Un nuevo día daba comienzo bajo el murmullo de un canto
gregoriano susurrado por el coro de los monjes del monasterio benedictino de
Santo Domingo de Silos; la ciudad hacía horas que marcaba sus leyes urbanas
cuando me levanté tras una noche aciaga donde el reposo había eludido su
presencia una vez más, la mañana iba a ser anodina sin nada especial que la
significara por tanto dejaría pasar las horas sin interés. Una llamada era
esperada y podía marcar la semana, su recepción implicaría llevar a cabo preparativos
nunca antes realizados y por tanto asomarse a la incertidumbre y la sorpresa; el
reloj del comedor iba desgranando los minutos de unas horas anónimas que iban
pasando ajenas al mundo exterior, tras mis ventanas el clima frío del otoño ya
se dejaba sentir y las gentes cubiertas como cebollas, se desplazaban arriba y
abajo buscando un lugar en la vida que
no lograban encontrar.
Segundo día de espera y la llamada seguía sin llegar,
sensaciones encontradas entraban en conflicto ante su inminente recepción, por
un lado terminar con las actuaciones que de ella se derivarían, por otro hacer
frente a los preparativos previos a dichas actuaciones; y mientras todo eso
estaba por llegar el frío iba cubriendo con su manto toda la ciudad, cada
rincón, cada calle, cada alma que por ella se movía. Un problema dentro de otro
problema y a su vez ambos engullidos por un problema aún mayor, el mal dentro
de un maltrecho cuerpo inmerso en unas circunstancias para nada deseadas
llevado por los acontecimientos a través de un curso no elegido, no buscado, del
que no podíamos salir.
El tiempo transcurre a nuestro alrededor mientras algunos
permanecemos inmóviles, como una isla en mitad del océano, como un oasis en
mitad del desierto; esperamos y esperamos y en esa espera repasamos nuestra
vida recuperando fragmentos que creíamos olvidados, imágenes lejanas salen a la
luz de nuestra memoria y nos vemos con muchos años menos en otro tiempo, en
otra vida, en otra dimensión y el teléfono seguía sin sonar.
Tercer día sin noticias, el margen se va estrechando y ya no
será esta semana, el tiempo pasa y el plazo necesario para realizar la prueba
se estrecha haciéndose inviable, solo queda esperar la llamada y posponerlo
todo tras pasar el fin de semana, una nueva cuenta atrás se pondrá en marcha y
todo volverá a empezar. Mientras tanto resisto las inclemencias de un clima que
me acobarda, cuatro meses aún para volver a renacer, ciento veinte días de
ansiada espera primaveral, una vida en cuatro mensualidades que a priori se nos
hace eterna; con el declinar del año la luz solar vuelve a alargar su sombra
pero los cuerpos apenas notan el cambio hundidos dentro de sus ropajes
acebollados, los aires del norte agudizan la sensación térmica y como caracoles
encogidos dentro de su caparazón nos movemos por la interperie hostil.
Cuarto día sin novedad, un nuevo fin de semana se abre ante
nosotros y nuestro ánimo no remonta; cuarenta y ocho horas de tele y lectura
preso entre cuatro paredes, las mismas de siempre, nuestro mal vegetativo está
presente en cada momento del día recordándonos la existencia de una paz que
nunca encontraremos. Ropas húmedas, noches de insomnio, espasmos incontrolados,
futuro incierto… una amalgama de sinsabores con los que hay que convivir y
mientras tanto el tiempo pasa acercándonos a un fin no deseado, a unas pérdidas
insustituibles, a una vida más gris si cabe.
La mañana transcurre sin sobresaltos y el silencio impera por
toda la casa, unos cuerpos duermen en la habitación del fondo mientras voy
plasmando los fogonazos de mis cansadas neuronas, como los trazos sueltos en un
lienzo improvisado las palabras van alineándose una tras otra formando frases
de contenido abstracto, solo el conjunto quizá de un poco de sentido al texto
que poco a poco se va formando ante mis ojos. Y mientras tanto la calle clama
en contra del cierre de un medio de comunicación, a pocos minutos del desalojo
de las instalaciones y el inminente fundido a negro los últimos lamentos y
reproches son emitidos por las ondas en un réquiem lastimoso e injusto
desencadenado por años de desmanes, saqueos y la práctica reiterada de un
amiguismo incontrolado.
Clavado frente a ti, texto maldito, escribo reflexiones
sueltas e inconexas sin un sentido claro, sin una línea de continuidad, sin un
fin explícito que justifique el tiempo perdido frente a la pantalla de plasma.
En mi mente imágenes soleadas de otro tiempo revuelven mi nostalgia estancada
en el recuerdo, veo con nitidez aquellas mesas junto a la arena de una bahía
acariciada por la brisa, refrescantes cervezas pasaban de mano en mano mientras
nuestras miradas se perdían en el azul infinito de un mar en calma. Rememoro la
imagen de un islote con forma de corazón vista en la red de redes, pequeño
fragmento de arenas blancas cubierto por un manto de vegetación exuberante
bañado por las aguas turquesas de un océano infinito; ansío con la mente pisar
aquellos restos de coral acumulados con el paso de los siglos, a los que las
olas llevaron las semillas de lo que hoy es un paraíso terrenal. Aguas
cristalinas lamen sus orillas con un manso vaivén, una danza rítmica que
culmina en un beso blanco de espuma y arenas doradas sobre las que pequeños
seres se desplazan buscando alimento con las primeras luces de cada amanecer.
La espera concluyó y la ansiada cita llegó por correo postal,
ahora solo quedaba alcanzar la fecha indicada y someterse a los preparativos
para la prueba requerida, una más en mi precaria andadura por este mundo de
sombras…. Unos meses más y el sol volverá a lucir con fuerza insuflando unos
ánimos perdidos con la caída de la hoja; unos meses más y de nuevo encontraré
mi lugar junto a las arenas doradas que bordean la bahía anhelada; unos meses
más y la brisa tibia acariciará mi piel ávida de sensaciones olvidadas. El
verano volverá a recibirnos con su dulce abrazo.
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