sábado, 7 de marzo de 2015

LAS NOVIAS

No recuerdo cuando las conocí, el primer encuentro quedó perdido entre las brumas del siglo pasado; se que todo se inició en el ámbito laboral en el que ellas se movían, yo era un mero espectador de aquellos inicios. Sus nombres eran Raquel y Vanessa, y conectaron desde el primer momento; su relación fue más allá del entorno laboral haciéndose grandes amigas, lazo que fue estrechándose con el paso de los años.

Si tuviera que describirlas diría que eran pura alegría, si algo predominaba en ellas era su sonrisa la cual tenía todos los matices del arco iris; era contagiosa, animosa, sincera… verla te alegraba el día haciéndote latir el corazón de forma más armónica. Sus líneas vitales a nivel profesional fueron uniéndose y separándose a lo largo del tiempo pero a nivel personal siempre permanecieron unidas, estando al tanto la una de la otra casi a diario.

Eran muy de hablar por teléfono (como casi todas las mujeres), unas veces tan  solo para darse los buenos días, en otras para mantener largas conversaciones contándose sus cuitas y romances, su complicidad era máxima, íntima, profunda. Aficionadas a las redes sociales, allí publicaban fotos y reflexiones, compartían eventos y marcaban tendencias, eran una gota de optimismo en ese océano virtual.
Con los años nuestra relación aunque esporádica fue afianzándose, podía  pasar mucho tiempo sin vernos pero cuando lo hacíamos era como si nunca hubiéramos dejado de hacerlo, las palabras, las voces y las risas eran las mismas de la última vez sin dejar que el tiempo transcurrido las eclipsara.

Raquel era una mujer cuqui, muy dada a los detalles y a la organización, sus libretas de notas eran un galimatías de rayas y palabras sueltas que solo ella entendía pero cuyos resultados siempre la dejaban en buen lugar. Era animosa y feliz, felicidad que siempre transmitía a quien estaba a su lado, era un talismán para la tristeza y el desánimo ajeno el cual encontraba en ella su válvula de escape por lo que todos la apreciaban y querían. Mimosa y besucona era muy de dar cariño y afecto, muy habladora, aquella morena de ojos chisposos era todo expresión contagiando su buen rollo a quien la rodeaba.

Por su parte Vanessa, viajera empedernida, era pura danza, tenía un misticismo encantador que la hacía especial, su faceta espiritual le daba un halo de misterio que te enganchaba al primer momento; en cuanto a su faceta física era excitante, rompedora, nunca pasaba desapercibida atrayendo las miradas. Yo creo que Vanessa inventó el selfie tan de moda hoy en día, sus autofotos de grupo siempre dejaron huella, tenía gracia para captar ese tipo de instantáneas que luego compartíamos, creo que las cámaras  se enamoraban de ella en cualquier plano pues siempre salía genial.

Eran muy distintas pero se complementaban formando un todo; salir con ellas era interesante, diferente, muy estimulante pero sobre todo muy divertido. Un día ya muy lejano alguien acuñó el término <<las novias>> para referirse a ellas, probablemente fue una de ellas mismas quien lo hizo y desde ese momento así pasé a llamarlas siempre que quedábamos aunque cambié el artículo “las” por el pronombre “mis”, título honorífico con el que siempre las describí pasando a ser novia Raki y novia Vane.


Nuestra última salida fue de travelos, seres curiosos, grotescos, muy dados a la exhibición soez; pasamos una buena velada que como siempre inmortalizamos con los artilugios electrónicos, nuestra lista de instantáneas era ya muy larga, captada a lo largo de los años en ella se podía adivinar la complicidad del trío llegando más allá de sus chisposas miradas y como decían en un programa de televisión “hasta aquí puedo leer”.

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