Y es que la vida es un valle de lágrimas ¿Quién habló de una
vida regalada? Aquí se viene a sufrir por decreto y quien aún no sienta en el
pescuezo los tentáculos de la ira divina que se vaya preparando, el zarpazo
está al caer, quizás a la vuelta de la esquina. La vida es cruel y solo unos
pocos escapan a su macabro devenir pero aun así, a estos también les llega la
hora de rendir cuentas con el Hacedor; ¿Quién no tiene problemas? ¿Acaso la
naturaleza es justa? Esta reparte belleza y salud a capricho, decide donde y
como nacemos, aun sin ser conscientes de ello coloca las amistades en nuestro
camino, alimenta nuestros odios, nos lleva por el buen o mal camino y un día,
ya al final del trayecto, nos exige la cuenta de resultados.
En función del resultado de este balance creemos adivinar
nuestro destino final, cielo o infierno, arriba o abajo, pero ¿Qué hay del
purgatorio? ¿Qué es ese limbo indefinido del que tanto hemos oído hablar? Quizá
uno llegue a él y encuentre una gran piscina llena de laxante donde purgar del
alma su lastre pecaminoso, siempre que este no sea excesivo; uno puede nadar en
ese inmenso magma de Micralax, Duphalac o Dulcolaxo fundido y así, poco a poco
a través de pedorretas impías, tras engullir esa nata evacuadora, va librándose
de sus pecados terrenales tanto de hecho como de pensamiento, hasta encontrarse
a bien con el Altísimo.
No hay que dejar en el olvido a tantos y tantos miles de
nacidos con defectos, taras o disminuciones, tanto físicas, psíquicas como
sensoriales; estos también tienen un recorrido vital, en ocasiones muy mermado,
y quizás también acaben nadando en viscoso laxante en busca de la redención por
su limitada vida terrenal. Todos, unos y otros, llegaremos al punto final que
quien sabe si será un nuevo punto de partida, en él nos convertiremos en una
partícula más del cosmos en el que flota nuestro planeta y en ese cosmos
infinito encontraremos la paz… o el tormento.
Mientras ese día llega, arrastraremos nuestra existencia por
la Tierra lo mejor que sepamos, intentaremos que el viaje sea fructífero
toreando los sinsabores de la mejor manera posible y solo al final frente a la
cruz, la luna o una planta de maría,
bajaremos los brazos y nos encomendaremos al futuro incierto de la muerte con
una plegaria lastimera. Los vikingos despedían sus muertos haciendo arder sus
barcos, los hindúes en sus piras funerarias, los musulmanes envueltos en
sábanas blancas y enterrados mirando a la Meca, los faraones se sumergían en
sus pirámides rodeados de esclavos y riquezas, los indios americanos elevaban
sus difuntos en literas ceremoniales para aproximarlos a los astros, los
cristianos vuelven a la tierra en sus bólidos de madera u optan por una solemne
urna tras pasar por el horno purificador… todos dejan este mundo y se desintegran
en el vacío cósmico.
Todas esas partículas de materia orgánica convertidas en
polvo o cenizas, emprenderán un viaje eterno con destino desconocido, nada
podemos imaginar, aventurar o suponer pues nada sabemos de ese lugar incierto;
ni camino, ni clima, ni condiciones de vida, luego según a quien oigas le
llaman de una manera o de otra, lo pintan de un color u otro, le ponen unas u
otras vistas panorámicas pero al final siempre es el mismo sitio pues de lo que
se trata es de vender un concepto y no un lugar físico.
Y allí irá el hombre de negocios, el obrero de la
construcción, el mendigo, los personajes del corazón y hasta el rey; todos
bailarán una danza póstuma cogidos de las manos alrededor de una hoguera en la
que se quemarán sus yos terrenales, ya sin posesiones, títulos y vestimentas en
ese montón de polvo todos serán iguales y como a iguales se les tratará.
Agapito, Agamenón y otros chicos del montón pasaron por allí
y no les gustó el plan, les pareció soso y aburrido, ellos eran chicos de alegría
y fiesta continua cosa que en los asuntos de difuntos no existía, el velorio de
turno había acabado y polvo fue todo lo que encontraron pues como siempre,
llegaron tarde y con el acto ya en las últimas. Ellos, en representación de la
especie viva, seguirían conviviendo en esa colmena en que se habían convertido
sus ciudades, luchando en las trincheras urbanas inmersos en su caótica vida
social; sufriendo y remando para seguir a flote, adquiriendo cargas y
responsabilidades a regañadientes, llenando sus maletas de cosas superfluas que
un día deberían abandonar.
El ser humano en su huida hacia adelante en busca de una
mejora para su precaria existencia, acumula lo inimaginable, se lastra de por
vida con losas superfluas que si bien hacen su andadura más confortable en un
momento dado, llenan unas maletas difíciles de transportar; solo dos brazos
para llevar la carga y llegado el momento esta escapará de entre nuestras manos
como el agua vertida por un grifo. Nada podremos retener y nada seremos capaces
de llevar, nos iremos ligeros de equipaje dejando atrás una naturaleza
desnaturalizada, aun sin saberlo peor que nos la encontramos, un poco más cerca
de su final porqué algún día, todo acabará.
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