sábado, 21 de marzo de 2015

BESOS CLANDESTINOS

Nada fue premeditado, todo surgió de la manera más natural e inesperada pero tenía que ocurrir, estaba escrito que el momento tenía que llegar y cuando lo hizo sus labios tibios se buscaron con avidez y pasión desmedida. El encuentro fugaz cruzando una calle, dejó una impronta en sus retinas que les llevó con el tiempo a establecer una buena amistad la cual se forjó entre besos apasionados, miradas de complicidad y largas ausencias en las que cada uno hizo su vida.

Su primer encuentro, el punto de partida de su existencia en común, tuvo lugar en un banco de jardín durante una tarde de otoño, aquellos tiempos de un supuesto régimen fascista cuya represión ellos nunca llegaron a notar, fueron una buena época en sus vidas; como adolescentes que eran todo o casi todo estaba por descubrir, por experimentar, por conocer y juntos se aventuraron en lo desconocido siendo cómplices y aliados.

Ella con unos rabiosos ojos verdes y una sonrisa encantadora, él con el pelo siempre alborotado y sus gafas de aviador; a lomos de una motocicleta de marca ya desaparecida surcaban los callejones de la ciudad buscando los lugares de moda, barrios viejos de paredes desconchadas y aceras imperceptibles, casas con historia venidas a menos en una metrópoli centenaria que buscaba recuperar su espacio en la Europa de los quince.


Los pups eran su hábitat los fines de semana, en ellos cerveceaban y reían con los amigos hoy ya desaparecidos, allí conversaban y confesaban sus anhelos, sus cuitas y frustraciones pero por encima de todo, reinaba el buen humor y desenfado propio de la edad. En esos ambientes, entre risas y cervezas, acabó surgiendo el derecho al roce entre ellos, poco a poco fueron buscando la intimidad de los locales y en ella sus cuerpos perdían el decoro y la compostura mientras sus bocas se buscaban entre las sombras.

Las salidas a solas se fueron incrementando, acudiendo a lugares fuera del circuito de sus amistades donde nadie pudiera distraerlos ni interrumpirlos, aquellas tardes eran para ellos solos y en ellas sus lazos fueron afianzándose con fuertes nudos. El tiempo fue pasando y sus encuentros fueron manteniéndose aunque se movieran en esferas diferentes, podían pasar semanas sin verse, sin contactos telefónicos, algo impensable hoy en día con el whatsap y las redes sociales, pero cuando se llamaban siempre estaban el uno para el otro.

Él la recogía en su casa con el coche, ella aparecía radiante en el portal, el tiempo volaba cuando estaban juntos y al caer la tarde, a los pies de un muro carcelario próximo a su casa, se fundían en abrazos y besos pacientemente contenidos a lo largo del tiempo saciando así su deseo mutuo; aquellos besos clandestinos ocultos a la vista del mundo por el cristal empañado de su utilitario, marcaron una etapa de sus vidas de grato recuerdo.

La intensidad de aquellos momentos que entonces parecían eternos, se apagó con el paso del tiempo entrando a formar parte de una historia vital anónima, ocupando su espacio en la biblioteca neuronal de aquel chico de pelo alborotado y gafas de aviador; con el tiempo aquel chico perdió pelo y dejó las gafas de aviador pero aquellos rabiosos ojos verdes nunca perdieron su brillo y siempre perduraron en su memoria.

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