sábado, 13 de junio de 2015

EL HOMBRE QUE SOÑABA DEMASIADO

Su mente siempre intentaba evadirlo de la realidad, con sus neuronas a pleno rendimiento viajaba a lugares remotos o vivía vidas ficticias en las que ocurrían hechos extraordinarios; su inmovilidad no era traba para la agitada existencia que creaba en su cabeza con cada despertar y eso cuando conseguía conciliar por unas horas un precario sueño nunca reparador. El insomnio lo tenía agotado y cada mañana salía de la cama derrotado de antemano, una de cada cuatro o cinco noches conseguía dormir varias horas seguidas y lo hacía por puro agotamiento aun así, no era suficiente para recuperarse mínimamente.

Cada semana jugaba a la lotería, nada del otro mundo tan solo un par de décimos, escasos doce euros arañados a una pensión hipotecada, nunca le tocaba pero aquellos dos boletos eran un elemento más para emprender sus viajes estelares con los cuales se trasladaba muy lejos de donde vivía anclada su precaria existencia. No esperaba el día del sorteo de una manera especial pues sabía de antemano el resultado no obstante, todos y cada uno de los números estaban en el bombo y su orden de salía era siempre impredecible.


Y mientras llegaba el momento de que estos números vieran la luz, él elucubraba historias y parabienes repartidos a diestro y siniestro, superaba crisis y vengaba afrentas, ayudaba a amigos y nutria carencias pero por encima de todo se veía libre; sus viajes mentales se volvían más ligeros al romper amarras con las ataduras del pasado, sus ojos se abrían ante la inmensidad de los océanos y como siempre sus neuronas lo llevaban a sus anhelados Mares del Sur.

Allí se perdería en una pequeña bahía de una diminuta isla en un minúsculo archipiélago, allí vería cada mañana salir el sol sobre las aguas cristalinas de la laguna, se recrearía en el verde de sus escarpadas colinas y disfrutaría del silencio sobre las playas de arena blanca tan solo roto en la distancia por el batir de las olas contra el arrecife. Aquel, su rincón soñado, existía al otro lado del mundo; nunca pondría en él sus pies pero en su cabeza lo revivía en sus más mínimos detalles llegándole hasta el olfato, el olor a mar característico de aquellas tierras paradisíacas.


Un nuevo despertar rompía su idílico paréntesis, de nuevo vivía su triste realidad y en su cabeza nuevas ideas empezaban a gestarse en pos de una nueva fuga a lugares remotos o quizás no tan remotos; esta vez la veía moverse contoneando su figura al ritmo de una música estridente, aquella mujer tenía un magnetismo especial y nunca pasaba desapercibida, entre ambos siempre hubo una complicidad difícil de explicar pero nunca buscaron el motivo, no tenía por qué haberlo, tan solo estaban bien juntos y eso les bastaba.

Nunca olvidó el primer beso, ese que transformó su amistad en otra categoría, cerraba los ojos y su mente lo trasladaba a aquel antro medio vacío y en penumbra que eligieron para pasar aquella tarde; hoy, muchos años después de aquel momento, había estado frente a sus puertas recordando aquellos tiempos; hoy como otros muchos bajos comerciales, tenía la persiana echada luciendo carteles de venta o alquiler, la magia de aquel lugar se había esfumado hace mucho y ellos siguieron caminos diferentes pero el sueño de aquella tarde siempre perduró en su cabeza.

Y dando un nuevo giro a su ilusión ficticia retornaba a su otra bahía, ésta más real y cercana, más próxima en su memoria. Añoraba los largos paseos al atardecer con el mar como fiel compañero, el ambiente de la época estival era su preferido, el clima cálido del lugar su bálsamo espiritual y el azul infinito en el que se fundían mar y cielo más allá del horizonte su fuente de energía.


Allí pasaba mucho menos tiempo del que deseaba y siempre se proponía alargar su estancia pero este deseo nunca llegaba a cumplirse no obstante, exprimía cada instante como si fuera el último muchas veces sin hacer nada, tan solo percibiendo los estímulos de aquel pueblo costero a orillas del Mediterráneo. Sus noches allí eran distintas, el rumor rítmico y constante del mar bañando las arenas doradas de la bahía, eran su canción de cuna y con ella su malsano insomnio se hacía más llevadero.


Aquel hombre soñaba demasiado, tenía tiempo para hacerlo, evadirse entre las brumas de su cabeza le hacía vivir una vida paralela muy distinta a la real pero ¿Qué es la vida soñada sino una distorsión de la realidad? O quizás…. exista esa realidad paralela a la que nadie es capaz de llegar de manera consciente, para alcanzarla había que emprender un viaje con destino incierto para el que nadie sacamos billete pero da igual pues este nunca llegará a pedírnoslo ningún revisor.

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