sábado, 5 de diciembre de 2015

SILUETA VIRTUAL

Siempre la había visto vestida pero en más de una ocasión fantaseó con su piel desnuda, su acto de amor virtual estaba grabado en lo más hondo de su cabeza y no podía evitar aquellos retazos de ficción calientes y húmedos. La ropa que acostumbraba a llevar, unos jeans ajustados y camisetas ceñidas, dejaban mucho margen a la imaginación, nunca la había visto con vestidos o faldas pero estaba seguro de que aquellas prendas también le sentarían de maravilla.

Solía llevar el pelo suelto, nunca lo había dicho pero estaba convencido de que no le gustaban sus orejas por lo cual procuraba ocultarlas con su larga melena, para trabajar lo recogía en una coleta o lo sujetaba con una pinza formando un discreto moño; cada mañana llegaba enfundada en su plumífero  si hacía frío o portando pintorescas camisetas cuando el clima era más benévolo, siempre seguía el mismo ritual tras desprenderse de parte de su indumentaria, se recogía el pelo y cambiaba su calzado por unas cómodas zapatillas, luego se ponía un delantal disponiéndose a iniciar sus tareas domésticas.

Aquella mañana la oyó girar la llave en la puerta de entrada, con pasos silenciosos como de costumbre, entró en el salón y de ahí pasó a la cocina donde inició su ritual diario; él desde la cama intuía sus movimientos tantas veces vistos en otras ocasiones, ella era meticulosa y disciplinada en sus quehaceres. Ese día estrenaba unos pantalones que se ceñían a sus piernas como un guante resaltando sus contornos delgados pero bien proporcionados, daba gusto verla moverse de aquí para allá exhibiendo unos encantos que ella parecía ignorar tener.


Él deseaba que ella se asomara por su habitación, ver sus contornos desde la cama y elucubrar con aquel cuerpo esbelto y flexible que no podía apartar de su cabeza; le gustaba hablar con ella y saber de sus cosas, mirarla mientras le contaba cosas, bromear rozando la frontera del decoro jugando con medias palabras e inocentes insinuaciones. Aquella mujer era un campo sembrado a la imaginación que tan solo había que dejar florecer.

Su silueta virtual era un canto a la armonía, verla sin sentirse vista le hacía descubrir la delicadeza de sus contornos, la sutileza de sus pliegues, los recovecos de su cuerpo exquisito y grácil. Con la llegada del buen tiempo se superaba, se reinventaba con los leggins más insinuantes y atrevidos, esos que en otros cuerpos  convertirían a estos en simple carne envasada al vacío con aspecto vulgar y tosco. En ella quedaban como un guante resaltando sus encantos de mujer, en ella potenciaban unas curvas perfectas elevándola a la categoría de diosa.

Un  día más llegaba a su hora pero aquel día estaba distinta, ella parecía no darse cuenta o quizás sí y lo disimulaba; los colores calientes de su indumentaria la acercaban a la naturaleza, aquellos tonos verduzcos y amarronados la mimetizaban con un entorno velado  que despertaba a una nueva jornada. Aquellos pantalones eran la mínima expresión en cuanto a holgura, de hecho podían pasar desapercibidos a poco que su color fuera más dérmico pudiendo imaginarla sin ellos.

Ella se exhibía de manera inconsciente a medida que deambulaba por la casa, cada uno de sus movimientos era una fuente de inspiración origen de imágenes prohibidas; silenciosa y sensual había que saber intuirla y él se la sabía de memoria, subida a una escalera o acachada bajo una mesa todas sus formas eran dignas de ser inmortalizadas. El pintor de estudio hallaría en ella una buena fuente de inspiración y de su mano el pincel volaría trazando contornos, captando esencias, descubriendo expresiones sobre un lienzo que poco a poco iría llenándose de ella.

Su silueta virtual traspasaba las dimensiones en las que él vivía y alcanzarla se había convertido en su anhelo, su quimera, su imposible. A medida que el tiempo pasaba su huella se hacía más imperecedera y con ella había aprendido a convivir; tan lejos y tan cerca ella viviría en su vida paralela, esa parcela secreta e íntima en la que se movía sin limitaciones, sin compromisos, sin ataduras de ningún tipo.


Con cada amanecer él esperaría su llegada silenciosa e íntima, la vería despojarse de su indumentaria y mostrarse como realmente era o quizás tan solo como él deseaba verla, como la había imaginado desde siempre, próxima, delicada y deseable.

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