Su mente siempre intentaba evadirlo de la realidad, con sus
neuronas a pleno rendimiento viajaba a lugares remotos o vivía vidas ficticias
en las que ocurrían hechos extraordinarios; su inmovilidad no era traba para la
agitada existencia que creaba en su cabeza con cada despertar y eso cuando
conseguía conciliar por unas horas un precario sueño nunca reparador. El
insomnio lo tenía agotado y cada mañana salía de la cama derrotado de antemano,
una de cada cuatro o cinco noches conseguía dormir varias horas seguidas y lo
hacía por puro agotamiento aun así, no era suficiente para recuperarse
mínimamente.
Cada semana jugaba a la lotería, nada del otro mundo tan solo
un par de décimos, escasos doce euros arañados a una pensión hipotecada, nunca
le tocaba pero aquellos dos boletos eran un elemento más para emprender sus
viajes estelares con los cuales se trasladaba muy lejos de donde vivía anclada
su precaria existencia. No esperaba el día del sorteo de una manera especial
pues sabía de antemano el resultado no obstante, todos y cada uno de los
números estaban en el bombo y su orden de salía era siempre impredecible.
Y mientras llegaba el momento de que estos números vieran la
luz, él elucubraba historias y parabienes repartidos a diestro y siniestro,
superaba crisis y vengaba afrentas, ayudaba a amigos y nutria carencias pero
por encima de todo se veía libre; sus viajes mentales se volvían más ligeros al
romper amarras con las ataduras del pasado, sus ojos se abrían ante la inmensidad
de los océanos y como siempre sus neuronas lo llevaban a sus anhelados Mares
del Sur.
Allí se perdería en una pequeña bahía de una diminuta isla en
un minúsculo archipiélago, allí vería cada mañana salir el sol sobre las aguas
cristalinas de la laguna, se recrearía en el verde de sus escarpadas colinas y
disfrutaría del silencio sobre las playas de arena blanca tan solo roto en la
distancia por el batir de las olas contra el arrecife. Aquel, su rincón soñado,
existía al otro lado del mundo; nunca pondría en él sus pies pero en su cabeza
lo revivía en sus más mínimos detalles llegándole hasta el olfato, el olor a mar
característico de aquellas tierras paradisíacas.
Un nuevo despertar rompía su idílico paréntesis, de nuevo
vivía su triste realidad y en su cabeza nuevas ideas empezaban a gestarse en
pos de una nueva fuga a lugares remotos o quizás no tan remotos; esta vez la
veía moverse contoneando su figura al ritmo de una música estridente, aquella
mujer tenía un magnetismo especial y nunca pasaba desapercibida, entre ambos
siempre hubo una complicidad difícil de explicar pero nunca buscaron el motivo,
no tenía por qué haberlo, tan solo estaban bien juntos y eso les bastaba.
Nunca olvidó el primer beso, ese que transformó su amistad en
otra categoría, cerraba los ojos y su mente lo trasladaba a aquel antro medio
vacío y en penumbra que eligieron para pasar aquella tarde; hoy, muchos años
después de aquel momento, había estado frente a sus puertas recordando aquellos
tiempos; hoy como otros muchos bajos comerciales, tenía la persiana echada
luciendo carteles de venta o alquiler, la magia de aquel lugar se había
esfumado hace mucho y ellos siguieron caminos diferentes pero el sueño de
aquella tarde siempre perduró en su cabeza.
Y dando un nuevo giro a su ilusión ficticia retornaba a su
otra bahía, ésta más real y cercana, más próxima en su memoria. Añoraba los
largos paseos al atardecer con el mar como fiel compañero, el ambiente de la
época estival era su preferido, el clima cálido del lugar su bálsamo espiritual
y el azul infinito en el que se fundían mar y cielo más
allá del horizonte su fuente de energía.
Allí pasaba mucho menos tiempo del que deseaba y siempre se
proponía alargar su estancia pero este deseo nunca llegaba a cumplirse no
obstante, exprimía cada instante como si fuera el último muchas veces sin hacer
nada, tan solo percibiendo los estímulos de aquel pueblo costero a orillas del
Mediterráneo. Sus noches allí eran distintas, el rumor rítmico y constante del
mar bañando las arenas doradas de la bahía, eran su canción de cuna y con ella
su malsano insomnio se hacía más llevadero.
Aquel hombre soñaba demasiado, tenía tiempo para hacerlo,
evadirse entre las brumas de su cabeza le hacía vivir una vida paralela muy
distinta a la real pero ¿Qué es la vida soñada sino una distorsión de la
realidad? O quizás…. exista esa realidad paralela a la que nadie es capaz de
llegar de manera consciente, para alcanzarla había que emprender un viaje con
destino incierto para el que nadie sacamos billete pero da igual pues este
nunca llegará a pedírnoslo ningún revisor.
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