miércoles, 15 de julio de 2015

PIEL DE CARTÓN

Con los ojos cerrados y la mente en blanco, eludía cualquier movimiento de su cara dormida; una máscara invisible imprimía rigidez a su expresión facial y el más mínimo movimiento le creaba un profundo malestar. La tirantez de su piel era continua y a esto se  añadía un constante escozor que se extendía hasta su cuello; el problema dérmico venía de atrás, hace mucho que lo padecía pero ese verano se estaba cebando con él.

Esto va a brotes, le decían los médicos, el estrés y los cambios estacionales lo agudizan, su vida pues debía ser un continuo cambio estacional sembrado de una buena dosis de estrés y ansiedad, vivía uno de los peores brotes que recordaba tanto por su intensidad como por su duración, ya eran varias semanas con la piel encendida y tiesa como el cartón.

Por momentos sentía como si cientos de alfileres acuchillaran su cara y deseaba rasgar con sus uñas aquella superficie mancillada que lo martirizaba sin cesar, era como vivir dentro de una piel que hervía y en su ebullición creaba un caos de sensibilidad. El sol era su peor enemigo y en el lugar en que vivía campaba a sus anchas, ninguna protección era suficiente pues sus rayos despiadados secaban su dermis dejándola como un secarral manchego resquebrajado y estéril.


Su lucha era diaria durante las veinticuatro horas, no tenía un momento de respiro pues la tirantez y escozor de su cara se lo recordaba, el aspecto de esta no era mucho mejor, los ronchas enrojecidas y la descamación según el momento de evolución, eran continuas dando una coloración asimétrica a su  facies; a través de sus ojos veía el mundo pero el mundo ya no lo veía a él, tan solo una masa enrojecida y brillante por las cremas y los ungüentos es lo que mostraba.

Y así llevaba su día a día, un problema más que añadir a otros problemas, había visitado a diversos dermatólogos y todos coincidían en diagnóstico y tratamiento pero su cara no mejoraba, su eterna primavera dérmica lo tenía acobardado y había probado de todo, a este paso acabaría peor que la madre de Ben-Hur en el valle de los leprosos y no lo querrían ni los gusanos en su fría caja de madera llegado el momento.


Su piel de cartón era una señal de su involución, perdida la flexibilidad y textura de su envoltura corporal era hora de ir pensando en retirarse de muchos frentes abiertos en tiempos pasados, había que  plegar velas y buscar refugio en buen puerto, la exposición a entornos climáticos adversos debía restringirse al máximo y ya que no encontraba alivio en fármacos y placebos, debía resignar su piel a la evolución natural de su existencia. Era su cubierta, su envoltura, su escaparate al mundo y este como en la noche de los cristales rotos de 1938, se estaba resquebrajando a marchas forzadas, tan solo el fuego purificador lo liberaría de su máscara de cartón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario