sábado, 20 de junio de 2015

AGAPITO EL SOMMELIER

Había nacido en una familia acomodada ubicada en la parte noble de la ciudad, todo habían  sido facilidades para aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo olía a primavera. Cuidado entre algodones y polvos de talco Agapito que así se llamaba, creció entre gente bien por lo que sus modales y educación eran los propios de un gentleman, todo su círculo de amistades era pijo a rabiar.

Asistió a los mejores colegios y entre sus actividades extraescolares se incluían la equitación, la vela y el tiro con armas de fuego de diversas categorías, actividad muy arraigada en su familia dado que había tenido un abuelo militar; era aplicado en los estudios y pronto dominó varios idiomas lo cual se vio facilitado por su paso por un internado en Suiza en el que permaneció unos años.


Pero todo no era felicidad y alcurnia en aquella familia de postín, un estigma los había perseguido desde sus primeras generaciones y ello había marcado el carácter de la saga. Eran flojos de vientre, vamos que se cagaban con facilidad, ello los tenía muy limitados en su quehacer diario y sobre todo esta limitación se hacía más manifiesta en los actos sociales a los que se veían obligados a asistir. A uno podía venirle la pedorreta anunciadora en medio de un besamanos y tenía que hacer de tripas corazón para mantener la integridad de sus barreras anales pero muchas veces no lo conseguían y debían retirarse intentando mantener el decoro lo mejor posible.

Agapito marcó un antes y un después en esa descomposición intestinal crónica que tenía amargada a la familia, él supo adaptarse a la situación y sacar provecho de tal debilidad. Se convirtió en un experto dietista, la homeopatía y la medicina  natural eran sus fuertes y si bien el cuidado y control del tracto intestinal eran su campo, no lo era menos el cuidado de sus orificios excretores. De nalgas finas, deposiciones delicadas y exquisito en su limpieza, Agapito era un maniático del vaciado intestinal al que consideraba un arte corporal al que debía prestársele una especial atención.


Con el tiempo y mucha práctica, fue adquiriendo amplios conocimientos sobre los materiales más idóneos para la limpieza de tan sensibles zonas corporales; era un especialista en productos de higiene anal y catador minucioso de cuantos tipos de papel higiénico caían en sus manos llegando a considerársele un sommelier en la materia. Agapito estudiaba la textura del papel, valoraba su porosidad, indagaba sobre su origen natural o sintético, se informaba de la cantidad de almidón e incluso del origen de la madera si esta era su procedencia; nada era poco en el estudio de aquellas finas láminas que un día podían llegar a acariciar sus nalgas retirando de ellas posibles restos de materia fecal.


Agapito, como experto mundial en la materia, era reclamado de los lugares más insospechados del planeta, se organizaban catas profesionales a la hora de lanzar un nuevo producto al mercado y su sola presencia era una garantía de fiabilidad, siempre acertaba en sus pronósticos de éxito o fracaso sobre el producto testado y por ello, las principales marcas del sector se lo rifaban llegando a pagarle grandes sumas. Nunca nadie en la familia habría llegado a pensar, que aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo olía a primavera, se ganaría la vida limpiándose el culo alrededor del mundo y dando su opinión sobre el producto utilizado en su limpieza pero Agapito había hecho de eso un arte, un arte muy bien remunerado.


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