El bombardeo álgido no cesaba en los últimos meses, raro era
el día en el que no llegaba algún pufo nuevo y la capacidad de reacción hacía
aguas a la vista de todos; las protestas eran continuas, las reclamaciones no
cesaban y el teléfono no dejaba de sonar con un sonsonete hiriente y monótono.
Aquel marinero estaba harto de achicar agua en un barco que se hundía ya sin
posibilidades de ser reflotado y de poderse, no estaba claro si ya valía la
pena hacerlo; él tenía claro que no volvería a enrolarse en otra aventura
marinera salvo que tuviera entre sus manos el timón de la nave y aun así,
tendría que meditarlo mucho dado que su situación no precisaba de mayores
condumios.
En su astillero mental tenía los planos de un nuevo proyecto
aparcado para quizás otro momento, cuando se dieran las condiciones adecuadas y eso por ahora era inviable. Había
visto varios pantalanes en donde atracar su nave a lo largo de todo el puerto,
tenía sus preferidos y sabía que haría en cada uno de ellos; distribución,
colores, imágenes… todo estaba perfectamente organizado entre sus neuronas,
listo para iniciarse en cuanto las circunstancias y el ánimo lo permitieran.
No era amigo de conflictos bélicos más allá de las pantallas,
su dosis de sufrimiento ajeno estaba colmada en su faceta de ficción, la sangre gratuita no le
satisfacía aunque últimamente sentía un vacío, algo dentro de él reclamaba escarmiento,
agravio, venganza o quizás ¿justicia? El
motín entre la marinería nunca era descartable y más en aquellas
circunstancias pero que parte del puente de mando no hubiera dado ejemplo le
hastiaba y le hacía hervir la sangre; llegaría el día de cortar cabezas pero
quizás para entonces él ya no estaría allí para verlo.
El tiempo pasaba y la situación ya era insostenible, aquellos
pantalanes en donde atracar su próximo barco empezaban a ser ocupados por otras
navieras ante la imposibilidad de clavar su propia bandera; tenía las
manos atadas y el bloqueo mental
empezaba a ser preocupante, dormía mal, apenas probaba bocado y su aislamiento
social se hacía más patente con cada jornada. Aquel marinero tenía el alma
herida y no hallaba el consuelo, sabía de este que retozaba en costas cercanas
inaccesibles para él y en esta situación dejaba correr las últimas horas de su
existencia.
Como cada año había llegado a su bahía, allí esperaba
encontrar algo de sosiego, dar agilidad a su materia gris bloqueada en los
últimos tiempos y ver si era capaz de desconectar perdiendo su mirada en un
horizonte azul de brillos cambiantes. Las próximas semanas deberían ser de
descanso pero tal y como transcurría su vida, en cualquier momento el zarpazo
mortal podía llegarle desde cualquier sitio y sin previo aviso, se limitaría a
vivir aquel periodo sin bajar la guardia aun a sabiendas de que poco o nada
podía hacer para cambiar los acontecimientos.
Oyendo Miss Malone de La Orquesta Mondragón estaba en su
torre de marfil aquella mañana de julio, el día transcurría sin novedad y eso
para ser viernes era de por si un acontecimiento, los lunes y viernes solían
ser nefastos en los últimos tiempos; las noticias recibidas en lunes
normalmente te jodían el inicio de semana, las recibidas los viernes te jodían
el fin de semana así pues él solía vivir jodido los siete días y así una semana
tras otra.
Veía a la gente tirada en la arena esclavos del astro rey,
sus toallas multicolor ponían una nota de alegría bajo las carnes aceitosas y
encarnadas; gordas pasean por la arena volumen imponente despertando deseos,
aquel desfile de sirenas de cuerpos bien cebados era un atractivo más sobre una
orilla plagada de huellas anónimas borradas una y otra vez por el caprichoso
vaivén de las olas. Él observaba todo desde aquella atalaya, desde allí oteaba
el horizonte vislumbrando costas lejanas donde otros cuerpos imitarían a los
que ahora tenía a sus pies.
Con la mente bloqueada y el sol quemando danzaría arriba y
abajo por el paseo marítimo una y mil veces andado en otros tiempos, los top
manta aquel verano habían formado una segunda piel sobre el enlosado y por
momentos se hacía difícil pasar entre ellos ante la permisividad de las fuerzas
del orden. El estío se acompaña de relajación y esta, llagada a límites
extremos, reblandecía juicios y ordenanza pues cada uno iba a lo suyo sin
preocuparle el más allá.
Hoy era día de aniversario pero con la mente bloqueada había
poco que celebrar, habría quien diría que el hecho de estar aquí ya era motivo
suficiente de celebración pero él no estaba en tiempo y espacio donde se le
suponía, él volaba a los confines del mundo dejando atrás un cuerpo amortizado
e inservible que pronto sería pasto de
las llamas; su otro yo renacería junto a una laguna de aguas cristalinas en su
paraíso perdido.