sábado, 28 de mayo de 2016

EL HOMBRE QUE LO PERDIÓ TODO

Las cosas le iban bien, tenía una vida acomodada y podía permitirse algún capricho de tanto en tanto; sus ingresos estaban por encima de la media y no era derrochón, siempre guardaba con la idea de hacerse un apartadito para el día de mañana, no creía en los planes de pensiones pues los consideraba un camelo de la administración, estos el día que eran rescatados después de toda una vida ahorrando, se veían mermados de forma considerable por el fisco patrio y por tanto parte del esfuerzo se esfumaba en un visto y no visto.

No tenía deudas personales, sus propiedades estaban pagadas y bien pagadas por tanto su faceta económica estaba tranquila y asegurada no esperando cambio alguno en la misma. El verano lo pasaba junto al mar en un pequeño pueblo costero, llevaba haciéndolo muchos años y aquel rincón del Mediterráneo le daba vida, era su bálsamo espiritual. Con la llegada del otoño se trasladaba a la ciudad y en ella deambulaba sin un destino concreto bajo un ambiente gris y anodino.


Tenía sus burbujas de sol, estas iban más allá de los caprichos del astro rey pues en ellas saltaba a otra dimensión; cuando entraba en una de estas burbujas todo quedaba atrás y por un espacio de tiempo variable su alma y su mente desconectaban del entorno que le rodeaba a diario. Estas cápsulas de sosiego temporal tenían sus momentos y en ellos nada podía afectarle pues quedaba distante a su vida terrenal.

Su vida plácida se estaba viendo convulsionada en los últimos tiempos y ya no sabía cómo encajar los golpes que le iban llegando; su capacidad de respuesta era muy limitada ante los acontecimientos que se estaban desarrollando en torno a él. Siempre  odió el teléfono, comunicarse con esos aparatos nunca fue de su agrado y su uso estaba restringido a la pura necesidad en momentos muy concretos, últimamente no dejaba de sonar y eso lo tenía crispado.


Todo se había ido de las manos y se carecía de tapones para tapar tanto agujero, el suelo se tambaleaba y su pequeño reino se veía amenazado con irse a pique sin nada que pudiera evitarlo; cada jornada era una etapa de montaña en la cual las fuerzas se perdían en un infructuoso pedaleo, la meta cada vez estaba más lejos como si jugara con él al gato y al ratón.

Un año nefasto quedaba atrás y con él las conjuras gestadas en los últimos tiempos se acrecentaban, el motín estaba a punto de estallar entre una tripulación mal avenida que ya no guardaba las formas, los desencuentros eran manifiestos y nadie los ignoraba. Aquel pequeño ejército se había dividido en dos centurias que de sobrevivir a los acontecimientos, acabarían enfrentándose en un futuro no muy lejano, el campo de batalla sería el mismo pero las posiciones muy distintas y el resultado del choque incierto.

Y mientras todo ocurría las miserias más íntimas eran aireadas sin ningún pudor siendo expuestas a la vista de cualquiera, las interpretaciones podían ser de lo más variado a la vista de unos datos no exentos de errores; era lo que les estaba tocando vivir con los últimos coletazos del año. Las miserias y la mala gestión de sus vidas se estaban cebando con unos cuerpos que deambulaban ya sin rumbo, siendo agitados por el capricho de los acontecimientos.


Pronto los tiburones se lanzarían a por ellos buscando su sangre, lucharían por sus despojos aun a sabiendas de que con ellos no saciarían su apetito pues estos siempre querrían más de lo que en su día les dieron. Sin defensas ni salvavidas a los que poder asirse, el grupo vería desaparecer ante sus ojos todo lo conseguido en una vida; sin fuerzas ya para recuperarse del golpe, este acabaría con sus existencias.


Aquel hombre de vida regalada que creía tener controlados todos sus asuntos, estaba a punto de perderlo todo por un cúmulo de sinsentidos mal gestionados; la incompentencia demostrada de unos y consentida por otros le había llevado al caos en un momento de su vida crítico y delicado por otras circunstancias inherentes a su existencia. Ya no habría posibilidades de remontar, ya nada volvería a ser igual y un futuro incierto se abriría ante él.

sábado, 21 de mayo de 2016

OJO CON FROILÁN

Nacido entre algodones y de cuna noble, aquel niño entrado en carnes era la alegría de la casa; aquella bestezuela consentida había sido el centro de atención de toda la casa y de quienes vivían en ella, durante sus primeros años de vida. Aquel retoño venido al mundo tras varios abortos, había colmado de felicidad a unos padres que ya rondaban los cuarenta y empezaban a preocuparse por la ausencia de descendientes; el señor conde, su padre, se había resignado a no dejar heredero de su título pero a la señora condesa, la madre, aquellos embarazos fallidos la hundían en los abismos de la depresión, por ello cuando por fin la semilla de su marido prendió con fuertes raíces en lo más íntimo de su vientre, la ansiedad por un posible nuevo aborto agitó la vida de la mansión durante nueve largos meses.
Froilan, que así pusieron de nombre al pequeño querubín, nació pesando tres kilos y medio por tanto era un bonito ejemplar de neonato, sus llantos recordaban los berridos de un jabato silvestre azuzado por perros de caza y sus grandes ojos claros seguían con la mirada cualquier acontecimiento que tuviera lugar a su alrededor, cautivando con su encanto a cualquiera que se acercara hasta él. Era un manipulador y siempre conseguía de sus gentes próximas cuantos caprichos se le antojaban, primero desde la cuna y años más tarde desde cualquier círculo social en el que se desenvolviera, era de obtener con zalamería y falsos gestos de afecto, egoísta  y un tanto déspota.

El servicio de la mansión del señor conde que en los primeros años reía las gracias del joven alevín, acabó por odiarlo al ser diana continua de sus caprichos y malos modales, por qué Froilán era un niño maleducado amigo de la broma pesada, del chiste hiriente y el desaire consentido teniendo acobardado al personal más cercano; de ideas amargas e intenciones oscuras, su mente retorcida era una continua fuente de maldad la cual aplicaba sin miramientos a quien le venía en gana sin preocuparle su estado o condición.
En cierta ocasión cogió ojeriza a un mozo de cocinas y lo tuvo en el punto de mira de sus insidias durante meses hasta que este, acobardado, dejó la casa del conde angustiado y deprimido; Froilán era así, de joder hasta la saciedad, y hasta que no se salía con la suya no cejaba en su empeño. Creció a cargo de institutrices y criados varios, estos por ganarse el favor de los señores condes atendían cualquier capricho del pequeño diablo sin poner nunca ninguna objeción y así, el retoño fue cumpliendo años convertido en el dios de la casa al que nadie osaba contradecir o importunar; cada día era un mal sueño para el personal a cargo del chicuelo, nunca sabían cual sería la maldad que se le ocurriría esa jornada y la tensión se palpaba en el ambiente que rodeaba al sufrido grupo de asistentes.
A medida que fue creciendo y cumpliendo años, aquel ser de sangre noble y ácido espíritu, pasó de ser un niño travieso y consentido a convertirse en un adolescente cabroncete y muy mal intencionado, cuya presencia todos procuraban evitar para así poder escapar a sus posibles caprichos o manías envenenadas. Era un mal bicho y cada día se superaba en maldad, Froilán era de pensamientos oscuros y mirada diabólica, tenía un fondo turbio y nunca sabías por donde te podía salir pues sus acciones eran impredecibles pero casi siempre hirientes.
En estas estaba el maléfico doncel una tarde de abril, intentando torturar a un sapo de gran tamaño que había tenido la desgracia de caer en una de sus trampas, cuando en respuesta a uno de sus pinchazos con un palo afilado que usaba a modo de estilete, el adusto y viscoso bichejo se revolvió rápido lanzándole una generosa porción de baba sanguinolenta y fétida que cubrió gran parte de su rostro, Froilán sorprendido por tan inesperada reacción y notando como la piel le quemaba al contacto con el repugnante fluido, salió corriendo y gritando por el dolor abrasivo que laceraba su cara; alguien que hubiera presenciado la escena podría haber creído ver sonreír al sapo ante el resultado de la fallida tortura. Así era Froilán, cabroncete hasta lo más profundo de su ser, por tener, hasta sus genes más íntimos tenían mala leche.


Mal nacidos los ha habido siempre pero Froilán había llegado con pedigree, nada en él era bueno o si lo había estaba aún por descubrir; cuando llegó a la pubertad y sus hormonas empezaron a revolucionarse, era un castigo para las mozas del lugar, todas procuraban evitarlo ya que él se atribuía derechos que no tenía, convirtiéndose en un acoso continuo para los virgos. En soledad era muy de manosearse el miembro, llevando a cabo sus tocamientos íntimos en los lugares más insospechados, no había rincón en la mansión y sus alrededores que no hubiera sido rociado con alguna de sus poluciones, sus testículos no daban abasto fabricando más y más soldaditos que mandar a la batalla espérmica y Froilán siempre estaba dispuesto a entrar en lid como en su día hicieran sus antepasados.
Este chicuelo rebordecido y con sangre del diablo corriendo por sus venas, azul sí, pero del diablo, era el azote de los lugareños; cuando el capricho lo llevaba a salir de la mansión y adentrarse por las calles del villorrio cercano, puertas y ventanas se cerraban a su paso temerosos sus vecinos de los posibles antojos del joven condesito. Todo era tensión en las calles durante el paseo urbano de Froilán, el cual iba siempre acompañado de dos de sus sirvientes para hacer cumplir sus maliciosos deseos; unas veces se metía en un hogar humilde y exigía le ofrecieran las viandas a que estaba acostumbrado, con el menoscabo económico que suponía para la familia elegida; otras veces era un comercio la diana de sus caprichos, entraba y se llevaba cuantioso género a cargo de las arcas de palacio, el cual luego nunca satisfacía la deuda; si por el camino o en las calles se tropezaba con alguna moza de buen ver, raro era que no se le insinuara o intentará forzarla bajo amenaza de decirle al señor conde que les subiera la renta a su familia; y así con un exceso tras otro, día tras día, Froilán se fue ganando el odio del pueblo hasta que este un día estalló.
Llegó un nuevo día de paseo fuera de palacio, Froilán hizo llamar a sus sirvientes con órdenes de prepararse para partir al pueblo; por el camino iba rumiando cual sería la maldad de la jornada  aunque normalmente se le iban ocurriendo sobre la marcha, era muy de improvisar y se dejaba llevar por los antojos del momento así que se dio tiempo hasta llegar a las inmediaciones del pueblo para decidir, algo si tenía claro, hoy se daría un buen almuerzo a costa de algún desgraciado. Llegaron a la entrada del villorrio y a medida que se adentraban por sus calles llamó su atención una inusual tranquilidad, imperaba un silencio fuera de lo común y no se veía a ningún vecino ni siquiera acelerando el paso para alejarse de ellos como era usual; siguieron hacia el centro de la población buscando la plaza donde por el día que era, debía haber mercado.
Ver puertas y ventanas cerradas a su paso los tenía acostumbrados, sabían que en cualquier momento se abrirían si era su deseo que se hiciera así que no le daba importancia, Froilán disfrutaba con el pánico que despertaba su presencia. Continuaron hacia la plaza y a medida que lo hacían repararon en que algunas calles se veían obstruidas por la presencia de enseres de labranza, alguna carreta o simples montones de leña lo que les obligaba a dar un rodeo por calles adyacentes de menores dimensiones. Llegaron a un tramo recto cuya amplitud obligaba a las bestias que montaban a ir una detrás de la otra, Froilán empezaba a impacientarse por tanta dificultad fuera de lo corriente y su humor se torció en aquel callejón, pagándolo con su montura a la que flagelo con saña para acelerar su paso.
Estaban a punto de dejar la penumbra del estrecho callejón cuando sin esperarlo y al grito de ¡agua va! una lluvia de fluidos nauseabundos se vertió desde ventanas y tejados sobre sus cabezas, aquellos líquidos de consistencia variada y aromas fétidos, habían ido siendo recogidos en establos y letrinas durante toda la semana, con el fin de dar un merecido recibimiento a aquel mocoso envuelto en encajes y tafetanes que cada mes traía la desdicha a muchas familias humildes sin la menor reprobación por parte del señor conde, su padre. Jinetes y bestias, sorprendidos en tan reducido espacio, no tuvieron escapatoria quedando cubiertos de mierda y orines hasta el mismísimo tuétano, Froilán impotente ante lo que se le había venido encima, empezó a bramar y dar latigazos a diestro y siniestro con lo que aumentó el pánico de su caballo el cual, levantándose sobre sus cuartos traseros, tiró al condesito de su montura yendo este a caer sobre un charco de heces hediondas y viscosas.



Aquel hecho de consecuencias imprevisibles, llenó muchas páginas en la historia del villorrio trascendiendo a las poblaciones vecinas, de ello se encargaron buhoneros y viajantes que en su trashumancia itinerante, llevaban las noticias de burgo en burgo. Froilán ya no asomó la nariz por el pueblo y su padre, puesto en antecedentes, consideró un buen correctivo el recibido por su hijo en respuesta a sus malas acciones; por su parte los dos sirvientes que le acompañaron fueron la burla de sus compañeros, teniendo que limpiarse la mierda de sus ropas y sus cuerpos, en un estanque alejado de palacio sin compasión por parte de nadie. Ellos fueron las verdaderas  víctimas de aquella mañana aciaga en la que su señor les obligó, como tantas otras veces en el pasado, a cubrirle las espaldas.

sábado, 14 de mayo de 2016

EL INSOMNIO COMO NAVE ESTELAR

¿Quién no ha tenido una noche en la que no ha conseguido conciliar el sueño? ¿Quién durante esas horas eternas no ha dejado de dar vueltas y más vueltas buscando ese sueño que nos es esquivo? Esas noches aciagas en las que el silencio y las sombras se adueñan de nuestro entorno, son un campo abonado a los sueños interestelares en los que sin perder el contacto con la realidad, te ves lanzado a lo inverosímil, lo absurdo, lo imposible.

Si tú realidad te ancla a un presente turbulento, si el día a día se vuelve tormentoso y gris sin un resquicio por el que pueda asomar el sol, quizás encuentres en esas horas robadas al descanso inconsciente la rendija por la cual escapar de una realidad que te oprime y te amenaza; quizás sean esas horas de silencio en las que la mayoría desconectan de su vida terrenal, la válvula por la que liberar esa presión que ha ido acumulándose en los últimos tiempos.


Esas noches insomnes se convierten en un campo fértil esperando ser sembrado por la musa, el final del día y el principio del siguiente se conjuran en un pacto íntimo de confabulaciones indescriptibles e impredecibles, en las que el alma insomne se ve sacudida por vaivenes estelares que escapan a nuestro control. En un momento dado y sin previo aviso, salta la chispa que da origen a una nueva historia o a veces la misma de siempre que vuelves a interpretar por enésima vez pero en cada ocasión con desenlace diferente.

Los sueños anclados con alfileres a un subconsciente en estado de alerta, van y vienen dentro de una nebulosa sin límites ni normas de tránsito, solo las tramas más surrealistas se abren paso a través de una maraña neuronal iluminando espacios en los que surgen esas historias tantas veces visionadas durante los duermevelas y que somos incapaces de modular a nuestro antojo, debido a la falta de control que ejercemos sobre nuestra vida paralela.



Llega la noche y sabes que el viaje está a punto de empezar una vez más, no sabes dónde te llevará en esta ocasión ¿volverás a organizar tú vida tras unos párpados caídos? ¿descubrirás nuevas realidades en dimensiones aun por cabalgar? ¿andarás por territorios inestables y peligrosos? Son los sueños de vigilia amparados en el silencio de la noche, la calzada tranquila por la que tú mente transita al caer las sombras, el viaje eterno sin destino conocido que tantas veces has iniciado y que como cada noche puede ser el último.

sábado, 7 de mayo de 2016

LA NEGRA MATILDA

De andares sinuosos y carácter zalamero, aquella mujer entrada en años se hacía de querer; siempre tenía una sonrisa en los labios o un buen gesto con el que suavizar los problemas, sabía escuchar y era de dar buenos consejos a aquellos que se los pedían. Matilda era un ser entrañable que en su Costa de Marfil natal, había ejercido de madame en una casa de vida alegre, sus pupilas la tenían en gran estima pues siempre había actuado con ellas como una madre; era cortés con su personal, correcta en sus exigencias y justa en el reparto de las ganancias que la casa generaba.

La vida de Matilda no había sido fácil, nacida en una familia humilde en la que se carecía de casi todo vivió hasta hacerse mujer; con su primera regla recién vertida decidió que aquella no era la vida que quería vivir y marchó a la ciudad con la cabeza llena de ilusiones. Acostumbrada a su pequeño pueblo donde no había luz eléctrica y surtirse de agua implicaba caminar más de un kilómetro hasta llegarse al río, las luces y tráfico de la capital la tenían hipnotizada desde el primer momento en que puso el pie en el suelo al bajarse del autobús; venida de un ambiente de silencio silvestre todo ruido la sobresaltaba entrando en un carrusel asustadizo de pálpitos incontrolados al que le costó acostumbrarse.

Era confiada y creía en la bondad de la gente pues los vecinos de su aldea, los únicos con quien se había relacionado, eran una gran familia y todos se ayudaban a pesar de las enormes carencias; pronto descubriría Matilda que la vida era cruel y despiadada, y lo haría de la forma más traumática para una niña de catorce años sin mundo a sus espaldas. Fue al día siguiente de llegar a la gran ciudad, engañada ya en la misma estación, se dirigió a una dirección que le dieron con la seguridad de que allí encontraría trabajo pues siempre buscaban chicas que atendieran un negocio de hostelería; al poco de presentarse en el local ya había sido violada por varios tipos y se veía obligada a recibir visitas sexuales en un cuartucho junto a otras chicas no mucho mayores que ella.


Matilda se hizo mujer entre condones marchitos y sábanas calientes en la intimidad de habitaciones mal ventiladas, en ese entorno marginal y asfixiante aprendió el oficio más viejo del mundo, tuvo varios abortos y recibió alguna que otra paliza de clientes insatisfechos; pasados unos años metida en el oficio de la carne tuvo un mal encuentro que la marcaría para el resto de su vida, un cliente habitual y conflictivo requirió sus servicios. El conocido entonces como Andrades báculo de hierro era un negro descomunal, caprichoso en sus peticiones, cada vez que visitaba el club todas las chicas intentaban evitar su compañía pero siempre había una o varias desafortunadas, esa noche le tocó a Matilda.

Báculo de hierro no tenía bastante con magrear, penetrar y sodomizar, él iba más allá de lo convencional, precisaba de la humillación ajena, sabía imponer temor y disfrutaba con ello, en muchas ocasiones se le iba la mano y aquella noche fue una de ellas. Matilda estaba curtida en estos lances pero lo de aquella velada superó lo vivido hasta ese momento; Andrades había bebido más de la cuenta y tenía la mente agitada, sus ojos vidriosos infundían inquietud ante lo que pudiera hacer y lo hizo; palmeaba las nalgas de Matilda a modo de tan-tan soltando risotadas grotescas, el ritmo fue acelerándose hasta que la negra quiso revolverse y detener tan molesta caricia, Andrades sin pensárselo le soltó un bofetón y luego otro y uno más, sin dejar de reírse como si aquello fuera parte del juego amatorio.

Con el labio partido y un ojo hinchado, Matilda intentó huir pero esa acción enfureció a Andrades que la arrastró por el pelo fuera de la cama, una vez en el suelo la pateó con saña saltando encima de ella, Matilda gritaba pero su habitación estaba insonorizada para evitar los murmullos del amor, no tenía escapatoria y aquella mole de músculo brillante y húmedo no se cansaba de maltratarla. En una de sus patadas oyó un crujido acompañado de un dolor intenso, lacerante, insoportable, algo gordo se había roto en su cadera y ella arrastrándose y gimiendo no veía la forma de huir de aquel monstruo que la estaba machacando.

Pasaron algunos años y de aquel encuentro Matilda arrastraría el resto de su vida una cojera tras la fractura de cadera mal consolidada, abandonó el lugar de amor mercenario en el que todo ocurrió y con unos ahorros que tenía y mucha iniciativa, se instaló por su cuenta abriendo un propio salón de amor. Si algo aprendió Matilda de aquella mala experiencia fue preservar la seguridad de sus chicas por encima de todo, en su casa nunca habría el menor atisbo de violencia y de haberlo, sería el cliente quien se llevaría la peor parte, de eso se encargaría Jonás, otro elemento de cuidado muy fiel a su madame.

Matilda era dicharachera y en sus tiempos guarra en las artes del amar, todo lo probó pero con una higiene exquisita pues la negra era limpia, limpia; mujer de mundo, tenía oídos para todos y nunca dejaba de aprender, conocía mil y una anécdotas lo que le reportaba un gran conocimiento avalado por una larga experiencia, sus chicas no tenían secretos para ella y se dejaban aconsejar pues la negra era como su segunda madre.


Un buen día apareció por el salón un viejo marinero curtido en mil batallas, su barco había recalado en puerto y tras muchas semanas embarcado necesitaba desahogo y diversión; el cruce de miradas entre él y Matilda fue fugaz pero suficiente, sus ojos hablaron por ellos desde el primer momento y a aquella velada le siguieron otras muchas en las que no solo las carnes fueron  protagonistas; Francoise era de conversación amena y había corrido mundo por lo que embelesó a Matilda noche tras noche con sus historias hasta el punto de que esta perdió la cabeza por él.


Unos meses más tarde Matilda cerraba su salón y hacía las maletas dispuesta a seguir a su marinero trasladándose a un pequeño pueblo de la costa azul; la negra de andares engaña-baldosas se retiró de su ajetreada vida amatoria y se dedicó a hacer feliz a su lobo de mar durante el resto de sus vidas, sus niñas la escribían y no la olvidaban porque la negra Matilda había sabido dejar huella en sus marginales vidas.