sábado, 28 de marzo de 2015

BIENVENIDOS AL PARAÍSO

La brisa de la bahía entraba por la ventana meciendo suavemente unas tupidas cortinas blancas, en el techo un ventilador de aspas deshilachadas giraba monótonamente renovando el aire húmedo y caliente que a primeras horas de la mañana ya se había instalado en su vivienda; fuera, la exuberante vegetación se extendía allá donde pusieras la vista, perdiéndose en las alturas de una colina puntiaguda cincelada por los vientos a lo largo de los siglos. Desde su cama solo oía el canto de los pájaros mezclado con el rumor de las olas en la lejanía rompiendo contra  el arrecife, apenas un motor de combustión de tanto en tanto ronroneando por la carretera que circunvalaba toda la isla siguiendo su litoral, allí se oía el silencio salpicado de verdes y turquesa lejos de un mundo caótico y atropellado que latía a miles de kilómetros.


Hacía un par de años que se había trasladado a aquel rincón del planeta y allí había encontrado la esencia de lo que estuvo buscando durante años, empezar de nuevo partiendo de cero, disfrutando de una vida natural y tranquila entre palmeras, aguas cristalinas y la inmensidad del mar a su alrededor. Siempre tuvo claro que el sur del Pacífico sería su casa pero nunca encontraba el momento de romper con todo, soltar amarras y embarcarse en la aventura de su vida, aquella que le había llevado a instalarse en una pequeña bahía de la isla de Moorea.


La apacible vida que allí llevaba carecía del estrés de la ciudad en la que había nacido, un pequeño negocio náutico colmaba sus aspiraciones; los escasos ahorros con los que llegó a la isla le permitieron comprar un motovelero de veinte metros de eslora muy necesitado de restauración, con paciencia y habilidad aquella embarcación fue adquiriendo el esplendor de tiempos pasados y tras unos meses trabajando en ella estuvo lista para volver a surcar los mares. Las excursiones con turistas centraron su actividad a partir de ese momento y no le fue nada mal pues había podido ampliar el negocio y ya contaba con tres embarcaciones de características similares.


La bahía de Cook era su base de operaciones, allí tenía su fondeadero y desde hacía unos meses también su escuela de submarinismo; la proximidad de varios resorts de lujo, le permitían ofrecer sus servicios a los clientes como parte de las actividades del hotel en el que se alojaban, todos ganaban con la operación y poco a poco su empresa Welcome to the Paradise fue haciéndose un hueco en la oferta turística de la isla. Las excursiones al límite de la laguna para dar de comer a los tiburones junto al arrecife eran las más solicitadas, en grupos de quince o veinte personas se sumergían sujetos a una cuerda que hacía las veces  de pasamanos mientras un miembro de la organización cebaba el entorno; los momentos de espera estaban cargados de tensión e incertidumbre, nunca sabías por donde podían aparecer los escualos.

Nunca tenían que esperar mucho tiempo, de la nada surgía un primer ejemplar describiendo círculos a su alrededor y estudiando desde la distancia al grupo de intrusos, luego aparecía un segundo y un tercero, al poco se veían rodeados por una vorágine de escualos inquietos y curiosos en busca de alimento; la incredulidad y temor del grupo en los primeros momentos pasaba pronto a ser un deleite para los sentidos, la descarga de adrenalina elevaba los niveles de euforia de unos turistas que con ojos atónitos no daban crédito a lo que veían.


La vida en Moorea era plácida y sin sobresaltos, los días largos y soleados daban paso a atardeceres de postal en donde dar largos paseos por la orilla de la playa te conectaban con los astros; las noches oscuras se veían rotas por el reflejo de la luna bailando sobre las aguas de la laguna y todo el ciclo se completaba con espléndidos amaneceres en los cuales la isla despertaba a un nuevo día. No añoraba la vida en el continente pues allí tenía todo lo que necesitaba y siempre había querido, la vecina Tahití podía reportarle la modernidad que en su isla escaseaba en un momento dado, allí estaba el centro administrativo de Polinesia Francesa, su Universidad, sus grandes hospitales, era la puerta de entrada o salida con el resto del mundo pero él la había cerrado.


No había dejado nada en su lejana España salvo la familia  y algunos amigos, en esos momentos parte de la primera volaba hacia allí para pasar una temporada y conocer su emporio de primera mano pues hasta entonces tan solo la red de redes había sido su nexo de unión, prometía ser un encuentro emotivo y largamente esperado pues eran ya dos años sin verse, sin abrazarse, sin compartir miradas ni afectos. El alojamiento estaba listo para recibirlos pues contaba con una casa grande aunque sin lujos, a la mañana siguiente se acercaría hasta el puerto y allí cogería el ferry que en poco más de media hora lo dejaría en Tahití de la que apenas le separaban catorce kilómetros; un taxi lo llevaría al aeropuerto de Fa’ha en Papeete y allí esperaría al vuelo 547 de Air France procedente de París.

Pero eso sería mañana, de momento y como cada tarde tras dejar amarrada su pequeña flota, bajaría  por el sendero que desde su casa lo llevaba a través del palmeral, a la lengua de arenas doradas bañadas por las aguas turquesa de la laguna; allí meditaba y daba las gracias por lo afortunado que había sido al encontrar aquel edén en mitad del océano, aquella tierra agradecida lo había recibido como a uno de sus hijos y lo había integrado entre sus gentes como a uno más. Las aguas cristalinas de la bahía eran el cielo de unos fondos marinos multicolores en los que la abundante flora y fauna marina convertían aquel enclave en un jardín de dioses pues dioses debieron ser quienes crearon tanta belleza y perfección.


Allí, con el agua acariciando sus piernas, vería el declinar de una nueva jornada en la que poco a poco el cielo iría llenándose de estrellas y la luna haría un guiño a la noche jugando con su reflejo sobre las aguas tranquilas de aquel trozo del paraíso a la espera de un nuevo amanecer.

sábado, 21 de marzo de 2015

BESOS CLANDESTINOS

Nada fue premeditado, todo surgió de la manera más natural e inesperada pero tenía que ocurrir, estaba escrito que el momento tenía que llegar y cuando lo hizo sus labios tibios se buscaron con avidez y pasión desmedida. El encuentro fugaz cruzando una calle, dejó una impronta en sus retinas que les llevó con el tiempo a establecer una buena amistad la cual se forjó entre besos apasionados, miradas de complicidad y largas ausencias en las que cada uno hizo su vida.

Su primer encuentro, el punto de partida de su existencia en común, tuvo lugar en un banco de jardín durante una tarde de otoño, aquellos tiempos de un supuesto régimen fascista cuya represión ellos nunca llegaron a notar, fueron una buena época en sus vidas; como adolescentes que eran todo o casi todo estaba por descubrir, por experimentar, por conocer y juntos se aventuraron en lo desconocido siendo cómplices y aliados.

Ella con unos rabiosos ojos verdes y una sonrisa encantadora, él con el pelo siempre alborotado y sus gafas de aviador; a lomos de una motocicleta de marca ya desaparecida surcaban los callejones de la ciudad buscando los lugares de moda, barrios viejos de paredes desconchadas y aceras imperceptibles, casas con historia venidas a menos en una metrópoli centenaria que buscaba recuperar su espacio en la Europa de los quince.


Los pups eran su hábitat los fines de semana, en ellos cerveceaban y reían con los amigos hoy ya desaparecidos, allí conversaban y confesaban sus anhelos, sus cuitas y frustraciones pero por encima de todo, reinaba el buen humor y desenfado propio de la edad. En esos ambientes, entre risas y cervezas, acabó surgiendo el derecho al roce entre ellos, poco a poco fueron buscando la intimidad de los locales y en ella sus cuerpos perdían el decoro y la compostura mientras sus bocas se buscaban entre las sombras.

Las salidas a solas se fueron incrementando, acudiendo a lugares fuera del circuito de sus amistades donde nadie pudiera distraerlos ni interrumpirlos, aquellas tardes eran para ellos solos y en ellas sus lazos fueron afianzándose con fuertes nudos. El tiempo fue pasando y sus encuentros fueron manteniéndose aunque se movieran en esferas diferentes, podían pasar semanas sin verse, sin contactos telefónicos, algo impensable hoy en día con el whatsap y las redes sociales, pero cuando se llamaban siempre estaban el uno para el otro.

Él la recogía en su casa con el coche, ella aparecía radiante en el portal, el tiempo volaba cuando estaban juntos y al caer la tarde, a los pies de un muro carcelario próximo a su casa, se fundían en abrazos y besos pacientemente contenidos a lo largo del tiempo saciando así su deseo mutuo; aquellos besos clandestinos ocultos a la vista del mundo por el cristal empañado de su utilitario, marcaron una etapa de sus vidas de grato recuerdo.

La intensidad de aquellos momentos que entonces parecían eternos, se apagó con el paso del tiempo entrando a formar parte de una historia vital anónima, ocupando su espacio en la biblioteca neuronal de aquel chico de pelo alborotado y gafas de aviador; con el tiempo aquel chico perdió pelo y dejó las gafas de aviador pero aquellos rabiosos ojos verdes nunca perdieron su brillo y siempre perduraron en su memoria.

sábado, 14 de marzo de 2015

SÁLVESE QUIEN PUEDA

Tenía que llegar, estaba cantado que tenía que ocurrir, antes o después tenía que pasar… y pasó. La bomba llevaba años latente y la tensión se notaba en el ambiente, se toleraban pero nunca llegaron a aceptarse por muy buenas que parecieran sus relaciones, es lo que tiene el convivir forzados. Mientras todo fue bien los roces se superaban con diplomacia y mano izquierda, cada uno se centraba en su parcela y la máquina empresarial avanzaba superando obstáculos y desavenencias, las cuitas personales quedaban en un segundo plano y así la paz social se mantenía sin mucho esfuerzo.

Tras muchos años en la brecha, más de un siglo, varias eran las generaciones que habían pasado por aquel negocio artesanal contribuyendo con su granito de arena al desarrollo de la empresa, esta había cambiado varias veces de nombre a lo largo de su historia pero su esencia se mantenía imperturbable a lo largo de los años. Los tiempos habían cambiado y los años de bonanza ya eran tan solo un recuerdo lejano vivido por unos pocos, hoy era impensable retomar aquel camino pues las circunstancias eran muy diferentes.


Las miradas se evitaban, las palabras habían quedado reducidas a la mínima expresión y hasta el saludo estaba ausente en un grupo que se deshacía a marchas forzadas; haber tocado los pilares familiares había sido la gota que colmara el vaso pero el proceso de recuperación proseguía cayera quien cayera, eran unos pocos o todos los que podían quedar en el andén y el tren no esperaba pues no podía perder velocidad en su remontada.

Cada día era un reto en el que levantarse y acudir a la trinchera suponía un arduo esfuerzo, el personal miraba interrogante esperando una luz a la que aferrarse pero pasaban los días y esta no llegaba, eran muchos los meses de angustia y esta estaba pasando factura entre la filas del pequeño ejército, cada día había una nueva baja, baja que probablemente ya no volvería a la batalla dejando su hueco en el frente. Pero la lucha debía continuar a pesar de tener cada vez menos armas con las que atacar o defenderse, el centro de mando estaba tocado, muy tocado y se estaba quedando solo.


Uno tenía la certeza de que la cosa andaba muy mal pero a la vista de cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, podía estar seguro de que aun podían empeorar; cada reunión traía nuevas sorpresas, nuevos aspectos negativos que ensombrecían aun más el nefasto panorama. La marinería era ajena al caos establecido en el puente de mando, ellos ya llevaban su propio calvario desde hacía mucho tiempo y cada uno lamía sus heridas como podía.


No quedaba otra salida que esperar, ver salir el sol cada mañana y afrontar  los retos de la jornada de manera  estoica, había que tener nervios de acero y un ánimo firme aun con la ayuda de la química si era preciso; como reza el refrán no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista

sábado, 7 de marzo de 2015

LAS NOVIAS

No recuerdo cuando las conocí, el primer encuentro quedó perdido entre las brumas del siglo pasado; se que todo se inició en el ámbito laboral en el que ellas se movían, yo era un mero espectador de aquellos inicios. Sus nombres eran Raquel y Vanessa, y conectaron desde el primer momento; su relación fue más allá del entorno laboral haciéndose grandes amigas, lazo que fue estrechándose con el paso de los años.

Si tuviera que describirlas diría que eran pura alegría, si algo predominaba en ellas era su sonrisa la cual tenía todos los matices del arco iris; era contagiosa, animosa, sincera… verla te alegraba el día haciéndote latir el corazón de forma más armónica. Sus líneas vitales a nivel profesional fueron uniéndose y separándose a lo largo del tiempo pero a nivel personal siempre permanecieron unidas, estando al tanto la una de la otra casi a diario.

Eran muy de hablar por teléfono (como casi todas las mujeres), unas veces tan  solo para darse los buenos días, en otras para mantener largas conversaciones contándose sus cuitas y romances, su complicidad era máxima, íntima, profunda. Aficionadas a las redes sociales, allí publicaban fotos y reflexiones, compartían eventos y marcaban tendencias, eran una gota de optimismo en ese océano virtual.
Con los años nuestra relación aunque esporádica fue afianzándose, podía  pasar mucho tiempo sin vernos pero cuando lo hacíamos era como si nunca hubiéramos dejado de hacerlo, las palabras, las voces y las risas eran las mismas de la última vez sin dejar que el tiempo transcurrido las eclipsara.

Raquel era una mujer cuqui, muy dada a los detalles y a la organización, sus libretas de notas eran un galimatías de rayas y palabras sueltas que solo ella entendía pero cuyos resultados siempre la dejaban en buen lugar. Era animosa y feliz, felicidad que siempre transmitía a quien estaba a su lado, era un talismán para la tristeza y el desánimo ajeno el cual encontraba en ella su válvula de escape por lo que todos la apreciaban y querían. Mimosa y besucona era muy de dar cariño y afecto, muy habladora, aquella morena de ojos chisposos era todo expresión contagiando su buen rollo a quien la rodeaba.

Por su parte Vanessa, viajera empedernida, era pura danza, tenía un misticismo encantador que la hacía especial, su faceta espiritual le daba un halo de misterio que te enganchaba al primer momento; en cuanto a su faceta física era excitante, rompedora, nunca pasaba desapercibida atrayendo las miradas. Yo creo que Vanessa inventó el selfie tan de moda hoy en día, sus autofotos de grupo siempre dejaron huella, tenía gracia para captar ese tipo de instantáneas que luego compartíamos, creo que las cámaras  se enamoraban de ella en cualquier plano pues siempre salía genial.

Eran muy distintas pero se complementaban formando un todo; salir con ellas era interesante, diferente, muy estimulante pero sobre todo muy divertido. Un día ya muy lejano alguien acuñó el término <<las novias>> para referirse a ellas, probablemente fue una de ellas mismas quien lo hizo y desde ese momento así pasé a llamarlas siempre que quedábamos aunque cambié el artículo “las” por el pronombre “mis”, título honorífico con el que siempre las describí pasando a ser novia Raki y novia Vane.


Nuestra última salida fue de travelos, seres curiosos, grotescos, muy dados a la exhibición soez; pasamos una buena velada que como siempre inmortalizamos con los artilugios electrónicos, nuestra lista de instantáneas era ya muy larga, captada a lo largo de los años en ella se podía adivinar la complicidad del trío llegando más allá de sus chisposas miradas y como decían en un programa de televisión “hasta aquí puedo leer”.