sábado, 30 de noviembre de 2013

PEDORRETA AMARGA A CONTRAPIE

Hay mañanas en que uno sale de casa con el cuerpo vigilante, atento a cualquier amago fuera de lo normal; en esos días se nos nota en la cara la tensión ante lo imprevisto, ante lo que pudiera suceder que de suceder, seguro ocurre en el momento más inoportuno. Caminamos alerta, nos movemos con cuidado y al sentarnos, lo hacemos buscando puntos de apoyo extras; un cuerpo de interior agitado no ofrece confianza y sabedores de que escapa a nuestro control, intentamos no forzarlo en lo más mínimo.
Muchas veces sus gruñidos lo delatan; en otras, sordas molestias nos avisan  de su presencia inquieta; uno nota que algo no va bien y busca en su recuerdo la posible  causa del desasosiego que lo atenaza. Ruidos de tintes burbujeantes nos sobresaltan de tanto en tanto y vemos impotentes, una amenaza inminente surgir de nuestro interior; esperamos el momento de su eclosión pero la amenaza cede y todo parece volver a la normalidad dejándonos en una situación de indefensión.

Intentamos olvidarlo y nos convencemos de que ha sido un mal pasajero, un desajuste transitorio que ya quedó atrás, volvemos a nuestras tareas pero con precaución y la jornada en la que nos hallamos inmersos sigue descontando sus minutos; nuestros movimientos siguen desarrollándose a cámara lenta no forzando ángulos que pudieran ponernos en un compromiso. El monstruo sigue latente y en cualquier momento puede lanzar su zarpazo arruinando todo nuestro esfuerzo de contención, en el fondo de nuestra alma sabemos que estamos a su merced y de manera inconsciente apretamos el culo queriendo reforzar el último bastión de nuestra precaria defensa.

Ese día todo nuestro mundo gira en torno a ese murmullo visceral que amaga por convertirse en desastre, nada tiene importancia a nuestro alrededor, los cinco sentidos en posición de guardia escrutan cada pequeña sensación, cada pulso vital de un organismo que fluctúa indeciso entre el decoro o la humillación; conseguimos llegar al mediodía con un falso dominio de nuestras vísceras, creyendo poder controlar la amenaza subliminal que nos acompaña desde primeras horas de la mañana pero cuando más confiados estamos, cuando hemos sido llamados a retreta o a punto de iniciar esa reunión ineludible largamente esperada, ocurre  lo inevitable. La fétida pedorreta escapa entre nuestras nalgas, un sudor frío hace su aparición sobre nuestra pálida piel y un sabor amargo inunda nuestra boca que de golpe empieza a llenarse con una saliva espesa difícil de tragar.

La hemos cagado o mejor dicho, nos hemos cagado; todo nuestro esfuerzo echado a perder, todo nuestro porte encogido por la humillación, todo nuestro pudor mancillado en público. Hundidos en la miseria intentamos disimular el trance por el que estamos pasando pero un olor malsano impregna todo a nuestro alrededor; notamos como las miradas se posan de soslayo sobre nuestra figura y pensamos para nuestros adentros “tierra trágame” pero allí seguimos, expuestos al escarnio público. Estamos clavados, nos da miedo movernos, pues lo que ha sido escape incipiente puede volverse un volcán descontrolado y con su lava fétida inundar contenido y continente.

En esos momentos echamos de menos no tener a mano un obturador anal, de esos similares a los tampones chupa-reglas, estamos vencidos y la evidencia nos delata. Esa pedorreta amarga que nos pilla a contrapié en el momento más inoportuno, nos ha arruinado el día y con ello ha puesto de manifiesto las miserias de nuestro cuerpo, nos ha mostrado débiles y vulnerables ante un mundo en el que nos sentíamos triunfadores y el estigma de cagón empieza a rondar en nuestra cabeza.


Buscamos en nuestra mente el camino más corto para llegar al excusado, nos movemos con andares prudentes pues el roce del contenido vertido incomoda nuestra postura y sospechamos que aún puede llegar más; poco a poco vamos retirándonos de la escena buscado la privacidad sabiendo que, en cuanto desaparezcamos, seremos la comidilla del lugar pues todos han notado nuestro fracaso esfintéreo, nuestra derrota incontinente. Cuando volvemos lo hacemos con cara de circunstancias, perfumados en exceso e intentando conversar de manera distraída como si nada hubiera pasado, pero si ha pasado; TE HAS CAGADO y lo has hecho delante de todos guarro/a.

sábado, 23 de noviembre de 2013

LAS MAÑANAS DEL PISTACHO

Las vacaciones estivales eran la mejor época del año, en ellas no había horarios ni obligaciones que cumplir aun así teníamos nuestras rutinas; la luz de aquella playa abría nuestros ojos de buena mañana iniciando con ello una nueva jornada de asueto en la que el tiempo transcurría plácidamente. El mar calmo como una balsa de aceite se extendía frente a nuestras casas, su gama  de brillos imposibles jugaba con un sol caprichoso que barría con sus rayos toda la bahía; poco a poco aquella arena dorada iba llenándose de sombrillas y toallas multicolores que gentes ansiosas de baños y arena instalaban cada mañana.

Tras un rápido desayuno aun no eran las once y ya estábamos listos para iniciar nuestras mañanas playeras, no éramos gente de baño lo cual no descartaba disfrutar con la visión del mar y para ello nuestro primer destino era siempre la plataforma de madera instalada a escasos metros de la orilla en un extremo de la bahía, llegar hasta allí suponía un paseo bajo los tórridos rayos del sol pero sabedores del sombrajo que allí nos esperaba se hacía de buena gana; la plataforma era uno de los muchos puntos repartidos por el litoral valenciano integrados en el plan de playas accesibles, allí acudía la gente con alguna discapacidad a tomar el baño utilizando para ello sillas especiales que asistidas por monitores, eran introducidas en el mar.

Nosotros simplemente íbamos a estar, había sombra, corría la brisa y allí departíamos con la gente y las monitoras, simpáticas muchachas de cuerpos esculturales con las que hicimos amistad, una horita de cháchara mientras algún acompañante disfrutaba de las olas y rumbo a nuestro segundo destino de la mañana, el Pistacho. Apenas un centenar de metros separaban ambos puntos si bien este se hallaba en pleno paseo marítimo bien protegido bajo una gran pérgola acristalada, las mañanas en el Pistacho eran especiales y muy esperadas, allí tomábamos un segundo desayuno y en ocasiones lo prolongábamos hasta la hora del aperitivo: cafés con leche y tostadas con aceite y sal, granizados de café, fingers de queso y cervezas, algún agua con gas…


Siempre vigilantes sobre la franja costera charlábamos desenfadadamente y organizábamos el mundo mientras disfrutábamos del ágape, hacíamos fotografías a nuestro alrededor y dejábamos pasar al tiempo que corría a su antojo; unas veces solos y otras acompañados aquel era el centro de reunión, veíamos pasar a las gentes ataviadas con sus equipos playeros hacía o desde la costa mientras nuestros cuerpos relajados y ausentes de compromisos se dejaban mecer por la brisa bajo la gran pérgola.

Las mañanas del Pistacho eran mucho más relajadas que las tardes y noches donde el caos se apoderaba por momentos del establecimiento, todo fluía a otro ritmo más pausado no dándose las aglomeraciones típicas de otros momentos del día, allí dejábamos perderse a la vista en el horizonte azul, el murmullo de las olas llegaba hasta nuestros oídos mientras nuestros paladares se deleitaban con pequeños caprichos gastronómicos.

Ahora, pasado ya ese tiempo desenfadado y vacío de obligaciones, echo la vista atrás y mientras la lluvia cae en una tarde de otoño tras mis ventanas, recuerdo con nostalgia aquellos momentos que viví no hace tantas fechas; ahora el color gris lo envuelve todo y aquella luz que iluminaba la bahía y acariciaba nuestros rostros se apagó con el final del verano. El Pistacho cerró sus puertas a la espera de una nueva temporada, la bahía vació sus playas y retiró sus pasarelas con la caída del verano, los edificios echaron sus persianas quedando en un largo letargo invernal y así, poco a poco, la vida fue escapando de aquel lugar tranquilo y bullicioso, caótico y relajado, natural y moderno.

Olvidada por todos aquella playa quedaría abandonada durante muchos meses esperando un nuevo verano, escasos dos meses en los que la savia humana regresaría y volvería a inundar sus calles, sus arenas, su paseo marítimo;  nosotros en la distancia no la perderíamos de vista ansiando volver pronto a reencontrarnos con nuestras mañanas en el Pistacho.

sábado, 16 de noviembre de 2013

MIEDO ESCENICO

En cierta ocasión me llamaron para dar una charla en un hospital de mi ciudad, la temática poco importaba llegado el caso pues casi siempre rondaba los mismos temas por lo cual requería escasa preparación; siempre me han llamado la atención los nervios de algunas gentes previos a su exposición, el miedo escénico era un peaje que debían pagar para ir haciendo currículum, de hecho más de una vez tuve que hacerme con las riendas de una exposición ajena ante la imposibilidad de que la persona indicada fuera capaz de pronunciar palabra ante el auditorio. Dicen que se pasa mal, desconozco esa sensación, pero imagino que será fruto de la inexperiencia o la timidez, enemigas ambas de estas gaitas; ahora me encuentro de nuevo ante la preparación de una nueva charla, una Jornada de postín amparada por los altos estamentos políticos del sector de la sanidad, el salón de actos del centro hospitalario estará lleno, los ponentes repasarán sus actuaciones y trabajos, algún meritorio andará con dolor de estómago por los pasillos memorizando mentalmente sus diez minutos de comunicación y yo ando preocupado por si encontraré sitio donde aparcar, es cuestión de prioridades.

Recuerdo la universidad, las clases a primera hora de la tarde sin casi tiempo para dar un bocado tras salir de las prácticas de la mañana, también allí había alguna compañera hecha un manojo de nervios momentos antes de iniciar su clase magistral, curiosamente pasaba el tiempo y aquellos nervios no cesaban en algunos vientres; siempre me fastidió tener clase tras una comida de navidad, esta se quedaba a medias perdiéndome las sobremesas y los licores no obstante, con la bodega estomacal llena por vinos y cervezas me iba yo a dar mi charla de rigor. Quizás en más de una ocasión el enrojecimiento de mis ojos delataba un origen alcohólico de base, quizás algún balbuceo o duda en mi exposición pudiera poner en aviso a mi audiencia pero nunca llegó la sangre al río y sin contratiempos, acababa una tras otras mis jornadas lectivas.

Era frecuente coger el pen drive momentos antes de salir para la universidad y sin vistazo previo tras muchos meses durmiente, iniciar la clase sobre la marcha como si acabara de prepararla, era la rutina y el conocimiento de su contenido cosa que chocaba con el oculto nerviosismo de otras gentes pero no siempre fue así; viene a mi cabeza un año en el que con el tiempo justo me asignaron dos nuevas asignaturas “como es médico no tendrá problemas” dijeron, joder con las dos asignaturas, ya ni me acordaba de aquello, incluso dudé de si algún día llegué a aprender todos aquellos males. Había que ponerse las pilas y no solo aprendiéndose el tema en cuestión sino preparando todo el material gráfico que luego serviría de apoyo durante las clases, fueron muchos días de arduo trabajo, con sus fines de semana y ratos de ocio embargados por la faena, jodidas dos asignaturas.

Es curioso el poco aprecio que tuve siempre a hablar en público, de hecho aborrecía tal actividad, en mis tiempos mozos era de ponerme colorado cuando tenía que hacerlo, más tarde, pasados unos años, pasó a resbalarme lo del discurso público hasta acabar ganándome la vida con ello. Los tiempos cambian y también lo hacen las personas aunque no tengo claro si a mejor o peor, lo que antaño llegó a ser motivo de turbación hoy era un acto mecánico sin mayor trascendencia que apenas ocupaba unos renglones en mi cabeza, ahora solo me preocupaba donde aparcar el día de la charla pues sabía de la dificultad dado el emplazamiento del evento


El miedo escénico que retuerce almas y estómagos no se si pasó sobre mi en algún momento, si lo hizo fue de puntillas y sin apenas hacer ruido pues la cabeza estuvo siempre en otras cosas, observando quizás a otras gentes que a mi alrededor e intranquilas, memorizaban sus papeles antes de interpretarlos.

sábado, 9 de noviembre de 2013

EN LA BOCA DE UN ARBELLÓN

Todo rueda cuesta abajo, nada consigue detenerla, cada vez va adquiriendo más velocidad y la bola de la vida gana volumen en su carrera sin freno; la colina inclinada favorece su despiadado descenso cuyo final parece incierto pero nada halagüeño. Una vida desperdiciada que está a punto de irse por la boca de un arbellón sin dejar rastro de su existencia, momentos anónimos vividos en soledad, forman los eslabones de una cadena invisible a los ojos del mundo.

Todos los acontecimientos vividos son succionados por las entrañas de la tierra a través de esa boca insaciable, nada logra calmar su infinito apetito y formando una espiral de muerte y mierda, las imágenes retenidas en nuestras memorias van camino del averno donde serán cruelmente desintegradas. Intentas agarrarte al tiempo pero este desaparece entre los dedos como las arenas del desierto, nada dura, todo cambia y en ese cambio quien no se adapta sucumbe.

Locos delirios llenan mi cabeza y en ellos veo la descomposición del cuerpo abatido por los sinsabores de la vida, un ejército de larvas se cebarán con la carne inerte y en un festín macabro desapareceré sin un atisbo de esperanza; las gentes pasan mientras las cosas permanecen y en ese fluir continuo me pierdo en el recuerdo lejano. Rostros conocidos desfilan ante mis pupilas, lugares soñados abren sus puertas a mi paso y en ese viaje imaginario, los veo perderse entre las brumas.


Las estaciones van pasando y el tren no se detiene, desconozco mi destino final pero el trayecto por el que voy es inquietante y perverso, nada espero y nada dejo atrás pero la incertidumbre del viaje me oprime el alma y no me deja respirar; quiero bajar pero una fuerza invisible me retiene en el vagón vacío en el que se ha convertido mi vida. Oigo un silbato, el tren empieza a perder velocidad, poco a poco las cosas empiezan a pasar más despacio fuera de las ventanillas, entro en una estación oscura y solitaria, no consigo ver nada, el tren se detiene y noto como la vida se me escapa, final de trayecto. 

Estoy muerto pero… algo se desliza a mí alrededor y amenaza con engullir mis restos.

viernes, 1 de noviembre de 2013

EL ÚLTIMO VIAJE

Durante gran parte de nuestras vidas nadie piensa en ella, es un tema tabú que vemos muy lejano en el tiempo y del que queremos creer, estamos exentos por el momento; nuestra existencia transcurre viendo caer a nuestro alrededor a numerosas gentes conocidas más o menos cercanas y sin embargo hasta cierta edad, pensamos que estamos a salvo de ese último viaje. Nadie está preparado para iniciarlo sin embargo todos tenemos el billete en el bolsillo con fecha y hora; a diferencia de cualquier otro viaje, para este no se precisa equipaje y toda la parafernalia y complementos que podamos añadir, será en vano pues quedarán en la estación no acompañando al pasajero.

Con mucha frecuencia no hay tiempo para las despedidas, en ocasiones emprendemos el viaje solos, lejos de nuestros allegados a los que la salida de nuestro tren ha pillado por sorpresa y no han podido acudir para ese último adiós; la luz se va apagando y todo a nuestro alrededor pierde su nitidez, nuestra chispa se apaga. Metidos en nuestro bólido de madera esperamos el final de la homilía para zarpar rumbo a lo desconocido, si hacemos caso a los parabienes expresados por el oficiante de turno, no tenemos por qué preocuparnos pues nuestro transitar por la vida no ha sido más que una preparación y punto de partida para la verdadera vida, un servidor duda de tales aseveraciones pero quizás a muchos les reconforte pensar que no todo acaba con el certificado de defunción.

La vida es una lotería, un juego de azar en el que todos participamos aun sin apostar, las cartas se reparten y a todos nos llegan, la ruleta sigue girando mientras los dados ruedan por el mantel que cubre la mesa de nuestra existencia. El que juega por necesidad pierde por obligación y en este juego impuesto que nadie hemos podido elegir, unos llevan mejores manos que otros; llegado el momento de partir, mientras a través de la tapa de nuestro bólido de madera oímos las alabanzas sobre el reino que se abre ante nosotros, dará igual cuantas rondas hayamos ganado y la fortuna conseguida con ellas pues nuestros bolsillos irán vacíos, tan vacíos como el día en que llegamos a este mundo pero con la certeza de que ya nunca los llenaremos.

Líbrenos Dios de la hora de las alabanzas, oía decir a nuestros mayores, ahora entiendo por qué; esa última reunión en la que aun siendo el protagonista, no tenemos posibilidad de participar, es nuestra fiesta de despedida y en algunos lugares lo celebran como tal. Si bien lo miramos es coherente este proceder pues la muerte como el nacimiento y otros eventos estipulados en la vida, son momentos dignos de celebración, son acontecimientos únicos e irrepetibles que dejan huellas imborrables tanto para el agasajado como para su entorno más próximo. Sea pues el día de la despedida una fecha que, aun entre lágrimas, reúna a nuestro alrededor a aquellas  personas que nos importaron en vida, con las que compartimos momentos especiales, con las que iniciamos proyectos y quemamos etapas, con las que reímos y amamos, con las que viajamos y nos perdimos, con las que descubrimos aquello que se convirtió en recuerdos imborrables… solo ese núcleo humano son nuestros verdaderos allegados pues con ellos de algún modo y en algún momento fuimos felices.

Acertar con el bólido adecuado para ese último viaje es difícil pues la decisión la toman otros y las prestaciones seleccionadas puede que no sean de nuestro agrado, si el largo camino va a iniciarse pasando por la hoguera huelgan los lujos y detalles que encarezcan el producto, me atrevería a decir que para convertirlo en ceniza basta con un bólido discreto que aguante hasta llegar a la cocina teniendo en cuenta además que el cajón nunca entra en el horno por lo que sospecho el destino de su reciclaje; una vez salido del horno ya si se puede elegir un envase más suntuoso para alojar los restos. En caso de inclinarse por el método tradicional, aquí sí que podemos recrearnos en una elección más detallada del vehículo que alojará al finado en su último viaje; podemos optar por una amplia gama de modelos fabricados con maderas de muy variada calidad, podemos elegir tapa única o partida con ventana de cortesía, muy útil para los velorios concurridos en el que se practica el último adiós, la gama de lacados exteriores también ofrece gran variedad desde el sobrio negro azabache con o sin brillo hasta los tonos claros cuya máxima expresión está en el blanco angelical. Los detalles exteriores y florituras decorativas pueden estar ausentes dando imagen de austeridad o salpicar el bólido haciendo resaltar sus partes nobles: maderas labradas, cantoneras forjadas con asas a juego, así como crucifijos de lo más variado en forma y tamaños.

En cuanto a los interiores hay todo un mundo con el que vestir la intimidad de nuestro bólido: sedas, tafetanes, rasos, muselinas, acolchados variados en tapa y cajonera. Para un mayor confort, la almohada cervical ajustable asegura una correcta posición durante el despegue espiritual, evitando futuras molestias derivadas de la fuerte aceleración soportada; como capricho puede añadirse un espejito de cortesía a la altura de los ojos para realizar los retoques de última hora, llegado el caso. Se tome la decisión que se tome, en esos momentos de dolor debe tenerse la cabeza fría y ser coherentes con la elección, no vale elegir lo mejor por qué fue muy bueno y lo queríamos mucho, pues el destino debe marcar el modelo y calidad del bólido elegido.

En cuanto al viaje en sí, sobre él hay grandes dudas, no hay mapas ni guías Campsa, no existe referencia alguna sobre el estado del firme o la climatología que podamos encontrar, es un viaje a lo desconocido del que nadie vuelve al menos en el mismo estado con el que partió y por tanto no hay cuaderno de bitácora que de testimonio. Sobre él tan solo queda registrada la despedida, la línea de salida en la que los asistentes entre lágrimas, dicen adiós al protagonista del viaje; tras su marcha, tan solo queda su recuerdo y sus obras si las hubiera. Su nueva vida solo él o ella tendrán que vivirla.


Feliz día de todos los Santos.