La vida tiene sus incertidumbres, sus indecisiones, sus
dilemas; en muchas ocasiones uno tiene que tomar partido en un sentido o en
otro, por un bando o por otro, por un subir o un bajar. Querer sol y sombra es
un imposible pues a diferencia del café y la leche estos no se pueden mezclar,
es como querer ir a la izquierda y a la derecha a un mismo tiempo, comer y
beber a la vez o bañarse y tomar el sol. La noche y el día se funden en el
amanecer pero la vida y la muerte no congenian de igual manera por lo que las
gentes se aferran a la primera intentando evitar a la segunda; nada es blanco
ni negro, en nuestra existencia siempre prevalecerán los grises más o menos
atenuados y salpicados esporádicamente de algún color radiante.
Dormir y leer a un tiempo se me hace difícil pues la mente
debe decidir entre la actividad o el descanso, respirar y practicar la apnea al
unísono se me hace complicado pues el cuerpo se confunde perdiéndose en un caos
orgánico que altera sus funciones. La teoría de la disquisición intercepta
conceptos contradictorios que llevados a un límite abstracto y teórico-posible,
permitirían alcanzar un todo a partir de las partes y con ellas crear opciones
cósmicas de interpretación terrenal; dicho de otra forma más sencilla, si en
una mano tienes dos y en la otra tienes tres, en total tienes cinco aunque no lo
parezca.
Las cosas son lo difíciles que uno quiera hacerlas, si uno
sabe las entiende y si no sabe por mucho que las mire nunca las comprenderá, es
una ley natural; y mientras las gentes adquieren intelecto la vida se les va
entre las manos sin saber interpretarla, los momentos fugaces de lucidez se ven
eclipsados por los problemas irresolutos a la vez que la sombra de ojos se
corre por el llanto fácil. Rodeado de plañideras enlutadas, el sabio sabe que
el finado no volverá, de hecho no irá a ninguna parte, en un ambiente lúgubre
cargado de sentimiento y dolor, la llama de unas velas pochas juega con la
penumbra de la estancia mientras el olor dulzón de unas flores marchitas
empalaga las gargantas de los presentes; es el final de una vida.
Tras los recesos que precisa el alma, el cuerpo se pone en
marcha una vez más dispuesto a desvelar los misterios de este mundo ¿Qué nos
hace invocar al santísimo en los momentos de angustia y desesperación? ¿Por qué
siempre cerramos los ojos al estornudar? ¿Por qué el gimoteo y el falso jadeo
durante la fornicación? ¿Qué tiene un Mercedes que no tenga un Ford Fiesta o un
Lancia? ¿Por qué los verduleros y fruteros pakistanís trabajan los domingos?
¿Hasta cuando los mares bañarán las costas? Uno se hace estas trascendentales
preguntas y entra en un estado de meditación profunda en busca de sus
respuestas, hallar su solución en ocasiones llevará toda una vida y aun en
ella, por larga que esta sea, habrá quien nunca lo conseguirá.
El niño inocente junto al río juega con un caracol, en su
inocencia ignora que es el fruto prohibido antes de echárselo a la boca y
masticar su viscoso cuerpo, las babas y los restos de su caparazón resbalarán
por las comisuras de su boca entre risotadas bobaliconas exentas de gracia; ese
niño crecerá y llegará a ser ministro de agricultura y entre su edictos
proclamará la defensa de los caracoles de río librándolos de plaguicidas y
otras mierdas químicas; con su buen hacer entrará en gracia de Dios el cual
dará luz a su mente para que este halle respuesta a las preguntas que a ciencia
cierta, oprimen su alma y no le permiten alcanzar el descanso de su espíritu.
Así pues las incertidumbres de la vida, sus indecisiones y
sus dilemas pueden hallar el consuelo y aliviar las mentes atormentadas por las
dudas de la ignorancia, una vez que la luz celestial toque el hombro de esas
almas descarriadas; el conocimiento y el saber inundarán las mentes de los
eruditos y estos serán los guías en la búsqueda de la verdad, ellos hallarán
las respuestas y marcarán el camino a seguir.