sábado, 4 de julio de 2015

UN BÁLSAMO PARA EL ESPÍRITU

Como cada mañana aquel tipo se instalaba en su silla de mimbre tras una mesa cualquiera de cara a la bahía, aquella heladería a la que solía acudir le proporcionaba todo lo que necesitaba para pasar sus mañanas estivales; allí pasaba varias horas al día durante el tiempo que permanecía en aquel pueblo costero. No le pedía mucho al verano, en vacaciones tan solo anhelaba poder desconectar de todas las miserias que dejaba atrás en la ciudad; allí sentado y con una cerveza fría entre las manos dejaba bailar su vista con los brillos de un mar infinito.

Todos lo conocían en el establecimiento, eran años yendo por allí, sabían lo que le gustaba de modo que cuando lo veían llegar por las mañanas ya preparaban su cerveza y alguna tapa para acompañarla. Siempre había un momento para la conversación, ponerse al día con la gente que llevaba el negocio ayudaba a mejorar los vínculos entre ellos; algunos de los empleados cambiaban cada temporada pero el núcleo fuerte del lugar se mantenía por lo que la clientela asidua encontraba una fidelidad en el trato.

Aposentado en su mesa iniciaba el escrutinio de la franja de playa que tenía ante él, protegido del sol por la gran pérgola que cubría parte de la terraza, disponía de un lugar privilegiado con vistas al mar; desde allí veía llegar a la chica de los biquinis llamativos, a veces había que fijarse para averiguar si los llevaba puestos, conocida de la zona se sabía de ella que  era guara en sus lances amatorios los cuales eran numerosos y variados; también desde allí controlaba las idas y venidas del abuelo cebolleta, siempre de mal humor dando voces a sus cuatro nietos que lo eludían y hacían rabiar.


Las mañanas playeras eran tranquilas, casi todas iguales y a la vez distintas imitando al mar que bañaba aquellas costas; pequeños grupos de palmeras salpicaban el manto de arena dorada que se extendía a lo largo de toda la bahía. Hacia las once se dejaba caer por la heladería y una vez ocupaba su mesa iniciaba una rutina repetida cientos de veces, unas veces llevaba su portátil y otras el iPad, allí leía la prensa o revisaba sus redes sociales entre sorbo y sorbo de cerveza.

Allí, con la brisa del mar acariciando su piel, sus pensamientos se movían libremente sin frenos ni tensiones; desde aquel lugar pensaba en lo que pudo haber sido su vida a poco que las cosas hubieran sido distintas en el pasado, ahora, allí, en aquella playa, tenía que apechugar con lo que tenía por delante y mientras ese futuro cercano se abalanzaba sobre él, intentaba disfrutar del momento, de las vistas y de aquella cerveza que tenía entre las manos.

Poco a poco la playa iba llenándose de parasoles multicolores y cuerpos de pieles brillantes ungidas en esencias protectoras, el bullicio de cientos de gargantas llegaba hasta el paseo marítimo y él desde su mesa se hacía cómplice de aquellos juegos desinhibidos que muchos practicaban junto a la orilla. Mirando aquella arena, aquellos cuerpos y más allá de estos, el mar azul perdiéndose en el horizonte, su mente volvía a enredarse en un mundo interior agitado en los últimos tiempos.


Un viaje planeado hacía tiempo volvía a pedir unos últimos retoques, un amor de juventud venido del pasado volvía a acelerar su corazón, amistades perdidas eran reencontradas de improviso, decisiones tomadas en otros tiempos reclamaban su peaje pasándole factura en la actualidad, relaciones de toda una vida saltaban por los aires ante los acontecimientos que estaba  viviendo, personajes anónimos presentes en su día a día de pronto eran vistos con otros ojos y así, un sinfín de sensaciones nuevas hacían cambiar criterios e ideas preestablecidas.

Aquel rincón de la bahía desde el cual oteaba todo a su alrededor era un bálsamo para su espíritu, allí su alma encontraba el descanso que andaba buscando y no hallaba en otro lugar; desde su mesa volaba a otra dimensión en la cual todo era posible, en ella partía de cero, sin ataduras, sin bagaje, sin mochilas llenadas por otros, allí era libre y todo estaba por descubrir, por hacer, lejos de todo lo conocido.

Con el declinar del mediodía la playa bajaba su efervescencia, las gentes recogían sus enseres disponiéndose a emprender el retiro hacia sus casas para comer, él daba el último sorbo a la última de sus cervezas y también se disponía a regresar a su torre de marfil. Flotando en el ambiente quedaban los sueños de esa mañana, mil y una historias de tiempos no vividos, de ilusiones imposibles, de esperanzas truncadas…; tras despedirse de patrón y empleados, aquel tipo de andares curiosos recogía sus cosas y emprendía el camino bajo un sol de justicia a lo largo del paseo marítimo que lo llevaría hasta su complejo residencial.


A esa mañana le seguirían otras muchas hasta finalizar el verano, cuando esto ocurriera los edificios cerrarían sus ventanas, los negocios bajarían sus persianas y las terrazas guardarías sus sillas y sus mesas hasta una próxima temporada; la arena quedaría vacía y el mar rugiría con fuerza lamentando el fin del periodo estival. El seguiría por allí durante un tiempo retrasando al máximo la hora de partir y dejar atrás su querida bahía.

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