sábado, 27 de junio de 2015

CASTILLOS FLOTANTES

Y con el verano llegaron las atracciones acuáticas, nuevas, diferentes o las mismas de años anteriores; torres de marfil de vistosos colores flotando mar adentro, blandos toboganes blancos como la nata invitando a ser montados, curiosas construcciones mecidas dulcemente por las aguas de la bahía a la espera de visitantes. Toda una ciudad de dibujos animados lista para la diversión.

En la orilla más castillos flotantes listos para ser fletados y con ellos crear nuevas fortalezas que ser asaltadas, en la arena cientos de cuerpos ansiosos por lanzarse sobre aquel mundo de plástico y color; todo previo pago pues nada es gratis en verano salvo el sol y aun por este, tarde o temprano, pagamos un peaje.


Braceros improvisados ayudan a echar al agua a la última pirámide, el color naranja chillón predomina en sus escalonadas cinco alturas, poco a poco va surcando las olas en dirección a sus compañeras para quedar instalada junto a ellas y formar un todo. La ciudad de colorín está lista para abrir sus puertas, lista para soportar a cientos de cuerpos durante el largo verano, lista para pasar a formar parte de ese trozo de costa como un elemento más.

Allí está como muchos otros, el chico con su silla de ruedas que también quiere alcanzar la ansiada ciudad de colorín; paciente, anclado en la arena y con la mirada puesta en las lejanas pirámides se siente un Lawrence de Arabia sobre su camello rodante. La primera avalancha humana se lanza al asalto de la ciudad flotante y él queda atrás, varado sobre la arena húmeda, sin poder moverse y viendo como el llamativo colorido va cubriéndose de carne humana, pieles con las más diversas tonalidades sustituyen al naranja chillón, al blanco nata, al azul y el amarillo.


Tan cerca y tan lejos la ciudad flotante le pone el cartel de prohibido y él se siente náufrago incapaz de alcanzar la isla soñada, sentado en su silla de ruedas la ve y la disfruta en su cabeza pero sigue anclado en la orilla sin poder alcanzarla. Esa ciudad flotante está vetada a la movilidad reducida, exenta a la diversidad funcional, prohibida a nuestro Lawrence de Arabia; sin resignarse el muchacho en su silla de ruedas elucubra en su cabeza la forma de llegar, alcanzar la ciudad de colorín es su sueño de esa mañana y no está dispuesto a renunciar a él.

Mira, busca, piensa como hacerlo, sus neuronas echan chispas bajo un sol de justicia mientras tanto, el tiempo sigue pasando y él no avanza; por momentos cree estar echando raíces en aquella playa mediterránea, la gente se mueve a su alrededor ignorándolo y su cabeza sigue buscando la forma de llegar hasta tan deseadas construcciones. Unos cientos de metros bahía abajo hay un puesto de baño adaptado y él lo sabe, allí tienen sillas anfibias para meter a la gente en el mar… una luz se enciende en su cabeza y una sonrisa malévola aflora en sus labios.

El monitor del puesto adaptado lo recibe sonriente poniéndose a su disposición para lo que necesite, poco imagina que está a punto de perder una de sus sillas anfibias; minutos más tarde nuestro Lawrence navega rumbo a la ciudad de colorín, ha aprovechado un descuido del monitor para adentrarse entre las olas de la bahía dejando atrás la zona de baño adaptada. Cada vez las pirámides están más cerca y ya se ve lanzándose  por sus rampas y toboganes, poco a poco se aproxima hasta casi tocarlas y de pronto, sin previo aviso, algo cae sobre él desde las alturas.

El golpe es más fuerte de lo que imagina, la silla zozobra y empieza a inclinarse, todo son gritos y gemidos, alguien se retuerce a pocos metros de él mientras la silla herida de muerte, comienza a hundirse tras perder sus flotadores arrastrándolo con ella; el sonido de los gritos parece ahogarse al tiempo que las grandes estructuras hinchables desaparecen de su vista, todo es agua a su alrededor y no puede respirar.


No sabría decir el tiempo que había transcurrido cuando abrió los ojos, una rubia de ojos verdes y busto generoso se inclinaba sobre él y le apretaba el torso de forma rítmica, estaba tirado en la arena y un corrillo de gente los rodeaba; algo debía haber pasado pero aun no era consciente de ello, lo último que recordaba era como una sirena de larga cola plateada lo cogía entre sus brazos y nadaban entre corales, él se dejaba llevar por ella y esta lo llevaba con soltura y determinación; por unos momentos se sintió en el paraíso, muy lejos de su miserable vida.


La ciudad flotante quedó muy por encima de ellos pero ya no echaba de menos subir por sus rampas y toboganes, no echaba de menos sus colores y sus formas, no envidiaba a todas aquellas pieles húmedas de tonalidades variadas que se divertían sobre ella; por unos momentos todo quedó en un segundo plano y tan solo él y su sirena cobraron protagonismo pero nada de todo aquello estaba claro, quizás todo había sido vivido tan solo dentro de su cabeza mientras permanecía varado en la orilla sobre su silla de ruedas. La ciudad de colorín seguía meciéndose en la bahía.

sábado, 20 de junio de 2015

AGAPITO EL SOMMELIER

Había nacido en una familia acomodada ubicada en la parte noble de la ciudad, todo habían  sido facilidades para aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo olía a primavera. Cuidado entre algodones y polvos de talco Agapito que así se llamaba, creció entre gente bien por lo que sus modales y educación eran los propios de un gentleman, todo su círculo de amistades era pijo a rabiar.

Asistió a los mejores colegios y entre sus actividades extraescolares se incluían la equitación, la vela y el tiro con armas de fuego de diversas categorías, actividad muy arraigada en su familia dado que había tenido un abuelo militar; era aplicado en los estudios y pronto dominó varios idiomas lo cual se vio facilitado por su paso por un internado en Suiza en el que permaneció unos años.


Pero todo no era felicidad y alcurnia en aquella familia de postín, un estigma los había perseguido desde sus primeras generaciones y ello había marcado el carácter de la saga. Eran flojos de vientre, vamos que se cagaban con facilidad, ello los tenía muy limitados en su quehacer diario y sobre todo esta limitación se hacía más manifiesta en los actos sociales a los que se veían obligados a asistir. A uno podía venirle la pedorreta anunciadora en medio de un besamanos y tenía que hacer de tripas corazón para mantener la integridad de sus barreras anales pero muchas veces no lo conseguían y debían retirarse intentando mantener el decoro lo mejor posible.

Agapito marcó un antes y un después en esa descomposición intestinal crónica que tenía amargada a la familia, él supo adaptarse a la situación y sacar provecho de tal debilidad. Se convirtió en un experto dietista, la homeopatía y la medicina  natural eran sus fuertes y si bien el cuidado y control del tracto intestinal eran su campo, no lo era menos el cuidado de sus orificios excretores. De nalgas finas, deposiciones delicadas y exquisito en su limpieza, Agapito era un maniático del vaciado intestinal al que consideraba un arte corporal al que debía prestársele una especial atención.


Con el tiempo y mucha práctica, fue adquiriendo amplios conocimientos sobre los materiales más idóneos para la limpieza de tan sensibles zonas corporales; era un especialista en productos de higiene anal y catador minucioso de cuantos tipos de papel higiénico caían en sus manos llegando a considerársele un sommelier en la materia. Agapito estudiaba la textura del papel, valoraba su porosidad, indagaba sobre su origen natural o sintético, se informaba de la cantidad de almidón e incluso del origen de la madera si esta era su procedencia; nada era poco en el estudio de aquellas finas láminas que un día podían llegar a acariciar sus nalgas retirando de ellas posibles restos de materia fecal.


Agapito, como experto mundial en la materia, era reclamado de los lugares más insospechados del planeta, se organizaban catas profesionales a la hora de lanzar un nuevo producto al mercado y su sola presencia era una garantía de fiabilidad, siempre acertaba en sus pronósticos de éxito o fracaso sobre el producto testado y por ello, las principales marcas del sector se lo rifaban llegando a pagarle grandes sumas. Nunca nadie en la familia habría llegado a pensar, que aquel niño de ojos redondos color de miel en el que todo olía a primavera, se ganaría la vida limpiándose el culo alrededor del mundo y dando su opinión sobre el producto utilizado en su limpieza pero Agapito había hecho de eso un arte, un arte muy bien remunerado.


sábado, 13 de junio de 2015

EL HOMBRE QUE SOÑABA DEMASIADO

Su mente siempre intentaba evadirlo de la realidad, con sus neuronas a pleno rendimiento viajaba a lugares remotos o vivía vidas ficticias en las que ocurrían hechos extraordinarios; su inmovilidad no era traba para la agitada existencia que creaba en su cabeza con cada despertar y eso cuando conseguía conciliar por unas horas un precario sueño nunca reparador. El insomnio lo tenía agotado y cada mañana salía de la cama derrotado de antemano, una de cada cuatro o cinco noches conseguía dormir varias horas seguidas y lo hacía por puro agotamiento aun así, no era suficiente para recuperarse mínimamente.

Cada semana jugaba a la lotería, nada del otro mundo tan solo un par de décimos, escasos doce euros arañados a una pensión hipotecada, nunca le tocaba pero aquellos dos boletos eran un elemento más para emprender sus viajes estelares con los cuales se trasladaba muy lejos de donde vivía anclada su precaria existencia. No esperaba el día del sorteo de una manera especial pues sabía de antemano el resultado no obstante, todos y cada uno de los números estaban en el bombo y su orden de salía era siempre impredecible.


Y mientras llegaba el momento de que estos números vieran la luz, él elucubraba historias y parabienes repartidos a diestro y siniestro, superaba crisis y vengaba afrentas, ayudaba a amigos y nutria carencias pero por encima de todo se veía libre; sus viajes mentales se volvían más ligeros al romper amarras con las ataduras del pasado, sus ojos se abrían ante la inmensidad de los océanos y como siempre sus neuronas lo llevaban a sus anhelados Mares del Sur.

Allí se perdería en una pequeña bahía de una diminuta isla en un minúsculo archipiélago, allí vería cada mañana salir el sol sobre las aguas cristalinas de la laguna, se recrearía en el verde de sus escarpadas colinas y disfrutaría del silencio sobre las playas de arena blanca tan solo roto en la distancia por el batir de las olas contra el arrecife. Aquel, su rincón soñado, existía al otro lado del mundo; nunca pondría en él sus pies pero en su cabeza lo revivía en sus más mínimos detalles llegándole hasta el olfato, el olor a mar característico de aquellas tierras paradisíacas.


Un nuevo despertar rompía su idílico paréntesis, de nuevo vivía su triste realidad y en su cabeza nuevas ideas empezaban a gestarse en pos de una nueva fuga a lugares remotos o quizás no tan remotos; esta vez la veía moverse contoneando su figura al ritmo de una música estridente, aquella mujer tenía un magnetismo especial y nunca pasaba desapercibida, entre ambos siempre hubo una complicidad difícil de explicar pero nunca buscaron el motivo, no tenía por qué haberlo, tan solo estaban bien juntos y eso les bastaba.

Nunca olvidó el primer beso, ese que transformó su amistad en otra categoría, cerraba los ojos y su mente lo trasladaba a aquel antro medio vacío y en penumbra que eligieron para pasar aquella tarde; hoy, muchos años después de aquel momento, había estado frente a sus puertas recordando aquellos tiempos; hoy como otros muchos bajos comerciales, tenía la persiana echada luciendo carteles de venta o alquiler, la magia de aquel lugar se había esfumado hace mucho y ellos siguieron caminos diferentes pero el sueño de aquella tarde siempre perduró en su cabeza.

Y dando un nuevo giro a su ilusión ficticia retornaba a su otra bahía, ésta más real y cercana, más próxima en su memoria. Añoraba los largos paseos al atardecer con el mar como fiel compañero, el ambiente de la época estival era su preferido, el clima cálido del lugar su bálsamo espiritual y el azul infinito en el que se fundían mar y cielo más allá del horizonte su fuente de energía.


Allí pasaba mucho menos tiempo del que deseaba y siempre se proponía alargar su estancia pero este deseo nunca llegaba a cumplirse no obstante, exprimía cada instante como si fuera el último muchas veces sin hacer nada, tan solo percibiendo los estímulos de aquel pueblo costero a orillas del Mediterráneo. Sus noches allí eran distintas, el rumor rítmico y constante del mar bañando las arenas doradas de la bahía, eran su canción de cuna y con ella su malsano insomnio se hacía más llevadero.


Aquel hombre soñaba demasiado, tenía tiempo para hacerlo, evadirse entre las brumas de su cabeza le hacía vivir una vida paralela muy distinta a la real pero ¿Qué es la vida soñada sino una distorsión de la realidad? O quizás…. exista esa realidad paralela a la que nadie es capaz de llegar de manera consciente, para alcanzarla había que emprender un viaje con destino incierto para el que nadie sacamos billete pero da igual pues este nunca llegará a pedírnoslo ningún revisor.

sábado, 6 de junio de 2015

LA CHICA DEL DELANTAL

La veía moverse por casa, siempre con los bolsillos de su delantal llenos de trapos, era silenciosa y ágil como una pantera pasando desapercibida para quien no supiera de su existencia. Siempre me gustó su pelo, fino, largo, pelo pincho como ella lo llamaba; llegaba por mañana con su melena suelta y no tardaba en anudársela en una coleta más cómoda y práctica para trabajar, no perdía el tiempo y era rápida en sus ejecuciones, minuciosa y eficaz como también debía serlo en sus cosas.

Era alta y delgada, su figura flexible como un junco y sus contornos bien proporcionados, adivinaban un cuerpo muy deseable bajo la ropa; siempre llevaba vaqueros, su prenda de trabajo, que en verano convertía en pantalones pirata. Sus camisetas no me dejaban indiferente, siempre tenían un detalle que las hacía singulares y me gustaba como le quedaban, ajustadas, siempre distintas.

Nuestras conversaciones eran cortas, casi siempre a primeras horas de la mañana pero siempre estaba pendiente de sus evoluciones los días que me quedaba en casa. La verdad es que nunca llegué a saber mucho de ella pues nunca intimamos en la esencia de nuestras vidas, ella venía hacía su trabajo y se iba, yo apenas la veía, tan solo presentía su presencia por la casa durante un par de mañanas a la semana.


Siempre tenía calor y en verano se quejaba, las mangas de sus camisetas cuando las tenían, ascendían al máximo sobre sus hombros, la piel de sus brazos era suave como debía serlo la del resto de su cuerpo, ese cuerpo que con movimientos armónicos ejecutaba a la perfección un sinfín de tareas en silencio, pasando de puntillas por la casa aun dormida.

Eran ya muchos años los que venía por casa, nunca le presté una atención especial aunque siempre me agradó su presencia pero últimamente, algo había cambiado, ella había cambiado o quizás era yo el que lo había hecho. Arrastrado por los calores del verano, sus vistas sin límite sobre la bahía y tan solo con la música del oleaje en mis oídos, la ciudad me asfixiaba oprimiéndome como una camisa de cemento, el tráfico rodado creaba un run-run crónico en mi cabeza y las imágenes que percibía en nada aliviaban mi espíritu… pero estaba ella.

Su paso fugaz por casa dos mañanas a la semana dejaba una estela de imágenes que procesaba lentamente, recreándome en los detalles, recuperándolos o imaginándolos a mi antojo; era una nueva faceta para mitigar las miserias que debía afrontar en los próximos meses, inofensiva y privada, oculta a la vista del mundo. Llegaba como un suspiro cuando la ciudad despertaba y tras revisar los posibles encargos dejados la noche anterior, se ponía manos a la obra; yo solía saludarla al ir a desayunar, unas veces la pillaba recién llegada con su pelo suelto y el bolso aun en las manos y otras la encontraba ya metida en materia en el comedor o el despacho.

Sus pasos de terciopelo la trasladaban por la casa sin apenas levantar un murmullo, plumero en mano o con la mopa era una artista en eso de eliminar la más mínima expresión de suciedad, suciedad que por otra parte yo nunca veía llegando al convencimiento de la virtualidad de la misma pero mejor no discutir al respecto, pues siempre llevaba las de perder frente a ella.

Teníamos nuestros momentos, breves e intrascendentes pero ahí estaban, las charlas eran superficiales pero sus gestos encantadores, nunca perdía la compostura o tal vez si, en un par de ocasiones me pareció pillarla con la guardia baja pero quizás tan solo son elucubraciones de un viejo atormentado. Y el otoño avanzaba, pronto sacaríamos las mangas largas y las chaquetas, pronto los grises vencerían a los claros y las temperaturas iniciarían su descenso; ella llegaría a casa enfundada en su chaquetón, quizás con alguna bufanda al cuello pero siempre de buen humor, con una sonrisa en los labios y su pelo suelto cayéndole sobre los hombros.


Eran muchos años ya los que venía por casa, nunca le presté una atención especial pero me agradaba tenerla allí, ahora algo había cambiado, ella había cambiado o quizás había sido yo.