No recuerdo cuando las conocí, el primer encuentro quedó
perdido entre las brumas del siglo pasado; se que todo se inició en el ámbito
laboral en el que ellas se movían, yo era un mero espectador de aquellos
inicios. Sus nombres eran Raquel y Vanessa, y conectaron desde el primer
momento; su relación fue más allá del entorno laboral haciéndose grandes
amigas, lazo que fue estrechándose con el paso de los años.
Si tuviera que describirlas diría que eran pura alegría, si
algo predominaba en ellas era su sonrisa la cual tenía todos los matices del
arco iris; era contagiosa, animosa, sincera… verla te alegraba el día
haciéndote latir el corazón de forma más armónica. Sus líneas vitales a nivel
profesional fueron uniéndose y separándose a lo largo del tiempo pero a nivel
personal siempre permanecieron unidas, estando al tanto la una de la otra casi
a diario.
Eran muy de hablar por teléfono (como casi todas las
mujeres), unas veces tan solo para darse
los buenos días, en otras para mantener largas conversaciones contándose sus
cuitas y romances, su complicidad era máxima, íntima, profunda. Aficionadas a
las redes sociales, allí publicaban fotos y reflexiones, compartían eventos y
marcaban tendencias, eran una gota de optimismo en ese océano virtual.
Con los años nuestra relación aunque esporádica fue
afianzándose, podía pasar mucho tiempo
sin vernos pero cuando lo hacíamos era como si nunca hubiéramos dejado de
hacerlo, las palabras, las voces y las risas eran las mismas de la última vez
sin dejar que el tiempo transcurrido las eclipsara.
Raquel era una mujer cuqui, muy dada a los detalles y a la
organización, sus libretas de notas eran un galimatías de rayas y palabras
sueltas que solo ella entendía pero cuyos resultados siempre la dejaban en buen
lugar. Era animosa y feliz, felicidad que siempre transmitía a quien estaba a
su lado, era un talismán para la tristeza y el desánimo ajeno el cual
encontraba en ella su válvula de escape por lo que todos la apreciaban y
querían. Mimosa y besucona era muy de dar cariño y afecto, muy habladora,
aquella morena de ojos chisposos era todo expresión contagiando su buen rollo a
quien la rodeaba.
Por su parte Vanessa, viajera empedernida, era pura danza, tenía un misticismo
encantador que la hacía especial, su faceta espiritual le daba un halo de
misterio que te enganchaba al primer momento; en cuanto a su faceta física era
excitante, rompedora, nunca pasaba desapercibida atrayendo las miradas. Yo creo
que Vanessa inventó el selfie tan de moda hoy en día, sus autofotos de
grupo siempre dejaron huella, tenía gracia para captar ese tipo de instantáneas
que luego compartíamos, creo que las cámaras
se enamoraban de ella en cualquier plano pues siempre salía genial.
Eran muy distintas pero se complementaban formando un todo;
salir con ellas era interesante, diferente, muy estimulante pero sobre todo muy
divertido. Un día ya muy lejano alguien acuñó el término <<las
novias>> para referirse a ellas, probablemente fue una de ellas mismas
quien lo hizo y desde ese momento así pasé a llamarlas siempre que quedábamos
aunque cambié el artículo “las” por el pronombre “mis”, título
honorífico con el que siempre las describí pasando a ser novia Raki y novia
Vane.
Nuestra última salida fue de travelos, seres curiosos,
grotescos, muy dados a la exhibición soez; pasamos una buena velada que como
siempre inmortalizamos con los artilugios electrónicos, nuestra lista de
instantáneas era ya muy larga, captada a lo largo de los años en ella se podía
adivinar la complicidad del trío llegando más allá de sus chisposas miradas y
como decían en un programa de televisión “hasta aquí puedo leer”.
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