jueves, 30 de julio de 2015

SOL Y SOMBRA

La vida tiene sus incertidumbres, sus indecisiones, sus dilemas; en muchas ocasiones uno tiene que tomar partido en un sentido o en otro, por un bando o por otro, por un subir o un bajar. Querer sol y sombra es un imposible pues a diferencia del café y la leche estos no se pueden mezclar, es como querer ir a la izquierda y a la derecha a un mismo tiempo, comer y beber a la vez o bañarse y tomar el sol. La noche y el día se funden en el amanecer pero la vida y la muerte no congenian de igual manera por lo que las gentes se aferran a la primera intentando evitar a la segunda; nada es blanco ni negro, en nuestra existencia siempre prevalecerán los grises más o menos atenuados y salpicados esporádicamente de algún color radiante.

Dormir y leer a un tiempo se me hace difícil pues la mente debe decidir entre la actividad o el descanso, respirar y practicar la apnea al unísono se me hace complicado pues el cuerpo se confunde perdiéndose en un caos orgánico que altera sus funciones. La teoría de la disquisición intercepta conceptos contradictorios que llevados a un límite abstracto y teórico-posible, permitirían alcanzar un todo a partir de las partes y con ellas crear opciones cósmicas de interpretación terrenal; dicho de otra forma más sencilla, si en una mano tienes dos y en la otra tienes tres, en total tienes cinco aunque no lo parezca.

Las cosas son lo difíciles que uno quiera hacerlas, si uno sabe las entiende y si no sabe por mucho que las mire nunca las comprenderá, es una ley natural; y mientras las gentes adquieren intelecto la vida se les va entre las manos sin saber interpretarla, los momentos fugaces de lucidez se ven eclipsados por los problemas irresolutos a la vez que la sombra de ojos se corre por el llanto fácil. Rodeado de plañideras enlutadas, el sabio sabe que el finado no volverá, de hecho no irá a ninguna parte, en un ambiente lúgubre cargado de sentimiento y dolor, la llama de unas velas pochas juega con la penumbra de la estancia mientras el olor dulzón de unas flores marchitas empalaga las gargantas de los presentes; es el final de una vida.

Tras los recesos que precisa el alma, el cuerpo se pone en marcha una vez más dispuesto a desvelar los misterios de este mundo ¿Qué nos hace invocar al santísimo en los momentos de angustia y desesperación? ¿Por qué siempre cerramos los ojos al estornudar? ¿Por qué el gimoteo y el falso jadeo durante la fornicación? ¿Qué tiene un Mercedes que no tenga un Ford Fiesta o un Lancia? ¿Por qué los verduleros y fruteros pakistanís trabajan los domingos? ¿Hasta cuando los mares bañarán las costas? Uno se hace estas trascendentales preguntas y entra en un estado de meditación profunda en busca de sus respuestas, hallar su solución en ocasiones llevará toda una vida y aun en ella, por larga que esta sea, habrá quien nunca lo conseguirá.

El niño inocente junto al río juega con un caracol, en su inocencia ignora que es el fruto prohibido antes de echárselo a la boca y masticar su viscoso cuerpo, las babas y los restos de su caparazón resbalarán por las comisuras de su boca entre risotadas bobaliconas exentas de gracia; ese niño crecerá y llegará a ser ministro de agricultura y entre su edictos proclamará la defensa de los caracoles de río librándolos de plaguicidas y otras mierdas químicas; con su buen hacer entrará en gracia de Dios el cual dará luz a su mente para que este halle respuesta a las preguntas que a ciencia cierta, oprimen su alma y no le permiten alcanzar el descanso de su espíritu.

Así pues las incertidumbres de la vida, sus indecisiones y sus dilemas pueden hallar el consuelo y aliviar las mentes atormentadas por las dudas de la ignorancia, una vez que la luz celestial toque el hombro de esas almas descarriadas; el conocimiento y el saber inundarán las mentes de los eruditos y estos serán los guías en la búsqueda de la verdad, ellos hallarán las respuestas y marcarán el camino a seguir.

miércoles, 22 de julio de 2015

UN PUÑO QUE SE CIERRA

Por momentos el aire no entraba en sus pulmones, una opresión creciente se instalaba en su pecho y creía estar a punto de reventar; el colapso próximo llevaba tiempo avisando y solo algún fármaco y su recuerdo lejano aliviaban esa situación límite, aun así el sol seguía saliendo cada mañana pero sus rayos no alcanzaban los sótanos del averno por los que se movían últimamente y en tal situación, la vida se había vuelto fría y gris.

Cada día era un nuevo reto al que se enfrentaban derrotados de antemano pues su capacidad de reacción se perdió hace mucho, nada ni nadie tenía el control del camino por el que caminaban a duras penas sin un rumbo definido pero cada día vencido, era una pequeña victoria… o un peldaño más hacía la derrota final. Seguían en la senda capeando las adversidades, un ligero éxito era eclipsado por un nuevo debacle pero había que estar ahí para pasarlo, para sufrirlo, para superarlo y continuar.

El género  escaseaba, la voluntad se tambaleaba, los cajones se vaciaban y la plata no llegaba; los números seguían girando dentro del bombo millonario, solo el que jugaba tenía opciones de ganar y aun así nunca ganaba, siempre quedaba a las puertas con las esperanzas puestas en un nuevo sorteo. De nuevo ponía a cero el contador de sueños, una vez más volvía a distribuir esa riqueza anhelada y ficticia que sabía nunca iba a llegar aun así, seguiría jugando una y otra vez.

Una semana seguía a otra semana y los dígitos de un calendario apremiante iban cayendo uno tras otro, con la mirada perdida en una bahía infinita la mente los trasladaba a otras tierras, espacios lejanos por descubrir donde todo estaba esperando para comenzar de cero; empezar de nuevo era una ilusión a estas alturas de la vida, cuantas cosas podrían cambiarse si llegáramos a ese momento con la experiencia acumulada, cuantos errores podrían evitarse, cuantas decisiones podrían cambiarse…

Y en una isla lejana surge un brote verde sobre las arenas coralinas, algo impensable en aquellos terrenos de lluvias caprichosas quemados por el sol; tras un parpadeo el brote verde desaparece, ha sido una ilusión, y frente a nuestros ojos una vez más vemos la misma calle, los mismos rótulos y persianas esperando una nueva jornada para seguir la lucha en las trincheras.

Una ilusión surge, una esperanza fructifica dando nuevos ánimos y en un segundo una llamada, un mensaje, lo vuelve a echar todo a perder, es la tónica de los últimos tiempos ante la cual hay que volver a levantarse y coger impulso. Sin tiempo para desconectar una nueva ola llegaba a la orilla arrasándolo todo, limpiando cualquier resto de huella que hubiera podido mancillar la uniformidad de aquel manto coralino, todo seguía igual, nada había cambiado, había que seguir luchando.

Un puño invisible se cerraba en torno a sus precarias existencias, la presión se acentuaba con cada segundo de sus vidas y en esta situación, instaurada ya desde hacía demasiado tiempo, era impensable razonar con claridad puesto que todo se había girado en su contra. La luz al final del túnel aun era invisible, esta parecía no llegar nunca pero todos eran conscientes de que la situación ya no podía prolongarse mucho más, no quedaban reservas, las fuerzas  estaban dando sus últimas andanadas y estas no eran ni con mucho las del principio.


No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista pero aquel periodo de sus vidas había eclipsado su vida anterior, todo aquello que los mantuvo en primera línea había desaparecido de la manera más inexplicable, nadie habría imaginado llegar hasta aquel punto pocos años antes pero la marea alta todo lo arrasa y aquel pequeño pueblo de pescadores había sucumbido a los avatares de la vida no obstante, el germen seguía vivo y a partir de este, otro núcleo activo resurgiría y en poco tiempo estaría listo para poder volver a la batalla.

miércoles, 15 de julio de 2015

PIEL DE CARTÓN

Con los ojos cerrados y la mente en blanco, eludía cualquier movimiento de su cara dormida; una máscara invisible imprimía rigidez a su expresión facial y el más mínimo movimiento le creaba un profundo malestar. La tirantez de su piel era continua y a esto se  añadía un constante escozor que se extendía hasta su cuello; el problema dérmico venía de atrás, hace mucho que lo padecía pero ese verano se estaba cebando con él.

Esto va a brotes, le decían los médicos, el estrés y los cambios estacionales lo agudizan, su vida pues debía ser un continuo cambio estacional sembrado de una buena dosis de estrés y ansiedad, vivía uno de los peores brotes que recordaba tanto por su intensidad como por su duración, ya eran varias semanas con la piel encendida y tiesa como el cartón.

Por momentos sentía como si cientos de alfileres acuchillaran su cara y deseaba rasgar con sus uñas aquella superficie mancillada que lo martirizaba sin cesar, era como vivir dentro de una piel que hervía y en su ebullición creaba un caos de sensibilidad. El sol era su peor enemigo y en el lugar en que vivía campaba a sus anchas, ninguna protección era suficiente pues sus rayos despiadados secaban su dermis dejándola como un secarral manchego resquebrajado y estéril.


Su lucha era diaria durante las veinticuatro horas, no tenía un momento de respiro pues la tirantez y escozor de su cara se lo recordaba, el aspecto de esta no era mucho mejor, los ronchas enrojecidas y la descamación según el momento de evolución, eran continuas dando una coloración asimétrica a su  facies; a través de sus ojos veía el mundo pero el mundo ya no lo veía a él, tan solo una masa enrojecida y brillante por las cremas y los ungüentos es lo que mostraba.

Y así llevaba su día a día, un problema más que añadir a otros problemas, había visitado a diversos dermatólogos y todos coincidían en diagnóstico y tratamiento pero su cara no mejoraba, su eterna primavera dérmica lo tenía acobardado y había probado de todo, a este paso acabaría peor que la madre de Ben-Hur en el valle de los leprosos y no lo querrían ni los gusanos en su fría caja de madera llegado el momento.


Su piel de cartón era una señal de su involución, perdida la flexibilidad y textura de su envoltura corporal era hora de ir pensando en retirarse de muchos frentes abiertos en tiempos pasados, había que  plegar velas y buscar refugio en buen puerto, la exposición a entornos climáticos adversos debía restringirse al máximo y ya que no encontraba alivio en fármacos y placebos, debía resignar su piel a la evolución natural de su existencia. Era su cubierta, su envoltura, su escaparate al mundo y este como en la noche de los cristales rotos de 1938, se estaba resquebrajando a marchas forzadas, tan solo el fuego purificador lo liberaría de su máscara de cartón.

sábado, 4 de julio de 2015

UN BÁLSAMO PARA EL ESPÍRITU

Como cada mañana aquel tipo se instalaba en su silla de mimbre tras una mesa cualquiera de cara a la bahía, aquella heladería a la que solía acudir le proporcionaba todo lo que necesitaba para pasar sus mañanas estivales; allí pasaba varias horas al día durante el tiempo que permanecía en aquel pueblo costero. No le pedía mucho al verano, en vacaciones tan solo anhelaba poder desconectar de todas las miserias que dejaba atrás en la ciudad; allí sentado y con una cerveza fría entre las manos dejaba bailar su vista con los brillos de un mar infinito.

Todos lo conocían en el establecimiento, eran años yendo por allí, sabían lo que le gustaba de modo que cuando lo veían llegar por las mañanas ya preparaban su cerveza y alguna tapa para acompañarla. Siempre había un momento para la conversación, ponerse al día con la gente que llevaba el negocio ayudaba a mejorar los vínculos entre ellos; algunos de los empleados cambiaban cada temporada pero el núcleo fuerte del lugar se mantenía por lo que la clientela asidua encontraba una fidelidad en el trato.

Aposentado en su mesa iniciaba el escrutinio de la franja de playa que tenía ante él, protegido del sol por la gran pérgola que cubría parte de la terraza, disponía de un lugar privilegiado con vistas al mar; desde allí veía llegar a la chica de los biquinis llamativos, a veces había que fijarse para averiguar si los llevaba puestos, conocida de la zona se sabía de ella que  era guara en sus lances amatorios los cuales eran numerosos y variados; también desde allí controlaba las idas y venidas del abuelo cebolleta, siempre de mal humor dando voces a sus cuatro nietos que lo eludían y hacían rabiar.


Las mañanas playeras eran tranquilas, casi todas iguales y a la vez distintas imitando al mar que bañaba aquellas costas; pequeños grupos de palmeras salpicaban el manto de arena dorada que se extendía a lo largo de toda la bahía. Hacia las once se dejaba caer por la heladería y una vez ocupaba su mesa iniciaba una rutina repetida cientos de veces, unas veces llevaba su portátil y otras el iPad, allí leía la prensa o revisaba sus redes sociales entre sorbo y sorbo de cerveza.

Allí, con la brisa del mar acariciando su piel, sus pensamientos se movían libremente sin frenos ni tensiones; desde aquel lugar pensaba en lo que pudo haber sido su vida a poco que las cosas hubieran sido distintas en el pasado, ahora, allí, en aquella playa, tenía que apechugar con lo que tenía por delante y mientras ese futuro cercano se abalanzaba sobre él, intentaba disfrutar del momento, de las vistas y de aquella cerveza que tenía entre las manos.

Poco a poco la playa iba llenándose de parasoles multicolores y cuerpos de pieles brillantes ungidas en esencias protectoras, el bullicio de cientos de gargantas llegaba hasta el paseo marítimo y él desde su mesa se hacía cómplice de aquellos juegos desinhibidos que muchos practicaban junto a la orilla. Mirando aquella arena, aquellos cuerpos y más allá de estos, el mar azul perdiéndose en el horizonte, su mente volvía a enredarse en un mundo interior agitado en los últimos tiempos.


Un viaje planeado hacía tiempo volvía a pedir unos últimos retoques, un amor de juventud venido del pasado volvía a acelerar su corazón, amistades perdidas eran reencontradas de improviso, decisiones tomadas en otros tiempos reclamaban su peaje pasándole factura en la actualidad, relaciones de toda una vida saltaban por los aires ante los acontecimientos que estaba  viviendo, personajes anónimos presentes en su día a día de pronto eran vistos con otros ojos y así, un sinfín de sensaciones nuevas hacían cambiar criterios e ideas preestablecidas.

Aquel rincón de la bahía desde el cual oteaba todo a su alrededor era un bálsamo para su espíritu, allí su alma encontraba el descanso que andaba buscando y no hallaba en otro lugar; desde su mesa volaba a otra dimensión en la cual todo era posible, en ella partía de cero, sin ataduras, sin bagaje, sin mochilas llenadas por otros, allí era libre y todo estaba por descubrir, por hacer, lejos de todo lo conocido.

Con el declinar del mediodía la playa bajaba su efervescencia, las gentes recogían sus enseres disponiéndose a emprender el retiro hacia sus casas para comer, él daba el último sorbo a la última de sus cervezas y también se disponía a regresar a su torre de marfil. Flotando en el ambiente quedaban los sueños de esa mañana, mil y una historias de tiempos no vividos, de ilusiones imposibles, de esperanzas truncadas…; tras despedirse de patrón y empleados, aquel tipo de andares curiosos recogía sus cosas y emprendía el camino bajo un sol de justicia a lo largo del paseo marítimo que lo llevaría hasta su complejo residencial.


A esa mañana le seguirían otras muchas hasta finalizar el verano, cuando esto ocurriera los edificios cerrarían sus ventanas, los negocios bajarían sus persianas y las terrazas guardarías sus sillas y sus mesas hasta una próxima temporada; la arena quedaría vacía y el mar rugiría con fuerza lamentando el fin del periodo estival. El seguiría por allí durante un tiempo retrasando al máximo la hora de partir y dejar atrás su querida bahía.