Y con el verano llegaron las atracciones acuáticas, nuevas,
diferentes o las mismas de años anteriores; torres de marfil de vistosos
colores flotando mar adentro, blandos toboganes blancos como la nata invitando
a ser montados, curiosas construcciones mecidas dulcemente por las aguas de la
bahía a la espera de visitantes. Toda una ciudad de dibujos animados lista para
la diversión.
En la orilla más castillos flotantes listos para ser fletados
y con ellos crear nuevas fortalezas que ser asaltadas, en la arena cientos de
cuerpos ansiosos por lanzarse sobre aquel mundo de plástico y color; todo
previo pago pues nada es gratis en verano salvo el sol y aun por este, tarde o
temprano, pagamos un peaje.
Braceros improvisados ayudan a echar al agua a la última
pirámide, el color naranja chillón predomina en sus escalonadas cinco alturas,
poco a poco va surcando las olas en dirección a sus compañeras para quedar
instalada junto a ellas y formar un todo. La ciudad de colorín está lista para abrir
sus puertas, lista para soportar a cientos de cuerpos durante el largo verano,
lista para pasar a formar parte de ese trozo de costa como un elemento más.
Allí está como muchos otros, el chico con su silla de ruedas
que también quiere alcanzar la ansiada ciudad de colorín; paciente, anclado en
la arena y con la mirada puesta en las lejanas pirámides se siente un Lawrence
de Arabia sobre su camello rodante. La primera avalancha humana se lanza al
asalto de la ciudad flotante y él queda atrás, varado sobre la arena húmeda,
sin poder moverse y viendo como el llamativo colorido va cubriéndose de carne
humana, pieles con las más diversas tonalidades sustituyen al naranja chillón,
al blanco nata, al azul y el amarillo.
Tan cerca y tan lejos la ciudad flotante le pone el cartel de
prohibido y él se siente náufrago incapaz de alcanzar la isla soñada, sentado
en su silla de ruedas la ve y la disfruta en su cabeza pero sigue anclado en la
orilla sin poder alcanzarla. Esa ciudad flotante está vetada a la movilidad
reducida, exenta a la diversidad funcional, prohibida a nuestro Lawrence de
Arabia; sin resignarse el muchacho en su silla de ruedas elucubra en su cabeza
la forma de llegar, alcanzar la ciudad de colorín es su sueño de esa mañana y
no está dispuesto a renunciar a él.
Mira, busca, piensa como hacerlo, sus neuronas echan chispas
bajo un sol de justicia mientras tanto, el tiempo sigue pasando y él no avanza;
por momentos cree estar echando raíces en aquella playa mediterránea, la gente
se mueve a su alrededor ignorándolo y su cabeza sigue buscando la forma de
llegar hasta tan deseadas construcciones. Unos cientos de metros bahía abajo
hay un puesto de baño adaptado y él lo sabe, allí tienen sillas anfibias para
meter a la gente en el mar… una luz se enciende en su cabeza y una sonrisa
malévola aflora en sus labios.
El monitor del puesto adaptado lo recibe sonriente poniéndose
a su disposición para lo que necesite, poco imagina que está a punto de perder
una de sus sillas anfibias; minutos más tarde nuestro Lawrence navega rumbo a
la ciudad de colorín, ha aprovechado un descuido del monitor para adentrarse
entre las olas de la bahía dejando atrás la zona de baño adaptada. Cada vez las
pirámides están más cerca y ya se ve lanzándose
por sus rampas y toboganes, poco a poco se aproxima hasta casi tocarlas
y de pronto, sin previo aviso, algo cae sobre él desde las alturas.
El golpe es más fuerte de lo que imagina, la silla zozobra y
empieza a inclinarse, todo son gritos y gemidos, alguien se retuerce a pocos
metros de él mientras la silla herida de muerte, comienza a hundirse tras
perder sus flotadores arrastrándolo con ella; el sonido de los gritos parece
ahogarse al tiempo que las grandes estructuras hinchables desaparecen de su
vista, todo es agua a su alrededor y no puede respirar.
No sabría decir el tiempo que había transcurrido cuando abrió
los ojos, una rubia de ojos verdes y busto generoso se inclinaba sobre él y le
apretaba el torso de forma rítmica, estaba tirado en la arena y un corrillo de
gente los rodeaba; algo debía haber pasado pero aun no era consciente de ello,
lo último que recordaba era como una sirena de larga cola plateada lo cogía
entre sus brazos y nadaban entre corales, él se dejaba llevar por ella y esta
lo llevaba con soltura y determinación; por unos momentos se sintió en el
paraíso, muy lejos de su miserable vida.
La ciudad flotante quedó muy por encima de ellos pero ya no
echaba de menos subir por sus rampas y toboganes, no echaba de menos sus
colores y sus formas, no envidiaba a todas aquellas pieles húmedas de
tonalidades variadas que se divertían sobre ella; por unos momentos todo quedó
en un segundo plano y tan solo él y su sirena cobraron protagonismo pero nada
de todo aquello estaba claro, quizás todo había sido vivido tan solo dentro de
su cabeza mientras permanecía varado en la orilla sobre su silla de ruedas. La
ciudad de colorín seguía meciéndose en la bahía.