sábado, 14 de febrero de 2015

AMANECER QUE NO DESPERTAR

La noche se hizo larga, inmóvil sobre su cama las horas parecían no pasar mientras unos párpados cerrados ocultaban sus ojos despiertos aquejados por un monótono insomnio. Cada noche era la misma historia, ella se transformaba en su mente y tras un acuerdo mutuo, le ayudaba a descubrir su cuerpo, él a cambio, la colmaba con sus besos cada vez que esta se los demandaba.

Aquella chica había entrado a servir en su casa tras el accidente que lo dejó postrado en una silla de ruedas, más tarde se enteraría de que ya lo conocía de los ambientes de copas que frecuentaban antes del suceso, ella jugaba con ventaja pues él nunca se fijó en su presencia. Pasaba muchas horas en casa atendiendo las tareas propias del hogar con lo que liberaba en gran medida a su madre, esta estaba contenta con su eficacia y aunque debía guiarla en muchos trabajos el resultado era satisfactorio.

No tenía una especial belleza de hecho podría decirse que  no era su tipo de mujer; morena, no muy alta y con un cuerpo que de no cuidarlo tenía tendencia a engordar, sus curvas eran curvas sin más, sin excesos, no sabría decir si proporcionadas aunque de algo estaba seguro, no le llamaba la atención aunque ya se sabe que para gustos los colores. Si algo destacaba en ella era su busto, provista de dos enormes senos se movía sin complejos aun siendo consciente de que sus continuos dolores de espalda estaban influidos de alguna manera por aquellos exuberantes apéndices.

De alguna manera ella se sentía atraída por él y a medida que fue cogiendo confianza con aquella familia sus intentos por besuquearlo como muestra de cariño eran constantes, lo tenía agobiado y desde su inmovilidad no había forma de zafarse de aquellos labios ansiosos. En casa reían las gracias tachándola de pesada y sin ver mala intención en el gesto, él muy al contrario estaba harto de aquellos labios mal pintados siempre buscando el contacto de su piel.

Pero aquellos eran tiempos de cambios, la nueva situación acaecida tras el percance de tráfico era todo un mundo de incertidumbres, muchas dudas se cernían sobre él atrapado en un cuerpo que no le respondía y era fuente de frustraciones y desconsuelos; tenía que aprender a vivir de nuevo y nadie estaba preparado para ello, unos segundos cambiaron su vida y ya nada volvería a ser igual a partir de entonces.

Las muestras de cariño de ella hacía él no solo se mantenían sino que por días y momentos se incrementaban, estaba claro que a esas alturas ya nadie en casa iba a librarlo de ellas pues sus besos se habían convertido en una costumbre, inocente en principio pero muy molesta para él que ya no sabía cómo eludirlos. No podía defenderse de sus andanadas labiales por mucho que lo intentara y por Thor que lo hacía con uñas y dientes pero siempre sucumbía en una batalla perdida de antemano.

Un día tuvo una gran idea, genial llegó a  pensar si fructificaba, quizás así acabaría con aquel acoso al que lo tenía subyugado día tras día, en caso de ser aceptada por ella su propuesta tendría que sacrificarse pero no sería a cambio de nada y eso ya era más de lo que tenía hasta ahora. Así pues al día siguiente cuando se disponía a cumplir con su ritual besucón, él la frenó con una enigmática proposición creando en ella una inevitable curiosidad.

―Yo te daré todos los besos que quieras cuando quieras si a cambio haces algo por mí un día de estos ―dijo él mirándola fijamente a los ojos.
Como era de esperar ella le preguntó ―¿Qué tengo que hacer?― A lo que él respondió con una media sonrisa en los labios…

―Por ahora nada, de momento solo quiero que pienses en que estarías dispuesta a hacer a cambio de un puñado de mis besos sin más luchas ni rechazos, serían besos consentidos…. Aunque igual así perderían su gracia,  bromeó. ―Piénsatelo y en unos días hablamos.

Cada día con más frecuencia ella se quedaba en casa con él cuando sus padres tenían que salir a algún lado, por tanto alguna tarde que otra prolongaba su jornada de trabajo y adelantaba planchando o arreglando los  armarios. Él si estaba sentado, se aislaba en su despacho con sus libros y el ordenador hasta que ella le traía el café de media tarde, si estaba en cama mataba el tiempo viendo la televisión u oyendo música que ella le cambiaba de tanto en tanto.

Pasados unos días y viendo como la curiosidad se había instalado en la cabeza de aquella chica que no dejaba de pedirle pistas sobre lo que tenía que decirle, creyó llegado el momento de aclararle la incógnita que llevaba mortificándola la última semana. Una de aquellas tardes en que quedaban solos en casa y sabiéndose seguro de que nadie más podría oír lo que tenía que decirle, aprovechó que le llevaba un café para retomar la conversación.

¿Ya has pensado tú respuesta a lo que te dije el otro día? ―le preguntó a bocajarro en cuanto le acercó la taza a los labios.

Ella pillada por sorpresa dudó antes de decidirse a hablar, cuando lo hizo una media sonrisa afloró en su boca. ―Creo que sí pero dime que quieres que haga para estar segura de mi respuesta―.

Como ves ―empezó a decirle  él sin dejar de mirarla― mi inmovilidad me impide hacer cosas con las manos, es una ruina tener que depender de otros para casi todo pero  es lo que hay y no puedo cambiarlo; ella lo miraba expectante y él continuó con su discurso. ―La puta lesión medular trastoca todas mis funciones, ha alterado mi motilidad intestinal, ha afectado a mi vejiga y ni siquiera sé si aún puedo correrme; en esto último es en lo que quiero que me ayudes, tengo que averiguarlo y para eso te necesito―.

Ella se quedó mirándolo muy seria hasta que su rostro se relajó, como él veía que no decía nada intentó ser más claro y apostilló ―está claro ¿no? tú me masturbas  y yo me dejo besuquear, cambiamos pajas por morreos y así averiguo si aún soy capaz de eyacular ¿Qué dices? La pregunta quedó en el aire y su respuesta también.

Un jueves dos semanas más tarde sus padres comían fuera de casa y llegarían tarde, como siempre acordaron que ella se quedaría en casa y le prepararía la comida, ese día tendría lugar el momento tan esperado. Él comió pronto y se quedó en la cama alegando cansancio y sueño, el insomnio lo machacaba por las noches. Al fin se quedaron solos en casa, él la oía trastear por la cocina y esperaba verla aparecer de un momento a otro pero ella se demoraba.

Apareció en el quicio de la puerta, llegó en silencio, su aspecto había cambiado, sin el delantal y con el pelo suelto parecía otra; estaba claro que aquel encuentro tenía un objetivo meramente terapéutico no obstante, ambos iban a intercambiar gestos un tanto íntimos. Se acercó a la cama y se sentó en su borde junto a él, ambos se miraron y ella observó sobre un estante una bandeja con guantes de látex, sondas y colectores, eran los artilugios que rompían la parte mágica de este tipo de relaciones pero lo suyo era trabajo de campo, sin sentimientos de por medio por lo que no había magia que romper.

Ella propuso que empezaran con la parte del pacto que le correspondía a él, sería una forma de romper el hielo y crear un clima más acorde para que ella cumpliera con su parte; en principio no había porque crear ningún clima especial, tan solo llevar a cabo lo pactado y ver sus resultados pero llegado el momento a ambos les pareció muy mecánico y frío por lo que decidieron crear un clima más cálido e íntimo. Ella se acercó a los labios de él que la recibieron entreabiertos sorbiendo el néctar que se les ofrecía, sin prisas sus bocas se buscaron una y otra vez explorando con sus lenguas cada contorno, cada pliegue, cada detalle en un baile íntimo que no precisaba música alguna.

La temperatura de sus pieles fue aumentando siguiendo el ritmo de unos labios encendidos por el deseo, él le pidió que le quitara la chaqueta del pijama buscando mitigar el fuego que lo consumía concentrado en sus hombros, cara y cuello; ella inclinada sobre su cuerpo inerte, se movía por los dos anhelando su piel, su cuello, sus labios. La melena negra resbalaba interponiéndose entre sus bocas, el pelo mezclado con saliva y el sudor de sus caras se pegaba a sus pieles sin saber dónde acababa la de uno y empezaba la del otro, todo era una amalgama de sexo labial.

Con los labios irritados por la fricción ella se incorporó al tiempo que retiraba las sábanas, él quedó mostrando su desnudez a la espera de la otra parte del pacto, la que le correspondía a ella cumplir. El calor se estaba cobrando su factura y la camisa que ella llevaba daba buenas muestras de ello motivo por el cual, optó por soltar algunos de sus botones dejando entrever la ropa interior que contenía sus voluptuosas formas cubiertas estas por finas perlas de sudor.

Los soltó uno a uno sin prisas y sin dejar de mirarlo con los ojos inyectados en deseo, un deseo que él desconocía y medianamente compartía; una vez la piel de su torso quedó parcialmente al descubierto se dispuso a continuar diciéndole…

―Ahora me toca cumplir mi parte pero no sé si sabré hacerlo pues todo esto es nuevo para mí―. Acto seguido sus manos iniciaron con cuidado la retirada del sistema de incontinencia liberando aquel miembro de cualquier obstáculo. Una vez liberado de su capucha de látex aquel gusano dormido durante los últimos meses se mostró expectante ante lo que estaba por venir, ella lo cogió con una mano y con delicadeza, tras cerrar sus dedos sobre él, inició una danza rítmica de vaivén lento al principio, más  rápido después.

Poco a poco aquel apéndice blando y marchito empezó a cobrar vida entre sus manos, el movimiento de bombeo lo hacía crecer entre sus dedos y una sonrisa de satisfacción afloró en sus labios mirándolo a los ojos, la fase eréctil estaba conseguida. Verse con su miembro entre las manos de ella le provocó una gran excitación que no pasó inadvertida, ella respondió a  la misma volviendo a inclinarse sobre él buscando sus labios que encontró dispuestos una vez más; sobre él y con sus lenguas inmersas en una febril batalla, su mano aceleró el ritmo aplicado a un miembro caliente y húmedo al tiempo que los primeros suspiros escaparon de sus bocas.

Él le pidió que se quitara  la camisa, quería ver su piel desnuda, sentir su roce sobre él; con la mano libre soltó sus últimos botones y esta resbalo por sus hombros cayendo al suelo. La excitación había ido en aumento y  el experimento quedado en un segundo plano, llegados a aquel punto tan solo querían disfrutar de sus cuerpos rendidos a una pasión desenfrenada; sin dejar de agitar aquel báculo rígido cuya cabeza brillaba turgente a punto de estallar, ella buscó con la mano libre sus partes más íntimas y empezó a acariciarse sumida en una vorágine de excitación.


Aquellas sesiones amatorio-terapéuticas  se prolongaron durante algunos meses, en las noches que seguían a aquellas tardes de encuentros fugaces el insomnio no era tan baldío pues su mente revivía una y otra vez las escenas vividas unas horas antes. Recreándose en esos momentos de amor ficticio veía un amanecer tras otro con los ojos cerrados, nunca despertaba pues su mente inquieta le negaba el placer del sueño reparador y por tanto sus falsos despertares, no eran sino una continuación del amanecer que lo enfrentaba con una nueva jornada de hastío.

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