Nada fue premeditado, todo surgió de la manera más natural e
inesperada pero tenía que ocurrir, estaba escrito que el momento tenía que
llegar y cuando lo hizo sus labios tibios se buscaron con avidez y pasión
desmedida. El encuentro fugaz cruzando una calle, dejó una impronta en sus
retinas que les llevó con el tiempo a establecer una buena amistad la cual se
forjó entre besos apasionados, miradas de complicidad y largas ausencias en las
que cada uno hizo su vida.
Su primer encuentro, el punto de partida de su existencia en
común, tuvo lugar en un banco de jardín durante una tarde de otoño, aquellos
tiempos de un supuesto régimen fascista cuya represión ellos nunca llegaron a
notar, fueron una buena época en sus vidas; como adolescentes que eran todo o
casi todo estaba por descubrir, por experimentar, por conocer y juntos se
aventuraron en lo desconocido siendo cómplices y aliados.
Ella con unos rabiosos ojos verdes y una sonrisa encantadora,
él con el pelo siempre alborotado y sus gafas de aviador; a lomos de una
motocicleta de marca ya desaparecida surcaban los callejones de la ciudad
buscando los lugares de moda, barrios viejos de paredes desconchadas y aceras
imperceptibles, casas con historia venidas a menos en una metrópoli centenaria
que buscaba recuperar su espacio en la Europa de los quince.
Los pups eran su hábitat los fines de semana, en ellos
cerveceaban y reían con los amigos hoy ya desaparecidos, allí conversaban y
confesaban sus anhelos, sus cuitas y frustraciones pero por encima de todo,
reinaba el buen humor y desenfado propio de la edad. En esos ambientes, entre
risas y cervezas, acabó surgiendo el derecho al roce entre ellos, poco a poco
fueron buscando la intimidad de los locales y en ella sus cuerpos perdían el
decoro y la compostura mientras sus bocas se buscaban entre las sombras.
Las salidas a solas se fueron incrementando, acudiendo a
lugares fuera del circuito de sus amistades donde nadie pudiera distraerlos ni
interrumpirlos, aquellas tardes eran para ellos solos y en ellas sus lazos
fueron afianzándose con fuertes nudos. El tiempo fue pasando y sus encuentros
fueron manteniéndose aunque se movieran en esferas diferentes, podían pasar
semanas sin verse, sin contactos telefónicos, algo impensable hoy en día con el
whatsap y las redes sociales, pero cuando se llamaban siempre estaban el
uno para el otro.
Él la recogía en su casa con el coche, ella aparecía radiante
en el portal, el tiempo volaba cuando estaban juntos y al caer la tarde, a los
pies de un muro carcelario próximo a su casa, se fundían en abrazos y besos
pacientemente contenidos a lo largo del tiempo saciando así su deseo mutuo;
aquellos besos clandestinos ocultos a la vista del mundo por el cristal
empañado de su utilitario, marcaron una etapa de sus vidas de grato recuerdo.
La intensidad de aquellos momentos que entonces parecían
eternos, se apagó con el paso del tiempo entrando a formar parte de una
historia vital anónima, ocupando su espacio en la biblioteca neuronal de aquel
chico de pelo alborotado y gafas de aviador; con el tiempo aquel chico perdió
pelo y dejó las gafas de aviador pero aquellos rabiosos ojos verdes nunca
perdieron su brillo y siempre perduraron en su memoria.
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