sábado, 21 de febrero de 2015

NATURALEZA DESNATURALIZADA

Y es que la vida es un valle de lágrimas ¿Quién habló de una vida regalada? Aquí se viene a sufrir por decreto y quien aún no sienta en el pescuezo los tentáculos de la ira divina que se vaya preparando, el zarpazo está al caer, quizás a la vuelta de la esquina. La vida es cruel y solo unos pocos escapan a su macabro devenir pero aun así, a estos también les llega la hora de rendir cuentas con el Hacedor; ¿Quién no tiene problemas? ¿Acaso la naturaleza es justa? Esta reparte belleza y salud a capricho, decide donde y como nacemos, aun sin ser conscientes de ello coloca las amistades en nuestro camino, alimenta nuestros odios, nos lleva por el buen o mal camino y un día, ya al final del trayecto, nos exige la cuenta de resultados.

En función del resultado de este balance creemos adivinar nuestro destino final, cielo o infierno, arriba o abajo, pero ¿Qué hay del purgatorio? ¿Qué es ese limbo indefinido del que tanto hemos oído hablar? Quizá uno llegue a él y encuentre una gran piscina llena de laxante donde purgar del alma su lastre pecaminoso, siempre que este no sea excesivo; uno puede nadar en ese inmenso magma de Micralax, Duphalac o Dulcolaxo fundido y así, poco a poco a través de pedorretas impías, tras engullir esa nata evacuadora, va librándose de sus pecados terrenales tanto de hecho como de pensamiento, hasta encontrarse a bien con el Altísimo.


No hay que dejar en el olvido a tantos y tantos miles de nacidos con defectos, taras o disminuciones, tanto físicas, psíquicas como sensoriales; estos también tienen un recorrido vital, en ocasiones muy mermado, y quizás también acaben nadando en viscoso laxante en busca de la redención por su limitada vida terrenal. Todos, unos y otros, llegaremos al punto final que quien sabe si será un nuevo punto de partida, en él nos convertiremos en una partícula más del cosmos en el que flota nuestro planeta y en ese cosmos infinito encontraremos la paz… o el tormento.

Mientras ese día llega, arrastraremos nuestra existencia por la Tierra lo mejor que sepamos, intentaremos que el viaje sea fructífero toreando los sinsabores de la mejor manera posible y solo al final frente a la cruz, la luna o  una planta de maría, bajaremos los brazos y nos encomendaremos al futuro incierto de la muerte con una plegaria lastimera. Los vikingos despedían sus muertos haciendo arder sus barcos, los hindúes en sus piras funerarias, los musulmanes envueltos en sábanas blancas y enterrados mirando a la Meca, los faraones se sumergían en sus pirámides rodeados de esclavos y riquezas, los indios americanos elevaban sus difuntos en literas ceremoniales para aproximarlos a los astros, los cristianos vuelven a la tierra en sus bólidos de madera u optan por una solemne urna tras pasar por el horno purificador… todos dejan este mundo y se desintegran en el vacío cósmico.

Todas esas partículas de materia orgánica convertidas en polvo o cenizas, emprenderán un viaje eterno con destino desconocido, nada podemos imaginar, aventurar o suponer pues nada sabemos de ese lugar incierto; ni camino, ni clima, ni condiciones de vida, luego según a quien oigas le llaman de una manera o de otra, lo pintan de un color u otro, le ponen unas u otras vistas panorámicas pero al final siempre es el mismo sitio pues de lo que se trata es de vender un concepto y no un lugar físico.

Y allí irá el hombre de negocios, el obrero de la construcción, el mendigo, los personajes del corazón y hasta el rey; todos bailarán una danza póstuma cogidos de las manos alrededor de una hoguera en la que se quemarán sus yos terrenales, ya sin posesiones, títulos y vestimentas en ese montón de polvo todos serán iguales y como a iguales se les tratará.

Agapito, Agamenón y otros chicos del montón pasaron por allí y no les gustó el plan, les pareció soso y aburrido, ellos eran chicos de alegría y fiesta continua cosa que en los asuntos de difuntos no existía, el velorio de turno había acabado y polvo fue todo lo que encontraron pues como siempre, llegaron tarde y con el acto ya en las últimas. Ellos, en representación de la especie viva, seguirían conviviendo en esa colmena en que se habían convertido sus ciudades, luchando en las trincheras urbanas inmersos en su caótica vida social; sufriendo y remando para seguir a flote, adquiriendo cargas y responsabilidades a regañadientes, llenando sus maletas de cosas superfluas que un día deberían abandonar.



El ser humano en su huida hacia adelante en busca de una mejora para su precaria existencia, acumula lo inimaginable, se lastra de por vida con losas superfluas que si bien hacen su andadura más confortable en un momento dado, llenan unas maletas difíciles de transportar; solo dos brazos para llevar la carga y llegado el momento esta escapará de entre nuestras manos como el agua vertida por un grifo. Nada podremos retener y nada seremos capaces de llevar, nos iremos ligeros de equipaje dejando atrás una naturaleza desnaturalizada, aun sin saberlo peor que nos la encontramos, un poco más cerca de su final porqué algún día, todo acabará.

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