Había nacido en una familia acomodada ubicada en la parte
noble de la ciudad, todo habían sido
facilidades para aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo olía
a primavera. Cuidado entre algodones y polvos de talco Agapito que así se
llamaba, creció entre gente bien por lo que sus modales y educación eran los
propios de un gentleman, todo su círculo de amistades era pijo a rabiar.
Asistió a los mejores colegios y entre sus actividades
extraescolares se incluían la equitación, la vela y el tiro con armas de fuego
de diversas categorías, actividad muy arraigada en su familia dado que había
tenido un abuelo militar; era aplicado en los estudios y pronto dominó varios
idiomas lo cual se vio facilitado por su paso por un internado en Suiza en el que
permaneció unos años.
Pero todo no era felicidad y alcurnia en aquella familia de
postín, un estigma los había perseguido desde sus primeras generaciones y ello
había marcado el carácter de la saga. Eran flojos de vientre, vamos que se
cagaban con facilidad, ello los tenía muy limitados en su quehacer diario y
sobre todo esta limitación se hacía más manifiesta en los actos sociales a los
que se veían obligados a asistir. A uno podía venirle la pedorreta anunciadora
en medio de un besamanos y tenía que hacer de tripas corazón para mantener la
integridad de sus barreras anales pero muchas veces no lo conseguían y debían
retirarse intentando mantener el decoro lo mejor posible.
Agapito marcó un antes y un después en esa descomposición
intestinal crónica que tenía amargada a la familia, él supo adaptarse a la
situación y sacar provecho de tal debilidad. Se convirtió en un experto
dietista, la homeopatía y la medicina
natural eran sus fuertes y si bien el cuidado y control del tracto
intestinal eran su campo, no lo era menos el cuidado de sus orificios
excretores. De nalgas finas, deposiciones delicadas y exquisito en su limpieza,
Agapito era un maniático del vaciado intestinal al que consideraba un arte
corporal al que debía prestársele una especial atención.
Con el tiempo y mucha práctica, fue adquiriendo amplios
conocimientos sobre los materiales más idóneos para la limpieza de tan
sensibles zonas corporales; era un especialista en productos de higiene anal y
catador minucioso de cuantos tipos de papel higiénico caían en sus manos
llegando a considerársele un sommelier en la materia. Agapito estudiaba la
textura del papel, valoraba su porosidad, indagaba sobre su origen natural o
sintético, se informaba de la cantidad de almidón e incluso del origen de la
madera si esta era su procedencia; nada era poco en el estudio de aquellas
finas láminas que un día podían llegar a acariciar sus nalgas retirando de
ellas posibles restos de materia fecal.
Agapito, como experto mundial en la materia, era reclamado de
los lugares más insospechados del planeta, se organizaban catas profesionales a
la hora de lanzar un nuevo producto al mercado y su sola presencia era una
garantía de fiabilidad, siempre acertaba en sus pronósticos de éxito o fracaso
sobre el producto testado y por ello, las principales marcas del sector se lo
rifaban llegando a pagarle grandes sumas. Nunca nadie en la familia habría
llegado a pensar, que aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo
olía a primavera, se ganaría la vida limpiándose el culo alrededor del mundo y
dando su opinión sobre el producto utilizado en su limpieza pero Agapito había
hecho de eso un arte, un arte muy bien remunerado.
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