Siempre la había visto vestida pero en más de una ocasión
fantaseó con su piel desnuda, su acto de amor virtual estaba grabado en lo más
hondo de su cabeza y no podía evitar aquellos retazos de ficción calientes y
húmedos. La ropa que acostumbraba a llevar, unos jeans ajustados y camisetas
ceñidas, dejaban mucho margen a la imaginación, nunca la había visto con
vestidos o faldas pero estaba seguro de que aquellas prendas también le
sentarían de maravilla.
Solía llevar el pelo suelto, nunca lo había dicho pero estaba
convencido de que no le gustaban sus orejas por lo cual procuraba ocultarlas
con su larga melena, para trabajar lo recogía en una coleta o lo sujetaba con
una pinza formando un discreto moño; cada mañana llegaba enfundada en su
plumífero si hacía frío o portando
pintorescas camisetas cuando el clima era más benévolo, siempre seguía el mismo
ritual tras desprenderse de parte de su indumentaria, se recogía el pelo y
cambiaba su calzado por unas cómodas zapatillas, luego se ponía un delantal
disponiéndose a iniciar sus tareas domésticas.
Aquella mañana la oyó girar la llave en la puerta de entrada,
con pasos silenciosos como de costumbre, entró en el salón y de ahí pasó a la
cocina donde inició su ritual diario; él desde la cama intuía sus movimientos
tantas veces vistos en otras ocasiones, ella era meticulosa y disciplinada en
sus quehaceres. Ese día estrenaba unos pantalones que se ceñían a sus piernas
como un guante resaltando sus contornos delgados pero bien proporcionados, daba
gusto verla moverse de aquí para allá exhibiendo unos encantos que ella parecía
ignorar tener.
Él deseaba que ella se asomara por su habitación, ver sus
contornos desde la cama y elucubrar con aquel cuerpo esbelto y flexible que no
podía apartar de su cabeza; le gustaba hablar con ella y saber de sus cosas,
mirarla mientras le contaba cosas, bromear rozando la frontera del decoro
jugando con medias palabras e inocentes insinuaciones. Aquella mujer era un
campo sembrado a la imaginación que tan solo había que dejar florecer.
Su silueta virtual era un canto a la armonía, verla sin
sentirse vista le hacía descubrir la delicadeza de sus contornos, la sutileza
de sus pliegues, los recovecos de su cuerpo exquisito y grácil. Con la llegada
del buen tiempo se superaba, se reinventaba con los leggins más insinuantes y
atrevidos, esos que en otros cuerpos
convertirían a estos en simple carne envasada al vacío con aspecto
vulgar y tosco. En ella quedaban como un guante resaltando sus encantos de
mujer, en ella potenciaban unas curvas perfectas elevándola a la categoría de
diosa.
Un día más llegaba a
su hora pero aquel día estaba distinta, ella parecía no darse cuenta o quizás
sí y lo disimulaba; los colores calientes de su indumentaria la acercaban a la
naturaleza, aquellos tonos verduzcos y amarronados la mimetizaban con un
entorno velado que despertaba a una
nueva jornada. Aquellos pantalones eran la mínima expresión en cuanto a
holgura, de hecho podían pasar desapercibidos a poco que su color fuera más
dérmico pudiendo imaginarla sin ellos.
Ella se exhibía de manera inconsciente a medida que
deambulaba por la casa, cada uno de sus movimientos era una fuente de
inspiración origen de imágenes prohibidas; silenciosa y sensual había que saber
intuirla y él se la sabía de memoria, subida a una escalera o acachada bajo una
mesa todas sus formas eran dignas de ser inmortalizadas. El pintor de estudio
hallaría en ella una buena fuente de inspiración y de su mano el pincel volaría
trazando contornos, captando esencias, descubriendo expresiones sobre un lienzo
que poco a poco iría llenándose de ella.
Su silueta virtual traspasaba las dimensiones en las que él
vivía y alcanzarla se había convertido en su anhelo, su quimera, su imposible.
A medida que el tiempo pasaba su huella se hacía más imperecedera y con ella
había aprendido a convivir; tan lejos y tan cerca ella viviría en su vida
paralela, esa parcela secreta e íntima en la que se movía sin limitaciones, sin
compromisos, sin ataduras de ningún tipo.
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