Marta era su nombre y su mirada hechizaba; sus ojos verdes
tenían la profundidad del mar y el brillo de una noche estrellada, su sonrisa
era fresca como un arco iris, olía a lavanda y su piel era suave como el
terciopelo. Verla caminar era una sinfonía en movimiento y sus gestos delicados
eran pura armonía; todo en ella era atractivo y deseado por eso todos la
querían.
Su rostro sin ser bello enganchaba al primer instante y su
caída de pelo dorado cubriéndole media cara, le daba un halo de misterio que
hacía querer saber más sobre ella. Un diminuto nevus en el puente de su nariz
le daba un punto excitante a su rostro y su discurso era un canto de sirena
para quien tenía la ocasión de escucharlo; nadie conseguía relacionarse con
ella si ese no era su deseo pero quien lo conseguía podía considerarse
afortunado.
En cuanto a su cuerpo… era menudo, atlético, bien
proporcionado. Unos pechos firmes, no muy grandes, coronaban un tronco que se
estilizaba hacia su cintura dando paso a unas caderas de ensueño, unas piernas
bien torneadas la desplazaban con paso
mágico; Marta tenía una belleza especial sin ser especialmente bella, sabía
sacar provecho de lo que tenía y era consciente de ello por lo cual explotaba
ese don a las mil maravillas.
Sabía moverse en sociedad, mujer bien cultivada hablaba
varios idiomas, en tiempos más románticos habría sido una excelente cortesana
con la que todos habrían querido
relacionarse. Sabía vestir para la ocasión, su vestuario era extenso y siempre
acertaba con la indumentaria que se ponía en cada momento, de hecho ese era uno
de sus muchos atractivos, sabía hacerse ver.
En cuanto a su carácter, sabía lo que quería y como
conseguirlo; no se achataba ante ningún reto, desplegaba sus estrategias hasta
conseguir su objetivo al precio que fuera por eso Marta era considerada una
mujer de altura. Tenía la cabeza bien amueblada y una gran capacidad para el
análisis por lo que no hacía nada sin antes haberlo pensado mucho, aun así
estaba abierta a la sorpresa.
Así pues, esta mujer de dotes excepcionales y físico
arrebatador era el centro de atención allá donde estuviere pero no era eso
todo, Marta tenía un lado oscuro que pocos conocían. La mujer de modales
exquisitos y verbo embriagador era una voraz come-hombres, en el sentido literal de la palabra; cuando
salía de caza sus muslos tersos y suaves engullían todo lo que se le cruzara
con colita entre las piernas, podía ser cruel y despiadada con los virgos
despistados pues consideraba a la virtud una debilidad y a la pureza un
estigma.
Marta era embaucadora y lasciva, sus dotes amatorias
exprimían a sus víctimas haciéndoles perder el resuello, no conocía la súplica
y por tanto no la respetaba; era un tormento sexual para aquellos que creían
haberla conquistado, la cama era su campo de batalla y en ella derrotaba sin
piedad a todos aquellos que, confiados, se adentraban en sus trincheras más
íntimas sin conocer su destino. Nunca perdía el control y disfrutaba con el
cortejo, los preliminares marcaban su estrategia y poco a poco, sin prisas, iba
preparando su ataque letal.
Era una rosa con espinas envenenadas, de apariencia hermosa y
delicada atraía a sus presas sutilmente, las cuales se dejaban llevar embriagadas
por su néctar de amor; una vez atrapadas en sus redes, se regodeaba ante el
inminente banquete sexual del que solo ella saldría vencedora. Su huésped,
exprimido y acabado, expiraría sin saberlo en un estertor de amor viendo como
la vida escapaba a través de sus fluidos íntimos. Marta era una diosa del
placer y mataba dulcemente en una vorágine de carnes húmedas y calientes; solo
ella sabía hacerlo así y sus víctimas daban los últimos coletazos con una
sonrisa en los labios.