco a poco acortándose siendo bombardeado por altas dosis de
estrés, ansiedad, estrecheces económicas y un sinfín de trabas sobrenaturales
de difícil explicación; uno empieza sus vacaciones y ya está pensando en cuanto
le queda para acabarlas, en esa tesitura no acaba de disfrutarlas. Mira a su
alrededor y solo ve sonrisas bobaliconas, toallas y sombrillas de colores, un
poco más allá el mar lame una arena salpicada de huellas anónimas donde los
hongos y otras miasmas orgánicas campan a sus anchas buscando nuevos huéspedes.
Y los días
van pasando acariciados por el sol y vigilados por las estrellas; el paseo
marítimo es un hervidero de humanidad al caer la tarde, los top manta y decenas
de tenderetes más o menos legales han invadido la estrecha franja enlosada que
transcurre a lo largo de la bahía, dificultando el paso a los viandantes que
acentúan con corrillos insolentes el libre circular de los ajenos. Es el
verano, que ablanda carnes y mentes en un ambiente pegajoso y húmedo, el verano
que libera las pasiones reprimidas durante largos meses de espera, el verano
que invita a ser otros en un mismo cuerpo desinhibido y presto a la aventura.
A poco que
uno se descuide se ve abocado a una orgía de cervezas, helados, batidos y
taperio variado, sin quererlo te haces asiduo de terrazas y restaurantes los
cuales merman tú cuenta de resultados vaciando unos bolsillos ya mermados por
la crisis pero ¿quién puede resistirse a los encantos del verano? Uno sabe que
pronto volverá a su vida gris e irrelevante tras esos pocos días de asueto, los
problemas aparcados volverán a ser los protagonistas de cada jornada y las
noches ya no serán un bálsamo para el espíritu pues este andará perdido entre
tinieblas y números rojos.
Los amores
del verano morirán con el verano, las relaciones iniciadas en este periodo
suelen tener fecha de caducidad y por tanto aun siendo apasionadas, suelen ser
efímeras. En estas cortas historias donde la lívido golpea nuestras sienes y
fluye por nuestros aparatos reproductores uno se siente trasladado a otra
dimensión; el verano, tiempo de playa, siestas y amor sin compromiso.
Casi sin
darnos cuenta iniciamos la segunda quincena de agosto y con ella la cuenta
atrás se pone en marcha, ya vemos
septiembre a la vuelta de la esquina y por desgracia no somos de los que se han
dejado las vacaciones para ese mes; este junto a junio son los mejores meses
pero casi todos nos obcecamos con julio y agosto, y así nos va. Más calor, más
gente, menos espacio en la arena donde extender la toalla o clavar el parasol;
algunas mentes enfermizas llegan a las siete de la mañana y plantan su
sombrilla como si fuera un mástil de conquista reivindicando un territorio que
no les pertenece, llegando a las manos en ocasiones, para defenderlo con los
primeros rayos de sol.
Y así, sin apenas enterarnos, vamos diciendo bye,
bye summer pues este va dando sus
últimos coletazos entre cervezas, baños de mar y paseos bajo la luna; de nuevo
las ansiadas vacaciones se van esfumando como los azucarillos en el café y con
su fin volvemos a nuestras rutinas diarias, esas que nos agobian y nos traen
sinsabores dejándonos tan solo el consuelo de llegar al fin de semana.
Uno se
prepara para el obligado regreso mientras en la playa restaurantes, heladerías
y otros negocios estivales comienzan su particular declive, el desfile de
personal con su finiquito en el bolsillo va aligerando las nóminas de los
comercios, las terrazas van quedando vacías de clientela y personal, las
primeras persianas empiezan a caer para no volver a levantarse hasta la próxima
temporada; de un día para otro ves como aparecen multitud de plazas de
aparcamiento libres y por las noches, cientos de ventanas en los inmensos
edificios ya no vuelven a encender la luz. El verano se va a hurtadillas pero
sin detener su huida y la nostalgia empieza a cebarse en nuestros corazones que
ven impotentes como todo se acaba, es el ciclo de nuestras vidas y afortunados
aquellos que aun pueden disfrutar del verano.
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